/ sábado 13 de julio de 2019

El ultimo abrazo… doloroso recuerdo de hace 20 años

El veterano de Cruz Roja de apellido Mendivil narra uno de los momentos que marca su vida al servicio de Cruz Roja Culiacán

CULIACÁN.- Toda una vida entregada al servicio; “Mendivil”, como se le conoce a donde quiera que vaya, es socorrista desde los años 70s y sus ojos han visto tantas tragedias y victorias que se necesita otra vida para escucharlas. Hace mucho que él no platica sus historias, prefiere guardarlas para no darle espacio al dolor o la nostalgia. Entre nubarrones de memoria, Mendivil rescata un doloroso recuerdo de hace veinte años y por la expresión de sus ojos parece que pocas veces lo había externado.

El reloj rondaba la media noche cuando la “chicharra” los alertó, Mendivil y sus compañeros salieron a toda prisa rumbo al suceso; una camioneta había sido arrollada por el tren, para el rumbo de la entonces UdeO. Sin más detalles llegan a las orillas de las vías ferroviarias para percatarse con sorpresa que ni siquiera había heridos, el tren solo aventó la camioneta por la parte trasera y sus tripulantes, aunque ebrios, salieron sin ningún rasguño. Todavía estaban los socorristas charlando con los afortunados “sobrevivientes” cuando un estruendo fuerte los alertó; el sonido chirriante del acero doblándose por un impacto los sacudió y sin mediar palabra, Mendivil y sus compañeros subieron a la ambulancia para ir hacia allá, unas centenas de metros más en el cruce del recién inaugurado bulevar Rolando Arjona y la carretera a Culiacancito había tenido lugar el accidente.


IMPACTO

Un Jetta de modelo reciente para aquel año, había impactado a gran velocidad a un austero Chevy que venía de Bacurimi rumbo a Culiacán. Había un silencio sepulcral en el ambiente y el clásico olor a caucho quemado que se presenta cuando la muerte acude a la carretera. Mendivil bajó corriendo rumbo al Chevy y el escenario que vio lo dejó sin aire por unos segundos; una familia completa estaba bañada en sangre, dos niños en la parte trasera en posiciones imposibles dibujaban las sombras con siluetas incomprensibles, al frente, el padre y la madre prensados entre el acero y cristales quedaron abrazados uno del otro.

Mendivil comenzó con las maniobras de extracción cuando sintió un movimiento entre los cuerpos; un pequeño niño de 2 años emergió del abrazo de sus padres, sin ningún rasguño, ni herida, sus ojos grandes y brillantes miraron a su alrededor y solo vio muerte, sangre y penumbras. El paramédico sintió un nudo en el estómago cuando por su mente pasó la idea de que el pequeño acababa de quedarse sin familia, solo en la vida y con apenas dos años. Lo tomó en brazos y tras una rápida revisión confirmó que no había sufrido ninguna herida, lo entrego a los brazos de un oficial de Policía Municipal para que lo alejara del lugar. El policía dio unos pasos lejos del choque y comenzó a platicar con el pequeño para que no viera la extracción de sus padres y hermanos muertos.



“UNAS CARRERITAS”

Del otro lado, cuando Mendivil acudió a auxiliar a los pasajeros del Jetta se dio cuenta de que solo el copiloto sufrió una fractura de la pierna izquierda y ya lo estaba atendiendo uno de sus compañeros. El veterano paramédico se acercó a donde los policías interrogaban al chofer y se enteró de que estaba “probando” el bulevar con “unas carreras”. Sintió una enorme frustración y enojo por lo sucedido pues además de venir en estado de ebriedad, el joven chofer del Jetta estaba burlándose de lo ocurrido; como si hubiera sido una travesura infantil. Se acercó para auscultarlo y se encontró con la sonrisa ladina de alguien que acababa de asesinar a una familia y dejar solo a un niño por su irresponsabilidad y envalentonamiento. Regido por su vocación y protocolo, Mendivil atendía las leves heridas del chofer del Jetta con más ganas de golpearlo que de ayudarlo, pero como dijo amargamente “en esto no hay enemigos”.

Después de casi cinco décadas de servicio como paramédico, Mendivil lleva en sus espaldas tantas historias, pero todavía y con tanto, la imagen de aquel pequeño de ojos confundidos, salvado por el amor de sus padres de las garras de la muerte en forma de un niñato presumido y ebrio de prepotencia sigue presente en su noches, cuando la memoria arremete con toda su nostalgia.



