/ martes 12 de noviembre de 2019

Trabajan de sol a sol en el basurón, entre desechos y zopilotes…

Ahí los camiones llegan a tirar toneladas de desperdicios que se convierten en la ganancia diaria de más de mil almas

Culiacán, Sin.- El paisaje urbano de Culiacán quedó atrás hace varios minutos yendo al rumbo de Tepuche. El aire viciado entró al auto, un viejo Cavalier del 2001. Al subir por el último camino de terracería veo que el horizonte se desvanece en bolsas negras, hombres ataviados con sombreros, gorras y playeras como pasamontañas. Una increíble formación de aves rapaces haciendo su coreografía circular: así me recibe "el basurón" en su hora pico con su potente olor y color.

La primera parada obligada es una montaña de llantas viejas y rotas esperando que los recolectores den con la que se puede vender. Un joven sudoroso y con la piel quemada por el sol sale del fondo. Su playera blanca contrasta entre el caucho negro del desperdicio. "Vámonos, güey, no hay nada", le dice a un segundo joven, el que manejaba una camioneta.

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El camino dejó de ser amistoso para el Cavalier y comencé a caminar. Una laguna de aguas negras me separaba del punto importante de la recolección, ahí donde los camiones del servicio municipal van y descargan sus siete toneladas de basura.

Miradas inquisitorias me caen desde los flancos pero con una sonrisa afable trato de disuadirlas; un fotógrafo nunca es bienvenido a ningún lugar, pues.

El paisaje cambia en la última loma de tierra polvorienta y el clímax del lugar se me presenta con los crujidos de pisadas sobre cacharros y el pitido de máquinas en reversa. Disparo con mi cámara más que para documentar, para acostumbrar a las personas de ahí a que un extraño entró a su páramo de trabajo. Unos pasos y reviso a mi espalda; todos miran y nadie pregunta. "Vamos a salir en la tele, loco", gritó un recolector a su compañero.

Adentrado entre los montones de basura y desechos me acerco a platicar con el único de los cientos de recolectores que estaba descansando bajo una lona. Me preguntó con timidez que si para que ando tomando fotos. Le respondo que es para el periódico, que no se preocupe. Su semblante cambió; como si se hubiera liberado de una mordaza en su boca comienza a enumerar los riesgos del trabajo.

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Aquí no sabes qué te vas a encontrar, te puedes cortar con algo mientras buscas, o si no ves bien pisaste un fierro y ya te diste en la madre, además nos compran el material bien barato, eso debería cambiar.

Recolector

El recolector tomó aire y continuó: "si uno le trabaja bien, a tope, sí sacas tus quinientos, seiscientos pesos, pero es jornada completa".

Para él, el paisaje es normal y cotidiano, pero yo insistí en saber qué era lo más riesgoso y en mi atrevida ignorancia le pregunto sobre los zopilotes, que si no les hacen nada, pues.

"Nombre, si esos animalitos están igual que nosotros, vienen a ver qué agarran pa'comer, eso sí, si los quieres atrapar sí te van a picotear", dijo entre bromas el pepenador.

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El ruido de más camiones entorpece la entrevista y el pepenador se va a sentar a su trono de cartones y tesoros rescatados del desperdicio. El espectáculo desconocido de la descarga de basura comienza con cientos de recolectores esperando la caída de las siete toneladas de basura por camión en el relleno sanitario… Se recoge cartón, botellas plásticas y cuanto material les quieran comprar. Todo esto bajo el sol incandescente que convierte el lugar en un sauna tóxico que da empleo a más de mil familias en Culiacán.

Un universo alterno al de la creciente urbe de la capital sinaloense está ahí, donde el tesoro de unos fue el estorbo de otros. Miles de familias sobreviven y trabajan bajo sus reglas, nadie entra al basurón sin permiso, y si ellos lo deciden, nadie sale.

Esas horas que estuve ahí duraron como un mes, y cuando me despido con la mano al aire veo el sol al fondo huyendo y dejando una vista incomparable, como siempre. El ritmo continúa en el basurón y su gente no deja de trabajar en ese oficio tabú tan digno como cualquier otro.

