/ jueves 23 de diciembre de 2021

Falacias de alto elogio

Con la tercera ola de la pandemia, ahora más contagiosa por la variante ómicron y quizá más virulenta tocando a las puertas, sin acciones científicas y concretas del gobierno para prevenir los contagios; con el Estudio sobre la Demografía de los Negocios del INEGI 2020-2021 estimando que en 2020, de los 4.9 millones de establecimientos existentes, nacieron 619 443 en los servicios privados no financieros, comercio y manufacturas, mientras que 1 010 857 cerraron sus puertas definitivamente, además que el EDN 2021 estimó que nacieron 1.2 millones y cerraron 1.6 millones, lo que significa que tenemos el mismo nivel de establecimientos que 2014, un retroceso de 7 años. Pese a las promesas presidenciales, el desabasto de medicinas persiste en todo el país y de 2018 a la fecha se dispararon 1,220% las quejas de la gente que acude al IMSS y no encuentra el fármaco que necesita; los datos oficiales de incidencia delictiva dados a conocer por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública arrojan que, hasta el cierre de noviembre pasado, ya sumaban 31 mil 615 las personas asesinadas –hombres, mujeres y niños- en 2021. Es un promedio de casi 95 homicidios y feminicidios cometidos a diario, pese al récord en la movilización de militares en las calles y al despliegue de más de 100 mil elementos de la Guardia Nacional; la inversión pública en 2021 se ubica -48.5% por debajo de su pico del primer trimestre de 2009 y su nivel actual es similar a la de 2001; una fuga de capitales alucinante, en donde la tenencia de valores gubernamentales en manos de extranjeros ha bajado del 33% en 2017 a 18% en 2021; y en 2020, según el INEGI, la medición de la Productividad Total de los Factores, para el total de la economía mexicana registra una caída de 3.69%, en comparación con 2019.

Pese a todo esto, el presidente y sus aliados no se ocupan en proponer e instrumentar medidas para salir de esas crisis, sino en atacar en una nueva andanada al INE, por haber pospuesto (no cancelado), por falta de la asignación del presupuesto necesario (el pasado 14 de noviembre, la Cámara de Diputados aprobó el recorte de 4 mil 913 millones de pesos al presupuesto solicitado por el INE, por lo que el siguiente año la institución operará con un total de 19 mil 736 millones de pesos, con los que deberá hacer frente –habrá que ver cómo- a dos procesos electorales), la organización del ejercicio constitucional de la revocación de mandato. Un ejercicio tan inútil como costoso (3,830 millones de pesos) que el gobierno (entiéndase López Obrador) vende a los ingenuos como de ratificación de mandato (no existe esa figura en la Constitución), cuando la realidad es que ningún grupo relevante de ciudadanos –por su número- ha solicitado la conclusión anticipada, a partir de la pérdida de la confianza, en el desempeño del cargo del presidente de la república. Nadie, ni la oposición, quieren la conclusión anticipada del mandato del presidente.

López Obrador quiere la consulta de revocación (para él significa ratificación) porque esta representa una manera de hacer campaña para su movimiento y un espaldarazo a su ego y a su autoestima, porque piensa –y busca- que el resultado de ese ejercicio será la aclamación popular y el refrendo a su actual popularidad. El canciller Marcelo Ebrard lo dijo mejor que cualquiera de sus panegiristas. Dijo en tuiter: “Posponer la revocación de mandato busca evitar que en esa consulta se confirme la alta aprobación del Presidente López Obrador. Prevalece un cálculo político. El discurso desde el INE de defender la democracia se desmorona”.

Parece un sinsentido, una especie de locura, que el propio presidente y sus allegados impulsen una revocación de mandato, a menos que en el ejercicio vaya implícita una simulación, un engaño, y sea solamente el pretexto para adular al caudillo y auto elogiarse el presidente. Ya lo decía Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la locura: “Es el amor propio semejante a la adulación, pero hay una diferencia entre uno y otra, y es que el amor propio es algo así como pasarse a sí mismo la mano por el lomo, mientras que la adulación es pasársela a los demás”.