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CULIACÁN.- Toda una vida entregada al servicio; “Mendivil”, como se le conoce a donde quiera que vaya, es socorrista desde los años 70s y sus ojos han visto tantas tragedias y victorias que se necesita otra vida para escucharlas. Hace mucho que él no platica sus historias, prefiere guardarlas para no darle espacio al dolor o la nostalgia. Entre nubarrones de memoria, Mendivil rescata un doloroso recuerdo de hace veinte años y por la expresión de sus ojos parece que pocas veces lo había externado.

El reloj rondaba la media noche cuando la “chicharra” los alertó, Mendivil y sus compañeros salieron a toda prisa rumbo al suceso; una camioneta había sido arrollada por el tren, para el rumbo de la entonces UdeO. Sin más detalles llegan a las orillas de las vías ferroviarias para percatarse con sorpresa que ni siquiera había heridos, el tren solo aventó la camioneta por la parte trasera y sus tripulantes, aunque ebrios, salieron sin ningún rasguño. Todavía estaban los socorristas charlando con los afortunados “sobrevivientes” cuando un estruendo fuerte los alertó; el sonido chirriante del acero doblándose por un impacto los sacudió y sin mediar palabra, Mendivil y sus compañeros subieron a la ambulancia para ir hacia allá, unas centenas de metros más en el cruce del recién inaugurado bulevar Rolando Arjona y la carretera a Culiacancito había tenido lugar el accidente.


IMPACTO

Un Jetta de modelo reciente para aquel año, había impactado a gran velocidad a un austero Chevy que venía de Bacurimi rumbo a Culiacán. Había un silencio sepulcral en el ambiente y el clásico olor a caucho quemado que se presenta cuando la muerte acude a la carretera. Mendivil bajó corriendo rumbo al Chevy y el escenario que vio lo dejó sin aire por unos segundos; una familia completa estaba bañada en sangre, dos niños en la parte trasera en posiciones imposibles dibujaban las sombras con siluetas incomprensibles, al frente, el padre y la madre prensados entre el acero y cristales quedaron abrazados uno del otro.

Mendivil comenzó con las maniobras de extracción cuando sintió un movimiento entre los cuerpos; un pequeño niño de 2 años emergió del abrazo de sus padres, sin ningún rasguño, ni herida, sus ojos grandes y brillantes miraron a su alrededor y solo vio muerte, sangre y penumbras. El paramédico sintió un nudo en el estómago cuando por su mente pasó la idea de que el pequeño acababa de quedarse sin familia, solo en la vida y con apenas dos años. Lo tomó en brazos y tras una rápida revisión confirmó que no había sufrido ninguna herida, lo entrego a los brazos de un oficial de Policía Municipal para que lo alejara del lugar. El policía dio unos pasos lejos del choque y comenzó a platicar con el pequeño para que no viera la extracción de sus padres y hermanos muertos.



“UNAS CARRERITAS”

Del otro lado, cuando Mendivil acudió a auxiliar a los pasajeros del Jetta se dio cuenta de que solo el copiloto sufrió una fractura de la pierna izquierda y ya lo estaba atendiendo uno de sus compañeros. El veterano paramédico se acercó a donde los policías interrogaban al chofer y se enteró de que estaba “probando” el bulevar con “unas carreras”. Sintió una enorme frustración y enojo por lo sucedido pues además de venir en estado de ebriedad, el joven chofer del Jetta estaba burlándose de lo ocurrido; como si hubiera sido una travesura infantil. Se acercó para auscultarlo y se encontró con la sonrisa ladina de alguien que acababa de asesinar a una familia y dejar solo a un niño por su irresponsabilidad y envalentonamiento. Regido por su vocación y protocolo, Mendivil atendía las leves heridas del chofer del Jetta con más ganas de golpearlo que de ayudarlo, pero como dijo amargamente “en esto no hay enemigos”.

Después de casi cinco décadas de servicio como paramédico, Mendivil lleva en sus espaldas tantas historias, pero todavía y con tanto, la imagen de aquel pequeño de ojos confundidos, salvado por el amor de sus padres de las garras de la muerte en forma de un niñato presumido y ebrio de prepotencia sigue presente en su noches, cuando la memoria arremete con toda su nostalgia.



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