/ sábado 16 de noviembre de 2019

Crónicas de Ambulancia : El olvidado

Hace 30 años, Cruz Roja era tan diferente a lo que es ahora, solo conservando la única constante de salvar vidas

Culiacán Sin.- Jorge Rojas es un paramédico de la vieja escuela, esos que se formaron en la acción y la presión. Con veintitantos años, recibió la invitación de “El Cadete” para sumarse como socorrista. Él aceptó y en su primer servicio se enfrentó a uno de los peores escenarios imaginados: 15 muertos en un accidente de autobús en la carretera a Mazatlán.



Su bienvenida bañada de sangre lo formó como uno de los socorristas más precisos y duros de los años 80. Con los mínimos recursos, en herramienta y artículos de apoyo, se trabajaba entonces "a puro ojo". Y sobriamente se lamenta de haber podido cometer ciertos errores por la falta de capacitación y utensilios.

La historia que aún le remueve la memoria sigue siendo la de aquella tarde de 1988, cuando recibieron el aviso de un camión accidentado por el sur de Culiacán, en la carretera. Con esa única información salió junto al operador de la ambulancia. Al dejar las instalaciones, cualquier contacto con el accidente o la central terminaba…

Tardaron en llegar demasiados minutos al hecho. En ese entonces, la estación de Culiacán se ocupaba de todas las sindicaturas, y los tiempos de respuesta se disparaban críticamente. Cuando la ambulancia de Jorge arribó a la curva del accidente, vieron que se trataba de una volcadura completa: los tres ejes del camión de pasajeros a la vista apuntaban al cielo, y el tanque de diésel goteaba incesante y peligrosamente.

"En ese tiempo no existían las quijadas de la vida, era todo con palos y el gato hidráulico de los carros", recuerda Jorge.

Así comenzó a trabajar, guiado por los quejidos y gritos de auxilio de los heridos; el contó nueve. Brazos atrapados por los asientos y piernas en posiciones irregulares lo obligaban a trabajar rápido. Durante las horas que estuvo ahí sacando heridos, la gota de diésel lo terminó empapando y junto a la fricción de su ropa lo llenó de llagas y ampollas en la espalda.

La dinámica era práctica y veloz; sacaba un herido y la unidad lo llevaba a Culiacán, pero mientras regresaba ya había un herido más afuera. Y así por horas lograron sacar a los nueve sobrevivientes. Cuando Jorge entregó el último paciente a su compañero, se quedó a revisar si alguien más seguía con vida. Al no ver más, salió para recibir el aire fresco después de varias horas en el sauna tóxico del diésel.

Mareado y con llagas dolorosas, Jorge se percató de que estaba solo. Había solo unos federales al fondo en sus asuntos, y nada más. La ambulancia se había ido sin él, quizás pensando que aún faltaba uno más o cualquier otra cosa. Con la brisa de la tarde que bañaba el capó de una patrulla, se enjuagó el rostro y se recargó en la misma. ¿Y ahora qué?...


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Minutos después, un automóvil lo vio a la orilla del accidente y se ofreció a llevarlo a Culiacán y así llegó a la estación, oliendo a combustible y con más risa que enojo. Todos se burlaron y bromearon mientras le lavaban las llagas. En 30 minutos ya estaba listo para continuar su guardia, como siempre.


Aquel entonces…

Jorge

Paramédico

"En ese tiempo no existían las quijadas de la vida, era todo con palos y el gato hidráulico de los carros".


Uno tras otro…

La dinámica era práctica y veloz; sacaba un herido y la unidad lo llevaba a Culiacán, pero mientras regresaba, ya había un herido más afuera. Y así por horas lograron sacar a los nueve sobrevivientes.



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Culiacán Sin.- Jorge Rojas es un paramédico de la vieja escuela, esos que se formaron en la acción y la presión. Con veintitantos años, recibió la invitación de “El Cadete” para sumarse como socorrista. Él aceptó y en su primer servicio se enfrentó a uno de los peores escenarios imaginados: 15 muertos en un accidente de autobús en la carretera a Mazatlán.



Su bienvenida bañada de sangre lo formó como uno de los socorristas más precisos y duros de los años 80. Con los mínimos recursos, en herramienta y artículos de apoyo, se trabajaba entonces "a puro ojo". Y sobriamente se lamenta de haber podido cometer ciertos errores por la falta de capacitación y utensilios.

La historia que aún le remueve la memoria sigue siendo la de aquella tarde de 1988, cuando recibieron el aviso de un camión accidentado por el sur de Culiacán, en la carretera. Con esa única información salió junto al operador de la ambulancia. Al dejar las instalaciones, cualquier contacto con el accidente o la central terminaba…

Tardaron en llegar demasiados minutos al hecho. En ese entonces, la estación de Culiacán se ocupaba de todas las sindicaturas, y los tiempos de respuesta se disparaban críticamente. Cuando la ambulancia de Jorge arribó a la curva del accidente, vieron que se trataba de una volcadura completa: los tres ejes del camión de pasajeros a la vista apuntaban al cielo, y el tanque de diésel goteaba incesante y peligrosamente.

"En ese tiempo no existían las quijadas de la vida, era todo con palos y el gato hidráulico de los carros", recuerda Jorge.

Así comenzó a trabajar, guiado por los quejidos y gritos de auxilio de los heridos; el contó nueve. Brazos atrapados por los asientos y piernas en posiciones irregulares lo obligaban a trabajar rápido. Durante las horas que estuvo ahí sacando heridos, la gota de diésel lo terminó empapando y junto a la fricción de su ropa lo llenó de llagas y ampollas en la espalda.

La dinámica era práctica y veloz; sacaba un herido y la unidad lo llevaba a Culiacán, pero mientras regresaba ya había un herido más afuera. Y así por horas lograron sacar a los nueve sobrevivientes. Cuando Jorge entregó el último paciente a su compañero, se quedó a revisar si alguien más seguía con vida. Al no ver más, salió para recibir el aire fresco después de varias horas en el sauna tóxico del diésel.

Mareado y con llagas dolorosas, Jorge se percató de que estaba solo. Había solo unos federales al fondo en sus asuntos, y nada más. La ambulancia se había ido sin él, quizás pensando que aún faltaba uno más o cualquier otra cosa. Con la brisa de la tarde que bañaba el capó de una patrulla, se enjuagó el rostro y se recargó en la misma. ¿Y ahora qué?...


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Minutos después, un automóvil lo vio a la orilla del accidente y se ofreció a llevarlo a Culiacán y así llegó a la estación, oliendo a combustible y con más risa que enojo. Todos se burlaron y bromearon mientras le lavaban las llagas. En 30 minutos ya estaba listo para continuar su guardia, como siempre.


Aquel entonces…

Jorge

Paramédico

"En ese tiempo no existían las quijadas de la vida, era todo con palos y el gato hidráulico de los carros".


Uno tras otro…

La dinámica era práctica y veloz; sacaba un herido y la unidad lo llevaba a Culiacán, pero mientras regresaba, ya había un herido más afuera. Y así por horas lograron sacar a los nueve sobrevivientes.



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