/ sábado 21 de septiembre de 2019

Crónicas de Ambulancia: En el olvido

Los paramédicos tienen un estricto protocolo de actuación durante sus servicios, pero su sentido humano sobrepasa cualquier parámetro y hacen lo posible por ayudar a quien lo necesita

Culiacán, Sin. - Roberto estaba en sus primeras guardias como alumno del Técnico en Urgencias Médicas (TUM). Sus servicios eran evaluados aún por su tutora; una experimentada paramédico con más de 25 años de servicio. En su primera decena de guardias tuvo la oportunidad de estar en aquella en la que nada pasa; pocos servicios y tranquilidad toda la mañana.

Un llamado llegó; una paciente geriátrica fue reportada por vecinos como inconsciente, nada más. Roberto salió junto a su tutora para cumplir con el servicio. Durante el viaje él seguía resolviendo dudas y pensando en los escenarios que podía encontrarse en el siguiente servicio. Eran las 13:00 horas y el sol amenazante lo recibió al bajar de la unidad en el domicilio del reporte: una anciana estaba tendida en el suelo boca abajo junto a una base de cama, sus ropas sucias indicaban que no estaba aseada desde hace días y varios vecinos veían desde la distancia el triste escenario.

A la decena de metros que estaba la mujer de la mirada de Roberto se percibía con pocas esperanzas y al llamar a alguien dentro sin respuesta, no podían entrar a la propiedad. La anciana parecía vivir en condiciones precarias en el patio de la casa, una base de cama sin colchón, unas sábanas raídas y botellas de agua de coloración amarillosa armaban un claro cuadro de abandono y olvido. Roberto intentó llamar una vez más para poder entrar a verificar el estado de salud de la mujer y ella soltó un gemido agudo que el paramédico tomó por respuesta afirmativa.

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Entraron rápidamente al patio y Roberto comenzó con la auscultación de la paciente; un golpe en la cabeza producto quizás de una caída de la cama, pero ya de hace varios días pues la sangre estaba seca ya, deshidratación leve y grave estado higiénico. Nada que amerite traslado, pero Roberto sabía que si la dejaba allí no tardaría en caer en un estado peligroso de salud; estaba en el limbo del olvido y la enfermedad.

Hablando con los vecinos supo que era la tercera vez en el año que paramédicos de Cruz Roja venían a atenderla sin llevarla a ningún hospital por la misma razón que Roberto percibió. Su hijo con su esposa vivían en la casa y la habían apartado al patio desde hace tiempo, dormía sin ninguna protección y durante el día el sol le cocinaba la piel. Rara vez la bañaban y se alimentaba de lo que los vecinos le regalaban pues su hijo no pasaba mucho tiempo por ahí. La anciana se alertó al ver la Cruz Roja de sus uniformes y empezó a rogar que la sacaran de ahí, que ya no quería vivir con su hijo. El dolor de ver una madre abandonada le hace un agujero en el estómago a cualquiera. Roberto sintió que se le partían las entrañas así que actuó rápido.

Decidió subirla a la unidad y su tutora comprendió que era lo correcto así que procedieron a llevarla al hospital más cercano. Preguntó a los vecinos quien podría ir en compañía de la mujer y en cuestión de segundos todos los curiosos desaparecieron.

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En el trayecto la mujer recuperó el aliento gracias a la rápido hidratación que le brindaron y le platicó con amarga tristeza que su hijo la tenía olvidada como un animal, que no la dejaban entrar a la casa y que hacía mucho tiempo que no tomaba un baño. Roberto asentía en silencio aguantando la rabia; él solo es un paramédico. Ya en el hospital, los médicos se negaban a recibirla por su estado; no era una urgencia. Roberto gestionó que se le diera un baño, alimentos e hidratación, pero nada más, no podía hacer más que eso.

Dejó a la mujer de 68 años en manos de los médicos y el personal de servicio social y sin más que hacer salió de regreso a la estación, a seguir con el ritmo normal de servicios. Su mente se debatía en la posibilidad de que dejaran a la anciana a su suerte y fuera peor aún para ella. La tutora de Roberto seguía evaluando su actuar y platicaban de la decisión que había tomado de trasladarla, que aunque no era lo indicado por los protocolos, ambos sabían que a veces se tienen que estirar las reglas para cumplir con su propósito: salvar personas.

Pasaron las semanas y su entrenamiento seguía, pero en su mente a veces rondaba la imagen de esa madre olvidada y su fragilidad ante el desprecio de su hijo. Una tarde decidió hacer algo; tomó una colchoneta que habían donado, hizo colecta de ropa de mujer cómoda con sus tías y parientes y salió rumbo al domicilio de la anciana. Con la sensación de no saber si estaría ahí se acercó y la vio: en la misma base de cama sin colchón con la misma ropa sucia y raída. Llamó a la puerta y el hijo salió.

"Iba pasando y vi que la señora está incómoda y pues traigo esta colchoneta y una ropa limpia" mintió, para no revelar que era el paramédico.

