Culiacán, Sin. Rondan entre los 14 y 18 años los jóvenes que, hace tres semanas, por el estruendo de balas de alto calibre les arrebató el silencio de su rancho en Bagrecitos, enclavado a mitad del valle y la sierra del norte de Culiacán, y al que describen como “tranquilo, silencioso y donde tienen su hogar.”
“Lo peor ya pasó, qué vamos hacer, sino pensar en qué sigue”, dice una de las muchachas del único telebachillerato de la comunidad. Ella tiene 18 años y desea estudiar la licenciatura en Trabajo Social.
La joven comenta que es la mayor de tres hermanos, ellos y su mamá están rentando un cuarto aquí en Culiacán, mientras que su papá sigue en el lugar que fue campo de batalla entre células del Cartel de Sinaloa, trabajando.
Esta misma situación la pasan otros más, mientras tratan de incorporase a la ciudad y pensar positivo, viven rezando porque sus padres no sean víctimas la violencia que, como las olas del mar, va y viene.
Mi papá allá sigue trabajando para tener dinero pues aquí uno rezando de a preocupación
Joven
La recién graduada de preparatoria, dice que ser parte de la urbanidad, ha sido complicado: el transporte, la comida y el dinero.
ADAPTARSE A OTRO ESTILO
Hay mucho ruido, te pierdes porque es muy grande y además, no estoy en mi casa, en mi rancho. Todo es muy diferente pero ahorita no podemos pensar en regresar, es peligroso y a aguantarse.
Estudiante
Hasta ahora se han canalizado con el Instituto Municipal de la Juventud, con ayuda de los maestros del plantel educativo, a 20 de 40 alumnos y sus familias.
Una docente, comenta que parte del alumnado decidió irse del estado y ya no supo de ellos, cambiaron sus celulares y ya no pudo tener comunicación con los jóvenes o padres de familia.
Dijo yo me pongo a pensar en qué hubiera sido peor, si ese día que los malandrines llegaron nosotros hubiéramos estado ahí en clase, cosa que, gracias a la pandemia no fue así. Sin embargo, esta situación pone en juego el progreso y educación de los muchachos. Estamos tratando de que no trunquen sus estudios ni sus sueños.
La maestra tiene tres años yendo y viniendo de Culiacán a Bagrecitos, sólo a dar clases. Dice que se siente parte ya de la comunidad y que lamenta que el aula que tenía para impartir sus materias de ciencias sociales, haya quedado inservible, tras ser tomada por los “malandrines”.
PALIATIVO
El Gobierno Municipal, acordó que canalizaría al alumnado para darle facilidad de empleo y escuela en el nivel que necesite integrarse. Los muchachos ven con ojos de esperanza y buenas intenciones esto, sin embargo, sienten que cada día el futuro de ellos es más incierto.
Menciono una joven que está por cursar el tercer año de preparatoria, siento que vivimos en un ‘quién sabe’, porque aunque pensemos en lo que queremos que sea, aunque queramos volver a la casa, a la vida que teníamos, no sabemos si se va a poder ni que tanto vamos a aguantar. Yo veo muy bien esto que nos quieren dar de atención sicológica, despensas y trabajo, pero quisiera volver. Eso es lo que más quiero.
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Para poder tener empleo o inscribirse en la escuela, los muchachos necesitan documentos que no trajeron consigo y que, difícilmente podrían recuperar, ya que existe la advertencia de que jóvenes y hombres serán asesinados en Bagrecitos.
Solo las mujeres pueden ir a las casas ¿pero a qué van?, a arriesgarse.
Maestro.
En dos ocasiones, docentes, alumnos y padres de familia, se han reunido con el órgano en pro de la juventud para tratar de hacer la estadía obligada en Culiacán menos difícil. Estudiantes y docentes unen sus esperanzas de que esto funcione, mientras que las madres de familia que se han desplazado con sus hijos, ruegan porque sus esposos sigan con bien, pero sobre todo, con volver.
LEY DE DESPLAZO
La semana pasada el Congreso del Estado aprobó una Ley para prevenir y ayudar a los desplazados, así como penalizarlo como delito con sentencia de 6 a 12 años de cárcel para los responsables.
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