/ sábado 21 de marzo de 2020

Paréntesis

Angustia. Una novela de Graciliano Ramos


La ya desaparecida Páramo ediciones, fundada por el crítico y narrador mexicano Geney Beltrán Félix, interesada en formar un catálogo literario de excepcional calidad, que respondiera a la demanda de lectores ávidos por la belleza de la palabra escrita, las experiencias sensibles y la indagación profunda de la condición humana, publicó en 2008 la novela Angustia, del escritor brasileño Graciliano Ramos (Quebrângulo, 1892 - Rio de Janeiro, 1953), una de las obras más importantes de la literatura brasileña del Siglo XX, publicada por primera vez en 1936, mientras el autor estaba en la cárcel por órdenes del dictador Getúlio Vargas, sin acusación formal, acaso por su ideología comunista y su acérrima crítica al falso encanto de la burguesía y la burocracia.


Angustia es la historia de un pobre diablo del nordeste de Brasil (Luis da Silva), que se enamora de una bella mujer, superficial e inclinada a los lujos, de esas que flotan en su lamentable liviandad. Ingrata e interesada, la dama no vacila en preferir a un hombre de dinero, obeso, arrogante, simulado, con aire de perdonavidas y poeta. Este hecho, aunado a los resentimientos y frustraciones gestados en la infancia del protagonista, desencadena una rabia que se arrastra como serpiente por toda la novela.


Con un estilo más bien clásico, atento a la precisión y contundencia de las palabras y a la economía de las oraciones, Graciliano Ramos otorgó a su narrador protagonista una inusual capacidad para maldecir con elegancia y dibujar estampas urbanas, kafkianas, de la grotesca rutina de la ciudad y las oficinas. “Esta vida monótona, atada a la oficina desde las nueve al mediodía, y desde las dos a las cinco, es estúpida. Vida de molusco. Estúpida”, se queja Luis da Silva. En otra parte de la novela, el narrador se lamenta: “…estoy hecho un trapo viejo que la ciudad desgastó y ensució demasiado”.


La mirada de Luis da Silva es la del desencanto, el pesimismo, la frustración y el tedio ante una supuesta vida civilizada. Trabaja en un periódico y aspira a ser escritor, pero los fríos engranes de una lógica institucional, además de la ambición, lo llevan por otro camino: es un mercenario que vende artículos y poemas a provincianos tontos; un periodista inmoral que adula al gobierno o redacta diatribas, según se lo ordenen. “Es lo que sé hacer, alinear adjetivos, dulces o amargos, de acuerdo con el pedido”. Luis da Silva roe su hueso mientras la mediocridad del trabajo, la ciudad y su gente lo roen a él y lo convulsionan a cada momento. Hay en el narrador un misántropo y un excelente orador de insultos, culto, con experiencia y una manía por la precisión del lenguaje y la corrección gramatical. A su rival de amores, por ejemplo, lo describe con el siguiente cuidado: “Cuando caminaba por la calle, mirando hacia arriba, risueño, arrogante, con pasitos cortos, la papada le temblaba. Aquello era blando, fofo, debía tener la consistencia de un flan”.


La manera en que se nos relatan estas experiencias universales del amor y desamor, del crimen, de las aspiraciones continuamente frustradas, de una vida que se consume en el más vulgar automatismo burocrático, ese que pueblan individuos apenas hábiles para respirar y acatar lo insensato, conceden a Angustia un valor literario universal. Por el interés que Graciliano Ramos puso en la psicología de su personaje principal y narrador, es difícil no vincular esta novela con Crimen y castigo, de Dostoievski. Las pulsiones criminales y el trastorno culposo de Luis da Silva nos recuerdan las intensas fiebres y delirios de Raskolnikov.


En esta obra, influido por novelistas clásicos como José Maria Eça de Queirós, Joaquim Machado de Assis y el propio Dostoievski, Graciliano Ramos renuncia al regionalismo pintoresco del nordeste de Brasil y crea un personaje universal. Fiel a la caracterización y narración de un perturbado, tensa al máximo a su personaje, lo martiriza, lo alimenta de angustias y lo sumerge con frecuencia en el delirio y la ensoñación. Aunque sitúa su novela en la provincia, en un ámbito local, el autor sólo se aprovecha del lugar para contar y explorar, con una hondura admirable, las obsesiones y pasiones de su protagonista. Graciliano Ramos entra en su personaje únicamente para dar cuenta de una miserable realidad, la suya y aquella que podría ser la de todos nosotros. Releer esta novela, doce años después, ha sido para mí uno de los grandes placeres literarios.


