/ domingo 24 de noviembre de 2019

Mirar el mundo, ficción y crítica

Rara vez dedicamos nuestro tiempo a mirar detenidamente la naturaleza, las cosas, las personas. Las horas y los días pasan sobre nuestra muda indiferencia. Hemos perdido, la mayoría de nosotros, la capacidad de asombro que presumiblemente tuvimos en la infancia. Los escritores, en cambio, son esa clase de individuos cuyo trabajo consiste en observar la vida con atención y asombro, lo más cerca posible, para luego contarla, mediante la invención, a los lectores. “The art of writing is a very futile business if it does not imply first of all the art of seeing the world as the potentiality of fiction”, escribió Nabokov.

El arte de la mirada es quizás aquello que comparte la literatura con otras artes como la pintura o la fotografía. El dibujo de un árbol muestra, dice John Berger citado por James Wood en su último libro The nearest thing to life (2015), no un árbol, sino un árbol siendo mirado por el artista. El dibujo es el resultado de una larga y paciente experiencia de mirar no sólo los árboles sino los árboles dibujados por otros artistas. De la misma manera, el escritor se lanza a la vida con los ojos bien abiertos para captar sus colores, olores y texturas, así como para comprender, o al menos intentarlo, la inherente complejidad humana. Sólo con esa experiencia sensible y con la lectura de otros grandes escritores que también observaron los detalles de la vida, será capaz de reinventar el mundo (en sus novelas o cuentos) para sus lectores. “El ojo es el mejor artista”, decía el gran ensayista Emerson.

¿Qué hacen los escritores cuando observan minuciosamente el mundo?, se pregunta James Wood. Acaso nada menos que rescatar la vida de las cosas de su muerte; una muerte de la que somos responsables por nuestro desinterés hacia ellas. Si hay un arte que nos acerca a la vida de las cosas y las personas, a sus pormenores, que refleja y dramatiza en forma extraordinaria las contradicciones humanas, ese es la literatura, particularmente la ficción. Las grandes novelas, los grandes cuentos son, en principio, una disección del mundo practicada por el escritor (por eso tenemos mundos kafkianos, chejovianos, rulfianos, shakesperianos, dostoievskianos, homéricos, etc.); también son sistemas de alarma para que el lector despierte y vuelva a mirar, primero a través de los personajes, habitando la historia que le cuentan, luego por sí mismo.

Si el escritor reinventa el mundo mediante la ficción para entregarlo a la imaginación de los lectores, ¿qué le queda por hacer al crítico? ¿escribir sobre el libro de ficción con un lenguaje de argumentos? El escritor escribe sobre el mundo y el crítico sobre el libro, se ha dicho con frecuencia. Sin embargo, un escritor, al escribir sobre el mundo, lo hace siempre respaldado o espoleado por otros libros que le preceden (la propia tradición literaria que ha estudiado); y el crítico, al reseñar un libro, difícilmente puede evitar referirse al mundo, a la vida, a la experiencia. Para Filippo La Porta, crítico italiano que recientemente estuvo en México, la crítica literaria es también crítica de la vida, dado que la literatura no ha dejado de ser fuente de enseñanza moral y estética para los seres humanos. Lo mismo puede decirse de la crítica practicada por Lionel Trilling y Edmund Wilson: enjuician la obra leída y, a partir de ella, nos proponen su lectura del mundo.

Para James Wood, el trabajo de la crítica que él admira y cultiva consiste, principalmente, en una apasionada re-descripción: relatar una historia sobre la historia que el crítico leyó en el libro. Es una manera de escribir a través de los libros, como quería Roland Barthes, y no sólo acerca de ellos. Este tipo de crítica literaria ha sido ejercitada mayormente por los llamados críticos escritores (Oscar Wilde, Virginia Woolf, William Hazlitt, Coleridge, Baudelaire, Benjamin, etc.) y suele utilizar el mismo lenguaje de la literatura: la metáfora y el símil, la descripción y la reconstrucción de personajes. El crítico literario tiene el privilegio de ejecutar su arte con el mismo instrumento del que se ha valido el narrador (las palabras), a diferencia del crítico musical, por ejemplo. Intenta escribir literatura (así sea secundaria) a propósito de la literatura. ¡Qué importa! La escritura del narrador, del ensayista o del poeta despierta el deseo de escritura del crítico. Si por algo será recordado un crítico, será por su estilo, por su expresión estética además de argumentada, apuntó George Steiner. Si es que ocurre el milagro. También por la perspicacia de su mirada. Más que una escuela de crítica, hay críticos individuales.

“Metaphor is the language of literature, and hence of literary criticism”, concluye James Wood en uno de sus libros más autobiográficos y disfrutables.

