/ sábado 30 de noviembre de 2019

Crónicas de Ambulancia: El abrazo del destino

El llamado del deber como socorrista llega de diferentes formas para cada persona, a veces por cuestiones tan azarosas que parecen increíbles

Culiacán. - Fue hace varios años, ya ves que uno ni los cuenta. Apenas iban a abrir la sub delegación allá en Villa Juárez y el que era coordinador me habló; que necesitaban un operador de ambulancia.

Yo en ese tiempo ni un curita sabía poner, pero era chamba. Así que acepté y durante tres días me capacitaron. Me subí a la ambulancia para ver cómo se trabajaba y que rutas se tomaban.

Al principio yo me ponía muy nervioso, bueno, siempre estuve nervioso mientras estuve de operador. Salía junto al paramédico a los servicios y cuando iban tratando al paciente detrás yo solo veía por el retrovisor y manejaba sin saber bien que pasaba.

Así pasaron varias semanas y yo confirmaba que ese trabajo no era para mí. En uno de los tantos llamados que me tocaron cubrir recuerdo que una noche nos avisaron de una volcadura a las afueras de la sindicatura y ahí voy con mis nervios.

LA ESCENA

Al llegar vemos los curiosos de siempre junto al accidente, pero entre la oscuridad relumbraron varios fusiles colgando de sombras y siluetas de jóvenes con gorra; algo regular en esa zona de Navolato.

El paramédico se puso a trabajar y atendía a dos pacientes de la volcadura, yo esperaba en la ambulancia cualquier indicación. Del fondo del hecho me gritó para que le llevara una camilla y cuerdas de seguridad y “rápido las busco detrás de la ambulancia”.

Cuando salgo rumbo a mi compañero siento algo blando bajo mis pies, un tropezón entre la maleza y me detengo a ver que es. Ilumino con mi celular y un pequeño niño se dibuja entre sangre, tierra y dolor. Mi reacción es gritarle a uno de los jóvenes armados:

-hey, loco, ¿puedes ayudarme?

-Simón, jefe, dígame.

Le doy el equipo que había pedido mi compañero y lo veo perderse al fondo de la oscuridad cargando la camilla sin soltar su AK-47 que portaba colgado de su espalda. Tomé al niño en brazos y con mi mínimo conocimiento lo subo a la ambulancia para lavarle la cara y conectarle una línea de oxígeno; eso veía por el retrovisor cuando trabajaban los paramédicos.

El niño aún consciente se movía mientras le limpiaba la sangre de la cara, mi compañero llegó con un paciente en la camilla y al verme me preguntó que, si que estaba haciendo, le explico todo y continua el trabajo; "vámonos en uno" (clave utilizada para indicar que salgamos de prisa de la escena), me dijo.

DEBER

Un servicio más, podría llamarlo así. Pero para mí fue el clímax de la incomodidad, esa misma noche le dije al coordinador que al final de la quincena renunciaría, él aceptó.

En mi penúltimo turno salí con el paramédico a buscar algo de comer al supermercado que estaba frente a la sub delegación, cruzamos la calle bajo el sol de mediodía y me detengo a refrescarme en los ventiladores de la entrada.

Siento unos pequeños brazos rodeándome por detrás, volteo confundido y un niño me mira y sonríe: "mamá, él es el doctor que me salvó" le gritó a una señora que venía detrás.

La mujer llega y sonriente dice que su hijo lo reconoció desde lejos y lo siguieron para agradecerle. Yo no podía sacar palabras solo lágrimas, era un sentimiento desconocido para mí, pues. Me contaron que ellos fueron los que sufrieron aquel accidente y gracias a la llegada de Cruz Roja se salvaron. Después llegó el padre del menor en muletas y con palabras de gratitud nos reconoció nuestro trabajo.

Esa tarde fui a la oficina del coordinador para cancelar mi renuncia y tomar el curso de Técnico en Urgencias Médicas para convertirse en paramédico. Desde entonces hasta ahora continuo con ese oficio que se convirtió en pasión gracias al agradecimiento de aquel niño sonriente que encontré en la maleza en el poblado surrealista de Villa Juárez.

EL DESTINO

Siento unos pequeños brazos rodeándome por detrás, volteo confundido y un niño me mira y sonríe: "mamá, él es el doctor que me salvó".

