/ sábado 12 de octubre de 2019

Crónicas de Ambulancia:La ironía de la justicia

Durante el servicio no hay espacio para las distinciones y los paramédicos hacen lo imposible por salvar una vida sin importar la situación.

Culiacán Sin.- Isabel salió junto con un compañero al llamado de urgencia para la zona Oriente de la ciudad; un oficial baleado producto de un enfrentamiento. En el camino se preparan para recibir al paciente pues en estos casos el tiempo es vital y si no se actúa rápido y con precisión se puede complicar la situación.



A una centena de metros del lugar de reporte ven a una patrulla dirigirse en sentido contrario a gran velocidad y se percatan de que dicho oficial herido va en ella. El chófer de la unidad retorna rápidamente y sigue a la camioneta hasta alcanzarla minutos después. La prisa de los policías los hizo actuar sin más planeación y se dirigían a la una clínica particular para entregar a su elemento con tres disparos en el cuerpo.

Cuando la ambulancia alcanzó a la patrulla procedieron a trasladar al policía a la camilla, pues traerlo en la caja de la camioneta era todo menos lo ideal. Isabel se apoyó con su compañero y comenzaron a tratar al herido; un disparo en la pierna, otro más en un glúteo y el último en la parte central del pecho. Isabel comenzó a cortar el uniforme para trabajar sobre las heridas y cuando llegan a la clínica indicada buscan a los médicos de urgencias para entregarlo pero no hay más que enfermeras desesperadas y llenas de excusas.

Isabel es una experimentada paramédico desde la década de los 90s y en todos sus años ha aprendido a ser dura y precisa en estos casos. Como buena maestra y tutora se comportó a la altura y comenzó a cuestionar a las enfermeras sobre el trato. "Es que no ha llegado el médico..." decían. Ella seguía intentando estabilizar al oficial quien no mostraba mayor riesgo pues Isabel confió en que su chaleco haya contenido el disparo del pecho.

Mientras estaba organizando a las enfermeras, el operador la llamó; un herido más en la misma zona, al parecer el agresor herido se escabulló a un arroyo a esconderse pero fue encontrado y con ocho disparos repartidos por todo el cuerpo parecía que no lo iba a lograr. Isabel no tuvo un segundo de duda y al ver al primer paciente relativamente estable lo dejó en manos de la clínica privada; el trabajo no había terminado.

Se acercaron de nuevo a la zona del conflicto y vieron una decena de patrullas rodeando un perímetro, ahí tenía que ser. La ambulancia entró con dificultades a la ribera del arroyo para acercarse lo más posible al civil herido. Isabel fue la primera en verlo; un joven retorcido en el suelo, bañado en sangre, con la mandíbula partida a la mitad por un disparo y siete más por todo su humanidad... pero estaba consciente y lúcido.

Elementos policíacos trataron someramente de obstruir que la paramédico lo auxiliara a lo que Isabel respondió con seguridad y valentía metiéndose hasta donde le alcanzó la voluntad y pudo subir junto a su compañero al herido a la camilla. Su cara desfigurada y escupiendo sangre se le clavó en su mirada, tenía que hacer algo por él.

Arriba de la unidad Isabel comenzó a limpiar y drenar las múltiples heridas del joven, no sin antes decirle al operador que acelerara, pues el tiempo era limitado para salvar al paciente. Un elemento de seguridad abrió las puertas de la unidad para escoltar el trayecto, pero Isabel lo detuvo en el acto; por protocolos de seguridad no está permitido subir armas largas a la ambulancia, le dijo. Pero el oficial invadido de prepotencia e ignorancia se negó a bajar o dejar su arma, una vez más Isabel le repitió las reglas pero con un tono más firme. El alegato no parecía tener fin, así que la paramédico le ofreció al policía que portara un arma corta dentro de su pechera o se bajara para poder partir hacia el hospital. El uniformado aceptó de mala manera.

Cuando se encaminó a salir del lugar, cuatro patrullas los flanquearon deliberadamente; su resentimiento contra el agresor era mayor que su sentido humano. Era un momento de crisis que Isabel y su equipo pudieron sortear de la mejor manera. Con una maniobra inenarrable pudo colarse en reversa y salir del laberinto de patrullas y oficiales hostiles. En cuestión de minutos que parecieron horas llegaron al hospital más cercano, pues la anterior clínica privada no parecía ofrecer muchas certezas.

Entregaron al paciente en un estado increíblemente estable y tras toda la burocracia partieron de regreso a su delegación, con la adrenalina desbordada y una extraña sensación de no saber que pasaba. Esa misma tarde Isabel se enteró de que el oficial herido había fallecido poco después de haberlo dejado en aquella clínica privada, al parecer el elemento no portaba sus placas antibalas del pecho, una brutal coincidencia que terminó en tragedia.


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El día parecía haber terminado y con la carga de un fantasma más, parecía que todo quedaría en una historia más de la muerte haciendo su trabajo, parejo para todos. Semanas después y por cuestiones de servicio, Isabel pasó al hospital donde había entregado al joven que agredió al ya fallecido oficial.

-Qué pasó con aquel muchacho? El que te traje hace unas semanas. -Preguntó, Isabel a una enfermera.

-¿El de los ocho disparos? Ahí está en el pabellón, si la libró.

TRABAJO

Entregaron al paciente en un estado increíblemente estable y tras toda la burocracia partieron de regreso a su delegación.

