/ viernes 1 de abril de 2022

El Santo, los Espías Rusos y la Guerra

Ante las quejas del general Glen VanHerck, jefe del Comando Norte, respecto a que México está lleno de espías rusos, decidimos recordar a uno de los espías más célebres del cine mexicano: el Santo. De las películas de espionaje en las que el Santo fue el protagonista, aquella que lo posicionó como una especie de James Bond a la mexicana fue Operación 67 (René Cardona y René Cardona Jr., México 1967).

De ser un luchador que lo mismo se la rifaba con zombies, que con profanadores de tumbas o con mujeres vampiro, el enmascarado de plata se convirtió en un luchador-espía, el cual cambiaría las mallas y las capas por sacos sport y suéteres de cuello de tortuga, además de conducir un auto bien fifí. La trama de Operación 67 es puro suspenso y acción. En medio de la Guerra Fría entre gringos y rusos, una organización internacional de mafiosos ha robado unas planchas para imprimir billetes. El objetivo es inundar la economía mundial con dinero falso, en un intento por desatar una crisis financiera. Ante tal amenaza, la Interpol no tiene más remedio que echar mano de sus dos espías más picudos: el Santo y Jorge Rubio (Jorge Rivero).

Aunque Operación 67 dista mucho de contar con los valores de producción de las películas de James Bond, los Cardona le echaron ganas para no verse tan rancheros. El resultado es una cinta, que aunque dispareja, resulta bastante entretenida. No faltan secuencias eróticas ni de acción, algunas aderezadas con una dosis de humor involuntario. Como aquella en la que Jorge Rubio, a bordo de su deportivo rojo, es tiroteado desde una avioneta en pleno vuelo. Como respuesta, Rubio saca de algún lado una bazuca, y al más puro estilo de la resistencia ucraniana, derriba la avioneta de un solo chingadazo. ¡Se metieron con el espía equivocado!

Los ojos y las orejas de la CIA

Más allá de la ficción cinematográfica y de los churros de mota que presumiblemente se fumaron los guionistas de Operación 67, si en el mundo real, tanto el Santo como Rubio hubiesen sido efectivamente espías, no habrían pertenecido a la Interpol, sino a la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la agencia de inteligencia del gobierno mexicano, una especie de policía política, formada durante el sexenio del presidente Miguel Alemán y desaparecida con Miguel de la Madrid.

La misión de la DFS era el de espiar a todo aquel que representara una amenaza para el partido en el poder, que en aquellos años era el PRI. Eso además de compartir información clasificada con los servicios de inteligencia acreditados en las embajadas extranjeras en México, principalmente la embajada de Estados Unidos. Dicho sin ambages: la DFS fue durante décadas los ojos, las orejas y el brazo operativo de la CIA en México. Era la propia DFS la encargada de informar a los gringos acerca de lo que pensaban, decían y hacían los comunistas que se encontraban en territorio mexicano, sin importar que fuesen rusos, cubanos o chinos.

Espías vs. espías

A poco más de un mes de que Rusia invadiera Ucrania, las recientes declaraciones del general Glen VanHerck, parecieran sacadas de las mentes de los guionistas de Operación 67. Según los datos del general, en México hay más espías rusos que en cualquier otro país. No está descubriendo el hilo negro, mi general. Es bien sabido en los círculos diplomáticos que la embajada rusa en Ciudad de México ha sido siempre uno de los mayores centros de espionaje antigringo del mundo. De alguna forma la relación entre la diplomacia rusa y la diplomacia gringa, radicadas en México, se había mantenido más o menos en buenos términos, pero hoy la situación es distinta. Hoy hay una guerra europea de por medio. Una guerra en la que los gringos han decidido asfixiar la economía rusa como forma de apoyo a Ucrania.

Si hay algo que temen el presidente Biden y su gobierno, es que por la frontera de más de tres mil kilómetros que Estados Unidos comparte con México, cruce algún agente ruso dispuesto a perpetrar un ataque terrorista en alguna ciudad importante. México y Rusia tan cercanos… Eso no puede pasar”, estalló el embajador gringo, Ken Salazar, el día que le jaló las orejas a nuestros flamantes diputados, toda vez que un día antes, las bancadas de Morena, PT y PRI, se reunieron con el embajador ruso, Víktor Coronelli, para instalar muy animados el Grupo de Amistad México-Rusia. Defínanse.

¿Con Dios o con el diablo?

México se encuentra en una posición comprometida. Como quien dice, nomás hay de dos sopas: o estamos con los gringos o estamos con los rusos, pero no podemos estar en las dos películas. Urgen las definiciones. Y sobre todo urge una estrategia diplomática, en la que intervenga gente con talento y oficio, capaz de analizar con toda objetividad qué es lo que más conviene a México. Y es que, guste o no, nuestro principal socio comercial es Estados Unidos, el cual representa más de tres cuartas partes de las exportaciones del país. Guste o no, nuestra suerte está aparejada a la del vecino. Para bien y para mal siempre ha sido así.

Se supone que el canciller de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, tendría que resolver situaciones como ésta. Lo malo es que su patrón, el presidente, lo ningunea cada vez que anda de malas. Si no lo hubiese ninguneado, es muy probable que nunca hubiésemos visto aquella célebre carta, joya de arrogancia y arrebato, que López Obrador envió a los diputados del Parlamento Europeo, donde los llamó borregos. Ebrard puede ser muchas cosas, pero no es un político imprudente, ingenuo o ignorante. Posee sensibilidad y maneras. Es más, ¡hasta habla inglés! Y eso, en tiempos de la 4T, ya es un lujo. ¿Dónde anda el Santo?