Y no sólo eso. López Obrador llama a incumplir la ley y la Constitución. Sabiendo que la ley federal de revocación de mandato obliga a instalar la misma cantidad de casillas que en elecciones federales recientes, el presidente ha dicho “que si los organismos electorales y de justicia determinan no llevar a cabo la consulta de revocación de mandato, ésta la podría organizar la ciudadanía formando comités”, a la manera de las encuestas fraudulentas que propició desde antes de llegar al poder, como en el caso del nuevo aeropuerto que se iba a construir en Texcoco y de la planta de la cervecera Constellation Brands en Baja California.

En el capítulo que se refiere a “La falacia del que se ensalza a sí mismo (o del auto-bombo)”, contenido en el libro Falacias políticas, Jeremy Bentham, filósofo liberal inglés del siglo XIX, decía que “si alguna máxima política es más segura que las demás, es que no hay grado de virtud en el gobernante que aconseje a los gobernados prescindir de buenas leyes y buenas instituciones”. Esos políticos arrogantes, nos dice Bentham, piensan que “sus meras afirmaciones han de hacer prueba, sus virtudes, garantizar el fiel cumplimiento de sus deberes; y habría de guardárseles, en toda ocasión, una confianza sin reservas. Si expones algún abuso, si propones alguna reforma, responden con un grito de sorpresa, de indignación casi, como si se pusiera en duda su integridad o se les hiriera en su honor. Y sazonan todo esto hábilmente con protestas del más exaltado patriotismo, del honor y tal vez la religión, como únicas fuentes de todas sus acciones. Tales afirmaciones han de considerarse falacias, pues tan capaz de afirmar tales cosas es el más inicuo como el más virtuoso de los hombres; y no es menor el interés en afirmarlas del hombre inicuo que el del virtuoso, pues aún si fueran por completo falsas, quedaría aquél a salvo del más mínimo riesgo de castigo por mano de la ley o de la opinión pública. Para atribuir a éstos que se ensalzan a sí mismos la más pequeña partícula de la virtud que a grandes voces dicen poseer, no hay más motivo racional que para considerar buen hombre al actor porque hace bien el papel de Otelo, o malo porque representa bien el de Yago. Tiene, al contrario, un interés más exclusivo y decidido en prevalerse de este medio que el hombre de verdadera probidad y sentimiento por el prójimo. El hombre virtuoso, siendo como es, puede esperar que se le reconozca como tal; mientras que el que se ensalza, no pudiendo confiar en esto, todo lo fía al afecto conjunto de su propia desfachatez y de la imbecilidad de sus oyentes. Estas afirmaciones de autoridad por parte de quienes, ocupando magistraturas, querrían hacernos juzgar su conducta por su posición, y no del desempeño de su posición por su conducta, deben, por tanto, incluirse entre las falacias políticas”.

En el Elogio, Erasmo hace decir a la locura que ella se burla de esos sabios que pretenden que alabarse a sí mismos es el colmo de la locura y de la fatuidad, y que ella es la verdadera “dispensadora de bienes”, llamada por los latinos “Stultitia” y por los griegos “Moria”, porque a nadie puede ocurrírsele confundirla con Minerva o con la Sabiduría, ya que “¿hay algo más natural que ver a la Locura entonando y ‘trompeteando ella misma sus alabanzas’?”. “Además –habla la Locura-, me parece que con esto doy pruebas de ser más modesta que la generalidad de los grandes y de los sabios, que, por una mala vergüenza, sobornan a un retórico cortesano o a un poeta parlanchín y lo ponen a sueldo para oírlo recitar sus alabanzas, que es lo mismo que oírles un tejido de falsedades. Sin embargo, el humilde señor, a la manera de un pavo, hace la rueda y se infla, mientras que un impúdico adulador compara con los dioses al bellaco y lo presenta como un perfecto modelo de todas las virtudes, sabiendo muy bien que es su antípoda, y adorna una corneja con plumas ajenas y ‘blanquea un etíope’ y ‘convierte una mosca en un elefante’. En fin –culmina su discurso la Locura erasmiana-, yo sigo aquel viejo proverbio que dice: ‘Con razón se alaba a sí mismo quien no encuentra a nadie que lo alabe’”.

