/ jueves 12 de octubre de 2023

La voz del cácaro | 12 de Octubre. Y yo de Ilegal

(Prólogo)

Según se cuenta, un doce de octubre de 1492, Cristobal Colón llegó a América proveniente de España. Llegó así, como Juan por su casa, sin pasaporte y sin visa. Nomás se metió. Y lo que es la historia, esos que una vez conquistaron y saquearon un continente, que ocupa casi diez por ciento de la superficie total del planeta, hoy son implacables con los latinoamericanos que llegan a su territorio en busca de hacer una vida. Esta es la curiosa crónica de una deportación anunciada.

1997. El aterrizaje en el aeropuerto de Barajas fue terso. Eso me hizo pensar que era mi día de suerte. Nada podía salir mal. Después de todo ya estaba de vuelta en España con mis chivas. Había hecho el viaje relámpago a México a recoger lo me faltaba para continuar con mi vida en Madrid. El Boeing 747 de Aeroméxico rodó un momento sobre la pista y se detuvo. Cuando bajamos por la escalinata, a un costado de la pista, el viento frío del otoño me dio en la cara, fue como si me la mordiera. Recordé que ese día era doce de octubre. Peor aun, recordé que antes de volver a México por mis cosas, yo había estado en España de manera ilegal por casi dos meses.

Vas pa atrás

La sala de llegadas internacionales olía rancio, a tabaco negro. Dos largas filas conducían a los controles de migración. En una fila los sudacas, los africanos, los chinos… En fin, toda la raza que no pertenecía al selecto club de Europa. En la otra fila, los dueños del dinero, los conquistadores: españoles, franceses, alemanes… Nos veían feo, como si les fuéramos a pegar algún bicho importado del tercer mundo. Saqué mi pasaporte y le eché un ojo discretamente. Nada había cambiado, en las hojas centrales aún permanecía los sellos que indicaban que yo había llegado a España en febrero, y que había salido del país en octubre. Eso podría ser un problema. Un sudor frío escurrió por mi frente. ¿Y si me negaban la entrada? Comencé a temblar. Tuve ganas de salir corriendo.

Y entonces un guardia de la Policía Nacional me hizo una seña para que me arrimara al control de migración. El tipo era flaco con la cara alargada y las cejas pobladas. Mis piernas temblaban, aun así me acerqué y le mostré mi pasaporte. Lo miró y arrugó la frente como si algo no le cuadrara. Revisó su computadora con interés.

-Usted no puede entrar a España. -me dijo de mal humor mirándome fijamente.

-¿Por qué? -pregunté yo con gran asombro.

-Porque usted estuvo en este país en calidad de turista por más de seis meses. Eso es una falta a las leyes de extranjería. ¡Siguiente!

Por un instante no pude pensar, el futuro se quebraba frente a mis ojos. Una vida me estaba esperando en Madrid. Tenía amigos, novia, trabajo, cuenta de banco… Fue cuando otros dos guardias de la Policía Nacional aparecieron y muy discretamente me dijeron acompáñanos.

Trágame tierra

En la oficina donde me metieron había gente de todos lados, desde polacos, hasta senegaleses, pasando por una pareja de colombianos, a quienes habían torcido con un kilo de cocaína. Por mal que le vaya a uno, siempre hay alguien a quien le puede ir peor. Mi interrogatorio no duró mucho, tan sólo unos cuantos minutos. La agente de la Policía Nacional, una güera con pelo teñido de negro azabache, que tenía un tic que la hacía fruncir la boca, fue al grano.

-Vamos a ver -me dijo frunciendo la boca-, usted violó las leyes de extranjería y será deportado. Usaremos su billete de vuelta, para que marche a su país en el vuelo de las siete de la tarde de Aeroméxico. Firme esto.

Y me entregó un papel donde se leía que yo aceptaba “voluntariamente” ser deportado a México. ¿Por qué estando en México no saqué otro pasaporte, me preguntaba una y otra vez. El resto de la tarde lo pasé dentro del cuarto, despatarrado en una silla, mirando a través de una ventana cómo los aviones iban y venían, mientras pensaba qué haría cuando llegara a México. Tenía que inventarme una nueva vida: sin casa, sin dinero y sin mujer.

Quince minutos antes de las siete apareció la guardia boca fruncida, venía con el guardia cejas pobladas, traía mi pasaporte y mis maletas.

