Culiacán, Sin.- Roberto es uno de los rostros de la casa hogar El Buen Samaritano. Tiene 78 años, se dedica a cantar en los camiones de Culiacán y asegura que la mitad de su vida la dedicó a dos cosas: vender mariguana y cazar narcotraficantes para la Administración de Control de Drogas (DEA) en Estados Unidos.
El señor se encuentra en un refugio armado por la misma fe de Dios, aunque él, dice, es el diablo. Así lo apodaron en la cárcel de Lecumberri en Ciudad de México, cuando cayó preso por vender drogas y así también lo señala “la gente de Dios”.
Eso de que existe un Dios y los santos, son mentiras. Alguien lo inventó y los libros lo dicen, pero no me queda duda que hay un creador.
Roberto
El hombre nacido en Badiraguato, permaneció tres años en el ejército y al pedir su baja, se fue a Tijuana a vender mariguana.
“Yo venía aquí a Culiacán y a Mazatlán al 11 y 12 batallón a entregar mota. Me dediqué a eso. Luego me fui a Nogales, Sonora, y a prendí a trabajar puliendo y encerando carros, esto me mantenía bien, ganaba 600 pesos diarios. Estuve en Oaxaca y Guadalajara trabajando en lo mismo, pero la verdad, luego me dio por volver a trabajar vendiendo hierba”, relata.
Don Roberto platica que él fue uno de los principales narcotraficantes dentro de Ciudad Universitaria, fue ahí donde lo capturaron y lo llevaron al Lecumberri, asegura él. Esto a sus 25 años de edad.
“Yo llegaba y estacionaba mi carro cerca de la facultad de Sicología, el rector era Casanova y él llamó a la policía federal para que me capturara y me fui preso al Lecumberri. Duré un año 10 meses ahí y no me daban sentencia. Gracias a una mujer de dinero, con la que me casé adentro del penal, me pude salir. Ella me sacó”, recuerda.
DE LEYENDA
El ex militar dice que al salir volvió a vender drogas y por segunda vez, fue capturado, pero esta vez no lo aceptaron en el Lecumberri, así que fue llevado a la Santa Marta Acatlita. Sin embargo, no duró mucho y al salir, se fue a Oaxaca con su esposa, quien puso una cantina para trabajar entre ambos. Todo iba bien, dice Roberto, el único problema era su vicio de apostar en el billar, lugar donde sostiene que le ofrecieron trabajo unos agentes de la DEA.
“Conocí un señor en el billar con el que hice una buena amistad, un día me dijo que tenía un cliente que quería seis kilos de droga, se trataba de Juan Martínez “El perico”. Otro día en el billar me llevaron con él, pero como yo soy muy vivo, me di cuenta de algo: era la policía americana, la DEA. “El perico” me había puesto el dedo”, dice.
El señor cuenta que ese hombre le pidió a él entregarse, pero algo sucedió que a los agentes les dijeron que Roberto no pertenecía a ningún grupo criminal y el panorama cambió.
El comandante me preguntó si yo había sido militar, y al confirmarle eso me dijo que ahora trabajaría para la DEA y me dio 30 mil pesos.Roberto
Entonces su aventura “cazando narcotraficantes” comenzó, él asegura que incluso fue parte del equipo de Enrique Camarena y que él era tan “vivo”, que le apodaban el diablo, porque todo lo sabía.
“El Diablo”, expone que trabajando en la DEA se dio cuenta de que el ejército mexicano es el primero en participar con el tráfico de drogas.
“¿Por qué creen que agarraron a Cienfuegos?, pero lo soltaron porque López Obrador dijo que los agentes americanos andan en México como en su casa y había que jalarles las riendas”, expresa.
Así pasaron al menos seis años, donde Lucifer andaba entre los “gringos” por México haciendo “tratos con los narcos”. Pero algo sucedió que después de esta época donde él asegura era parte fundamental de la investigación que se realizaba para atacar al crimen organizado, terminó en Ciudad de México vendiendo joyería y al final, se convirtió en ratero.
DE REGRESO
Así que volvió a la capital de Sinaloa, ya no a vender mota pero sí a consumir heroína. Se hizo un vicioso y se quedó sin un hogar. Dormía en las calles y para sustentarse, comenzó a cantar en los camiones los corridos que él asegura que compuso.
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“Yo le hice corridos al “Mencho”, se llama “El gallero profesional”, él es bien borracho, no se droga y sabe mucho de los gallos de pelea”, manifiesta Roberto.
Aunque una parte de la historia del hombre, carece de secuencia, lo último que le pasó lo dejó con delirio de persecución y no por la policía, sino por la iglesia, pues asegura que los católicos querían matarlo por saber tanto, ellos también le apodaron “El diablo”.
A donde yo iba me seguían, le prohibían a la gente que me diera comida, me querían golpear o quitar el dinero que juntaba cantando en los camiones
Roberto
Irónicamente, Roberto vive ahora en el refugio católico “El Buen Samaritano”, lugar al que llegó enfermo y donde se pudo recuperar. Ahí duerme y come con sus tres gatos, y aunque dentro del espacio se practique el culto a Dios, él se mantiene como ateo y espera algún día poder tener un hogar digno.
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