FORMULISMO

La paramédico le ordenó a un policía que no subiera a la ambulancia con arma larga, ya que está por protocolos de seguridad no está permitido.



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Culiacán Sin.- Isabel salió junto con un compañero al llamado de urgencia para la zona Oriente de la ciudad; un oficial baleado producto de un enfrentamiento. En el camino se preparan para recibir al paciente pues en estos casos el tiempo es vital y si no se actúa rápido y con precisión se puede complicar la situación.



A una centena de metros del lugar de reporte ven a una patrulla dirigirse en sentido contrario a gran velocidad y se percatan de que dicho oficial herido va en ella. El chófer de la unidad retorna rápidamente y sigue a la camioneta hasta alcanzarla minutos después. La prisa de los policías los hizo actuar sin más planeación y se dirigían a la una clínica particular para entregar a su elemento con tres disparos en el cuerpo.

Cuando la ambulancia alcanzó a la patrulla procedieron a trasladar al policía a la camilla, pues traerlo en la caja de la camioneta era todo menos lo ideal. Isabel se apoyó con su compañero y comenzaron a tratar al herido; un disparo en la pierna, otro más en un glúteo y el último en la parte central del pecho. Isabel comenzó a cortar el uniforme para trabajar sobre las heridas y cuando llegan a la clínica indicada buscan a los médicos de urgencias para entregarlo pero no hay más que enfermeras desesperadas y llenas de excusas.

Isabel es una experimentada paramédico desde la década de los 90s y en todos sus años ha aprendido a ser dura y precisa en estos casos. Como buena maestra y tutora se comportó a la altura y comenzó a cuestionar a las enfermeras sobre el trato. "Es que no ha llegado el médico..." decían. Ella seguía intentando estabilizar al oficial quien no mostraba mayor riesgo pues Isabel confió en que su chaleco haya contenido el disparo del pecho.

Mientras estaba organizando a las enfermeras, el operador la llamó; un herido más en la misma zona, al parecer el agresor herido se escabulló a un arroyo a esconderse pero fue encontrado y con ocho disparos repartidos por todo el cuerpo parecía que no lo iba a lograr. Isabel no tuvo un segundo de duda y al ver al primer paciente relativamente estable lo dejó en manos de la clínica privada; el trabajo no había terminado.

Se acercaron de nuevo a la zona del conflicto y vieron una decena de patrullas rodeando un perímetro, ahí tenía que ser. La ambulancia entró con dificultades a la ribera del arroyo para acercarse lo más posible al civil herido. Isabel fue la primera en verlo; un joven retorcido en el suelo, bañado en sangre, con la mandíbula partida a la mitad por un disparo y siete más por todo su humanidad... pero estaba consciente y lúcido.

Elementos policíacos trataron someramente de obstruir que la paramédico lo auxiliara a lo que Isabel respondió con seguridad y valentía metiéndose hasta donde le alcanzó la voluntad y pudo subir junto a su compañero al herido a la camilla. Su cara desfigurada y escupiendo sangre se le clavó en su mirada, tenía que hacer algo por él.

Arriba de la unidad Isabel comenzó a limpiar y drenar las múltiples heridas del joven, no sin antes decirle al operador que acelerara, pues el tiempo era limitado para salvar al paciente. Un elemento de seguridad abrió las puertas de la unidad para escoltar el trayecto, pero Isabel lo detuvo en el acto; por protocolos de seguridad no está permitido subir armas largas a la ambulancia, le dijo. Pero el oficial invadido de prepotencia e ignorancia se negó a bajar o dejar su arma, una vez más Isabel le repitió las reglas pero con un tono más firme. El alegato no parecía tener fin, así que la paramédico le ofreció al policía que portara un arma corta dentro de su pechera o se bajara para poder partir hacia el hospital. El uniformado aceptó de mala manera.

Cuando se encaminó a salir del lugar, cuatro patrullas los flanquearon deliberadamente; su resentimiento contra el agresor era mayor que su sentido humano. Era un momento de crisis que Isabel y su equipo pudieron sortear de la mejor manera. Con una maniobra inenarrable pudo colarse en reversa y salir del laberinto de patrullas y oficiales hostiles. En cuestión de minutos que parecieron horas llegaron al hospital más cercano, pues la anterior clínica privada no parecía ofrecer muchas certezas.

Entregaron al paciente en un estado increíblemente estable y tras toda la burocracia partieron de regreso a su delegación, con la adrenalina desbordada y una extraña sensación de no saber que pasaba. Esa misma tarde Isabel se enteró de que el oficial herido había fallecido poco después de haberlo dejado en aquella clínica privada, al parecer el elemento no portaba sus placas antibalas del pecho, una brutal coincidencia que terminó en tragedia.


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El día parecía haber terminado y con la carga de un fantasma más, parecía que todo quedaría en una historia más de la muerte haciendo su trabajo, parejo para todos. Semanas después y por cuestiones de servicio, Isabel pasó al hospital donde había entregado al joven que agredió al ya fallecido oficial.

-Qué pasó con aquel muchacho? El que te traje hace unas semanas. -Preguntó, Isabel a una enfermera.

-¿El de los ocho disparos? Ahí está en el pabellón, si la libró.

TRABAJO

Entregaron al paciente en un estado increíblemente estable y tras toda la burocracia partieron de regreso a su delegación.

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