Mail: elacantilado@yahoo.com.mx

Rara vez dedicamos nuestro tiempo a mirar detenidamente la naturaleza, las cosas, las personas. Las horas y los días pasan sobre nuestra muda indiferencia. Hemos perdido, la mayoría de nosotros, la capacidad de asombro que presumiblemente tuvimos en la infancia. Los escritores, en cambio, son esa clase de individuos cuyo trabajo consiste en observar la vida con atención y asombro, lo más cerca posible, para luego contarla, mediante la invención, a los lectores. “The art of writing is a very futile business if it does not imply first of all the art of seeing the world as the potentiality of fiction”, escribió Nabokov.

El arte de la mirada es quizás aquello que comparte la literatura con otras artes como la pintura o la fotografía. El dibujo de un árbol muestra, dice John Berger citado por James Wood en su último libro The nearest thing to life (2015), no un árbol, sino un árbol siendo mirado por el artista. El dibujo es el resultado de una larga y paciente experiencia de mirar no sólo los árboles sino los árboles dibujados por otros artistas. De la misma manera, el escritor se lanza a la vida con los ojos bien abiertos para captar sus colores, olores y texturas, así como para comprender, o al menos intentarlo, la inherente complejidad humana. Sólo con esa experiencia sensible y con la lectura de otros grandes escritores que también observaron los detalles de la vida, será capaz de reinventar el mundo (en sus novelas o cuentos) para sus lectores. “El ojo es el mejor artista”, decía el gran ensayista Emerson.

¿Qué hacen los escritores cuando observan minuciosamente el mundo?, se pregunta James Wood. Acaso nada menos que rescatar la vida de las cosas de su muerte; una muerte de la que somos responsables por nuestro desinterés hacia ellas. Si hay un arte que nos acerca a la vida de las cosas y las personas, a sus pormenores, que refleja y dramatiza en forma extraordinaria las contradicciones humanas, ese es la literatura, particularmente la ficción. Las grandes novelas, los grandes cuentos son, en principio, una disección del mundo practicada por el escritor (por eso tenemos mundos kafkianos, chejovianos, rulfianos, shakesperianos, dostoievskianos, homéricos, etc.); también son sistemas de alarma para que el lector despierte y vuelva a mirar, primero a través de los personajes, habitando la historia que le cuentan, luego por sí mismo.

Si el escritor reinventa el mundo mediante la ficción para entregarlo a la imaginación de los lectores, ¿qué le queda por hacer al crítico? ¿escribir sobre el libro de ficción con un lenguaje de argumentos? El escritor escribe sobre el mundo y el crítico sobre el libro, se ha dicho con frecuencia. Sin embargo, un escritor, al escribir sobre el mundo, lo hace siempre respaldado o espoleado por otros libros que le preceden (la propia tradición literaria que ha estudiado); y el crítico, al reseñar un libro, difícilmente puede evitar referirse al mundo, a la vida, a la experiencia. Para Filippo La Porta, crítico italiano que recientemente estuvo en México, la crítica literaria es también crítica de la vida, dado que la literatura no ha dejado de ser fuente de enseñanza moral y estética para los seres humanos. Lo mismo puede decirse de la crítica practicada por Lionel Trilling y Edmund Wilson: enjuician la obra leída y, a partir de ella, nos proponen su lectura del mundo.

Para James Wood, el trabajo de la crítica que él admira y cultiva consiste, principalmente, en una apasionada re-descripción: relatar una historia sobre la historia que el crítico leyó en el libro. Es una manera de escribir a través de los libros, como quería Roland Barthes, y no sólo acerca de ellos. Este tipo de crítica literaria ha sido ejercitada mayormente por los llamados críticos escritores (Oscar Wilde, Virginia Woolf, William Hazlitt, Coleridge, Baudelaire, Benjamin, etc.) y suele utilizar el mismo lenguaje de la literatura: la metáfora y el símil, la descripción y la reconstrucción de personajes. El crítico literario tiene el privilegio de ejecutar su arte con el mismo instrumento del que se ha valido el narrador (las palabras), a diferencia del crítico musical, por ejemplo. Intenta escribir literatura (así sea secundaria) a propósito de la literatura. ¡Qué importa! La escritura del narrador, del ensayista o del poeta despierta el deseo de escritura del crítico. Si por algo será recordado un crítico, será por su estilo, por su expresión estética además de argumentada, apuntó George Steiner. Si es que ocurre el milagro. También por la perspicacia de su mirada. Más que una escuela de crítica, hay críticos individuales.

“Metaphor is the language of literature, and hence of literary criticism”, concluye James Wood en uno de sus libros más autobiográficos y disfrutables.

Mail: elacantilado@yahoo.com.mx

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