“Cuando hablo de esta maternidad insumisa, rebelde, desobediente, no se trata tanto de idealizar la maternidad como de darle ese valor político, social y económico que tiene y que le ha sido negado”
Esther Vivas
Hace tiempo que tuve la oportunidad de leer a Esther Vivas y se ha convertido, sin duda, en un referente para las charlas cotidianas de lo que significa ser madre en nuestros tiempos, y por supuesto, me ha llevado con ello a reflexionar sobre lo que ha significado para mí la maternidad. Su libro “mamá desobediente”, que sin dudar recomiendo, nos ofrece esa mirada feminista a la maternidad, y que nos mueve en esas respuestas “certeras” e “inmutables” que nos heredaron nuestras madres, abuelas y que observamos de la sociedad en general.
Soy una más, de ese 67 por ciento de mujeres que son madres en México, y que hemos aprendido en experiencia personal y compartiendo con otras que todo influye cuando de vivir la maternidad se trata: situación económica, sentimental, número de hijas o hijos, escolaridad, edad, lugar que se habita, y otros más aspectos que nos vulneran; sin embargo en un resumen provocador y doloroso, la maternidad cobra una especie de factura, no solo es mi palabra, esto consta en las estadísticas: las marcadas brechas económicas, salariales, en la distribución de tiempos e incluso en la exposición a otras violencias.
Cuando estamos en círculos de mujeres, poco importa si se perciben o se consideren feministas, en nuestro diálogo, que es más una catarsis, se encuentra esa rebeldía a la presión social que nos obliga alcanzar estándares estereotipados, coincidimos que no se puede regresar al pasado, pero frente a la exigencia del empoderamiento, de la concepción del éxito que obliga a la actividad de tiempo completo, existe una especie de nostalgia a él.
El mundo laboral exige actuar menos “femenina” que se traduce en renunciar a la ternura, a la conciliación, a la honestidad incluida ella en expresar como nos sentimos, se nos aplaude cuando actuamos con pragmatismo, cuando usamos la violencia para alcanzar el objetivo, porque creemos que es el medio para ganar respeto. Sin embargo, ese mundo que nos exige dar resultados, poco le importa si tu hija e hijo enferma, si hay que apoyar en las tareas escolares, si hay que ir por los materiales, a las juntas de la escuela, o las actividades extra escolares.
Nos perdemos a veces en medio de quienes nos han asignado un modelo de vivir la maternidad, pero nos rebelamos constantemente, insistimos vivirlo a nuestra manera, en nuestro tiempo, somos resilientes, y cierto que cansadas, a veces con culpa, pero entendemos que todo pasa, porque se trata de hacer nuestro el camino.
Ser mujer y ser madre parecen cosas difíciles de conciliar, refiriéndome al ser como ese derecho a tener una identidad más allá de ser madre, y eso se refleja en nuestras prioridades de vida en esa etapa, y actitudes maternalistas con las demás personas, y es que una vez siéndolo, ¿se puede dejar de ser madre?...
Y sí, nos dicen que tenemos opción y libertad pero la realidad nos alcanza: los cuidados siguen siendo “cosa de mujeres”, las principales cuidadoras de las infancias de 0 a 5 años en un 86 por ciento son las madres y en un 7.6 por ciento las abuelas, esto prácticamente se mantiene en el tiempo en el que crecen, ya que de menores de 6 a 17 años las madres lo siguen siendo ahora en un 81 por ciento.
Las mujeres de mi generación, que somos madres, anhelamos la rebeldía, pero de fondo, sabemos que aún es parte de una utopía, no se trata solo de hacer catarsis en este texto mostrando un poco del cómo nos sentimos algunas, el propósito es compartir que en ningún momento son nuestros hijos e hijas los que nos incomodan, o los que “nos roban” libertad, tiempo y dinero, no tenemos que justificarnos, pero tampoco es tan simple decir que la razón es su “egoísmo” por la que las mujeres han optado por no ser madres, quizá solo se necesita tiempo para que hombres no sólo deseen o sueñen con ser padres, si no que tengan el deseo de paternar, que vean lo importante que es pasar tiempo con ellos y que luchen por equilibrar, porque tenemos claro que hay todo un sistema que se resiste a cambiar, a replantearse social, política y económicamente para que hagan posible maternidades deseadas, plenas y desobedientes a todo lo que oprima y robe su libertad.
Contra el argumento coloquial que busca el desprestigio, resignificamos conceptos: sí somos “mamás luchonas”, somos mujeres y madres que luchamos para que la dignidad se haga costumbre, también en la maternidad…