Con la tercera ola de la pandemia, ahora más contagiosa por la variante ómicron y quizá más virulenta tocando a las puertas, sin acciones científicas y concretas del gobierno para prevenir los contagios; con el Estudio sobre la Demografía de los Negocios del INEGI 2020-2021 estimando que en 2020, de los 4.9 millones de establecimientos existentes, nacieron 619 443 en los servicios privados no financieros, comercio y manufacturas, mientras que 1 010 857 cerraron sus puertas definitivamente, además que el EDN 2021 estimó que nacieron 1.2 millones y cerraron 1.6 millones, lo que significa que tenemos el mismo nivel de establecimientos que 2014, un retroceso de 7 años. Pese a las promesas presidenciales, el desabasto de medicinas persiste en todo el país y de 2018 a la fecha se dispararon 1,220% las quejas de la gente que acude al IMSS y no encuentra el fármaco que necesita; los datos oficiales de incidencia delictiva dados a conocer por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública arrojan que, hasta el cierre de noviembre pasado, ya sumaban 31 mil 615 las personas asesinadas –hombres, mujeres y niños- en 2021. Es un promedio de casi 95 homicidios y feminicidios cometidos a diario, pese al récord en la movilización de militares en las calles y al despliegue de más de 100 mil elementos de la Guardia Nacional; la inversión pública en 2021 se ubica -48.5% por debajo de su pico del primer trimestre de 2009 y su nivel actual es similar a la de 2001; una fuga de capitales alucinante, en donde la tenencia de valores gubernamentales en manos de extranjeros ha bajado del 33% en 2017 a 18% en 2021; y en 2020, según el INEGI, la medición de la Productividad Total de los Factores, para el total de la economía mexicana registra una caída de 3.69%, en comparación con 2019.

Pese a todo esto, el presidente y sus aliados no se ocupan en proponer e instrumentar medidas para salir de esas crisis, sino en atacar en una nueva andanada al INE, por haber pospuesto (no cancelado), por falta de la asignación del presupuesto necesario (el pasado 14 de noviembre, la Cámara de Diputados aprobó el recorte de 4 mil 913 millones de pesos al presupuesto solicitado por el INE, por lo que el siguiente año la institución operará con un total de 19 mil 736 millones de pesos, con los que deberá hacer frente –habrá que ver cómo- a dos procesos electorales), la organización del ejercicio constitucional de la revocación de mandato. Un ejercicio tan inútil como costoso (3,830 millones de pesos) que el gobierno (entiéndase López Obrador) vende a los ingenuos como de ratificación de mandato (no existe esa figura en la Constitución), cuando la realidad es que ningún grupo relevante de ciudadanos –por su número- ha solicitado la conclusión anticipada, a partir de la pérdida de la confianza, en el desempeño del cargo del presidente de la república. Nadie, ni la oposición, quieren la conclusión anticipada del mandato del presidente.

López Obrador quiere la consulta de revocación (para él significa ratificación) porque esta representa una manera de hacer campaña para su movimiento y un espaldarazo a su ego y a su autoestima, porque piensa –y busca- que el resultado de ese ejercicio será la aclamación popular y el refrendo a su actual popularidad. El canciller Marcelo Ebrard lo dijo mejor que cualquiera de sus panegiristas. Dijo en tuiter: “Posponer la revocación de mandato busca evitar que en esa consulta se confirme la alta aprobación del Presidente López Obrador. Prevalece un cálculo político. El discurso desde el INE de defender la democracia se desmorona”.

Parece un sinsentido, una especie de locura, que el propio presidente y sus allegados impulsen una revocación de mandato, a menos que en el ejercicio vaya implícita una simulación, un engaño, y sea solamente el pretexto para adular al caudillo y auto elogiarse el presidente. Ya lo decía Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la locura: “Es el amor propio semejante a la adulación, pero hay una diferencia entre uno y otra, y es que el amor propio es algo así como pasarse a sí mismo la mano por el lomo, mientras que la adulación es pasársela a los demás”.