Ante las quejas del general Glen VanHerck, jefe del Comando Norte, respecto a que México está lleno de espías rusos, decidimos recordar a uno de los espías más célebres del cine mexicano: el Santo. De las películas de espionaje en las que el Santo fue el protagonista, aquella que lo posicionó como una especie de James Bond a la mexicana fue Operación 67 (René Cardona y René Cardona Jr., México 1967).

De ser un luchador que lo mismo se la rifaba con zombies, que con profanadores de tumbas o con mujeres vampiro, el enmascarado de plata se convirtió en un luchador-espía, el cual cambiaría las mallas y las capas por sacos sport y suéteres de cuello de tortuga, además de conducir un auto bien fifí. La trama de Operación 67 es puro suspenso y acción. En medio de la Guerra Fría entre gringos y rusos, una organización internacional de mafiosos ha robado unas planchas para imprimir billetes. El objetivo es inundar la economía mundial con dinero falso, en un intento por desatar una crisis financiera. Ante tal amenaza, la Interpol no tiene más remedio que echar mano de sus dos espías más picudos: el Santo y Jorge Rubio (Jorge Rivero).

Aunque Operación 67 dista mucho de contar con los valores de producción de las películas de James Bond, los Cardona le echaron ganas para no verse tan rancheros. El resultado es una cinta, que aunque dispareja, resulta bastante entretenida. No faltan secuencias eróticas ni de acción, algunas aderezadas con una dosis de humor involuntario. Como aquella en la que Jorge Rubio, a bordo de su deportivo rojo, es tiroteado desde una avioneta en pleno vuelo. Como respuesta, Rubio saca de algún lado una bazuca, y al más puro estilo de la resistencia ucraniana, derriba la avioneta de un solo chingadazo. ¡Se metieron con el espía equivocado!

Los ojos y las orejas de la CIA

Más allá de la ficción cinematográfica y de los churros de mota que presumiblemente se fumaron los guionistas de Operación 67, si en el mundo real, tanto el Santo como Rubio hubiesen sido efectivamente espías, no habrían pertenecido a la Interpol, sino a la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la agencia de inteligencia del gobierno mexicano, una especie de policía política, formada durante el sexenio del presidente Miguel Alemán y desaparecida con Miguel de la Madrid.

La misión de la DFS era el de espiar a todo aquel que representara una amenaza para el partido en el poder, que en aquellos años era el PRI. Eso además de compartir información clasificada con los servicios de inteligencia acreditados en las embajadas extranjeras en México, principalmente la embajada de Estados Unidos. Dicho sin ambages: la DFS fue durante décadas los ojos, las orejas y el brazo operativo de la CIA en México. Era la propia DFS la encargada de informar a los gringos acerca de lo que pensaban, decían y hacían los comunistas que se encontraban en territorio mexicano, sin importar que fuesen rusos, cubanos o chinos.

Espías vs. espías

A poco más de un mes de que Rusia invadiera Ucrania, las recientes declaraciones del general Glen VanHerck, parecieran sacadas de las mentes de los guionistas de Operación 67. Según los datos del general, en México hay más espías rusos que en cualquier otro país. No está descubriendo el hilo negro, mi general. Es bien sabido en los círculos diplomáticos que la embajada rusa en Ciudad de México ha sido siempre uno de los mayores centros de espionaje antigringo del mundo. De alguna forma la relación entre la diplomacia rusa y la diplomacia gringa, radicadas en México, se había mantenido más o menos en buenos términos, pero hoy la situación es distinta. Hoy hay una guerra europea de por medio. Una guerra en la que los gringos han decidido asfixiar la economía rusa como forma de apoyo a Ucrania.

Si hay algo que temen el presidente Biden y su gobierno, es que por la frontera de más de tres mil kilómetros que Estados Unidos comparte con México, cruce algún agente ruso dispuesto a perpetrar un ataque terrorista en alguna ciudad importante. México y Rusia tan cercanos… Eso no puede pasar”, estalló el embajador gringo, Ken Salazar, el día que le jaló las orejas a nuestros flamantes diputados, toda vez que un día antes, las bancadas de Morena, PT y PRI, se reunieron con el embajador ruso, Víktor Coronelli, para instalar muy animados el Grupo de Amistad México-Rusia. Defínanse.

¿Con Dios o con el diablo?

México se encuentra en una posición comprometida. Como quien dice, nomás hay de dos sopas: o estamos con los gringos o estamos con los rusos, pero no podemos estar en las dos películas. Urgen las definiciones. Y sobre todo urge una estrategia diplomática, en la que intervenga gente con talento y oficio, capaz de analizar con toda objetividad qué es lo que más conviene a México. Y es que, guste o no, nuestro principal socio comercial es Estados Unidos, el cual representa más de tres cuartas partes de las exportaciones del país. Guste o no, nuestra suerte está aparejada a la del vecino. Para bien y para mal siempre ha sido así.

Se supone que el canciller de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, tendría que resolver situaciones como ésta. Lo malo es que su patrón, el presidente, lo ningunea cada vez que anda de malas. Si no lo hubiese ninguneado, es muy probable que nunca hubiésemos visto aquella célebre carta, joya de arrogancia y arrebato, que López Obrador envió a los diputados del Parlamento Europeo, donde los llamó borregos. Ebrard puede ser muchas cosas, pero no es un político imprudente, ingenuo o ignorante. Posee sensibilidad y maneras. Es más, ¡hasta habla inglés! Y eso, en tiempos de la 4T, ya es un lujo. ¿Dónde anda el Santo?