elacantilado@yahoo.com.mx


OK LUIS

Angustia. Una novela de Graciliano Ramos


La ya desaparecida Páramo ediciones, fundada por el crítico y narrador mexicano Geney Beltrán Félix, interesada en formar un catálogo literario de excepcional calidad, que respondiera a la demanda de lectores ávidos por la belleza de la palabra escrita, las experiencias sensibles y la indagación profunda de la condición humana, publicó en 2008 la novela Angustia, del escritor brasileño Graciliano Ramos (Quebrângulo, 1892 - Rio de Janeiro, 1953), una de las obras más importantes de la literatura brasileña del Siglo XX, publicada por primera vez en 1936, mientras el autor estaba en la cárcel por órdenes del dictador Getúlio Vargas, sin acusación formal, acaso por su ideología comunista y su acérrima crítica al falso encanto de la burguesía y la burocracia.


Angustia es la historia de un pobre diablo del nordeste de Brasil (Luis da Silva), que se enamora de una bella mujer, superficial e inclinada a los lujos, de esas que flotan en su lamentable liviandad. Ingrata e interesada, la dama no vacila en preferir a un hombre de dinero, obeso, arrogante, simulado, con aire de perdonavidas y poeta. Este hecho, aunado a los resentimientos y frustraciones gestados en la infancia del protagonista, desencadena una rabia que se arrastra como serpiente por toda la novela.


Con un estilo más bien clásico, atento a la precisión y contundencia de las palabras y a la economía de las oraciones, Graciliano Ramos otorgó a su narrador protagonista una inusual capacidad para maldecir con elegancia y dibujar estampas urbanas, kafkianas, de la grotesca rutina de la ciudad y las oficinas. “Esta vida monótona, atada a la oficina desde las nueve al mediodía, y desde las dos a las cinco, es estúpida. Vida de molusco. Estúpida”, se queja Luis da Silva. En otra parte de la novela, el narrador se lamenta: “…estoy hecho un trapo viejo que la ciudad desgastó y ensució demasiado”.


La mirada de Luis da Silva es la del desencanto, el pesimismo, la frustración y el tedio ante una supuesta vida civilizada. Trabaja en un periódico y aspira a ser escritor, pero los fríos engranes de una lógica institucional, además de la ambición, lo llevan por otro camino: es un mercenario que vende artículos y poemas a provincianos tontos; un periodista inmoral que adula al gobierno o redacta diatribas, según se lo ordenen. “Es lo que sé hacer, alinear adjetivos, dulces o amargos, de acuerdo con el pedido”. Luis da Silva roe su hueso mientras la mediocridad del trabajo, la ciudad y su gente lo roen a él y lo convulsionan a cada momento. Hay en el narrador un misántropo y un excelente orador de insultos, culto, con experiencia y una manía por la precisión del lenguaje y la corrección gramatical. A su rival de amores, por ejemplo, lo describe con el siguiente cuidado: “Cuando caminaba por la calle, mirando hacia arriba, risueño, arrogante, con pasitos cortos, la papada le temblaba. Aquello era blando, fofo, debía tener la consistencia de un flan”.


La manera en que se nos relatan estas experiencias universales del amor y desamor, del crimen, de las aspiraciones continuamente frustradas, de una vida que se consume en el más vulgar automatismo burocrático, ese que pueblan individuos apenas hábiles para respirar y acatar lo insensato, conceden a Angustia un valor literario universal. Por el interés que Graciliano Ramos puso en la psicología de su personaje principal y narrador, es difícil no vincular esta novela con Crimen y castigo, de Dostoievski. Las pulsiones criminales y el trastorno culposo de Luis da Silva nos recuerdan las intensas fiebres y delirios de Raskolnikov.


En esta obra, influido por novelistas clásicos como José Maria Eça de Queirós, Joaquim Machado de Assis y el propio Dostoievski, Graciliano Ramos renuncia al regionalismo pintoresco del nordeste de Brasil y crea un personaje universal. Fiel a la caracterización y narración de un perturbado, tensa al máximo a su personaje, lo martiriza, lo alimenta de angustias y lo sumerge con frecuencia en el delirio y la ensoñación. Aunque sitúa su novela en la provincia, en un ámbito local, el autor sólo se aprovecha del lugar para contar y explorar, con una hondura admirable, las obsesiones y pasiones de su protagonista. Graciliano Ramos entra en su personaje únicamente para dar cuenta de una miserable realidad, la suya y aquella que podría ser la de todos nosotros. Releer esta novela, doce años después, ha sido para mí uno de los grandes placeres literarios.


elacantilado@yahoo.com.mx


OK LUIS

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