-Vale… -dijo boca fruncida-, ya nos vamos. ¿Todo bien?

-¿Bien? -exclamé yo-. ¡No! ¡Todo está mal!

-El protocolo dice que debemos colocarle las esposas -dijo cejas pobladas.

-No es necesario. No pienso escapar a ningún lado… ¿Adónde? -dije escondiendo las manos.

-Vale.

Viaje redondo

Cruzamos el aeropuerto, yo iba en medio de uno y otra, me sentía como un condenado a muerte en su camino a la guillotina. La gente que se nos cruzaba me veía como si fuera un apestado. Otro sudaca sin papeles, debieron haber pensado. Echadle del país. Llegamos a la puerta del 747 de Aeroméxico. El mismo que por la mañana me había llevado a Madrid. Los pasajeros ya estaban sentados e impacientes, sólo me estaban esperando a mí. El capitán del avión apareció de pronto. Saludó a los dos guardias y se quedó mirándome, estudiando mi humanidad.

-En nombre del gobierno de España -dijo con solemnidad cejas pobladas mirando mi pasaporte- hago entrega de Gabriel Núñez, ciudadano mexicano, quien por el presente acto es expulsado de territorio español, por haber infringido las leyes de extranjería vigentes. ¿Acepta usted al mencionado como pasajero en su calidad de deportado?

-Sí. -exclamó el Capitán.

Dicho eso, cejas pobladas le entregó mi pasaporte al Capitán. Luego dio la media vuelta y desapareció junto con boca fruncida. Para ese instante todos los pasajeros de la clase premier me estaban mirando. La mayoría eran mexicanos. Unos trataban de disimular, otros me veían con pena ajena. Y entonces el capitán hizo algo que nunca olvidaré. Me sonrió y me devolvió el pasaporte.

-Relájate. Este avión es como si estuvieras en México -dijo el capitán-. De aquí nadie te puede deportar.

Me desplomé en el último asiento al final del avión y cerré los ojos. Y entonces pensé que si aquel 12 de octubre de 1492, cuando Colón desembarcó en la isla de Guanahani, hubiera habido guardias y puestos fronterizos, probablemente la historia de América habría sido menos atroz. Y yo no estaría en ese lío, quinientos años después.

(Prólogo)

Según se cuenta, un doce de octubre de 1492, Cristobal Colón llegó a América proveniente de España. Llegó así, como Juan por su casa, sin pasaporte y sin visa. Nomás se metió. Y lo que es la historia, esos que una vez conquistaron y saquearon un continente, que ocupa casi diez por ciento de la superficie total del planeta, hoy son implacables con los latinoamericanos que llegan a su territorio en busca de hacer una vida. Esta es la curiosa crónica de una deportación anunciada.

1997. El aterrizaje en el aeropuerto de Barajas fue terso. Eso me hizo pensar que era mi día de suerte. Nada podía salir mal. Después de todo ya estaba de vuelta en España con mis chivas. Había hecho el viaje relámpago a México a recoger lo me faltaba para continuar con mi vida en Madrid. El Boeing 747 de Aeroméxico rodó un momento sobre la pista y se detuvo. Cuando bajamos por la escalinata, a un costado de la pista, el viento frío del otoño me dio en la cara, fue como si me la mordiera. Recordé que ese día era doce de octubre. Peor aun, recordé que antes de volver a México por mis cosas, yo había estado en España de manera ilegal por casi dos meses.

Vas pa atrás

La sala de llegadas internacionales olía rancio, a tabaco negro. Dos largas filas conducían a los controles de migración. En una fila los sudacas, los africanos, los chinos… En fin, toda la raza que no pertenecía al selecto club de Europa. En la otra fila, los dueños del dinero, los conquistadores: españoles, franceses, alemanes… Nos veían feo, como si les fuéramos a pegar algún bicho importado del tercer mundo. Saqué mi pasaporte y le eché un ojo discretamente. Nada había cambiado, en las hojas centrales aún permanecía los sellos que indicaban que yo había llegado a España en febrero, y que había salido del país en octubre. Eso podría ser un problema. Un sudor frío escurrió por mi frente. ¿Y si me negaban la entrada? Comencé a temblar. Tuve ganas de salir corriendo.