El hijo se quedó sin palabras y con cierta vergüenza aceptó y se disculpó diciendo que estaban a punto de bañarla y meterla a casa, mintió, claramente. La anciana se dejó cambiar y se levantó con dificultad para que pusieran la colchoneta, no reconoció a Roberto, ella solo recordaba una Cruz Roja que la rescató aquella vez y nada tenía que ver con el joven amable que solo iba pasando a dejar esa colchoneta.

Roberto termina de hacer memoria y voltea a ver los valores que están escritos en su peto de paramédico y dice: "humanidad es el primero y el más importante, nunca dejamos de ser humanos y haremos todo lo posible por ayudar".




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Culiacán, Sin. - Roberto estaba en sus primeras guardias como alumno del Técnico en Urgencias Médicas (TUM). Sus servicios eran evaluados aún por su tutora; una experimentada paramédico con más de 25 años de servicio. En su primera decena de guardias tuvo la oportunidad de estar en aquella en la que nada pasa; pocos servicios y tranquilidad toda la mañana.

Un llamado llegó; una paciente geriátrica fue reportada por vecinos como inconsciente, nada más. Roberto salió junto a su tutora para cumplir con el servicio. Durante el viaje él seguía resolviendo dudas y pensando en los escenarios que podía encontrarse en el siguiente servicio. Eran las 13:00 horas y el sol amenazante lo recibió al bajar de la unidad en el domicilio del reporte: una anciana estaba tendida en el suelo boca abajo junto a una base de cama, sus ropas sucias indicaban que no estaba aseada desde hace días y varios vecinos veían desde la distancia el triste escenario.

A la decena de metros que estaba la mujer de la mirada de Roberto se percibía con pocas esperanzas y al llamar a alguien dentro sin respuesta, no podían entrar a la propiedad. La anciana parecía vivir en condiciones precarias en el patio de la casa, una base de cama sin colchón, unas sábanas raídas y botellas de agua de coloración amarillosa armaban un claro cuadro de abandono y olvido. Roberto intentó llamar una vez más para poder entrar a verificar el estado de salud de la mujer y ella soltó un gemido agudo que el paramédico tomó por respuesta afirmativa.

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Entraron rápidamente al patio y Roberto comenzó con la auscultación de la paciente; un golpe en la cabeza producto quizás de una caída de la cama, pero ya de hace varios días pues la sangre estaba seca ya, deshidratación leve y grave estado higiénico. Nada que amerite traslado, pero Roberto sabía que si la dejaba allí no tardaría en caer en un estado peligroso de salud; estaba en el limbo del olvido y la enfermedad.

Hablando con los vecinos supo que era la tercera vez en el año que paramédicos de Cruz Roja venían a atenderla sin llevarla a ningún hospital por la misma razón que Roberto percibió. Su hijo con su esposa vivían en la casa y la habían apartado al patio desde hace tiempo, dormía sin ninguna protección y durante el día el sol le cocinaba la piel. Rara vez la bañaban y se alimentaba de lo que los vecinos le regalaban pues su hijo no pasaba mucho tiempo por ahí. La anciana se alertó al ver la Cruz Roja de sus uniformes y empezó a rogar que la sacaran de ahí, que ya no quería vivir con su hijo. El dolor de ver una madre abandonada le hace un agujero en el estómago a cualquiera. Roberto sintió que se le partían las entrañas así que actuó rápido.

Decidió subirla a la unidad y su tutora comprendió que era lo correcto así que procedieron a llevarla al hospital más cercano. Preguntó a los vecinos quien podría ir en compañía de la mujer y en cuestión de segundos todos los curiosos desaparecieron.

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Dejó a la mujer de 68 años en manos de los médicos y el personal de servicio social y sin más que hacer salió de regreso a la estación, a seguir con el ritmo normal de servicios. Su mente se debatía en la posibilidad de que dejaran a la anciana a su suerte y fuera peor aún para ella. La tutora de Roberto seguía evaluando su actuar y platicaban de la decisión que había tomado de trasladarla, que aunque no era lo indicado por los protocolos, ambos sabían que a veces se tienen que estirar las reglas para cumplir con su propósito: salvar personas.

Pasaron las semanas y su entrenamiento seguía, pero en su mente a veces rondaba la imagen de esa madre olvidada y su fragilidad ante el desprecio de su hijo. Una tarde decidió hacer algo; tomó una colchoneta que habían donado, hizo colecta de ropa de mujer cómoda con sus tías y parientes y salió rumbo al domicilio de la anciana. Con la sensación de no saber si estaría ahí se acercó y la vio: en la misma base de cama sin colchón con la misma ropa sucia y raída. Llamó a la puerta y el hijo salió.

"Iba pasando y vi que la señora está incómoda y pues traigo esta colchoneta y una ropa limpia" mintió, para no revelar que era el paramédico.

El hijo se quedó sin palabras y con cierta vergüenza aceptó y se disculpó diciendo que estaban a punto de bañarla y meterla a casa, mintió, claramente. La anciana se dejó cambiar y se levantó con dificultad para que pusieran la colchoneta, no reconoció a Roberto, ella solo recordaba una Cruz Roja que la rescató aquella vez y nada tenía que ver con el joven amable que solo iba pasando a dejar esa colchoneta.

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