/ viernes 25 de marzo de 2022

Si Quieres Morirte de Hambre, Estudia Cine…


Con frases como esa, algunos padres acaban de tajo con las aspiraciones de sus hijos por convertirse algún día en los próximos Tarantino, Almodóvar o Iñárritu. Pero más allá del sueño guajiro y del lugar común, ¿qué aptitudes debería tener un muchacho que aspira a ser cineasta? ¿Cuánto cobra un cineasta por dirigir una película mexicana? ¿En qué otras áreas de la comunicación audiovisual puede desempeñarse un cineasta? Todo depende. Aunque lo cierto es que aquel que nace para algo, difícilmente escapa a su destino.

“¿Quién diablos te va a dar dinero para hacer una película? No. Eso del cine no deja. Vas a terminar pobre, y si bien te va, dando clases en alguna escuela patito”. Eso fue lo contestó mamá (la jefa) cuando le dije que quería estudiar cine en el CCC (Centro de Capacitación Cinematográfica). “Por qué quieres estudiar eso? -continuó la jefa-, estudia para arquitecto o para médico, o… Yo qué sé. Pero eso sí te digo, si quieres vivir en esta casa tienes que estudiar alguna carrera universitaria. Cualquiera, excepto cine. Mira, si lo tuyo es el cine, ya te lo encontrarás en la vida. Mientras, aprende algo que tenga futuro”.

Con palabras tan emotivas y edificantes por parte de la jefecita, decidí que el cine podía esperar. Total, a los diecisiete años la vida aún es larga. Yo quería hacer películas, y eso nadie lo iba a evitar. Estaba seguro de que algún día me iba a salir con la mía, lo que no tenía claro era cuándo. Así que en tanto el milagro ocurría, entré a la carrera de publicidad; no era mi gran ilusión, pero al menos la materia de cine era parte del plan de estudios. Al mismo tiempo, algunos de mis cuates fueron aceptados en el CCC o el CUEC (Centro Universitario de Estudios Cinematográficos).

Se volvieron infumables. De pronto todas las palabras que salían de su boca tenían que ver con el cine. Que si la Muestra Internacional de Cine, que si el director Akira Kurosawa, que si la manga del muerto. Y como en esas escuelas (subvencionados por el estado) solo aceptan a unos cuantos aspirantes por año, mis cuates terminaron por sentirse genios. Claro que una cosa es la escuela, y otra muy distinta es el mundo real. Ese mundo real donde los más capaces no siempre son los más exitosos.

Varios concluyeron la carrera, algunos como directores, otros como fotógrafos y la mayoría como productores. De los directores, en pocos vi que existiera una verdadera pasión por hacer algo que es indispensable para la creación cinematográfica: escribir historias. Y es que el director que escribe sus propios guiones, tiene más probabilidades de realizarlos, que aquel que depende de los guiones ajenos. Y si ese director-guionista, además, se asume como productor, las oportunidades de levantar una película crecen. Yo no estudié para ser director de cine, pero tuve el tino de contar con un guion (escrito por mí) en el momento oportuno. Un guion que resultó interesante para varias personas, que podían hacer que mi historia pasara de las palabras a la imagen. A la postre fue precisamente ese guion lo que me dio la posibilidad de dirigir mi primera película. Tanto en el cine como en cualquier otro medio audiovisual, la escritura es el principio de todo.

¿Vida de artista o vida de godín?

Cabe preguntarse qué busca alguien que espera entrar a una escuela de cine a estudiar la carrera de director. Si piensa que por muy talentoso que sea, va a vivir exclusivamente de dirigir películas, se equivoca. Tal vez en Hollywood, pero no México. En México, el director de una película de corte comercial, digamos una con un presupuesto de unos cuarenta millones de pesos, podría embolsarse entre cien y quinientos mil. La paga suena razonable, lo malo es que esas películas no se filman todos los días. Tratándose de una película con un presupuesto más modesto, el director podría cobrar entre cincuenta y cien mil pesos. Y en el caso de un filme independiente, es muy probable que el director no solo no cobre por su trabajo, sino que además termine poniendo un dinerito de su bolsillo. Es dura la vida de artista.

Ahora que si nuestro director es de pretensiones moderadas, y no tiene empacho en dirigir cualquier chamba que le caiga; que puede ser desde un comercial de televisión, hasta la conferencia mañanera de López Obrador, pasando por videos de bodas y bautizos, videos corporativos y clips para redes sociales, la vida podría ser más generosa. Sobre todo en lo relativo a los comerciales de televisión. Ahí sí que hay dinero. A diferencia del cine mexicano, cuya industria sobrevive de milagro, la industria de la publicidad en México es pujante y rentable. Un director de cine bien cotizado podría llevarse más de cien mil pesos por realizar un comercial de treinta segundos. Eso sí, es casi seguro que luego de varios años de filmar decenas de comerciales para toallas sanitarias, partidos políticos y mayonesas, el director entre en una profunda depresión al sentir que su vida profesional es una mierda, pues aún no ha logrado dirigir una película.

¿Ser o no ser?

Ser director de cine implica muchas cosas, una de ellas es entender que el cine es una forma de vida. Es una carrera de resistencia. A veces estás arriba, otras abajo, pero nunca dejas de tambalearte. Y entonces, si el cine es algo tan incierto, ¿por qué lo hace la gente? ¿Por qué hay personas que se pasan años de su vida buscando dirigir una película? ¿Cuál es esa necesidad de contar una historia? Hay tantas respuestas a esas preguntas, como hay directores en este mundo. En lo que la mayoría coincidirá es que antes de contar una historia con imágenes, hay que contarla con palabras.



