/ sábado 25 de abril de 2020

Covid-19: la lucha invisible de Paramédicos

Desde que apareció el nuevo coronavirus en el plano médico mundial, Cruz Roja comenzó a desarrollar un protocolo para la inminente pandemia.

Culiacán, Sin.- Llega el momento en que el oficio del paramédico presenta retos titánicos, imposibles a la distancia y difíciles en la práctica. Ni toda la preparación soporta que los nervios se tensen y la mente tambaleé.

La sombra del Coronavirus alcanzó a México, a Culiacán, desde aquel febrero bisiesto en que el hotel Lucerna atrajo las miradas temerosas por el primer paciente positivo. Un día 28 con un mañana ajeno, que nos dio la primera alerta de lo que se venía.

El trabajo con pacientes de Coronavirus en todo el mundo presentaba fallas, errores y desconocimiento. Como en toda la historia; Cruz Roja aparece en la tragedia, en lo desconocido. Así comenzó a desarrollar su protocolo para la lucha que estaba encima ya.

En Culiacán, donde el 80 por ciento de la plantilla de voluntarios de Cruz Roja cesaron sus guardias por seguridad, el resto, los jóvenes o los que su expediente clínico se lo permite, se quedaron a luchar en nombre de todos.

Foto: Jesús Verdugo │El Sol de Sinaloa

ASUMIR EL COMPROMISO

Los traslados son dolorosos e inquietantes, sobre la marcha se aprende, dicen algunos. Lo primordial es el traje Tyvek, la mascarilla N95 y los guantes.

"Nadie sabía como usarlos, aprendimos rápido y fuimos reduciendo el tiempo de preparación de treinta minutos a diez...", platica, un paramédico del Covid-19.

Los ensayos son semanales, apurando los procesos pues cada minuto cuenta. Hasta ahora ningún paramédico se ha contagiado, algunos sospechosos se aislaron pero regresaron cuando la prueba dio negativo.

El miedo está ahí, y no es para avergonzarse. Los ojos del primer paramédico que habló sobre esto, estaban ausentes, pensando quizás en su familia, pues la preocupación es esa. Los jóvenes desarrollan anticuerpos rápidamente pero esa pequeña inmunidad es una maldición para los adultos mayores, pueden contagiarse de un joven asintomático.

Es un reto, dicen. Trasladar a un paciente Covid-19. Es como mirar una fuerza incontenible apoderarse de ellos. Tos, debilidad, palidez, arcadas que duelen al verlas. Y lo único que separa al paramédico de eso: un plástico y una mascarilla. Suficientes tal vez, pero las rodillas tiemblan, la mente juega con ellos. El calor del traje los ahoga, la falta de oxígeno por el filtro N95 les cosquillea las manos.

Desde el llamado, hasta retirarse el traje pasan casi 4 horas en el mejor de los casos. La falta de oxígeno, ventilación y estrés provocan un desgaste brutal en ellos. Es su rol en esta pandemia, donde nadie está cómodo. Nadie está feliz.

LA IMPERIOSA VOLUNTAD

Quedan pocos y no por falta de voluntad sino por seguridad. Las guardias se completan a duras penas, los más experimentados orientan, los más jóvenes sacan el pecho llenos de miedo pero con los valores de la institución tatuados en la mente.

Los llamados llegan, cada día se duplican. Las ambulancias no van a alcanzar, los paramédicos no se darán abasto. Algunos crean o modifican camillas para tener más capacidad de respuesta. Se respira un ambiente incierto, como en todo el mundo, pero hasta que la humanidad alcance, la lucha seguirá en las ambulancias.

Es un momento histórico de la vida, algunos paramédicos lo resienten. El apoyo psicológico es fundamental para esas guardias eternas donde los traslados parecen no cesar. Donde sientes el cosquilleo en la garganta, la falta de aire y todo está en tu mente.

Si no lo hacen ellos: ¿Quién lo hace? Es inoportuno poner por encima a cualquier oficio o persona, pero durante el próximo escenario apocalíptico que se avecina se deposita la esperanza en los que se atreven.

