Culiacán, Sin. - Estaba en la sala de la estación cuando nos llamaron; un incendio en la colonia Bugambilias, al parecer y juzgando por la prisa del radio operador era un asunto de gravedad. Salimos en dos camiones a toda prisa con la única indicación de sofocar el fuego antes de que se extendiera a más hogares.
Al llegar a la zona del siniestro veo que el humo dibujaba una silueta rojiza y amorfa en el cielo, una casa de dos plantas escupía llamaradas por ambas plantas. Los vecinos del lugar se acercaron a nuestro camión, que era el que estaba más cercano al fuego, y con gritos de desesperación me informaron de una familia que probablemente no salió de la cada en llamas.
Al saber esto la prioridad cambió, salvar esas personas era lo más importante. Formamos equipos de reconocimiento y nos adentramos en la primera planta; la visibilidad era limitada y nuestra comunicación era interrumpida por el rechinido de la estructura colapsando. Primera planta; nada. Subimos al segundo piso a tientas, un lugar desconocido y con una visión de no más de 10 centímetros no es una buena fórmula.
Al fondo de un cuarto vemos una luz moviéndose de manera errática, es el flash de un celular. Vamos hacia allá y encontramos a una mujer mayor, dos pequeños niños y una joven adulta, los estragos del humo eran ya presentes y la mujer que parecía ser su madre estaba tan asustada que sus movimientos no eran coordinados. En una decisión rápido un compañero toma a los dos pequeños y baja rápidamente sorteando flamas y calor, después voy yo; tomo de la mano a la joven y a la madre de los niños, la adrenalina me guía hacia afuera donde ya estaban los paramédicos de Cruz Roja listos para auxiliar a los heridos; oxígeno, vendas y agua.
Cumplida esa prioridad continuamos con el fuego, había que sofocarlo a toda costa. Nos dividimos las tareas y en cuestión de horas ya estábamos terminando y yendo a la estación. Un día más y un éxito más, nuestra labor estaba hecha y esa noche dormí con un buen sabor de boca.
Aquello pasó por allá del 2017, cuando llevamos tantas historias al hombro los años se hacen más largos y lejanos. Pero un día llegó eso que ningún bombero espera, pero siempre valora; el agradecimiento. Estaba tomando junto a otros compañeros una capacitación en primeros auxilios cuando me avisan que afuera de la estación nos busca una familia. Salimos a ver y era aquella señora junto a sus dos hijos, el tiempo los hizo crecer y estaban irreconocibles. Con gran agradecimiento nos muestran sus respetos y un pastel corona el momento, las lágrimas se quieren salir y la sonrisa no me cabe en la boca, por estas recompensas es que vale la pena ser bombero.
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