/ sábado 27 de febrero de 2021

Crónicas de ambulancia: El abrazo del agradecimiento

Siempre dicen que después de lo malo viene lo bueno, y esta vez Federico Luera lo comprobó

Culiacán, Sin.- Corría el lunes quince de febrero, Federico y su equipo de paramédicos se encontraban en la sala de socorros en la estación del bulevar Gabriel Leyva Solano, tratando de asimilar lo vivido en el anterior servicio, donde un hijo presuntamente le arrebató la vida a su madre.

Pasaron pocos minutos en silencio, de pronto la sala se estremeció con el chillido de la chicharra; otro servicio estaba en la espera. Las indicaciones señalan una persona inconsciente en una casona del Mercadito Juárez.

La ambulancia parte con el alba reflejando en los cristales los rayos dorados del sol; en pocos minutos se encuentra estacionada frente a un edificio viejo; un elemento policiaco les indica el camino dentro de un hotel, suben unas escaleras estrechas y dañadas, en la segunda planta yace un hombre boca arriba.

EL CASO

Una mujer y tres niños observan la escena; están preocupados, mientras uno de ellos en forma de pregunta repite una misma oración: ¿No se va a morir mi papi?, ¿no se va a morir mi papi?”.

El equipo de socorristas da inicio a la indagación, donde la esposa del afectado comenta la sospecha del consumo de enervantes, por lo que Fede realiza el chequeo, al abrir los ojos le sorprenden las pupilas del paciente muy dilatadas.

Los llantos del menor no cesan por lo cual llaman al policía a retirar la familia del sitio.

Ya al teléfono con el médico adscrito les indica aplicar por la vía intravenosa una dosis de naloxona, por lo cual de manera conjunta los paramédicos inician la intervención.

En el fondo la joven madre lloraba y llamaba al hombre, recordando los tiempos anteriores cuando era dependiente.

Foto: Melisa Ortiz│ El Sol de Sinaloa

Puedes leer: Crónicas de ambulancia: El choque de la medianoche

- Acuérdate que ya tenemos una casita, que vamos a empezar algo nuevo -, decía entre llantos.

Pasados cinco minutos el paciente no recobra los sentidos, por lo que optan por aplicar una segunda dosis.

Pronto el hombre abre los ojos, comienza a retomar los sentidos y Federico retira la cánula de Guedel, y éste comienza a balbucear.

Ya dentro de la habitación los niños se acercan a su padre, hablándole y haciéndole que este sonría; es ahí cuando los paramédicos dan por finalizada su labor dirigiéndose al estrecho pasillo para volver a la unidad de socorros.

Foto: Melisa Ortiz│ El Sol de Sinaloa

EL ABRAZO

Federico va detrás, cuando una voz le llama, - ¡Señor! - le dice.

Al volverse hacia el pequeño, los ojos de este se iluminan y entre sollozos no logra construir una frase; para estar a su altura Luera se inca; dando una pequeña caricia sobre su cabeza y le dice que todo va a estar bien, que su padre está fuera de peligro.

En su rostro se hace presente una ligera sonrisa, y Federico siente un estrujo en el corazón.

De pronto el pequeño se abalanza sobre él, envolviendo con los brazos sus hombros, fusionándose en un largo abrazo. Como una ligera lluvia los ojos del socorrista se comienzan a mojar, entre lágrimas toma el agradecimiento del menor y parte de la escena.

Foto: Melisa Ortiz│ El Sol de Sinaloa

De camino a la estación no deja de pensar en el acto de amor dado por el pequeño, por lo que al descender de la unidad llama a sus compañeros por separado, compartiendo su abrazo, y así este equipo de tres culmina su jornada donde las lágrimas no les alcanza para sentir una gran satisfacción.

PERFIL

Federico Luera lleva más de 20 años en Cruz Roja, donde tuvo sus inicios en Sinaloa de Leyva.

PASIÓN

Su amor a la labor de rescatista lo hizo unirse a las líneas de la institución en la ciudad capitalina; donde devuelve sonrisas a pacientes y familiares.



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Culiacán, Sin.- Corría el lunes quince de febrero, Federico y su equipo de paramédicos se encontraban en la sala de socorros en la estación del bulevar Gabriel Leyva Solano, tratando de asimilar lo vivido en el anterior servicio, donde un hijo presuntamente le arrebató la vida a su madre.

Pasaron pocos minutos en silencio, de pronto la sala se estremeció con el chillido de la chicharra; otro servicio estaba en la espera. Las indicaciones señalan una persona inconsciente en una casona del Mercadito Juárez.

La ambulancia parte con el alba reflejando en los cristales los rayos dorados del sol; en pocos minutos se encuentra estacionada frente a un edificio viejo; un elemento policiaco les indica el camino dentro de un hotel, suben unas escaleras estrechas y dañadas, en la segunda planta yace un hombre boca arriba.

EL CASO

Una mujer y tres niños observan la escena; están preocupados, mientras uno de ellos en forma de pregunta repite una misma oración: ¿No se va a morir mi papi?, ¿no se va a morir mi papi?”.

El equipo de socorristas da inicio a la indagación, donde la esposa del afectado comenta la sospecha del consumo de enervantes, por lo que Fede realiza el chequeo, al abrir los ojos le sorprenden las pupilas del paciente muy dilatadas.

Los llantos del menor no cesan por lo cual llaman al policía a retirar la familia del sitio.

Ya al teléfono con el médico adscrito les indica aplicar por la vía intravenosa una dosis de naloxona, por lo cual de manera conjunta los paramédicos inician la intervención.

En el fondo la joven madre lloraba y llamaba al hombre, recordando los tiempos anteriores cuando era dependiente.

Foto: Melisa Ortiz│ El Sol de Sinaloa

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- Acuérdate que ya tenemos una casita, que vamos a empezar algo nuevo -, decía entre llantos.

Pasados cinco minutos el paciente no recobra los sentidos, por lo que optan por aplicar una segunda dosis.

Pronto el hombre abre los ojos, comienza a retomar los sentidos y Federico retira la cánula de Guedel, y éste comienza a balbucear.

Ya dentro de la habitación los niños se acercan a su padre, hablándole y haciéndole que este sonría; es ahí cuando los paramédicos dan por finalizada su labor dirigiéndose al estrecho pasillo para volver a la unidad de socorros.

Foto: Melisa Ortiz│ El Sol de Sinaloa

EL ABRAZO

Federico va detrás, cuando una voz le llama, - ¡Señor! - le dice.

Al volverse hacia el pequeño, los ojos de este se iluminan y entre sollozos no logra construir una frase; para estar a su altura Luera se inca; dando una pequeña caricia sobre su cabeza y le dice que todo va a estar bien, que su padre está fuera de peligro.

En su rostro se hace presente una ligera sonrisa, y Federico siente un estrujo en el corazón.

De pronto el pequeño se abalanza sobre él, envolviendo con los brazos sus hombros, fusionándose en un largo abrazo. Como una ligera lluvia los ojos del socorrista se comienzan a mojar, entre lágrimas toma el agradecimiento del menor y parte de la escena.

Foto: Melisa Ortiz│ El Sol de Sinaloa

De camino a la estación no deja de pensar en el acto de amor dado por el pequeño, por lo que al descender de la unidad llama a sus compañeros por separado, compartiendo su abrazo, y así este equipo de tres culmina su jornada donde las lágrimas no les alcanza para sentir una gran satisfacción.

PERFIL

Federico Luera lleva más de 20 años en Cruz Roja, donde tuvo sus inicios en Sinaloa de Leyva.

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