/ jueves 6 de agosto de 2020

La “nueva realidad” de un bolero

José Alejandro Quiroz tiene 32 años trabajando como bolero en la plazuela Álvaro Obregón

Culiacán, Sin. José Alejandro Quiroz cuenta los días desde que la gente dejó de venir a su puestecito en la Catedral, cuenta las horas en que, sobre todo en los meses más febriles de la epidemia, veía el río de vehículos sobre la avenida Álvaro Obregón y cómo iban y venían escasas personas desvalagadas por el Centro.

En este tiempo, Quiroz ha ejercitado la paciencia para resistir. Otros de sus compañeros de plano la perdieron y se lanzaron a las calles a pedir limosna, porque cuando el hambre aprieta, la vergüenza es un accesorio que no sirve para rellenar el estómago.

Han pasado cinco meses desde que la contingencia por Covid-19 cambió de manera drástica la vida de miles de personas y para quienes ganan unos pesos al día, como los boleros, su realidad es estar sentado por horas en espera de clientes mientras ven con tristeza la nueva realidad de su Culiacán.


Foto: Jesús Verdugo | El Sol de Sinaloa

LA HISTORIA

En la plazuela Álvaro Obregón de Culiacán, el señor José Alejandro Quiroz, tiene 32 años dedicándose como bolero, al haber aprendido el oficio por un colega que lo invitó a ser su empleado y que después de aprender decidió independizarse para tener mayores ganancias.

Para el bolero, a principios del año el trabajo era regular, con las boleadas suficientes para mantenerse, con 12 el señor José ya tenía asegurado su alimentación, pero al hacerse más grande la pandemia, la chamba fue bajando poco a poco, con máximo tres al día.


También lee: No hubo condiciones para acercarse a López Obrador


Al inicio de la pandemia estaba trabajando, pero al no haber transeúntes y la incertidumbre de su hijo para que no fuera contagiado del coronavirus, dejó de trabajar por un mes y medio.

Foto: Jesús Verdugo | El Sol de Sinaloa


“No había gente, a de cuenta que era una ciudad fantasma, una realidad y a mÍ me daba tristeza, yo a veces que me iba porque estoy solo y aquí hay mucha delincuencia”, recordó.

Durante las semanas que no trabajó como bolero, recibió el apoyo económico por parte de su hijo, con quien acordó regresar a la plazuela Álvaro Obregón al ser el único oficio que se puede dedicar y que por sus 56 años no es fácil conseguir un nuevo trabajo.

“El morillo está con nosotros, está con mi ama y nos está echando la mano gracias a Dios, yo como le dije a él, gracias a ti, sino yo creo que no la hiciéramos, nos hubiéramos muerto de hambre en realidad, porque tres, dos boleadas no la puedes hacer”, confesó.

LA RUTINA

Con los cambios que el confinamiento ha provocado en las familias, el bolero se vio obligado a recortar su horario de trabajo, al irse quedando sola la plazuela mientras pasan las horas, convirtiéndose la tarde en una incertidumbre.



A partir de las 9:00 horas, el señor José está listo para recibir a las personas que en su día buscan bolear su calzado y hasta las 16:00 horas solo se queda esperando, sin recibir a un cliente.

En un martes a las 12:00 horas, aguantando el calor y el temor de que le ocurra algo por la violencia que hay en la ciudad y de contagiarse de coronavirus, el señor José lleva apenas una boleada.

Hay veces que si me da para abajo, por ver que no hay trabajo, hay veces que me desespero, pero yo solo me doy ánimos para adelante, no hay otra

El bolero

Ahora, el bolero, se queda en la plazuela Álvaro Obregón con la esperanza de que regrese alguno de los clientes frecuentes que se ha ganado a lo largo de los años, para poder seguir trabajando y tener un sustento para él y su familia.


SIN APOYOS

Como José Alejandro, es un segmento grande de la sociedad que se quedó sin sustento y todavía padecen las consecuencias del confinamiento.




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Culiacán, Sin. José Alejandro Quiroz cuenta los días desde que la gente dejó de venir a su puestecito en la Catedral, cuenta las horas en que, sobre todo en los meses más febriles de la epidemia, veía el río de vehículos sobre la avenida Álvaro Obregón y cómo iban y venían escasas personas desvalagadas por el Centro.

En este tiempo, Quiroz ha ejercitado la paciencia para resistir. Otros de sus compañeros de plano la perdieron y se lanzaron a las calles a pedir limosna, porque cuando el hambre aprieta, la vergüenza es un accesorio que no sirve para rellenar el estómago.

Han pasado cinco meses desde que la contingencia por Covid-19 cambió de manera drástica la vida de miles de personas y para quienes ganan unos pesos al día, como los boleros, su realidad es estar sentado por horas en espera de clientes mientras ven con tristeza la nueva realidad de su Culiacán.


Foto: Jesús Verdugo | El Sol de Sinaloa

LA HISTORIA

En la plazuela Álvaro Obregón de Culiacán, el señor José Alejandro Quiroz, tiene 32 años dedicándose como bolero, al haber aprendido el oficio por un colega que lo invitó a ser su empleado y que después de aprender decidió independizarse para tener mayores ganancias.

Para el bolero, a principios del año el trabajo era regular, con las boleadas suficientes para mantenerse, con 12 el señor José ya tenía asegurado su alimentación, pero al hacerse más grande la pandemia, la chamba fue bajando poco a poco, con máximo tres al día.


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Al inicio de la pandemia estaba trabajando, pero al no haber transeúntes y la incertidumbre de su hijo para que no fuera contagiado del coronavirus, dejó de trabajar por un mes y medio.

Foto: Jesús Verdugo | El Sol de Sinaloa


“No había gente, a de cuenta que era una ciudad fantasma, una realidad y a mÍ me daba tristeza, yo a veces que me iba porque estoy solo y aquí hay mucha delincuencia”, recordó.

Durante las semanas que no trabajó como bolero, recibió el apoyo económico por parte de su hijo, con quien acordó regresar a la plazuela Álvaro Obregón al ser el único oficio que se puede dedicar y que por sus 56 años no es fácil conseguir un nuevo trabajo.

“El morillo está con nosotros, está con mi ama y nos está echando la mano gracias a Dios, yo como le dije a él, gracias a ti, sino yo creo que no la hiciéramos, nos hubiéramos muerto de hambre en realidad, porque tres, dos boleadas no la puedes hacer”, confesó.

LA RUTINA

Con los cambios que el confinamiento ha provocado en las familias, el bolero se vio obligado a recortar su horario de trabajo, al irse quedando sola la plazuela mientras pasan las horas, convirtiéndose la tarde en una incertidumbre.



A partir de las 9:00 horas, el señor José está listo para recibir a las personas que en su día buscan bolear su calzado y hasta las 16:00 horas solo se queda esperando, sin recibir a un cliente.

En un martes a las 12:00 horas, aguantando el calor y el temor de que le ocurra algo por la violencia que hay en la ciudad y de contagiarse de coronavirus, el señor José lleva apenas una boleada.

Hay veces que si me da para abajo, por ver que no hay trabajo, hay veces que me desespero, pero yo solo me doy ánimos para adelante, no hay otra

El bolero

Ahora, el bolero, se queda en la plazuela Álvaro Obregón con la esperanza de que regrese alguno de los clientes frecuentes que se ha ganado a lo largo de los años, para poder seguir trabajando y tener un sustento para él y su familia.


SIN APOYOS

Como José Alejandro, es un segmento grande de la sociedad que se quedó sin sustento y todavía padecen las consecuencias del confinamiento.




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