/ viernes 26 de abril de 2024

La voz del cácaro | Guerra Civil

Rara vez, ese cine que se hace con decenas de millones de dólares, se atreve a mostrarnos películas donde los gringos son los perdedores del cuento. Tal es el caso de Guerra Civil, cinta dirigida por el director británico Alex Garland. Un road movie sanguinolento y feroz, una tragedia bélica, que recuerda al cine de directores como Oliver Stone y Stanley Kubrick. Pudiera ser que lo mostrado por Garland, a modo de ficción, se hiciera realidad en las elecciones presidenciales del próximo noviembre en Estados Unidos. Ya lo pronosticó Donald Trump: “…Si no resulto elegido, habrá un baño de sangre para el país”.

Alex Garland es un realizador que en la ciencia ficción y el suspenso ha hallado su nicho de mercado. Su público principal son treintones y cuarentones gringos y europeos; gente que lo mismo cree en las teorías de la conspiración, que en alienígenas y en otros tantos postulados surgidos en las redes sociales, como aquel que afirma que la Tierra es plana. En esos mundos, políticamente incorrectos y vetados para el rebaño, es precisamente donde ocurren las historias de Garland, quien además es un destacado novelista y guionista. Con Guerra Civil, su más reciente película, el director apuesta por un retrato hipotético de algo que podría ocurrir en un futuro cercano, y que se ha venido gestando silenciosamente desde varios años atrás: una nueva guerra de secesión en Estados Unidos. Demócratas contra republicanos. Sectas contra partidos. Texas, California y Florida contra Washington y el presidente.

El fanatismo y la polarización, así como la pérdida de la fe en el gobierno por parte del pueblo, son los ingredientes ideológicos de un cuento, que más allá de su crudeza, no se detiene a reflexionar sobre las causas, así como tampoco ofrece un contexto político que explique a cabalidad el porqué de la guerra fratricida. En su intento de lograr la imparcialidad, el discurso de la historia prefiere no meterse en honduras. Digamos que si un ser venido de otro planeta, se chutara Guerra Civil, probablemente no entendería por qué en el país más poderoso y próspero de la Tierra, se matan unos a otros.

Tampoco hay buenos ni malos, en el sentido dramático del término. Aunque queda muy claro que Garland y su historia están del lado de los rebeldes que se han levantado contra el imperio.

Un viaje por la pesadilla americana

Lee Smith (Kirsten Dunst) es una experimentada fotógrafa de guerra que se ha curtido en el oficio a fuerza de esquivar balas rasantes. Como pocas, le ha tocado ver a través del lente de su cámara la tragedia humana y la miseria que la acompaña. Ha sido testigo del dolor y se ha dedicado a fotografiarlo. Es una veterana, pero está seca, hastiada de tanta mierda. En uno más de sus encargos, tiene que cubrir, al lado de otros periodistas, el viaje del ejército rebelde en su intento por llegar a Washington para derrocar al presidente. Lo que no está en los planes de Lee es la aparición inesperada de Jessie, una postadolescente, inexperta e irritantemente necia, la cual sueña con convertirse en fotógrafa de guerra, para seguir los pasos de la propia Lee, su heroína.

Los personajes protagónicos de Guerra Civil han sido trazados con paciencia. Cada uno posee una personalidad poderosa y una postura moral. Al lado de Lee y Jessie, irán: Joel, un reportero pacheco y borrachín, una especie de productor, un mil usos, el cual, además del alcohol y la mota, es adicto a la adrenalina y a las balas. Y Sammy, un experimentado periodista, un viejo golpeado por la vida, gordo y sabio, interpretado entrañablemente por Stephen McKinley. Todos ellos a bordo de una vieja camioneta tendrán que sortear lo que aparezca en su tortuoso camino a Washington, la ciudad de la furia.