Y entonces un guardia de la Policía Nacional me hizo una seña para que me arrimara al control de migración. El tipo era flaco con la cara alargada y las cejas pobladas. Mis piernas temblaban, aun así me acerqué y le mostré mi pasaporte. Lo miró y arrugó la frente como si algo no le cuadrara. Revisó su computadora con interés.

-Usted no puede entrar a España. -me dijo de mal humor mirándome fijamente.

-¿Por qué? -pregunté yo con gran asombro.

-Porque usted estuvo en este país en calidad de turista por más de seis meses. Eso es una falta a las leyes de extranjería. ¡Siguiente!

Por un instante no pude pensar, el futuro se quebraba frente a mis ojos. Una vida me estaba esperando en Madrid. Tenía amigos, novia, trabajo, cuenta de banco… Fue cuando otros dos guardias de la Policía Nacional aparecieron y muy discretamente me dijeron acompáñanos.

Trágame tierra

En la oficina donde me metieron había gente de todos lados, desde polacos, hasta senegaleses, pasando por una pareja de colombianos, a quienes habían torcido con un kilo de cocaína. Por mal que le vaya a uno, siempre hay alguien a quien le puede ir peor. Mi interrogatorio no duró mucho, tan sólo unos cuantos minutos. La agente de la Policía Nacional, una güera con pelo teñido de negro azabache, que tenía un tic que la hacía fruncir la boca, fue al grano.

-Vamos a ver -me dijo frunciendo la boca-, usted violó las leyes de extranjería y será deportado. Usaremos su billete de vuelta, para que marche a su país en el vuelo de las siete de la tarde de Aeroméxico. Firme esto.

Y me entregó un papel donde se leía que yo aceptaba “voluntariamente” ser deportado a México. ¿Por qué estando en México no saqué otro pasaporte, me preguntaba una y otra vez. El resto de la tarde lo pasé dentro del cuarto, despatarrado en una silla, mirando a través de una ventana cómo los aviones iban y venían, mientras pensaba qué haría cuando llegara a México. Tenía que inventarme una nueva vida: sin casa, sin dinero y sin mujer.

Quince minutos antes de las siete apareció la guardia boca fruncida, venía con el guardia cejas pobladas, traía mi pasaporte y mis maletas.

-Vale… -dijo boca fruncida-, ya nos vamos. ¿Todo bien?

-¿Bien? -exclamé yo-. ¡No! ¡Todo está mal!

-El protocolo dice que debemos colocarle las esposas -dijo cejas pobladas.

-No es necesario. No pienso escapar a ningún lado… ¿Adónde? -dije escondiendo las manos.

-Vale.

Viaje redondo

Cruzamos el aeropuerto, yo iba en medio de uno y otra, me sentía como un condenado a muerte en su camino a la guillotina. La gente que se nos cruzaba me veía como si fuera un apestado. Otro sudaca sin papeles, debieron haber pensado. Echadle del país. Llegamos a la puerta del 747 de Aeroméxico. El mismo que por la mañana me había llevado a Madrid. Los pasajeros ya estaban sentados e impacientes, sólo me estaban esperando a mí. El capitán del avión apareció de pronto. Saludó a los dos guardias y se quedó mirándome, estudiando mi humanidad.

-En nombre del gobierno de España -dijo con solemnidad cejas pobladas mirando mi pasaporte- hago entrega de Gabriel Núñez, ciudadano mexicano, quien por el presente acto es expulsado de territorio español, por haber infringido las leyes de extranjería vigentes. ¿Acepta usted al mencionado como pasajero en su calidad de deportado?

-Sí. -exclamó el Capitán.

Dicho eso, cejas pobladas le entregó mi pasaporte al Capitán. Luego dio la media vuelta y desapareció junto con boca fruncida. Para ese instante todos los pasajeros de la clase premier me estaban mirando. La mayoría eran mexicanos. Unos trataban de disimular, otros me veían con pena ajena. Y entonces el capitán hizo algo que nunca olvidaré. Me sonrió y me devolvió el pasaporte.

-Relájate. Este avión es como si estuvieras en México -dijo el capitán-. De aquí nadie te puede deportar.

Me desplomé en el último asiento al final del avión y cerré los ojos. Y entonces pensé que si aquel 12 de octubre de 1492, cuando Colón desembarcó en la isla de Guanahani, hubiera habido guardias y puestos fronterizos, probablemente la historia de América habría sido menos atroz. Y yo no estaría en ese lío, quinientos años después.