Culiacán, Sin.- Fueron 25 años de proteger a los culiacanenses: desvelos, festejos lejos de la familia, presión alta, diabetes, pérdida de la visión y oído.
Todo esto fue lo que dejó una vida como policía municipal de Culiacán a Tomás Parra González. Dice que por más de un año vivió “un infierno” para recibir la prima de antigüedad, necesaria para su quinta operación de ojos.
En las últimas semanas, en las noticias ha sonado el nombre “Guerreros Unidos”, un grupo de policías retirados que luchan por sus derechos laborales. En la manifestación más reciente, los elementos volvieron al Ayuntamiento para exigirle al alcalde Jesús Estrada Ferreiro pague esta prima que ha sido cortada en sus jubilaciones.
Tomás, ahora de 48 años, era uno de ellos. La enfermedad lo obligó a un retiro apresurado. Cuenta que cuando empezó el trámite del retiro en el en el 2020, la respuesta del gobierno de Estrada fue que llamara dentro de dos años y viera "si recibía el dinero". Ni la burla perdonan.
“Me la pasaba tirado ahí sin ganas de nada, porque yo pensé que al momento de retirarme me iban a agradecer, de perdida decirme muchas gracias por haber prestado tus servicios, por haber sido un buen ciudadano y tener un buen récord”, mencionó.
UNA BATALLA GANADA
Tras varias manifestaciones y descontentos hacía el alcalde, un hombre que el policía retirado lo considera como un déspota, finalmente autorizó la entrega de un cheque por 240 mil pesos, mismo que recibió en esta semana.
“Me estoy poniendo en camisa de vara, pero ya no tengo vida, no tengo miedo con lo que me pase, ojalá el presidente de la República, llegara a sus oídos que su partido aquí no está funcionando y mandara a alguien que viera a esa sabandija que tenemos como Presidente Municipal, que es un cachorón que trae puesto, nomás el disfraz y la colona le sale por afuera”, manifestó.
Su admiración por los policías empezó cuando de niño veía pasar las patrullas por su casa y después de un curso de un mes, en enero de 1995 ya era un elemento activo.
“Yo tenía un amor bien grande por mi policía, yo pasaba navidades, años nuevos, Día de las Madres, trabajando y mi familia sola aquí, para que al último me saliera con eso, el maltrato, ¿dónde quedaron los derechos humanos, honor, justicia que tanto me metían en la cabeza, en dónde quedó la moral, todo eso?”, alegó.
COMPAÑERA DE LUCHA
Tomás, en compañía de su esposa, recuerdan cómo en varias ocasiones fue reconocido como Policía del Mes; en su expediente, siempre tuvo un buen nivel en control y confianza, cómo los comerciantes del centro se convirtieron en sus amigos y cómo en cada esquina tenía que cuidarse para regresar con bien a su casa.
En menos de dos años, al mismo tiempo que se enojaba, deprimía y frustraba por no tener su prima de antigüedad, ha tenido cuatro operaciones en sus ojos, su visión no va más allá de sus brazos y ahora está a pocas semanas de tener una operación más, con una doctora particular, porque el IMSS, dice, no ha sido de mucha ayuda.
Tampoco en el tratamiento de su sordera, al final, perdió por completo el sentido en el oído izquierdo y, en el derecho, con la ayuda de un aparato auditivo que le fue donado por el DIF, tiene la capacidad de escuchar solo entre un 20 y 30 por ciento.
“Por dar mi vida por la ciudadanía, yo tenía la esperanza de jubilarme y ser feliz con mis nietos, llevarlos a la escuela, allá afuera hay una camioneta vieja (La Coqueta, le dice), era mi proyecto de vida arreglarla, porque me gustan mucho los autos”, lamentó.
DIABETES
Antes de todos los problemas en su salud, el policía Tomás pesaba 112 kilos y ahora es un “surrón”, como se dice él mismo. La diabetes llegó después de haber sido “levantado” por grupos criminales en 2008, cuando en Culiacán se tuvo una crisis de seguridad.
Un disgusto más, reclama el policía retirado, es que, por 25 años de labor, recibe una “miseria” de pensión, de ganar entre 500 y 600 pesos al día por ser oficial, el sueldo registrado en la Secretaría de Hacienda fue de 200 pesos. Por eso, quiere que sus compañeros conozcan la realidad y se unan para defender sus derechos.
“Pero tengo una tristeza tan grande clavada aquí en mi corazón, de que al último era la ilusión de todos mis compañeros que han muerto, que últimamente, el mes pasado se me murieron cinco de mi generación que no alcanzaron a ver su finiquito y que estaban felices de la vida, porque ya habíamos terminado”, contó.
Sus uniformes terminaron en cenizas por la decepción y abandono que sufrió, en su memoria queda como antes había fraternidad en la corporación, como se convertían en hermanos de sangre y se defendían. Hoy, a sus colegas les pide que se unan por el bien de todos y termina diciendo “un saludo de su amigo tiburón y guerreros unidos”.
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