/ viernes 29 de abril de 2022

El país de las desaparecidas visto por dos cineastas extranjeras

En medio de un país bronco, donde once mujeres son asesinadas todos los días, dos directoras de cine, una salvadoreña y la otra rumana, cada una con su propia visión y temperamento, nos sacude con un retrato desgarrador de lo que significa ser secuestrada y asesinada en México. Las cintas Noche de Fuego y La Civil dan cuenta de ello. Ambas fueron ovacionadas en Cannes.

En Noche de Fuego, dirigida por la salvadoreña Tatiana Huezo, el realismo estruja por su crudeza. Huezo retrata un pueblo de la sierra de Guerrero, donde el narco tiene sometidos a los pobladores, que en su mayoría se dedican al cultivo de la amapola. Sus mujeres se han convertido en carne de cañón; las secuestran y nadie las vuelve a ver, hasta que aparecen muertas en el monte. El Ejército, indiferente, nomás se hace pendejo mientras ve pasar la desgracia. La historia es contada a partir de la visión de una niña que se abre paso a la adolescencia.

Mientras que el estilo narrativo de Huezo se basa en el realismo y la contemplación, propios del cine documental, el estilo de Teodora Mihai, directora de La Civil, apuesta por un cine de corte más comercial. La directora de origen rumano, no duda en mostrarnos desde un principio qué es lo que busca Cielo, el personaje principal, y los obstáculos a los que habrá de enfrentarse. Todo ello en la tradición del cine de suspenso.

El espectador queda enganchado de inmediato, sin más remedio que seguir a Cielo hasta el final de su aventura, en la que hará todo lo que esté en sus manos para encontrar a su única hija, la cual ha sido secuestrada por unos mañosos. Y si a eso añadimos la tremenda interpretación de Arcelia Ramírez en el papel de una madre desesperada y cegada por la sed de venganza, la cinta promete.

Ojo por ojo

El personaje de Cielo es el equivalente del personaje de Bryan Mills (Liam Neeson) en Búsqueda Implacable. Es decir, alguien dispuesto a hacer justicia por su propia mano sin importar las consecuencias. Al lado de Cielo está Gustavo su esposo, la personificación de la cobardía y el conformismo, alguien que más que ayudar a su mujer, es un mero espectador.

A diferencia de Noche de Fuego, en donde se muestra al Ejército Mexicano como indiferente y lejano al pueblo, en La Civil, el retrato que se hace del mismo ejército es el de gente dispuesta a hacer algo. Al menos ayudar a las víctimas a que consumen su venganza contra los victimarios. Para muestra la escena en la que luego de levantar a un viejo, que fue quien le puso el dedo a la hija de Cielo para que fuera secuestrada, el teniente Lamarque mata al tipo de un disparo ante la mirada impávida de Cielo. La violencia debe ser combatida con más violencia, pareciera ser el mensaje. Muy distinto a la retórica oficial de abrazos y no balazos.

Tras ver al teniente Lamarque ajusticiarse al viejillo a sangre fría es inevitable preguntarse qué hubiera pasado si fuera de la pantalla de cine, en el México de la vida real, en el México Bronco, la regiomontana Debanhi Escobar, al igual que todas aquellas mujeres que han sido desaparecidas, hubiesen traído consigo un arma. Probablemente hoy no estarían muertas. Se hubieran podido defender en circunstancias menos desfavorables.

De los miles de millones de pesos que se derrochan en consultas amañadas y revocaciones de mandato patito, nuestros legisladores deberían usar un porcentaje para preguntarle al pueblo (bueno y sabio, ya se sabe) qué opina acerca de si se debería permitir la portación de armas de fuego por parte de civiles. Un tema que por décadas ha sido tabú en México. Muy pocos han querido entrarle a ese debate. Todos temen salir espinados.

Nos tomaron desprevenidos

Por lo pronto lo único que podemos hacer es asumir la parte de la responsabilidad que nos toca. Porque el aumento de la violencia a las mujeres no es responsabilidad únicamente del Estado, sino también de la sociedad. Una sociedad mexicana a la que los profundos cambios que el país ha experimentado en los últimos treinta años, la tomaron desprevenida.

Nos vendieron el cuento de que con la alternancia del poder se había terminado una dictadura de setenta años, y que con ello todos nuestros males desaparecerían como por arte de magia. Ciertamente la dictadura priísta terminó. El problema es que si bien el poder cambió de manos, la mentalidad de los mexicanos siguió siendo la misma. Nadie se tomó la molestia de advertirnos que a la par que el país se transformaba política y económicamente, los ciudadanos también debíamos hacerlo como sociedad.

La entrada en vigor del TLC en 1994 marcó un antes y un después en el orden social del país. La relación entre hombres y mujeres comenzó a modificarse. Al generarse más inversiones y nuevos negocios, también aumentó la posibilidad de que más mujeres hicieran realidad una vida profesional y social fuera de su casa. Y eso en una sociedad profundamente patriarcal y religiosa, como la mexicana, nunca ha sido bien visto. De pronto las mujeres mexicanas se dieron cuenta de que podían hacerse cargo de ellas y de sus hijos sin un hombre a su lado. Tal y como lo demuestra el personaje de Cielo, cuando se arma de valor y decide investigar por sí misma el paradero de la hija secuestrada, sin la ayuda de su marido.

Los finales de Noche de Fuego y de La Civil difieren diametralmente. Mientras que en Noche de Fuego reina la desesperanza; todo está perdido, no hay más remedio que huir de la violencia de los hombres. En La Civil se plantea la posibilidad de un final feliz, en el que la hija desaparecida logra regresar viva a su casa. De una manera y de otra, ambas películas ponen el dedo en la llaga y generan el debate. Son dos caras de la misma moneda. Desnudan la realidad de un país que se devora a sí mismo.

