/ sábado 2 de abril de 2022

José, tres décadas después de la Operación Cóndor

Originario de Badiraguato, José es el vivo testimonio de los horrores de la primera operación antinarco en Sinaloa

Culiacán, Sin.- La sobrevivencia de José es un misterio, no se sabe cómo pasó sus primeros años de vida entre el monte, sin más armas que sus uñas para alimentarse, muchas historias se tejen en su azarosa existencia, pero ahora a más de 30 años, este hombre es una reminiscencia de lo que fue la Operación Cóndor que dejó un daño irreparable en cientos, quizá miles, de familias sinaloenses que vivían en la Sierra Madre Occidental.

La familia de José vivía en la intrincada serranía, -se dice que eran los abuelos los que se quedaron en ese lugar, los padres se salieron en busca de un mejor futuro- se sostenían de la cosecha que levantaban cada temporada y de lo que cazaban, nada interrumpía su placentera existencia, hasta que en 1977 llegó la llamada Operación Cóndor, que sembró violencia alcanzado la cúspide del terror durante diez años.

Puedes leer:A puro sudor y pedaleo: José Antonio, el ciclista de hierro

El Plan Cóndor -1977-1988- se puso en práctica en Chihuahua, Sinaloa y Durango, en la zona conocida como el "triángulo crítico”, y que en sus inicios tenía como objetivo la erradicación de la siembra de enervantes, pero, abundaron aprehensiones ilegales, los casos de tortura, de asesinatos, de violaciones a las mujeres, y los saqueos de viviendas y localidades enteras por parte de miembros del Ejército y de las policías judiciales del estado y federal, era la carta de presentación de ésta operación.

LA VIDA DE JOSÉ

Todo era tranquilidad en un día de los años ochenta, dos hermanos –niña y niño-, de José un día salieron del hogar que en pocos días se convertiría en un horror, se quedaba José con sus abuelos y otros familiares, sin imaginarse que un pelotón de soldados acabaría con la tranquilidad que reinaba en ese hogar.

Transcurría el tiempo, sin que nada perturbara la calma, hasta que el ruido de helicópteros, correr de soldados con las armas empuñadas, entraron al hogar de José, se asegura que su familia fue masacrada, el niño de cuatro años, sin que nadie lo viera, salió huyendo, no paró hasta que ya no pudo más.

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

Desde ese día, por más de cuatro años vagó por la sierra, comiendo animales muertos, raíces y de acuerdo a las cicatrices que tiene en su cabeza, se dice que el niño sufrió caídas, se golpeaba en rocas y a su tierna edad, logró sobrevivir, hasta que a los ocho años fue rescatado.

La historia del rescate se dio de manera fortuita, gracias a la labor que realizaba cada ciclo escolar Casa Escuela enclavada en Cosalá, donde los maestros realizaban una loable labor: ir a la sierra a promocionar la escuela para que niños de comunidades alejadas no se quedaran sin estudio, previo consentimiento de los padres, se traían a los pequeños a ésta institución que no era más que un internado, donde los acogían con amor.

EL NIÑO SALVAJE

Durante la promoción, a los maestros les informaron que había un menor “salvaje” que por las noches bajaba a sus casas, se robaba huevos, gallinas, lo comparaban con un coyote. Los maestros se dieron a la tarea de espiar al niño y un día lograron “cazarlo” con redes, debido a su salvajismo.´

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

Su director Ricardo González fue el que recibió en Casa Escuela al menor de ocho, pero fue la trabajadora social Rosa Alma Ayala Olivas, el verdadero ángel de José, quien desde ese momento y hasta la fecha lo protege, lo ama, le dio un verdadero hogar.

Recuerdan que el niño llegó a Casa Escuela por la noche, los menores que la habitaban, se asustaron al ver la situación del menor: desnudo, no permitía ropa, las uñas largas, pelo enredado, sucio, costras de mugre en la piel.

Esa noche, trataron que durmiera en una litera, se les salió y buscó la rama de un árbol.

