/ lunes 1 de abril de 2024

Sofismas de ocasión | ¡Qué suene la banda!

Pasó la semana santa y con ella la polémica de la tambora en las playas y calles de Mazatlán. El llamado de los hoteleros a poner orden a los grupos musicales tuvo muy poco eco entre autoridades y sociedad en general. Las “tradiciones” se impusieron a los reglamentos.


La controversia sobre el ruido en las playas comenzó con un video que se hizo viral unos días antes del inicio de las vacaciones. En el vídeo se puede observar a una centena turistas, al parecer extranjeros en su mayoría, disponiéndose a disfrutar de un concierto de guitarra bajo una espectacular puesta de sol en la explanada de un hotel. El concierto del guitarrista se interrumpió de manera repentina. El camarógrafo que filmaba la escena realizó un paneo a la derecha de la toma para enfocar a un grupo de tambora que apabulló las notas del guitarrista. El concierto se tuvo que suspender y los asistentes se quedaron con las ganas de seguir disfrutando de las notas de la guitarra. Unos cuantos oyentes de la tambora decidieron poner fin a la velada de una centena de turistas.


Por su puesto que las redes sociales hicieron su parte. Rápidamente se formaron los respectivos bandos. Por un lado, nos pusimos el #TeamOrden; por otro lado, el #TeamTambora. Unos comenzaron a criticar a los turistas por gentrificar Mazatlán y otros defendieron la propiedad inmutable que tiene la música de banda sobre las playas.


Muchas voces salieron a pedir que el ruido tiene que ser regulado en las zonas turísticas. Otras voces exigían que nadie tocará la música en las playas. Eso es un falso debate. De acuerdo al Bando de Policía y Buen Gobierno del Ayuntamiento de Mazatlán, en diferentes artículos y apartados, causar molestias debido al ruido exagerado está prohibido con sus respectivas sanciones; por otro lado, en el reglamento federal de uso de playas en sus artículos 11 y 12 también regula las actividades comerciales en las playas. Evidentemente nadie respeta el Bando de Policía o las leyes federales. No importa si el ruido se origina en la vía pública o en zonas federales. Ninguna autoridad y menos la sociedad se preocupan mucho por hacer valer las leyes. Pedir que se regule el uso de la música en playas es un sinsentido. Ya está regulado y nadie obedece.


La idiosincrasia de muchos sinaloenses tiene que ver con la imposición; no con el respeto al bienestar de los demás. El argumento de los defensores de los escándalos en la playa parte que todo aquél que no quiera perturbarse mejor que no se pare por ahí. El ruido es el dueño de la playa y solo sus aliados la pueden disfrutar. Para ese tipo de sinaloenses, es impensable ceder antes los derechos ajenos. Otro argumento que utilizan es que se trata de espacios públicos. También están equivocados. Los espacios públicos están sujetos a reglas de convivencia. No se puede andar encuerado por donde le venga en gana uno; no se puede utilizar de baño parques o playas; ya está prohibido fumar en espacios públicos (playas incluidas). En resumen: espacio público no es sinónimo de zonas de exclusión de la ley.


Las playas de Mazatlán se están convirtiendo en junglas. Pobre de aquél que quiera imponer algo de orden. El más escandaloso, fuerte y ruidoso se corona rey de las vacaciones. Todo aquél que quiera relajarse y disfrutar las playas con algo de tranquilidad debe largarse a otros destinos. Para un grupo de mazatlecos, los hoteleros y sus huéspedes deberían desparecer. Solo explotan al pueblo y son enemigos de las tradiciones.


Da lo mismo si es tambora, la Obertura de 1812 de Chaikovski, el último éxito de Dady Yanqui, Tatiana con música infantil o Carmina Burana y los cantos gregorianos. Los gustos musicales poco o nada tienen que ver con la generación del ruido.


Está mal querer imponer a otros lo que nos hace relajarnos y disfrutar los momentos de esparcimiento. Es prepotente exigir que se vayan los que quieren estar en tranquilidad. Ambos bandos pueden convivir en armonía. Es cuestión de orden, pero el orden es una palabra ofensiva para muchos que viven en una sociedad acostumbrada a someter a otros por encima de cualquier regla social o norma legal. Mazatlán puede seguir feliz con el ruido playero. Después no se quejen que son ignorados por el mundo a la hora de posicionar los destinos turísticos más recomendados en el mundo.


