Culiacán, Sin. - Eran las últimas horas de la guardia, ya era de noche. Eduardo esperaba con ansias la salida. Llegó un llamado al radio operador, y les avisaron de un "atropellado" en la entrada a El Limón de los Ramos, a unos 15 kilómetros al norte de Culiacán. El joven paramédico salió acompañado de un socorro en entrenamiento y el chófer.
Era 2015, Eduardo Haros tenía ya 4 años en la institución y su experiencia le daba calma y serenidad para enfrentar los servicios que se venían. Además de vigilar y guiar a las nuevas generaciones de Técnicos en Urgencias Médicas.
La guardia terminaba a las 21:00 horas y el servicio llegó una hora antes, sin cuestionar salieron rápido hacia el siniestro. Varios minutos de camino en la tranquila noche que se sentía al salir de la mancha urbana de Culiacán.
Cuando llegaron al bajo puente que está en la entrada del pueblo, Eduardo miró las sirenas policiacas metros antes de donde estaba un auto dañado. Siguió a pie y se detuvo al ver lo que parecía un cuerpo tapado por una sábana azul, el oficial le dijo que ahí no había nada que hacer, que buscara más adelante.
EL CASO
Eduardo pensó en que ahí estaba un cadáver, era la lógica, pero siguió caminando con algunas dudas. Miró entonces un auto compacto orillado en la carretera, las luces de las patrullas iluminaban el frente y las farolas de los curiosos alumbraban una bicicleta que había quedado incrustada en el motor.
Abajo estaba ya una mujer de algunos 22 años acompañada de un niño de 8 años, quizás su hijo, no hubo tiempo de saberlo entre tanto caos. La mujer, que era la chofer del auto, estaba en claro shock emocional pues no alcanzaba a comprender que había ocurrido. El menor, lloraba y sangraba de su labio.
Una herida limpia y precisa en su labio inferior, no correspondía a un golpe o impacto. Eduardo la limpió sin entender que había pasado. Los oficiales de la zona se acercaron a la mujer para detenerla y llevarla al Ministerio Público, pero Eduardo se opuso de manera gentil. Les explicó que debía ser atendida en un hospital al igual que el menor, y después podrían detenerla.
De mala gana los oficiales aceptaron, y dejaron al paramédico hacer su labor. Aquella mujer no presentaba heridas graves, sin embargo, su estado psicológico era grave, Eduardo le recomendó que llamara a algún familiar para encontrarse en el hospital y así pueda hacerse cargo del menor, y ella enfrentar la justicia. Ella aceptó y se tranquilizó.
El paramédico se acercó al auto para verificar que había pasado con la persona de la bicicleta, que al parecer era quien estaba tendida en el asfalto metros atrás.
La poca luz lo obligó a acercarse más y gracias a las luces de los autos pudo ver en el asiento trasero el torso de una persona, un corte a nivel de la cintura partió al hombre dejando la parte superior recargada dentro del auto, y sus piernas tiradas en la carretera.
VALENTÍA
Eduardo Haros no se doblegó, pero si se detuvo a reflexionar que había sucedido. Hasta la fecha sigue sin explicar cómo fue que el cuerpo quedó de esa manera, y tampoco volvió a ser algo parecido en los últimos 5 años.
Según informes el hombre de la bicicleta iba rumbo al expendio de cerveza pues entre los vidrios encontrados en el auto y ropas de la mujer, había unos de tono ámbar oscuro, como las botellas.
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Pasadas las 22:00 horas llegaron al hospital regional y ya estaba esperando un familiar de la joven. Eduardo entregó el menor a un médico que se encargaría de la suturación de la herida.
Él dice que no vio si los oficiales la detuvieron allí, Eduardo se fue a la estación con la sensación de haber vivido algo sumamente extraño; estaba bien, pero la visión de ese cuerpo partido a la mitad lo sigue hasta fecha, sin poder explicar cómo las circunstancias presentaron esa escena macabra que jamás se repitió.
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