Culiacán, Sin.- En la entrada a su hogar, ahora en Culiacán, hay una pequeña silla. Un lugar que pareciera designado para un vigilante o un guardia de seguridad. Esa es la figura que ahora asume el pequeño "Omar", quien a sus ocho años de edad, siente la responsabilidad de ser el cuidador de su familia.
Él, su abuela, su mamá, hermanos y tíos, son víctimas del desplazamiento forzado que se dio en 2017 en la sierra de Badiraguato, exactamente en El Saucito, en la ranchería de San Javier.
"Yo tenía cinco años, recuerdo que ese día desperté y mi abuela me habló para desayunar y en eso, se empezaron a escuchar disparos. Siento que todo fue muy rápido. Cuando menos lo pensé, ya estábamos escondidos debajo de la cama, para cubrirnos de los balazos", relata el menor.
Aunque fue hace tres años, el niño aún tiene vivo el recuerdo y a causa del evento, él vive en un estado de alerta constante. Siente que debe cuidarse y cuidar a su abuela y familia. Sabe que en la ciudad, en cualquier lado "hay gente mala".
Cuando salgo a la calle no miro para el suelo, voy viendo a los lados y pendientes de los carros que pasen y las personas. Allá en el rancho eso no pasaba, podía hasta irme solo al kínder.
Omar
Para Omar, incluso antes de la pandemia, refugiarse en la ciudad fue como encerrarse a la vida. El pequeño expresa que no se siente libre, no puede andar y reír libremente, como lo hacía en el enverdecido monte de El Saucito. Ya no puede comprarse un helado luego de la escuela él solito, ahora se siente a la expectativa de que algo malo pueda pasar.
Pero eso no le ha quitado la inquietud natural de un niño, ni las ganas de pensar lo que será de grande.
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Yo de grande quiero ser soldado, de los que curan. Médico militar. Las armas, sí las he visto y sé que también son peligrosas y no se deben tocar.
Omar
Omar platica que su padre cazaba vendados y por eso tuvo noción de lo que las armas podían hacer, sin embargo, conoce que estas deben ser utilizadas por motivos "muy específicos". Plantea él que mejor no sean usadas.
A meses posteriores al fatídico acontecimiento a las afueras de su hogar en el rancho, ya estando en la ciudad, dice Omar que soñaba con las balas.
"Cuando pudimos volver al rancho por ropa, porque a mí me sacaron descalzo aquella vez, vimos la casa llena de casquillos. Yo soñaba con eso y con los sonidos. Haga de cuenta que estaban atrás de nosotros los malandrines", relata.
Su abuela menciona que desde entonces, Omar ha estado pendiente de cada sollozo o malestar que presenta algún integrante de la familia, sobre todo las mujeres.
Actualmente el menor cursa la primaria, sus pasatiempos son jugar con plastilina, en su tablet y a veces afuera de su casa con alguna pelota. De hecho, es parte de un equipo de fútbol.
Como en todas las familias que sobrellevan el desplazo, en la de Omar, hay el gran anhelo de volver. Sin embargo, hay miedo y un profundo dolor de pérdida de su patrimonio.
"Mi abuela y mi mamá, mi familia, siempre me ha cuidado y yo quiero cuidarlos a ellos también. Yo creo que por nuestro bien ya no volveremos al rancho. Mi abuela dice que la casa ya no está completa y que haga de cuenta que ya no hay casa", dice Omar.
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