Lucha fratricida

Hay varios momentos en la historia que estrujan. Como cuando el grupo llega, a bordo de la camioneta, a una gasolinera y se topa con unos pueblerinos que tienen a varios de sus vecinos colgados del techo de un porche, como castigo por haber robado. Los pobres diablos yacen medio muertos, derramando sangre, atados de pies y manos. Lejos de ayudar a los moribundos, Lee, la veterana fotógrafa, le pide a uno de los pueblerinos que se coloque al lado de los colgados y le deje tomarle una serie de fotografías. A lo cual el tipo accede encantado. En otro momento, Jessie, en uno de sus arrebatos, es capturada por unos rebeldes que se dedican a apilar una montaña de cadáveres dentro de una zanja. Uno de los rebeldes, un muchacho gordinflón, cuello rojo, armado hasta los dientes, ejecuta con su rifle de asalto a varios periodistas, al tiempo que nos entrega una escena memorable, tanto por la frialdad y el sarcasmo del personaje, como por el nivel de tensión que genera en el espectador. Por supuesto, como ocurre en la mayoría de las películas bélicas gringas y europeas, los asiáticos y los negros son retratados como carne de cañón. Son los primeros en morir. Incluso antes que los latinos.

God bless America


Cualquier imperio, hasta el más grande, algún día habrá de derrumbarse. Es ley de este mundo. Esa es la reflexión obvia de Guerra Civil. Coproducción entre Estados Unidos y Reino Unido. Una película con un presupuesto de más de cincuenta millones de dólares, apostados a conquistar los mercados internacionales. ¿Qué mayor morbo que ver desmoronarse, aunque sea en una pantalla de cine, con palomitas y refresco incluidos, al gran imperio global de los últimos siglos, ese que tantas cuitas tiene pendientes con el mundo?

Queda preguntarse finalmente si el cuento que vimos, podría convertirse algún día en realidad. Antes de responder eso, habría que recordar que aunque Estados Unidos sólo representa 4 por ciento de la población mundial, cuenta con más de cuarenta por ciento de las armas que hay en el planeta. Eso equivale a más de trescientos noventa y tres millones de armas de fuego en manos privadas, en un mismo territorio. Algo así es como traer permanentemente una granada en la cabeza. Sólo hace falta que alguien le quite el seguro para que todo vuele en pedazos. Y para eso, Donald Trump es especialista.

Rara vez, ese cine que se hace con decenas de millones de dólares, se atreve a mostrarnos películas donde los gringos son los perdedores del cuento. Tal es el caso de Guerra Civil, cinta dirigida por el director británico Alex Garland. Un road movie sanguinolento y feroz, una tragedia bélica, que recuerda al cine de directores como Oliver Stone y Stanley Kubrick. Pudiera ser que lo mostrado por Garland, a modo de ficción, se hiciera realidad en las elecciones presidenciales del próximo noviembre en Estados Unidos. Ya lo pronosticó Donald Trump: “…Si no resulto elegido, habrá un baño de sangre para el país”.

Alex Garland es un realizador que en la ciencia ficción y el suspenso ha hallado su nicho de mercado. Su público principal son treintones y cuarentones gringos y europeos; gente que lo mismo cree en las teorías de la conspiración, que en alienígenas y en otros tantos postulados surgidos en las redes sociales, como aquel que afirma que la Tierra es plana. En esos mundos, políticamente incorrectos y vetados para el rebaño, es precisamente donde ocurren las historias de Garland, quien además es un destacado novelista y guionista. Con Guerra Civil, su más reciente película, el director apuesta por un retrato hipotético de algo que podría ocurrir en un futuro cercano, y que se ha venido gestando silenciosamente desde varios años atrás: una nueva guerra de secesión en Estados Unidos. Demócratas contra republicanos. Sectas contra partidos. Texas, California y Florida contra Washington y el presidente.

El fanatismo y la polarización, así como la pérdida de la fe en el gobierno por parte del pueblo, son los ingredientes ideológicos de un cuento, que más allá de su crudeza, no se detiene a reflexionar sobre las causas, así como tampoco ofrece un contexto político que explique a cabalidad el porqué de la guerra fratricida. En su intento de lograr la imparcialidad, el discurso de la historia prefiere no meterse en honduras. Digamos que si un ser venido de otro planeta, se chutara Guerra Civil, probablemente no entendería por qué en el país más poderoso y próspero de la Tierra, se matan unos a otros.