Se recoge cartón, botellas plásticas y cuanto material les quieran comprar. Todo esto bajo el sol incandescente que convierte el lugar en un sauna tóxico que da empleo a más de mil familias en Culiacán.


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Culiacán, Sin.- El paisaje urbano de Culiacán quedó atrás hace varios minutos yendo al rumbo de Tepuche. El aire viciado entró al auto, un viejo Cavalier del 2001. Al subir por el último camino de terracería veo que el horizonte se desvanece en bolsas negras, hombres ataviados con sombreros, gorras y playeras como pasamontañas. Una increíble formación de aves rapaces haciendo su coreografía circular: así me recibe "el basurón" en su hora pico con su potente olor y color.

La primera parada obligada es una montaña de llantas viejas y rotas esperando que los recolectores den con la que se puede vender. Un joven sudoroso y con la piel quemada por el sol sale del fondo. Su playera blanca contrasta entre el caucho negro del desperdicio. "Vámonos, güey, no hay nada", le dice a un segundo joven, el que manejaba una camioneta.

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El camino dejó de ser amistoso para el Cavalier y comencé a caminar. Una laguna de aguas negras me separaba del punto importante de la recolección, ahí donde los camiones del servicio municipal van y descargan sus siete toneladas de basura.

Miradas inquisitorias me caen desde los flancos pero con una sonrisa afable trato de disuadirlas; un fotógrafo nunca es bienvenido a ningún lugar, pues.

El paisaje cambia en la última loma de tierra polvorienta y el clímax del lugar se me presenta con los crujidos de pisadas sobre cacharros y el pitido de máquinas en reversa. Disparo con mi cámara más que para documentar, para acostumbrar a las personas de ahí a que un extraño entró a su páramo de trabajo. Unos pasos y reviso a mi espalda; todos miran y nadie pregunta. "Vamos a salir en la tele, loco", gritó un recolector a su compañero.

Adentrado entre los montones de basura y desechos me acerco a platicar con el único de los cientos de recolectores que estaba descansando bajo una lona. Me preguntó con timidez que si para que ando tomando fotos. Le respondo que es para el periódico, que no se preocupe. Su semblante cambió; como si se hubiera liberado de una mordaza en su boca comienza a enumerar los riesgos del trabajo.

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Aquí no sabes qué te vas a encontrar, te puedes cortar con algo mientras buscas, o si no ves bien pisaste un fierro y ya te diste en la madre, además nos compran el material bien barato, eso debería cambiar.

Recolector

El recolector tomó aire y continuó: "si uno le trabaja bien, a tope, sí sacas tus quinientos, seiscientos pesos, pero es jornada completa".

Para él, el paisaje es normal y cotidiano, pero yo insistí en saber qué era lo más riesgoso y en mi atrevida ignorancia le pregunto sobre los zopilotes, que si no les hacen nada, pues.

"Nombre, si esos animalitos están igual que nosotros, vienen a ver qué agarran pa'comer, eso sí, si los quieres atrapar sí te van a picotear", dijo entre bromas el pepenador.

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El ruido de más camiones entorpece la entrevista y el pepenador se va a sentar a su trono de cartones y tesoros rescatados del desperdicio. El espectáculo desconocido de la descarga de basura comienza con cientos de recolectores esperando la caída de las siete toneladas de basura por camión en el relleno sanitario… Se recoge cartón, botellas plásticas y cuanto material les quieran comprar. Todo esto bajo el sol incandescente que convierte el lugar en un sauna tóxico que da empleo a más de mil familias en Culiacán.

Un universo alterno al de la creciente urbe de la capital sinaloense está ahí, donde el tesoro de unos fue el estorbo de otros. Miles de familias sobreviven y trabajan bajo sus reglas, nadie entra al basurón sin permiso, y si ellos lo deciden, nadie sale.

Esas horas que estuve ahí duraron como un mes, y cuando me despido con la mano al aire veo el sol al fondo huyendo y dejando una vista incomparable, como siempre. El ritmo continúa en el basurón y su gente no deja de trabajar en ese oficio tabú tan digno como cualquier otro.

Se recoge cartón, botellas plásticas y cuanto material les quieran comprar. Todo esto bajo el sol incandescente que convierte el lugar en un sauna tóxico que da empleo a más de mil familias en Culiacán.


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