/ viernes 7 de enero de 2022

Un poco de sátira para reírse de gobernantes y gobernados

Un cometa de nueve kilómetros de largo está a seis meses y pico de caer en la Tierra y a nadie le importa un carajo. Ni siquiera a la presidenta de Estados Unidos. Esa es la trama de No Mires Arriba (Don´t Look Up, Adam McKay, Estados Unidos 2021), una de las películas más vistas en las últimas semanas, y también una de las que más opiniones ha dividido. Para algunos es una comedia más de las que habitualmente se pueden hallar en Netflix. Para otros es una sátira sobre el borreguismo de las masas y los caudillos que las pastorean

Si bien, Meryl Streep ya rebasa los setenta años de edad, en su caracterización de Janie Orlean, presidenta de Estados Unidos, pareciera andar en sus cincuenta y pocos. Su personaje posee esa vitalidad y ese egocentrismo que lo asemejan a otro personaje, que a fuerza de ser un hígado, quedó grabado en la memoria del mundo entero: el ex presidente Donald Trump. Bravucón, ignorante, carismático. El líder mesiánico que muchos (sobre todo los republicanos) esperaron por largo tiempo.

En No Mires Arriba, la presidenta Orlean está más apurada en rescatar su imagen pública, que en escuchar a los dos científicos, el Dr. Randall Mindy (Leonardo DiCaprio) y la astrónoma Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence), quienes han ido hasta Washington con el chisme de que en una galaxia no muy lejana descubrieron un enorme cometa, el cual se dirige hacia nuestro mundo. El fin de los tiempos se acerca, pero a la presidenta, indiferente y escéptica, sólo le importan las encuestas y las redes sociales: los tuits, el Face, el Instagram. Está obsesionada con la popularidad y la aprobación del pueblo. Un pueblo ignorante y manipulable, al que no le importa que su fin esté cerca, siempre que pueda tener un celular a la mano para informarse acerca de cómo va el “truene” amoroso entre una cantante de pop y un diyey que se pusieron el cuerno.

La postura de la presidenta Orlean cambia radicalmente cuando se da cuenta de que puede usar el hallazgo hecho por los científicos (la llegada inminente del cometa) como argumento para manipular a la perrada, y de paso, convertirse en la salvadora de la Tierra. Entonces sí, a modo de “mega mañanera”, la Orlean organiza sendos mítines y se deja ver, con una gorra al estilo Trump, ante miles de simpatizantes que ondean banderas, y con los ojitos vidriosos, aclaman a su amada Mesías. “Yo ya no me pertenezco. Yo soy de ustedes. Soy del pueblo…”, diría aquél.

El sello de la casa

Diera la impresión que tanto el director como su coguionista (David Sirota), se inspiraron en la realidad latinoamericana al momento de escribir ciertas secuencias de su historia. Tal vez no sólo pensaron en México, sino también en Cuba o Nicaragua. Pues además de las menciones explícitas que se hacen de “los científicos mexicanos” a lo largo de la película, hay situaciones y escenas que parecieran tener el sello de la región. Como el nepotismo mostrado por la presidenta Orlean, cuyo hijo, Jason (interpretado por Jonah Hill), es jefe de su gabinete. O la sub-trama (francamente hilarante) en la que un general del Pentágono se chamaquea a los dos científicos, cobrándose diez dólares por piocha, a cambio de entregarle a cada quien una botellita de agua y unas papitas, los cuales, nos enteramos más adelante, fueron obtenidos por el general sin que le costarán un solo centavo. ¿Un ejército comandado por generales corruptos? ¿Dónde hemos visto eso?

La película tiene sus momentos, no cabe duda. Pero se extiende. A fuerza de tener que llenar ciento cuarenta y tantos minutos de metraje, hay varias sub tramas y una buena cantidad de personajes que necesitan ser resueltos. Con ello la historia se alarga y se va diluyendo mientras aguardamos el esperado final: ¿el cometa que viene de la galaxia no muy lejana acabará con la Tierra? De pronto el formato de lo que estamos viendo se parece más a una serie para la televisión que a un largometraje. ¿Será que la idea de Netflix es producir películas que posteriormente puedan ser comercializadas como series?

De caudillos y adoradores

En una de sus películas más memorables, conocida como Un día muy Particular (Una Giornata Particolare, Italia 1977), el genial director Ettore Scola narra cómo un 6 de mayo de 1938 la capital de la Italia fascista de Moussolini, se prepara para recibir con un desfile al dictador Adolfo Hitler. Azuzados por la radio (equivalente de la red social de aquella época) los vecinos de un edificio salen a las calles para asistir devotamente al desfile, con excepción de Antonietta (Sophia Loren), madre de seis hijos y Gabriele (Marcelo Mastroianni), un locutor de radio -homosexual-, que acaba de ser echado de su trabajo. Con un tono agridulce, Scola retrata magistralmente el marcado antagonismo entre las conductas amables y racionales de Antonietta y Gabriele y el comportamiento histérico de las masas cautivas en la adoración de sus caudillos. Ciertamente es la mirada de un pueblo dividido. Por un lado están los que piensan, por el otro los que actúan llevados por la fe ciega.

Ya sea que se trate de No Mires Arriba o de Un día muy Particular, la sensación que prevalece tras ver ambas cintas es la misma. Es esa sensación de que la democracia es uno de los inventos más peligrosos que existen. Esa palabra, democracia, nos la han vendido como sinónimo de libertad. Como algo políticamente correcto. Inmaculado. Infalible. Nos han dicho lo maravilloso que es que sean las mayorías quienes tomen las decisiones, hasta las más absurdas. Suena bien cuando esas mayorías están bien informadas y son conscientes; pero cuando carecen de información y se dejan manipular, tanto por sus gobernantes como por los medios de comunicación, comienzan a llover los cometas del cielo. Dicen por ahí que el pueblo pone y que el pueblo quita. O lo que es lo mismo: haz que el pueblo crea que gobierna y se dejará gobernar.