A menos de un mes de las elecciones en México, llevamos más de treinta candidatos a algún puesto de elección popular asesinados por el crimen organizado. Ellos ponen y ellos quitan. En estos tiempos de transformación está canijo eso de querer jugarle al gobernante. ¿Vale la pena arriesgar la vida? ¿De qué tamaño puede ser la recompensa? ¿En qué se puede convertir un día común y corriente en la lucha por quedarse con una tajada de poder?
La gente cree que la vida de un político mexicano está llena de lujos y opulencia. Y es verdad. Pero no todo es miel sobre hojuelas, también hay sufrimiento. Como por ejemplo saber que la DEA te ha abierto una investigación por narcotráfico. O que apareciste en un video recibiendo sobres con dinero. O que de plano, la regaste en tu discurso de campaña, cuando dijiste que tú no vas a llegar al poder por mera ambición personal, como López Obrador. Pero nada se compara con el hecho de saber que has sido amenazado de muerte por la maña y que en cualquier esquina pueden ir por ti. Eso sí que cambia la perspectiva de las cosas y los planes. Ahora sabes que estás en la mira de algún malandro, que cuenta con todos los medios para desaparecerte a ti o alguien de tu familia. Más hubiera valido aceptar el cañonazo de dinero cuando te lo ofrecieron.
A sus órdenes patrón
La política es algo que se arregla en cenas y comidas. Frente a un buen corte de carne y una copa de vino es donde se discute la suerte de los gobernados y se hacen los negocios. Ahí se apalabran los moches y se decide a quién se le va a otorgar tal o cual contrato. Es ahí donde también se discuten las campañas y las estrategias. Todo va bien, hasta que un día te llega una llamada al celular. Es un número desconocido. Lo mandas al buzón. Has mandado a tantos desde que eres “el candidato”. Pero el celular suena una y otra vez, hasta que alguno de esos genios que tienes en tu equipo de campaña, te aconseja que contestes.
Del otro lado de la línea, una voz suave te saluda muy cordial y te dice que al patrón le gustaría conocerte. Y que si no tienes inconveniente, quisiera invitarte a comer. Puedes
agradecer la invitación y decir que no te interesa, pero el teléfono seguirá sonando. Y más vale que así sea, porque el día que deje de sonar, alguien se aparecerá en tu camino para llevarte a conocer al patrón, pero por las malas.
La mayoría de los candidatos no desean llegar a esas instancias. Desde el principio prefieren escuchar al patrón y ponerse a sus muy apreciables órdenes. Claro, para la mayoría de los mortales eso podría sonar como algo reprobable, indigno. Muchos renunciarían, antes que ser socios de malandros. Pero no un político mexicano, el cual sabe bien que la polaca es una carrera de resistencia. Una especie de maratón, donde a veces lo único que importa es llegar primero. Y otras, sólo basta con saber llegar. Por donde se le mire, dedicarse a la política en México es uno de los negocios más rentables. Impunidad garantizada, acceso a presupuestos millonarios y una red de contactos del más alto nivel para hacer todo tipo de negocios. ¿Qué más se necesita para triunfar en la vida?
Los demonios de la democracia
Cuando en México sólo había un partido hegemónico, el PRI, no era necesario competir contra una verdadera oposición. Bastaba con que los cacas grande del partido nombraran a un candidato para que su triunfo estuviera garantizado. Cualquier candidato de un partido opositor no era más que un montaje, una farsa. Era tan férreo el control priista, que el mismo partido se encargaba de negociar con la maña, igual que lo harían dos empresas. Fijaban derechos y obligaciones y, también castigos, para el que se quisiera saltar las trancas. El candidato en cuestión ni siquiera intervenía en dichas negociaciones. Él simplemente se encargaba de que se cumpliera lo pactado. Pero la transición democrática trajo el debilitamiento del partido en el poder y por ende el aumento en la competitividad. Con ello se generaron nuevos mecanismos de lucha electoral y se propició la violencia en sus distintas modalidades. El asesinato a sangre fría es la expresión más brutal de esa violencia. El atentado contra un candidato tiene un doble fin. Primero, es una forma de presionar e infundir temor, tanto en el partido que lo postula como en la competencia. Es asimismo una estrategia muy poderosa para persuadir a los electores de que apoyen a determinado partido, o que de plano, se abstengan de votar.
Balas de por medio
Cuando conocí a Alessandra Rojo de la Vega, candidata del PRIANPRD a la alcaldía
Cuauhtémoc, una de las más “rentables” y conflictivas de Chilangolandia, no me pareció que fuera muy distinta a otros políticos. El mismo verbo, la misma simpatía impostada, la misma condescendencia maternal con los votantes (como si estuviese hablándole a sus hijos menores de edad). A pesar de todo, me dio la impresión de que estaba convencida cuando me dijo que si ganaba la alcaldía, haría todo lo que pudiera para combatir a la delincuencia organizada. Lo que Rojo de la Vega ni siquiera imaginó era que unos pocos días después, el 11 de mayo, recibiría una lluvia de balas cuando iba a bordo de su camioneta por un barrio de la propia alcaldía Cuauhtémoc. Tal vez sólo fue un susto, una advertencia. O quizá iban por su cabeza y fallaron en el intento. “México es un país bañado en sangre, es un peligro ser candidato o candidata… la violencia se normaliza… hay más de treinta candidatos asesinados y nadie hace nada”, dijo Rojo de la Vega en conferencia de prensa luego del ataque. La candidata ya confirmó que quien todo lo puede ha de temerlo todo. Eso sí, de pronto se convirtió en una mártir, con lo cual es muy probable que gane la elección. En México los mártires siempre terminan ganando.