Crónicas de Ambulancia: Lo balearon en el malecón

Para Concepción Amador las peores experiencias de su carrera son cuando la negligencia adulta repercute en los niños

Jesús Verdugo │ El Sol de Sinaloa

  · sábado 22 de agosto de 2020

Foto: Jesús Verdugo │ El Sol de Sinaloa

Culiacán, Sin.- 1994 en Culiacán; una época diferente a la actual que se separa por casi 30 años de diferencias generacionales. Las tardes calurosas se pasaban en el malecón del río Tamazula, en la memoria de los que la vivieron no se siente tan caluroso, pero si igual de violento.

Los diarios ponían en portada el asesinato de Colosio, la devaluación del peso y otras tantas manchas históricas de ese año; en Sinaloa, las balas llovían y mataban gente a diario. El auge de los capos de la droga contemporáneos comenzaba a tomar forma.



Era tarde y el cielo rojizo que regala el horizonte culichi adornaba el malecón. Los vendedores se acomodaban en la banqueta listos para los peatones. Un niño de no más de 10 años preparaba con destreza unos elotes en su carreta, los clientes le sobraban y a nadie le decía que no, pura risa y bromas era ese niño.

El último cliente de esa racha esperaba su pedido cuando de la última curva del malecón apareció una lujosa camioneta a baja velocidad y con los vidrios abajo. Un rugido seco silenció toda la zona que ahora olía a pólvora y sangre.


Foto: Cortesía │ Cruz Roja

MARCADO CON SANGRE

A diez minutos de distancia estaba Concepción Amador subiéndose a la ambulancia, el reporte de balacera llegó casi igual de rápido que el estruendo y a sabiendas de los posibles heridos salieron rápido dando vuelta en la Aquiles Serdán.

Se sentía un eco sordo en el lugar y el socorrista rápidamente evaluó a los pacientes; un menor tirado en el suelo con un balazo en el centro del pecho le pedía ayuda, increíblemente estaba consciente y Concepción lo auxilió. Uno joven detrás de la carreta, también herido, conjuro un balbuceo llamando a los uniformados.

La ambulancia de Concepción Amador estaba llena; cuatro heridos de gravedad que tenían que ser llevados al hospital. En el centro de la unidad iba el más grave, el niño elotero. Una herida mortal que le dobló las piernas al socorrista, el menor sin saber bien que pasaba le rogaba que lo salvara, que lo ayudara.

-No me quiero morir, oiga. -le decía.

Junto al menor iba su tío, que lo acompañaba en la carreta y salió ileso. Con mucha rabia le gritó a Concepción.

-No lo ayudes, ayuda a mi sobrino...


Foto: Cortesía │ Cruz Roja

El socorrista entendió su rabia, el joven herido era parte del enfrentamiento. Presunto criminal que intercambió disparos con la camioneta: iban por él, pues.

El veterano paramédico rechina los dientes mientras hace memoria. Veintiséis años después se auto convence de sus valores como socorro. "No hacemos distinción" susurra.

A si diestra un niño inocente que se ganaba la vida junto a su tío. Herido de muerte, no quedaba más que consolarlo y hacer lo posible para que llegara al hospital. A su siniestra; un joven herido, con agujeros de bala en su ropa de marca, que iba serio, sin hablar ni mirar al niño.


Foto: Cortesía │ Cruz Roja

EL FINAL

Concepción logró estabilizarlos y con la presión de una justicia ambigua entregó a los heridos a los médicos de urgencias. No supo o no quiso saber si murieron. Él asegura que el niño no tenía esperanzas, los demás sí. Pero se esfuerza por pensar que en el quirófano sucedió algún milagro y ese pequeño elotero ahora es un adulto.

Con los nervios destruidos y una espina en el pecho, el paramédico toma la radio y le avisan de otra balacera, para el rumbo de la Feria Ganadera. Con la ambulancia empapada en sangre salen a prisa y Concepción no deja de pensar en lo que se va encontrar allá.

Un hecho aparentemente conectado con el anterior pero ahora más heridos. Un rastro de hombres armados estaban tirados, las armas aún no eran recogidas pero los paramédicos comenzaron a auxiliar a quienes podían.


Foto: Cortesía │ Cruz Roja

El veterano socorrista vio a un muchacho boca abajo, poca sangre y mucho polvo en su ropa. Se acercó a voltearlo para verificar si estaba con vida. Al rodarlo se encontró con una cara inerte pero aún peor, el muchacho tenía entre sus manos una Granada activa ya sin espoleta.

Sudor frío y calambres sacudieron a Concepción que rápidamente se retiró de ahí, avisó a todos y esperaron la llegada de los militares que lograron neutralizar el artefacto. El rigor mortis evitó que la granada estallara, pero esa jornada había terminado ya con la entereza del paramédico.

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Un día que no olvidará y mucho menos superará. Hoy a sus 52 años continúa con sus guardias en Cruz Roja, sirviendo también en capacitación de los nuevos elementos. Concepción Amador sigue buscando cada día olvidar tragedias como la de aquel día de 1994, donde la violencia e injusticia de la vida casi le doblegan su juramento.







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