/ lunes 4 de mayo de 2020

La cita para un festejo suicida


Hoy se cumplirán poco más de mil horas de encierro voluntario, pero hace alrededor de 96 fue asombrosa la procesión de adultos que exhibieron más inmadurez que los pequeños e irresponsablemente se “volaron la barda” sanitaria del Covid-19 para festejarse el Día del Niño.

Los padres de familia, sacaron su lado bronco. Desafiaron las recomendaciones de las autoridades de Salud en la mayoría de las plazas de Sinaloa. No hubo poder humano que los detuviera. Se apostaron en las afueras de las panaderías y pizzerías con la intención de agasajar a sus menores.

Largas filas remataron con su peso los extremos de una prueba fehaciente que se enfocaba hacia la estabilidad de la balanza en el tratamiento del mal, y a manera de esquivar el error o la prepotencia, en muchos casos se intentó negar o justificar el momento.

Como la culpa tiene ese desprecio antiguo y eterno, nadie se la quiso echar.

Y en ese hecho que pudiera ser “suicida” cuando precisamente en plena fase 3 de la pandemia se declaró que la fuerza del confinamiento, las medidas preventivas y la actuación de los médicos y del gobierno, doblaban favorablemente la curva epidemiológica de la enfermedad del siglo, el “hilo vino a romperse por lo más delgado”.

¿Qué entrañó ese sorprendente suceso de contradecir el estado de cosas?

Algunos aseguran que fue la expresión de un vacío de autoridad doméstico, en cuyo el entorno moderno, los hijos son los que mandan a los papás. Porque no resistieron las presiones, el dolor de ver a los suyos sin regalos o por ejercer la compasión de que no se repitiera la historia de que, –de chicos-, a ellos no les dieron algo en tal fecha.

Opiniones de quienes siguieron al pie de la letra el resguardo en casa, de acuerdo a lo que circuló en las redes sociales, rondó en que más bien los paterfamilias, concurrieron a comprar comida y regalos para disfrutar de una pachanga. La celebración, la usaron como pretexto.

Como cuando en los cumpleaños infantiles, se invita a la piñata y a la merienda, pero las hieleras están llenas de cerveza y vino. Fue el llamado de la farra.

Y una versión más, que particularmente se expandió porque en los municipios como Navolato y Culiacán, que aparecen como los más afectados por el Coronavirus, el relajamiento festivo se desbordó, es que los sinaloenses, expusieron –obvio que no todos- su sentido envalentonado. Su aspecto bravo, rudo o prepotente, producto de una falsa cultura en la cualquiera amenaza, levanta o mata.

Aunque lo digan de pura boca.

Sin calcular la fuerza de la reacción de atraer la curva epidemiológica que pudiera ser más infestadora y fatal para todos. Fue como la cita de una fiesta suicida.

El de Culiacán, un alcalde invisible.

Durante toda la pandemia del virus con corona, el alcalde culiacanense Jesús Estrada Ferreiro se la pasa oculto entre sus propias sombras. Es casi el único funcionario que no sale para nada. Solo acude como personaje de sociedad a las pocas reuniones que se registran en los diferentes niveles gubernamentales. Para salir en la foto.

No le importa nada que tenga que ver con las acciones de sanidad humana. Bueno: además es neófito en la materia y no la lleva en paz con sus colaboradores especialistas en la materia.

Lo que hace que se observe acción en la capital sinaloense, es que el gobernador Quirino Ordaz Coppel, donde tiene su asiento de poder, cubre diariamente todos los flancos de la emergencia.

Hasta los huecos que deja el edil invisible.


Hoy se cumplirán poco más de mil horas de encierro voluntario, pero hace alrededor de 96 fue asombrosa la procesión de adultos que exhibieron más inmadurez que los pequeños e irresponsablemente se “volaron la barda” sanitaria del Covid-19 para festejarse el Día del Niño.

Los padres de familia, sacaron su lado bronco. Desafiaron las recomendaciones de las autoridades de Salud en la mayoría de las plazas de Sinaloa. No hubo poder humano que los detuviera. Se apostaron en las afueras de las panaderías y pizzerías con la intención de agasajar a sus menores.

Largas filas remataron con su peso los extremos de una prueba fehaciente que se enfocaba hacia la estabilidad de la balanza en el tratamiento del mal, y a manera de esquivar el error o la prepotencia, en muchos casos se intentó negar o justificar el momento.

Como la culpa tiene ese desprecio antiguo y eterno, nadie se la quiso echar.

Y en ese hecho que pudiera ser “suicida” cuando precisamente en plena fase 3 de la pandemia se declaró que la fuerza del confinamiento, las medidas preventivas y la actuación de los médicos y del gobierno, doblaban favorablemente la curva epidemiológica de la enfermedad del siglo, el “hilo vino a romperse por lo más delgado”.

¿Qué entrañó ese sorprendente suceso de contradecir el estado de cosas?

Algunos aseguran que fue la expresión de un vacío de autoridad doméstico, en cuyo el entorno moderno, los hijos son los que mandan a los papás. Porque no resistieron las presiones, el dolor de ver a los suyos sin regalos o por ejercer la compasión de que no se repitiera la historia de que, –de chicos-, a ellos no les dieron algo en tal fecha.

Opiniones de quienes siguieron al pie de la letra el resguardo en casa, de acuerdo a lo que circuló en las redes sociales, rondó en que más bien los paterfamilias, concurrieron a comprar comida y regalos para disfrutar de una pachanga. La celebración, la usaron como pretexto.

Como cuando en los cumpleaños infantiles, se invita a la piñata y a la merienda, pero las hieleras están llenas de cerveza y vino. Fue el llamado de la farra.

Y una versión más, que particularmente se expandió porque en los municipios como Navolato y Culiacán, que aparecen como los más afectados por el Coronavirus, el relajamiento festivo se desbordó, es que los sinaloenses, expusieron –obvio que no todos- su sentido envalentonado. Su aspecto bravo, rudo o prepotente, producto de una falsa cultura en la cualquiera amenaza, levanta o mata.

Aunque lo digan de pura boca.

Sin calcular la fuerza de la reacción de atraer la curva epidemiológica que pudiera ser más infestadora y fatal para todos. Fue como la cita de una fiesta suicida.

El de Culiacán, un alcalde invisible.

Durante toda la pandemia del virus con corona, el alcalde culiacanense Jesús Estrada Ferreiro se la pasa oculto entre sus propias sombras. Es casi el único funcionario que no sale para nada. Solo acude como personaje de sociedad a las pocas reuniones que se registran en los diferentes niveles gubernamentales. Para salir en la foto.

No le importa nada que tenga que ver con las acciones de sanidad humana. Bueno: además es neófito en la materia y no la lleva en paz con sus colaboradores especialistas en la materia.

Lo que hace que se observe acción en la capital sinaloense, es que el gobernador Quirino Ordaz Coppel, donde tiene su asiento de poder, cubre diariamente todos los flancos de la emergencia.

Hasta los huecos que deja el edil invisible.