MISIÓN

Me subí a la ambulancia para ver cómo se trabajaba y que rutas se tomaban. No era para mí este trabajo.


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Culiacán. - Fue hace varios años, ya ves que uno ni los cuenta. Apenas iban a abrir la sub delegación allá en Villa Juárez y el que era coordinador me habló; que necesitaban un operador de ambulancia.

Yo en ese tiempo ni un curita sabía poner, pero era chamba. Así que acepté y durante tres días me capacitaron. Me subí a la ambulancia para ver cómo se trabajaba y que rutas se tomaban.

Al principio yo me ponía muy nervioso, bueno, siempre estuve nervioso mientras estuve de operador. Salía junto al paramédico a los servicios y cuando iban tratando al paciente detrás yo solo veía por el retrovisor y manejaba sin saber bien que pasaba.

Así pasaron varias semanas y yo confirmaba que ese trabajo no era para mí. En uno de los tantos llamados que me tocaron cubrir recuerdo que una noche nos avisaron de una volcadura a las afueras de la sindicatura y ahí voy con mis nervios.

LA ESCENA

Al llegar vemos los curiosos de siempre junto al accidente, pero entre la oscuridad relumbraron varios fusiles colgando de sombras y siluetas de jóvenes con gorra; algo regular en esa zona de Navolato.

El paramédico se puso a trabajar y atendía a dos pacientes de la volcadura, yo esperaba en la ambulancia cualquier indicación. Del fondo del hecho me gritó para que le llevara una camilla y cuerdas de seguridad y “rápido las busco detrás de la ambulancia”.

Cuando salgo rumbo a mi compañero siento algo blando bajo mis pies, un tropezón entre la maleza y me detengo a ver que es. Ilumino con mi celular y un pequeño niño se dibuja entre sangre, tierra y dolor. Mi reacción es gritarle a uno de los jóvenes armados:

-hey, loco, ¿puedes ayudarme?

-Simón, jefe, dígame.

Le doy el equipo que había pedido mi compañero y lo veo perderse al fondo de la oscuridad cargando la camilla sin soltar su AK-47 que portaba colgado de su espalda. Tomé al niño en brazos y con mi mínimo conocimiento lo subo a la ambulancia para lavarle la cara y conectarle una línea de oxígeno; eso veía por el retrovisor cuando trabajaban los paramédicos.

El niño aún consciente se movía mientras le limpiaba la sangre de la cara, mi compañero llegó con un paciente en la camilla y al verme me preguntó que, si que estaba haciendo, le explico todo y continua el trabajo; "vámonos en uno" (clave utilizada para indicar que salgamos de prisa de la escena), me dijo.

DEBER

Un servicio más, podría llamarlo así. Pero para mí fue el clímax de la incomodidad, esa misma noche le dije al coordinador que al final de la quincena renunciaría, él aceptó.

En mi penúltimo turno salí con el paramédico a buscar algo de comer al supermercado que estaba frente a la sub delegación, cruzamos la calle bajo el sol de mediodía y me detengo a refrescarme en los ventiladores de la entrada.

Siento unos pequeños brazos rodeándome por detrás, volteo confundido y un niño me mira y sonríe: "mamá, él es el doctor que me salvó" le gritó a una señora que venía detrás.

La mujer llega y sonriente dice que su hijo lo reconoció desde lejos y lo siguieron para agradecerle. Yo no podía sacar palabras solo lágrimas, era un sentimiento desconocido para mí, pues. Me contaron que ellos fueron los que sufrieron aquel accidente y gracias a la llegada de Cruz Roja se salvaron. Después llegó el padre del menor en muletas y con palabras de gratitud nos reconoció nuestro trabajo.

Esa tarde fui a la oficina del coordinador para cancelar mi renuncia y tomar el curso de Técnico en Urgencias Médicas para convertirse en paramédico. Desde entonces hasta ahora continuo con ese oficio que se convirtió en pasión gracias al agradecimiento de aquel niño sonriente que encontré en la maleza en el poblado surrealista de Villa Juárez.

EL DESTINO

Siento unos pequeños brazos rodeándome por detrás, volteo confundido y un niño me mira y sonríe: "mamá, él es el doctor que me salvó".

MISIÓN

Me subí a la ambulancia para ver cómo se trabajaba y que rutas se tomaban. No era para mí este trabajo.


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