Dicen que para ser buen policía no hay otra más que comenzar desde abajo. Eso significa adquirir experiencia en la calle. Algunos empiezan dirigiendo el tráfico en un crucero. Otros andan de recaderos o “madrinas”. Y muy pocos, como Omar García Harfuch, ex jefe de policía de CDMX, se ahorran ese tortuoso andar y llegan al poder por obra y gracia de un buen padrino. El problema es que un policía sin experiencia en la calle es como un torero sin cornadas. Tarde o temprano se lo carga el toro.
Pocos jefes de policía pueden decir que llegaron al poder sin un padrino. Cómo olvidar al legendario Negro Durazo, el amigo de juventud de José López Portillo, quien cuando se convirtió en presidente, lo nombró, no sólo como jefe del Departamento de Policía y Tránsito (del antiguo Distrito Federal), sino que además lo hizo general de División. Por supuesto Durazo Moreno jamás pasó por el Colegio Militar. Pero la lealtad mueve montañas y voluntades. La llegada de García “Batman” Harfuch como alto mando policíaco no es muy distinta de la del general Durazo. Salvo por que Durazo sí tuvo experiencia como policía. Experiencia que adquirió cuando formó parte de la temida Dirección Federal de Seguridad, de la que alguna vez fuera director Javier García Paniagua, padre de García Harfuch.
La primera chamba de García Harfuch a nivel profesional fue como gerente de la red Inmobiliaria el Ángel. Luego, sin experiencia alguna, ingresó, de la mano de Luis Cárdenas Palomino (hoy preso), a la policía Federal como jefe de departamento de la Coordinación de Inteligencia para la Prevención del Delito. De un plumazo, Palomino le ahorró a Harfuch unos veinte años de servicio. A partir de ahí su carrera se tornó imparable, con cargos como coordinador estatal de la Policía Federal en Guerrero, entre otros, hasta que Claudia Sheinbaum lo nombró jefe de policía de CDMX. Irónicamente, ahí comenzó el debacle de su carrera policíaca. Tal vez fue esa falta de años en la calle, lo que abonó a que Harfuch no desarrollara una verdadera mística como policía de carrera. Y es que sus verdaderas ambiciones estaban en la política.
La vieja escuela
Antes de que Harfuch soñara siquiera con ser policía, ya andaba haciendo de las suyas el célebre comandante Baños, un viejo agente policíaco, el cual, en su larguísimo andar de lacra, pasó por todos los cuerpos policíacos habidos y por haber en México. Baños había robado y extorsionado, era experto torturador y se fumaba dos cajetillas de cigarros al día. Sus mejores años en la calle ya se habían ido, así que se dedicaba a hacer talacha administrativa y papeleo dentro de la Dirección de Inteligencia de la Secretaría de Protección y vialidad del Distrito Federal. Cierta vez, un muchacho que recién había sido aceptado en la corporación, fue a ver a Baños para que éste lo diera de alta como agente de nuevo ingreso. Baños se quedó mirando largamente al muchacho con su cigarro en los labios. Quién sabe qué habrá pensado, que le soltó de pronto: “Mire, le voy a dar un buen consejo: si quiere llegar a policía viejo, hágase pendejo”. Tal vez ahí está la respuesta de por qué, cuando se necesita a un policía, nunca aparece.
Pero eso de hacerse pendejo no sólo tiene qué ver con ausentarse, sino también con el hecho de cerrar los ojos ante delitos cometidos por mañosos a quienes no conviene investigar, incluidos otros policías. Quizá la experiencia de Harfuch como policía no sea extensa, pero sí que entendió y aplicó a cabalidad la filosofía del comandante Baños. Ahí queda para el anecdotario, que no para una investigación, el caso de Israel Benítez López (llamado el “jefe máximo”), subsecretario de Operación Policial de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) y mano derecha de Harfuch, cuando éste se desempeño como jefe de la policía de CDMX, quien es señalado en una investigación periodística como el propietario de un rancho de lujo en Hidalgo, de casi dos hectáreas de extensión, con pista para carreras de caballos, salón de fiestas y corrales con animales exóticos, además de un invernadero gigante y otras tantas linduras, dignas de un millonario.
Pegándole al peligro
Para que un jefe policíaco llegue a poseer un ranchito como el mencionado, necesita que “el de arriba” dé el visto bueno y lo deje trabajar. Lo que significa poner a talonearle bien y bonito a los subalternos, para que generen chamba y junten un buen billete. Y luego se mochen con generosidad. Hay muchas maneras, desde retenes y “operativos” para extorsionar automovilistas y motociclistas, hasta la venta de protección a bandas de extorsionadores de comerciantes, tal y como se vio en la balacera del pasado 2 de enero en las calles de la alcaldía Iztacalco en CDMX, la cual dejó dos muertos, siete heridos y 10 detenidos. Uno de los difuntos, que era de los que protegían a una banda de extorsionadores y narcomenudistas, resultó ser agente de la Policía de Investigación de la Fiscalía de la CDMX, y, de los detenidos, al menos uno, es policía en activo de la SSC. Se juntaron el hambre con la necesidad.
El destierro obligado de Harfuch (la maña iba por su cabeza) ha causado diversas reacciones dentro de la propia policía de CDMX. Por lo pronto, la balacera entre policías en Iztacalco, dejó en claro que existe una profunda rivalidad y una lucha por el poder entre los distintos grupos policíacos de investigación. Vaya legado. Quizá una de las lecciones más valiosas que Harfuch se llevó consigo, a donde quiera que ande, es que eso de ser policía y usar el cargo como trampolín para dar el brinco a la política, es pésima idea. Mejor hubiera sido quedarse como jefe de policía sin hacer tanto ruido, sin cámaras ni reflectores, sin tantas pretensiones de convertirse en el próximo Jefe de Gobierno de CDMX. Al menos, en el cargo, contaría con un cuerpo de guardaespaldas que lo protegerían de un posible ataque de la maña. Hoy, ni siquiera eso le queda. Bueno, le queda la esperanza de que si Sheinbaum llega a ser presidenta, le vuelva a dar chamba.