Y no sólo eso. López Obrador llama a incumplir la ley y la Constitución. Sabiendo que la ley federal de revocación de mandato obliga a instalar la misma cantidad de casillas que en elecciones federales recientes, el presidente ha dicho “que si los organismos electorales y de justicia determinan no llevar a cabo la consulta de revocación de mandato, ésta la podría organizar la ciudadanía formando comités”, a la manera de las encuestas fraudulentas que propició desde antes de llegar al poder, como en el caso del nuevo aeropuerto que se iba a construir en Texcoco y de la planta de la cervecera Constellation Brands en Baja California.

En el capítulo que se refiere a “La falacia del que se ensalza a sí mismo (o del auto-bombo)”, contenido en el libro Falacias políticas, Jeremy Bentham, filósofo liberal inglés del siglo XIX, decía que “si alguna máxima política es más segura que las demás, es que no hay grado de virtud en el gobernante que aconseje a los gobernados prescindir de buenas leyes y buenas instituciones”. Esos políticos arrogantes, nos dice Bentham, piensan que “sus meras afirmaciones han de hacer prueba, sus virtudes, garantizar el fiel cumplimiento de sus deberes; y habría de guardárseles, en toda ocasión, una confianza sin reservas. Si expones algún abuso, si propones alguna reforma, responden con un grito de sorpresa, de indignación casi, como si se pusiera en duda su integridad o se les hiriera en su honor. Y sazonan todo esto hábilmente con protestas del más exaltado patriotismo, del honor y tal vez la religión, como únicas fuentes de todas sus acciones. Tales afirmaciones han de considerarse falacias, pues tan capaz de afirmar tales cosas es el más inicuo como el más virtuoso de los hombres; y no es menor el interés en afirmarlas del hombre inicuo que el del virtuoso, pues aún si fueran por completo falsas, quedaría aquél a salvo del más mínimo riesgo de castigo por mano de la ley o de la opinión pública. Para atribuir a éstos que se ensalzan a sí mismos la más pequeña partícula de la virtud que a grandes voces dicen poseer, no hay más motivo racional que para considerar buen hombre al actor porque hace bien el papel de Otelo, o malo porque representa bien el de Yago. Tiene, al contrario, un interés más exclusivo y decidido en prevalerse de este medio que el hombre de verdadera probidad y sentimiento por el prójimo. El hombre virtuoso, siendo como es, puede esperar que se le reconozca como tal; mientras que el que se ensalza, no pudiendo confiar en esto, todo lo fía al afecto conjunto de su propia desfachatez y de la imbecilidad de sus oyentes. Estas afirmaciones de autoridad por parte de quienes, ocupando magistraturas, querrían hacernos juzgar su conducta por su posición, y no del desempeño de su posición por su conducta, deben, por tanto, incluirse entre las falacias políticas”.

En el Elogio, Erasmo hace decir a la locura que ella se burla de esos sabios que pretenden que alabarse a sí mismos es el colmo de la locura y de la fatuidad, y que ella es la verdadera “dispensadora de bienes”, llamada por los latinos “Stultitia” y por los griegos “Moria”, porque a nadie puede ocurrírsele confundirla con Minerva o con la Sabiduría, ya que “¿hay algo más natural que ver a la Locura entonando y ‘trompeteando ella misma sus alabanzas’?”. “Además –habla la Locura-, me parece que con esto doy pruebas de ser más modesta que la generalidad de los grandes y de los sabios, que, por una mala vergüenza, sobornan a un retórico cortesano o a un poeta parlanchín y lo ponen a sueldo para oírlo recitar sus alabanzas, que es lo mismo que oírles un tejido de falsedades. Sin embargo, el humilde señor, a la manera de un pavo, hace la rueda y se infla, mientras que un impúdico adulador compara con los dioses al bellaco y lo presenta como un perfecto modelo de todas las virtudes, sabiendo muy bien que es su antípoda, y adorna una corneja con plumas ajenas y ‘blanquea un etíope’ y ‘convierte una mosca en un elefante’. En fin –culmina su discurso la Locura erasmiana-, yo sigo aquel viejo proverbio que dice: ‘Con razón se alaba a sí mismo quien no encuentra a nadie que lo alabe’”.