/ jueves 5 de octubre de 2023

Ciudadano en la poli | Teatro de operaciones

La famosa caballería de la Décima entra en acción a golpes de lanzas y flechas, reforzando la debilitada ala derecha del frente, que poco a poco iba cediendo terreno y parecía desbordarse ante el empuje poderoso del ejército beduino. Pronto, los manípulos de las demás legiones se incorporan a los diferentes escenarios de ese gran frente de batalla que alcanzaba todo lo largo de una vista.

Aún con las legiones de refuerzo, el ejército beduino supera a las tropas romanas dos a uno, según cálculos al vuelo que hacen los tribunos Octavio Cepión Bárbula y Claudio Fannio. Sin embargo, a pesar de esa desventaja numérica -les dice Casio Veturio a los tribunos-, tenemos a nuestro favor que ahora podemos darles un poco de descanso y respiro a nuestras líneas y una ventaja táctica mayor: esta batalla campal no fue planeada así por los nómadas, más acostumbrados a dar golpes veloces y retirarse. Una parte de su ejército acechó y asedió a la legión de Cayo Lucio y pensaron que podían exterminarla en la primera oportunidad que tuvieron, y ya vieron que no fue así. Otras partes de su ejército parece que sólo acechaban y se escondían en estas arenas, patrullando y buscando la oportunidad de tomar por asalto pequeños bastiones romanos o patrullas legionarias. Pero no ha salido como ellos lo planeaban. Las circunstancias los obligan ahora a presentar batalla campal, sin tener oportunidad de refugiarse o abastecerse y atacar en ráfagas guerrilleras. No les gusta combatir a campo abierto, como ahora. Es cierto que nos superan en número, pero nuestras legiones sí que están acostumbradas a pelear de esta manera y tienen la disciplina, el entrenamiento, la experiencia y las tácticas y formaciones de combate que no les harán nada fácil una victoria como pueden estarlo pensando.

Ahí, en el desierto, todas las legiones presentes ya parecen una sola, y cada cohorte, cada manípulo y cada turma, se integra a las demás como si fueran órganos regenerados de un mismo cuerpo y saben lo que tienen que hacer como si obedecieran a una sola mente. Es la disciplina y el entrenamiento de las legiones romanas.

Cayo Lucio y Druso Corvo ya pueden tomarse un respiro. Pero hay legionarios que no han dejado de combatir, no han tenido descanso en más de dos horas, al no tener refuerzos de refresco antes que llegaran las demás legiones.

Los esfuerzos descomunales del centurión Sergio Bulbo Calvino, Cneo Rufo y de Quinto Cornelio por contener el flanco izquierdo del frente parecen insuficientes ante el embate de las fuerzas beduinas. A empuje de escudos y golpes de gladios los legionarios arremeten y luego vuelven a retroceder. El terreno que la legión gana, es perdido en un momento y poco a poco ven que han cedido mucho más terreno del que pensaban.

Ahora ya pueden descansar un momento los príncipes y los triarios. Otros los han relevado momentáneamente. Pero siguen ahí, en el frente, exhaustos, con una de sus rodillas en tierra, con sus cascos en el suelo, cerca de ellos y con sus lanzas y gladios clavados en la arena.

Mientras jadean, sudan, descansan y esperan su inminente reingreso al teatro de la guerra, la mirada de todos ellos es la de quienes comprenden su lugar como espectadores puestos en un sitio de privilegio y a la vez como protagonistas y primeros actores responsables de cargar el peso de la historia que se cuenta al público. Miradas que aceptan el horror que sucede a unos cuantos metros de ellos porque no tienen forma de evitarlo, porque están oliendo su aliento ahí mismo y porque ese horror ya se ha vuelto parte de ellos, como sus víctimas o como sus perpetradores.

La famosa caballería de la Décima entra en acción a golpes de lanzas y flechas, reforzando la debilitada ala derecha del frente, que poco a poco iba cediendo terreno y parecía desbordarse ante el empuje poderoso del ejército beduino. Pronto, los manípulos de las demás legiones se incorporan a los diferentes escenarios de ese gran frente de batalla que alcanzaba todo lo largo de una vista.

Aún con las legiones de refuerzo, el ejército beduino supera a las tropas romanas dos a uno, según cálculos al vuelo que hacen los tribunos Octavio Cepión Bárbula y Claudio Fannio. Sin embargo, a pesar de esa desventaja numérica -les dice Casio Veturio a los tribunos-, tenemos a nuestro favor que ahora podemos darles un poco de descanso y respiro a nuestras líneas y una ventaja táctica mayor: esta batalla campal no fue planeada así por los nómadas, más acostumbrados a dar golpes veloces y retirarse. Una parte de su ejército acechó y asedió a la legión de Cayo Lucio y pensaron que podían exterminarla en la primera oportunidad que tuvieron, y ya vieron que no fue así. Otras partes de su ejército parece que sólo acechaban y se escondían en estas arenas, patrullando y buscando la oportunidad de tomar por asalto pequeños bastiones romanos o patrullas legionarias. Pero no ha salido como ellos lo planeaban. Las circunstancias los obligan ahora a presentar batalla campal, sin tener oportunidad de refugiarse o abastecerse y atacar en ráfagas guerrilleras. No les gusta combatir a campo abierto, como ahora. Es cierto que nos superan en número, pero nuestras legiones sí que están acostumbradas a pelear de esta manera y tienen la disciplina, el entrenamiento, la experiencia y las tácticas y formaciones de combate que no les harán nada fácil una victoria como pueden estarlo pensando.

Ahí, en el desierto, todas las legiones presentes ya parecen una sola, y cada cohorte, cada manípulo y cada turma, se integra a las demás como si fueran órganos regenerados de un mismo cuerpo y saben lo que tienen que hacer como si obedecieran a una sola mente. Es la disciplina y el entrenamiento de las legiones romanas.

Cayo Lucio y Druso Corvo ya pueden tomarse un respiro. Pero hay legionarios que no han dejado de combatir, no han tenido descanso en más de dos horas, al no tener refuerzos de refresco antes que llegaran las demás legiones.

Los esfuerzos descomunales del centurión Sergio Bulbo Calvino, Cneo Rufo y de Quinto Cornelio por contener el flanco izquierdo del frente parecen insuficientes ante el embate de las fuerzas beduinas. A empuje de escudos y golpes de gladios los legionarios arremeten y luego vuelven a retroceder. El terreno que la legión gana, es perdido en un momento y poco a poco ven que han cedido mucho más terreno del que pensaban.

Ahora ya pueden descansar un momento los príncipes y los triarios. Otros los han relevado momentáneamente. Pero siguen ahí, en el frente, exhaustos, con una de sus rodillas en tierra, con sus cascos en el suelo, cerca de ellos y con sus lanzas y gladios clavados en la arena.

Mientras jadean, sudan, descansan y esperan su inminente reingreso al teatro de la guerra, la mirada de todos ellos es la de quienes comprenden su lugar como espectadores puestos en un sitio de privilegio y a la vez como protagonistas y primeros actores responsables de cargar el peso de la historia que se cuenta al público. Miradas que aceptan el horror que sucede a unos cuantos metros de ellos porque no tienen forma de evitarlo, porque están oliendo su aliento ahí mismo y porque ese horror ya se ha vuelto parte de ellos, como sus víctimas o como sus perpetradores.