ADAPTACIÓN

Su adaptación a la sociedad, costó mucho trabajo, primero, recuerda Alma Rosa Ayala, fue quitarle el miedo a los helicópteros, a las armas y a los uniformados.

Recuerdan que José al ver una pistola temblaba, lloraba y se echaba a correr, porque las imágenes de quién, cómo y con qué masacraron a su familia eran su horror.

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

José poco a poco se fue adaptando a su nueva vida, sólo que no dejaba de aislarse, buscar raíces para comer, pero, la educación que le daban, en cierta manera logró que el niño avanzara poco a poco, sin embargo, todo tiene un final y el final de Casa Escuela llegaba, cerraba sus puertas y el niño parecía que iba a quedar otra vez a la deriva.

Otra vez ahí estaba su ángel: Alma Rosa Ayala Olivas, quien hizo todos los trámites para llevárselo a su casa, su familia, como es la característica de los sinaloenses, de inmediato lo acogió en su hogar, incluso, lo adoptaron y le dieron nombre y apellido: José de Jesús Ayala Olivas. Todos lo empezaron a amar, lo llevaron a terapia, pero José quedó con secuelas por sus años de aislamiento, ahora con más de 20 años en ese hogar, es un hombre feliz.

TRES DÉCADAS DESPUÉS

José ahora con más de 30 años de edad, tiene una sonrisa amable, generosa, su dentadura quizá por falta de calcio no está muy bien, sus palabras poco entendibles, pero sus ojos dicen todo lo que no puede expresar.

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

Don Álvaro Ayala Olivas, a quien José le dice tío, lo acogió como un verdadero hermano, desde que se acerca a él, se ve cómo lo mira con un amor filial, lo apoya, incluso, le enseñó un oficio: desponchador.

Viven en la sindicatura de Aguaruto, por la calle principal está la vulcanizadora Ayala y ahí se le ve a José con su amplia sonrisa atendiendo a los clientes que van a desponchar una llanta.

Don Álvaro prácticamente es el intérprete de José, le entiende a la perfección lo que dice, incluso, con la mirada se dicen todo el amor que sienten uno por el otro.

“José siempre ha sido muy agradecido, mi madre lo adoraba, al igual que mi hermana Rosa Amelia, este muchacho vino a traer alegría a nuestra familia”, dice.

Sin embargo, recuerda lo que más le dolía era ver que José no podía superar el horror que vivió en su niñez.

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

“Veía una arma y temblaba, cuando veía una patrulla, corría, no se diga a un policía, pero poco a poco, lo ha ido superando, ya atiende a estos clientes…”

RECUERDOS

De los recuerdos que tiene de José de niño, son sus juegos.

“Cuando llegó con nosotros, José se perdía atrás de la llantera, lo encontrábamos jugando con sapos, los amarraba y por horas se entretenía, también le daba por buscar raíces, su pasado lo perseguía”, relata.

Lo único que a José no se le ha quitado, es lo huraño, no sale con nadie, sólo acepta ir a la calle con su familia, aunque, don Álvaro narra que últimamente sale con sus hermanos de sangre que finalmente se encontraron.

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

El señor Álvaro explica que prácticamente fue un milagro el reencuentro, ya que un día llegó un cliente que es de la colonia Lomas de Rodriguera, de Culiacán, observó a José y no dudo en preguntarle si no tenía más hermanos, a grandes rasgos le contó su historia, de dónde era y el cliente no dudó en decirle que casi estaba seguro que uno de sus trabajadores era hermano de José.

“Los juntamos, efectivamente son idénticos, la hermana está en Estado Unidos, de vez en cuando viene, salen juntos, los lleva a pasear, a José se le ve feliz, aunque sus vivencias de niño siempre lo acompañarán…”, concluye.

OPERACIÓN MILITAR

La Cóndor fue la primera gran operación de erradicación de enervantes en la Sierra Madre Militar, pero con daños incalculables a la sociedad civil.


Veía una arma y temblaba, cuando veía una patrulla, corría, no se diga a un policía, pero poco a poco, lo ha ido superando, ya atiende a éstos clientes.

