/ domingo 8 de septiembre de 2019

Muerte instantánea y trágica, un hecho sin poder olvidar: Paramédico

Los socorristas deben mantenerse estoicos ante la tragedia y la decisión de revelar información a los pacientes puede ser de vida o muerte.

Culiacán,Sin.- Carlos es paramédico de la sub delegación de Quila desde hace hace 26 años, dice con cierta dureza que para él ver sangre es como ver agua, solo hay algo que durante sus cinco lustros de servicio no puede soportar y es lo que aún le quita el sueño, lo que le sigue doliendo y el tiempo no termina de curar.

Los servicios en la carretera siempre son complicados para los paramédicos, la tragedia y la muerte frecuentan mucho el asfalto. Carlos hace memoria de aquel servicio que tuvo por allá del 2003, cuando la esperanza no tuvo lugar y el dolor se apoderó de su mente.

Una madre, su hijo mayor, y dos niñas menores de 12 años viajaban en un automóvil con rumbo a Jalisco; remolcaban una camioneta que quedó parada en el camino y su rumbo seguía sin ningún contratiempo. Los kilómetros se hacen difusos con el recuerdo de tantos años; en la autopista la velocidad es mayor y la camioneta remolcada comenzó a perder el balance, ocasionando que el automóvil con la familia perdiera el control y se volcara.

El llamado llegó para Carlos, al llegar al hecho la escena era dantesca; los miembros de la familia estaban dentro del automóvil retorciéndose de dolor, pero con vida, un vistazo más de cerca le permitió a Carlos ver lo que ningún paramédico quiere ver: una de las niñas salió "disparada" de su asiento durante las volteretas y al caer, el mismo auto le aplastó la cabeza, muerte instantánea y trágica.

El paramédico sabía que lo difícil apenas iniciaba, después de la revisión de los demás heridos se dio cuenta de que todos excepto la madre estaban fuera de peligro, pues solo eran raspones, a ella la subió a la unidad para trasladarla; lesión lumbar. La mujer lloraba y gritaba, pero no de dolor sino de desesperación. Casi se desgarra la garganta preguntando por su hija, porque no la vio siendo atendida. Carlos en silencio solo le mentía: "ella está bien, por ahora hay que preocuparse por usted, que usted llegue al hospital para que sea atendida".

La desconsolada mujer no creía media palabra, ese sentido extraño que tienen las madres cuando sus hijos pasan por algo, le decía que la tragedia había sido de mayor magnitud. Se resistía a la atención del socorrista y quería saber de su hija, la mente del paramédico luchaba por no quebrarse y llorar junto a ella. ¿Cómo decirle a una madre que su hija murió aplastada por un coche? Esas preguntas que no tienen respuesta acosaban el criterio de Carlos.

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Llegaron al hospital y el socorrista cumplió con los protocolos de Cruz Roja; no declarar el fallecimiento de los pacientes. Entregaron a la mujer a los médicos y salieron de ahí, en la mente de Carlos seguía tatuada la imagen de aquella niña y se mezclaba con los llantos de una madre desconsolada. No hay manera de digerir eso pero por salud mental jamás siguió el caso, todo terminó en el hospital como siempre debería ser.

16 años después las lágrimas amargas siguen cayendo por el rostro de Carlos como el primer día, la herida no ha cerrado y la carga de las malas noticias aún reposa sobre sus hombros.

INSTITUCIÓN

Llegaron al hospital y el socorrista cumplió con los protocolos de Cruz Roja; no declarar el fallecimiento de los pacientes

26

Son los años que tiene el paramédico Carlos dentro de la coordinación de socorros, en la sub delegación Quilá





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Culiacán,Sin.- Carlos es paramédico de la sub delegación de Quila desde hace hace 26 años, dice con cierta dureza que para él ver sangre es como ver agua, solo hay algo que durante sus cinco lustros de servicio no puede soportar y es lo que aún le quita el sueño, lo que le sigue doliendo y el tiempo no termina de curar.

Los servicios en la carretera siempre son complicados para los paramédicos, la tragedia y la muerte frecuentan mucho el asfalto. Carlos hace memoria de aquel servicio que tuvo por allá del 2003, cuando la esperanza no tuvo lugar y el dolor se apoderó de su mente.

Una madre, su hijo mayor, y dos niñas menores de 12 años viajaban en un automóvil con rumbo a Jalisco; remolcaban una camioneta que quedó parada en el camino y su rumbo seguía sin ningún contratiempo. Los kilómetros se hacen difusos con el recuerdo de tantos años; en la autopista la velocidad es mayor y la camioneta remolcada comenzó a perder el balance, ocasionando que el automóvil con la familia perdiera el control y se volcara.

El llamado llegó para Carlos, al llegar al hecho la escena era dantesca; los miembros de la familia estaban dentro del automóvil retorciéndose de dolor, pero con vida, un vistazo más de cerca le permitió a Carlos ver lo que ningún paramédico quiere ver: una de las niñas salió "disparada" de su asiento durante las volteretas y al caer, el mismo auto le aplastó la cabeza, muerte instantánea y trágica.

El paramédico sabía que lo difícil apenas iniciaba, después de la revisión de los demás heridos se dio cuenta de que todos excepto la madre estaban fuera de peligro, pues solo eran raspones, a ella la subió a la unidad para trasladarla; lesión lumbar. La mujer lloraba y gritaba, pero no de dolor sino de desesperación. Casi se desgarra la garganta preguntando por su hija, porque no la vio siendo atendida. Carlos en silencio solo le mentía: "ella está bien, por ahora hay que preocuparse por usted, que usted llegue al hospital para que sea atendida".

La desconsolada mujer no creía media palabra, ese sentido extraño que tienen las madres cuando sus hijos pasan por algo, le decía que la tragedia había sido de mayor magnitud. Se resistía a la atención del socorrista y quería saber de su hija, la mente del paramédico luchaba por no quebrarse y llorar junto a ella. ¿Cómo decirle a una madre que su hija murió aplastada por un coche? Esas preguntas que no tienen respuesta acosaban el criterio de Carlos.

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Llegaron al hospital y el socorrista cumplió con los protocolos de Cruz Roja; no declarar el fallecimiento de los pacientes. Entregaron a la mujer a los médicos y salieron de ahí, en la mente de Carlos seguía tatuada la imagen de aquella niña y se mezclaba con los llantos de una madre desconsolada. No hay manera de digerir eso pero por salud mental jamás siguió el caso, todo terminó en el hospital como siempre debería ser.

16 años después las lágrimas amargas siguen cayendo por el rostro de Carlos como el primer día, la herida no ha cerrado y la carga de las malas noticias aún reposa sobre sus hombros.

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