¿Usted qué opina, amable lector? ¿Amante del ruido o del orden?

Pasó la semana santa y con ella la polémica de la tambora en las playas y calles de Mazatlán. El llamado de los hoteleros a poner orden a los grupos musicales tuvo muy poco eco entre autoridades y sociedad en general. Las “tradiciones” se impusieron a los reglamentos.


La controversia sobre el ruido en las playas comenzó con un video que se hizo viral unos días antes del inicio de las vacaciones. En el vídeo se puede observar a una centena turistas, al parecer extranjeros en su mayoría, disponiéndose a disfrutar de un concierto de guitarra bajo una espectacular puesta de sol en la explanada de un hotel. El concierto del guitarrista se interrumpió de manera repentina. El camarógrafo que filmaba la escena realizó un paneo a la derecha de la toma para enfocar a un grupo de tambora que apabulló las notas del guitarrista. El concierto se tuvo que suspender y los asistentes se quedaron con las ganas de seguir disfrutando de las notas de la guitarra. Unos cuantos oyentes de la tambora decidieron poner fin a la velada de una centena de turistas.


Por su puesto que las redes sociales hicieron su parte. Rápidamente se formaron los respectivos bandos. Por un lado, nos pusimos el #TeamOrden; por otro lado, el #TeamTambora. Unos comenzaron a criticar a los turistas por gentrificar Mazatlán y otros defendieron la propiedad inmutable que tiene la música de banda sobre las playas.


Muchas voces salieron a pedir que el ruido tiene que ser regulado en las zonas turísticas. Otras voces exigían que nadie tocará la música en las playas. Eso es un falso debate. De acuerdo al Bando de Policía y Buen Gobierno del Ayuntamiento de Mazatlán, en diferentes artículos y apartados, causar molestias debido al ruido exagerado está prohibido con sus respectivas sanciones; por otro lado, en el reglamento federal de uso de playas en sus artículos 11 y 12 también regula las actividades comerciales en las playas. Evidentemente nadie respeta el Bando de Policía o las leyes federales. No importa si el ruido se origina en la vía pública o en zonas federales. Ninguna autoridad y menos la sociedad se preocupan mucho por hacer valer las leyes. Pedir que se regule el uso de la música en playas es un sinsentido. Ya está regulado y nadie obedece.


La idiosincrasia de muchos sinaloenses tiene que ver con la imposición; no con el respeto al bienestar de los demás. El argumento de los defensores de los escándalos en la playa parte que todo aquél que no quiera perturbarse mejor que no se pare por ahí. El ruido es el dueño de la playa y solo sus aliados la pueden disfrutar. Para ese tipo de sinaloenses, es impensable ceder antes los derechos ajenos. Otro argumento que utilizan es que se trata de espacios públicos. También están equivocados. Los espacios públicos están sujetos a reglas de convivencia. No se puede andar encuerado por donde le venga en gana uno; no se puede utilizar de baño parques o playas; ya está prohibido fumar en espacios públicos (playas incluidas). En resumen: espacio público no es sinónimo de zonas de exclusión de la ley.


Las playas de Mazatlán se están convirtiendo en junglas. Pobre de aquél que quiera imponer algo de orden. El más escandaloso, fuerte y ruidoso se corona rey de las vacaciones. Todo aquél que quiera relajarse y disfrutar las playas con algo de tranquilidad debe largarse a otros destinos. Para un grupo de mazatlecos, los hoteleros y sus huéspedes deberían desparecer. Solo explotan al pueblo y son enemigos de las tradiciones.


Da lo mismo si es tambora, la Obertura de 1812 de Chaikovski, el último éxito de Dady Yanqui, Tatiana con música infantil o Carmina Burana y los cantos gregorianos. Los gustos musicales poco o nada tienen que ver con la generación del ruido.


Está mal querer imponer a otros lo que nos hace relajarnos y disfrutar los momentos de esparcimiento. Es prepotente exigir que se vayan los que quieren estar en tranquilidad. Ambos bandos pueden convivir en armonía. Es cuestión de orden, pero el orden es una palabra ofensiva para muchos que viven en una sociedad acostumbrada a someter a otros por encima de cualquier regla social o norma legal. Mazatlán puede seguir feliz con el ruido playero. Después no se quejen que son ignorados por el mundo a la hora de posicionar los destinos turísticos más recomendados en el mundo.


¿Usted qué opina, amable lector? ¿Amante del ruido o del orden?