Alvaro Ayala, Padre adoptivo de José

Culiacán, Sin.- La sobrevivencia de José es un misterio, no se sabe cómo pasó sus primeros años de vida entre el monte, sin más armas que sus uñas para alimentarse, muchas historias se tejen en su azarosa existencia, pero ahora a más de 30 años, este hombre es una reminiscencia de lo que fue la Operación Cóndor que dejó un daño irreparable en cientos, quizá miles, de familias sinaloenses que vivían en la Sierra Madre Occidental.

La familia de José vivía en la intrincada serranía, -se dice que eran los abuelos los que se quedaron en ese lugar, los padres se salieron en busca de un mejor futuro- se sostenían de la cosecha que levantaban cada temporada y de lo que cazaban, nada interrumpía su placentera existencia, hasta que en 1977 llegó la llamada Operación Cóndor, que sembró violencia alcanzado la cúspide del terror durante diez años.

Puedes leer:A puro sudor y pedaleo: José Antonio, el ciclista de hierro

El Plan Cóndor -1977-1988- se puso en práctica en Chihuahua, Sinaloa y Durango, en la zona conocida como el "triángulo crítico”, y que en sus inicios tenía como objetivo la erradicación de la siembra de enervantes, pero, abundaron aprehensiones ilegales, los casos de tortura, de asesinatos, de violaciones a las mujeres, y los saqueos de viviendas y localidades enteras por parte de miembros del Ejército y de las policías judiciales del estado y federal, era la carta de presentación de ésta operación.

LA VIDA DE JOSÉ

Todo era tranquilidad en un día de los años ochenta, dos hermanos –niña y niño-, de José un día salieron del hogar que en pocos días se convertiría en un horror, se quedaba José con sus abuelos y otros familiares, sin imaginarse que un pelotón de soldados acabaría con la tranquilidad que reinaba en ese hogar.

Transcurría el tiempo, sin que nada perturbara la calma, hasta que el ruido de helicópteros, correr de soldados con las armas empuñadas, entraron al hogar de José, se asegura que su familia fue masacrada, el niño de cuatro años, sin que nadie lo viera, salió huyendo, no paró hasta que ya no pudo más.

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

Desde ese día, por más de cuatro años vagó por la sierra, comiendo animales muertos, raíces y de acuerdo a las cicatrices que tiene en su cabeza, se dice que el niño sufrió caídas, se golpeaba en rocas y a su tierna edad, logró sobrevivir, hasta que a los ocho años fue rescatado.

La historia del rescate se dio de manera fortuita, gracias a la labor que realizaba cada ciclo escolar Casa Escuela enclavada en Cosalá, donde los maestros realizaban una loable labor: ir a la sierra a promocionar la escuela para que niños de comunidades alejadas no se quedaran sin estudio, previo consentimiento de los padres, se traían a los pequeños a ésta institución que no era más que un internado, donde los acogían con amor.

EL NIÑO SALVAJE

Durante la promoción, a los maestros les informaron que había un menor “salvaje” que por las noches bajaba a sus casas, se robaba huevos, gallinas, lo comparaban con un coyote. Los maestros se dieron a la tarea de espiar al niño y un día lograron “cazarlo” con redes, debido a su salvajismo.´

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

Su director Ricardo González fue el que recibió en Casa Escuela al menor de ocho, pero fue la trabajadora social Rosa Alma Ayala Olivas, el verdadero ángel de José, quien desde ese momento y hasta la fecha lo protege, lo ama, le dio un verdadero hogar.

Recuerdan que el niño llegó a Casa Escuela por la noche, los menores que la habitaban, se asustaron al ver la situación del menor: desnudo, no permitía ropa, las uñas largas, pelo enredado, sucio, costras de mugre en la piel.

Esa noche, trataron que durmiera en una litera, se les salió y buscó la rama de un árbol.

ADAPTACIÓN

Su adaptación a la sociedad, costó mucho trabajo, primero, recuerda Alma Rosa Ayala, fue quitarle el miedo a los helicópteros, a las armas y a los uniformados.