Con frases como esa, algunos padres acaban de tajo con las aspiraciones de sus hijos por convertirse algún día en los próximos Tarantino, Almodóvar o Iñárritu. Pero más allá del sueño guajiro y del lugar común, ¿qué aptitudes debería tener un muchacho que aspira a ser cineasta? ¿Cuánto cobra un cineasta por dirigir una película mexicana? ¿En qué otras áreas de la comunicación audiovisual puede desempeñarse un cineasta? Todo depende. Aunque lo cierto es que aquel que nace para algo, difícilmente escapa a su destino.

“¿Quién diablos te va a dar dinero para hacer una película? No. Eso del cine no deja. Vas a terminar pobre, y si bien te va, dando clases en alguna escuela patito”. Eso fue lo contestó mamá (la jefa) cuando le dije que quería estudiar cine en el CCC (Centro de Capacitación Cinematográfica). “Por qué quieres estudiar eso? -continuó la jefa-, estudia para arquitecto o para médico, o… Yo qué sé. Pero eso sí te digo, si quieres vivir en esta casa tienes que estudiar alguna carrera universitaria. Cualquiera, excepto cine. Mira, si lo tuyo es el cine, ya te lo encontrarás en la vida. Mientras, aprende algo que tenga futuro”.

Con palabras tan emotivas y edificantes por parte de la jefecita, decidí que el cine podía esperar. Total, a los diecisiete años la vida aún es larga. Yo quería hacer películas, y eso nadie lo iba a evitar. Estaba seguro de que algún día me iba a salir con la mía, lo que no tenía claro era cuándo. Así que en tanto el milagro ocurría, entré a la carrera de publicidad; no era mi gran ilusión, pero al menos la materia de cine era parte del plan de estudios. Al mismo tiempo, algunos de mis cuates fueron aceptados en el CCC o el CUEC (Centro Universitario de Estudios Cinematográficos).

Se volvieron infumables. De pronto todas las palabras que salían de su boca tenían que ver con el cine. Que si la Muestra Internacional de Cine, que si el director Akira Kurosawa, que si la manga del muerto. Y como en esas escuelas (subvencionados por el estado) solo aceptan a unos cuantos aspirantes por año, mis cuates terminaron por sentirse genios. Claro que una cosa es la escuela, y otra muy distinta es el mundo real. Ese mundo real donde los más capaces no siempre son los más exitosos.

Varios concluyeron la carrera, algunos como directores, otros como fotógrafos y la mayoría como productores. De los directores, en pocos vi que existiera una verdadera pasión por hacer algo que es indispensable para la creación cinematográfica: escribir historias. Y es que el director que escribe sus propios guiones, tiene más probabilidades de realizarlos, que aquel que depende de los guiones ajenos. Y si ese director-guionista, además, se asume como productor, las oportunidades de levantar una película crecen. Yo no estudié para ser director de cine, pero tuve el tino de contar con un guion (escrito por mí) en el momento oportuno. Un guion que resultó interesante para varias personas, que podían hacer que mi historia pasara de las palabras a la imagen. A la postre fue precisamente ese guion lo que me dio la posibilidad de dirigir mi primera película. Tanto en el cine como en cualquier otro medio audiovisual, la escritura es el principio de todo.

¿Vida de artista o vida de godín?

Cabe preguntarse qué busca alguien que espera entrar a una escuela de cine a estudiar la carrera de director. Si piensa que por muy talentoso que sea, va a vivir exclusivamente de dirigir películas, se equivoca. Tal vez en Hollywood, pero no México. En México, el director de una película de corte comercial, digamos una con un presupuesto de unos cuarenta millones de pesos, podría embolsarse entre cien y quinientos mil. La paga suena razonable, lo malo es que esas películas no se filman todos los días. Tratándose de una película con un presupuesto más modesto, el director podría cobrar entre cincuenta y cien mil pesos. Y en el caso de un filme independiente, es muy probable que el director no solo no cobre por su trabajo, sino que además termine poniendo un dinerito de su bolsillo. Es dura la vida de artista.

Ahora que si nuestro director es de pretensiones moderadas, y no tiene empacho en dirigir cualquier chamba que le caiga; que puede ser desde un comercial de televisión, hasta la conferencia mañanera de López Obrador, pasando por videos de bodas y bautizos, videos corporativos y clips para redes sociales, la vida podría ser más generosa. Sobre todo en lo relativo a los comerciales de televisión. Ahí sí que hay dinero. A diferencia del cine mexicano, cuya industria sobrevive de milagro, la industria de la publicidad en México es pujante y rentable. Un director de cine bien cotizado podría llevarse más de cien mil pesos por realizar un comercial de treinta segundos. Eso sí, es casi seguro que luego de varios años de filmar decenas de comerciales para toallas sanitarias, partidos políticos y mayonesas, el director entre en una profunda depresión al sentir que su vida profesional es una mierda, pues aún no ha logrado dirigir una película.

¿Ser o no ser?

Ser director de cine implica muchas cosas, una de ellas es entender que el cine es una forma de vida. Es una carrera de resistencia. A veces estás arriba, otras abajo, pero nunca dejas de tambalearte. Y entonces, si el cine es algo tan incierto, ¿por qué lo hace la gente? ¿Por qué hay personas que se pasan años de su vida buscando dirigir una película? ¿Cuál es esa necesidad de contar una historia? Hay tantas respuestas a esas preguntas, como hay directores en este mundo. En lo que la mayoría coincidirá es que antes de contar una historia con imágenes, hay que contarla con palabras.