Tampoco hay buenos ni malos, en el sentido dramático del término. Aunque queda muy claro que Garland y su historia están del lado de los rebeldes que se han levantado contra el imperio.

Un viaje por la pesadilla americana

Lee Smith (Kirsten Dunst) es una experimentada fotógrafa de guerra que se ha curtido en el oficio a fuerza de esquivar balas rasantes. Como pocas, le ha tocado ver a través del lente de su cámara la tragedia humana y la miseria que la acompaña. Ha sido testigo del dolor y se ha dedicado a fotografiarlo. Es una veterana, pero está seca, hastiada de tanta mierda. En uno más de sus encargos, tiene que cubrir, al lado de otros periodistas, el viaje del ejército rebelde en su intento por llegar a Washington para derrocar al presidente. Lo que no está en los planes de Lee es la aparición inesperada de Jessie, una postadolescente, inexperta e irritantemente necia, la cual sueña con convertirse en fotógrafa de guerra, para seguir los pasos de la propia Lee, su heroína.

Los personajes protagónicos de Guerra Civil han sido trazados con paciencia. Cada uno posee una personalidad poderosa y una postura moral. Al lado de Lee y Jessie, irán: Joel, un reportero pacheco y borrachín, una especie de productor, un mil usos, el cual, además del alcohol y la mota, es adicto a la adrenalina y a las balas. Y Sammy, un experimentado periodista, un viejo golpeado por la vida, gordo y sabio, interpretado entrañablemente por Stephen McKinley. Todos ellos a bordo de una vieja camioneta tendrán que sortear lo que aparezca en su tortuoso camino a Washington, la ciudad de la furia.

Lucha fratricida

Hay varios momentos en la historia que estrujan. Como cuando el grupo llega, a bordo de la camioneta, a una gasolinera y se topa con unos pueblerinos que tienen a varios de sus vecinos colgados del techo de un porche, como castigo por haber robado. Los pobres diablos yacen medio muertos, derramando sangre, atados de pies y manos. Lejos de ayudar a los moribundos, Lee, la veterana fotógrafa, le pide a uno de los pueblerinos que se coloque al lado de los colgados y le deje tomarle una serie de fotografías. A lo cual el tipo accede encantado. En otro momento, Jessie, en uno de sus arrebatos, es capturada por unos rebeldes que se dedican a apilar una montaña de cadáveres dentro de una zanja. Uno de los rebeldes, un muchacho gordinflón, cuello rojo, armado hasta los dientes, ejecuta con su rifle de asalto a varios periodistas, al tiempo que nos entrega una escena memorable, tanto por la frialdad y el sarcasmo del personaje, como por el nivel de tensión que genera en el espectador. Por supuesto, como ocurre en la mayoría de las películas bélicas gringas y europeas, los asiáticos y los negros son retratados como carne de cañón. Son los primeros en morir. Incluso antes que los latinos.

God bless America


Cualquier imperio, hasta el más grande, algún día habrá de derrumbarse. Es ley de este mundo. Esa es la reflexión obvia de Guerra Civil. Coproducción entre Estados Unidos y Reino Unido. Una película con un presupuesto de más de cincuenta millones de dólares, apostados a conquistar los mercados internacionales. ¿Qué mayor morbo que ver desmoronarse, aunque sea en una pantalla de cine, con palomitas y refresco incluidos, al gran imperio global de los últimos siglos, ese que tantas cuitas tiene pendientes con el mundo?

Queda preguntarse finalmente si el cuento que vimos, podría convertirse algún día en realidad. Antes de responder eso, habría que recordar que aunque Estados Unidos sólo representa 4 por ciento de la población mundial, cuenta con más de cuarenta por ciento de las armas que hay en el planeta. Eso equivale a más de trescientos noventa y tres millones de armas de fuego en manos privadas, en un mismo territorio. Algo así es como traer permanentemente una granada en la cabeza. Sólo hace falta que alguien le quite el seguro para que todo vuele en pedazos. Y para eso, Donald Trump es especialista.