Recuerdan que José al ver una pistola temblaba, lloraba y se echaba a correr, porque las imágenes de quién, cómo y con qué masacraron a su familia eran su horror.

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

José poco a poco se fue adaptando a su nueva vida, sólo que no dejaba de aislarse, buscar raíces para comer, pero, la educación que le daban, en cierta manera logró que el niño avanzara poco a poco, sin embargo, todo tiene un final y el final de Casa Escuela llegaba, cerraba sus puertas y el niño parecía que iba a quedar otra vez a la deriva.

Otra vez ahí estaba su ángel: Alma Rosa Ayala Olivas, quien hizo todos los trámites para llevárselo a su casa, su familia, como es la característica de los sinaloenses, de inmediato lo acogió en su hogar, incluso, lo adoptaron y le dieron nombre y apellido: José de Jesús Ayala Olivas. Todos lo empezaron a amar, lo llevaron a terapia, pero José quedó con secuelas por sus años de aislamiento, ahora con más de 20 años en ese hogar, es un hombre feliz.

TRES DÉCADAS DESPUÉS

José ahora con más de 30 años de edad, tiene una sonrisa amable, generosa, su dentadura quizá por falta de calcio no está muy bien, sus palabras poco entendibles, pero sus ojos dicen todo lo que no puede expresar.

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

Don Álvaro Ayala Olivas, a quien José le dice tío, lo acogió como un verdadero hermano, desde que se acerca a él, se ve cómo lo mira con un amor filial, lo apoya, incluso, le enseñó un oficio: desponchador.

Viven en la sindicatura de Aguaruto, por la calle principal está la vulcanizadora Ayala y ahí se le ve a José con su amplia sonrisa atendiendo a los clientes que van a desponchar una llanta.

Don Álvaro prácticamente es el intérprete de José, le entiende a la perfección lo que dice, incluso, con la mirada se dicen todo el amor que sienten uno por el otro.

“José siempre ha sido muy agradecido, mi madre lo adoraba, al igual que mi hermana Rosa Amelia, este muchacho vino a traer alegría a nuestra familia”, dice.

Sin embargo, recuerda lo que más le dolía era ver que José no podía superar el horror que vivió en su niñez.

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

“Veía una arma y temblaba, cuando veía una patrulla, corría, no se diga a un policía, pero poco a poco, lo ha ido superando, ya atiende a estos clientes…”

RECUERDOS

De los recuerdos que tiene de José de niño, son sus juegos.

“Cuando llegó con nosotros, José se perdía atrás de la llantera, lo encontrábamos jugando con sapos, los amarraba y por horas se entretenía, también le daba por buscar raíces, su pasado lo perseguía”, relata.

Lo único que a José no se le ha quitado, es lo huraño, no sale con nadie, sólo acepta ir a la calle con su familia, aunque, don Álvaro narra que últimamente sale con sus hermanos de sangre que finalmente se encontraron.

Foto: Mario Ibarra | El Sol de Sinaloa

El señor Álvaro explica que prácticamente fue un milagro el reencuentro, ya que un día llegó un cliente que es de la colonia Lomas de Rodriguera, de Culiacán, observó a José y no dudo en preguntarle si no tenía más hermanos, a grandes rasgos le contó su historia, de dónde era y el cliente no dudó en decirle que casi estaba seguro que uno de sus trabajadores era hermano de José.

“Los juntamos, efectivamente son idénticos, la hermana está en Estado Unidos, de vez en cuando viene, salen juntos, los lleva a pasear, a José se le ve feliz, aunque sus vivencias de niño siempre lo acompañarán…”, concluye.

OPERACIÓN MILITAR

La Cóndor fue la primera gran operación de erradicación de enervantes en la Sierra Madre Militar, pero con daños incalculables a la sociedad civil.


Veía una arma y temblaba, cuando veía una patrulla, corría, no se diga a un policía, pero poco a poco, lo ha ido superando, ya atiende a éstos clientes.

Alvaro Ayala, Padre adoptivo de José

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