En medio de un país bronco, donde once mujeres son asesinadas todos los días, dos directoras de cine, una salvadoreña y la otra rumana, cada una con su propia visión y temperamento, nos sacude con un retrato desgarrador de lo que significa ser secuestrada y asesinada en México. Las cintas Noche de Fuego y La Civil dan cuenta de ello. Ambas fueron ovacionadas en Cannes.

En Noche de Fuego, dirigida por la salvadoreña Tatiana Huezo, el realismo estruja por su crudeza. Huezo retrata un pueblo de la sierra de Guerrero, donde el narco tiene sometidos a los pobladores, que en su mayoría se dedican al cultivo de la amapola. Sus mujeres se han convertido en carne de cañón; las secuestran y nadie las vuelve a ver, hasta que aparecen muertas en el monte. El Ejército, indiferente, nomás se hace pendejo mientras ve pasar la desgracia. La historia es contada a partir de la visión de una niña que se abre paso a la adolescencia.

Mientras que el estilo narrativo de Huezo se basa en el realismo y la contemplación, propios del cine documental, el estilo de Teodora Mihai, directora de La Civil, apuesta por un cine de corte más comercial. La directora de origen rumano, no duda en mostrarnos desde un principio qué es lo que busca Cielo, el personaje principal, y los obstáculos a los que habrá de enfrentarse. Todo ello en la tradición del cine de suspenso.

El espectador queda enganchado de inmediato, sin más remedio que seguir a Cielo hasta el final de su aventura, en la que hará todo lo que esté en sus manos para encontrar a su única hija, la cual ha sido secuestrada por unos mañosos. Y si a eso añadimos la tremenda interpretación de Arcelia Ramírez en el papel de una madre desesperada y cegada por la sed de venganza, la cinta promete.

Ojo por ojo

El personaje de Cielo es el equivalente del personaje de Bryan Mills (Liam Neeson) en Búsqueda Implacable. Es decir, alguien dispuesto a hacer justicia por su propia mano sin importar las consecuencias. Al lado de Cielo está Gustavo su esposo, la personificación de la cobardía y el conformismo, alguien que más que ayudar a su mujer, es un mero espectador.

A diferencia de Noche de Fuego, en donde se muestra al Ejército Mexicano como indiferente y lejano al pueblo, en La Civil, el retrato que se hace del mismo ejército es el de gente dispuesta a hacer algo. Al menos ayudar a las víctimas a que consumen su venganza contra los victimarios. Para muestra la escena en la que luego de levantar a un viejo, que fue quien le puso el dedo a la hija de Cielo para que fuera secuestrada, el teniente Lamarque mata al tipo de un disparo ante la mirada impávida de Cielo. La violencia debe ser combatida con más violencia, pareciera ser el mensaje. Muy distinto a la retórica oficial de abrazos y no balazos.

Tras ver al teniente Lamarque ajusticiarse al viejillo a sangre fría es inevitable preguntarse qué hubiera pasado si fuera de la pantalla de cine, en el México de la vida real, en el México Bronco, la regiomontana Debanhi Escobar, al igual que todas aquellas mujeres que han sido desaparecidas, hubiesen traído consigo un arma. Probablemente hoy no estarían muertas. Se hubieran podido defender en circunstancias menos desfavorables.

De los miles de millones de pesos que se derrochan en consultas amañadas y revocaciones de mandato patito, nuestros legisladores deberían usar un porcentaje para preguntarle al pueblo (bueno y sabio, ya se sabe) qué opina acerca de si se debería permitir la portación de armas de fuego por parte de civiles. Un tema que por décadas ha sido tabú en México. Muy pocos han querido entrarle a ese debate. Todos temen salir espinados.

Nos tomaron desprevenidos

Por lo pronto lo único que podemos hacer es asumir la parte de la responsabilidad que nos toca. Porque el aumento de la violencia a las mujeres no es responsabilidad únicamente del Estado, sino también de la sociedad. Una sociedad mexicana a la que los profundos cambios que el país ha experimentado en los últimos treinta años, la tomaron desprevenida.

Nos vendieron el cuento de que con la alternancia del poder se había terminado una dictadura de setenta años, y que con ello todos nuestros males desaparecerían como por arte de magia. Ciertamente la dictadura priísta terminó. El problema es que si bien el poder cambió de manos, la mentalidad de los mexicanos siguió siendo la misma. Nadie se tomó la molestia de advertirnos que a la par que el país se transformaba política y económicamente, los ciudadanos también debíamos hacerlo como sociedad.

La entrada en vigor del TLC en 1994 marcó un antes y un después en el orden social del país. La relación entre hombres y mujeres comenzó a modificarse. Al generarse más inversiones y nuevos negocios, también aumentó la posibilidad de que más mujeres hicieran realidad una vida profesional y social fuera de su casa. Y eso en una sociedad profundamente patriarcal y religiosa, como la mexicana, nunca ha sido bien visto. De pronto las mujeres mexicanas se dieron cuenta de que podían hacerse cargo de ellas y de sus hijos sin un hombre a su lado. Tal y como lo demuestra el personaje de Cielo, cuando se arma de valor y decide investigar por sí misma el paradero de la hija secuestrada, sin la ayuda de su marido.

Los finales de Noche de Fuego y de La Civil difieren diametralmente. Mientras que en Noche de Fuego reina la desesperanza; todo está perdido, no hay más remedio que huir de la violencia de los hombres. En La Civil se plantea la posibilidad de un final feliz, en el que la hija desaparecida logra regresar viva a su casa. De una manera y de otra, ambas películas ponen el dedo en la llaga y generan el debate. Son dos caras de la misma moneda. Desnudan la realidad de un país que se devora a sí mismo.