La humildad hace que bajen su mirada cuando se conjura esa conclusión, porque ellos tienen miedo, ellos no lo hacen por dinero, por fama o reconocimiento, quizás nadie entienda porque lo hacen, pero ahí están.

En este espacio y desde esta pluma se agradece a cada paramédico por el valor, la humanidad desbordada y esa inexplicable razón de ayudar cuando el mundo se derrumba, gracias.

Te puede interesar: Carolina: mi vida estaba destinada a servir a los demás

ESTIGMA

La Cruz Roja recientemente se enfrentó a un diferendo público debido a que presuntamente se negó a atender a un joven enfermo, pero el caso fue aclarado.

GUERRA SIN CUARTEL

El personal sanitario de la Benemérita también se está enfrentando a la pelea para no darle terreno a la muerte por Covid.19.





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Culiacán, Sin.- Llega el momento en que el oficio del paramédico presenta retos titánicos, imposibles a la distancia y difíciles en la práctica. Ni toda la preparación soporta que los nervios se tensen y la mente tambaleé.

La sombra del Coronavirus alcanzó a México, a Culiacán, desde aquel febrero bisiesto en que el hotel Lucerna atrajo las miradas temerosas por el primer paciente positivo. Un día 28 con un mañana ajeno, que nos dio la primera alerta de lo que se venía.

El trabajo con pacientes de Coronavirus en todo el mundo presentaba fallas, errores y desconocimiento. Como en toda la historia; Cruz Roja aparece en la tragedia, en lo desconocido. Así comenzó a desarrollar su protocolo para la lucha que estaba encima ya.

En Culiacán, donde el 80 por ciento de la plantilla de voluntarios de Cruz Roja cesaron sus guardias por seguridad, el resto, los jóvenes o los que su expediente clínico se lo permite, se quedaron a luchar en nombre de todos.

Foto: Jesús Verdugo │El Sol de Sinaloa

ASUMIR EL COMPROMISO

Los traslados son dolorosos e inquietantes, sobre la marcha se aprende, dicen algunos. Lo primordial es el traje Tyvek, la mascarilla N95 y los guantes.

"Nadie sabía como usarlos, aprendimos rápido y fuimos reduciendo el tiempo de preparación de treinta minutos a diez...", platica, un paramédico del Covid-19.

Los ensayos son semanales, apurando los procesos pues cada minuto cuenta. Hasta ahora ningún paramédico se ha contagiado, algunos sospechosos se aislaron pero regresaron cuando la prueba dio negativo.

El miedo está ahí, y no es para avergonzarse. Los ojos del primer paramédico que habló sobre esto, estaban ausentes, pensando quizás en su familia, pues la preocupación es esa. Los jóvenes desarrollan anticuerpos rápidamente pero esa pequeña inmunidad es una maldición para los adultos mayores, pueden contagiarse de un joven asintomático.

Es un reto, dicen. Trasladar a un paciente Covid-19. Es como mirar una fuerza incontenible apoderarse de ellos. Tos, debilidad, palidez, arcadas que duelen al verlas. Y lo único que separa al paramédico de eso: un plástico y una mascarilla. Suficientes tal vez, pero las rodillas tiemblan, la mente juega con ellos. El calor del traje los ahoga, la falta de oxígeno por el filtro N95 les cosquillea las manos.

Desde el llamado, hasta retirarse el traje pasan casi 4 horas en el mejor de los casos. La falta de oxígeno, ventilación y estrés provocan un desgaste brutal en ellos. Es su rol en esta pandemia, donde nadie está cómodo. Nadie está feliz.

LA IMPERIOSA VOLUNTAD

Quedan pocos y no por falta de voluntad sino por seguridad. Las guardias se completan a duras penas, los más experimentados orientan, los más jóvenes sacan el pecho llenos de miedo pero con los valores de la institución tatuados en la mente.

Los llamados llegan, cada día se duplican. Las ambulancias no van a alcanzar, los paramédicos no se darán abasto. Algunos crean o modifican camillas para tener más capacidad de respuesta. Se respira un ambiente incierto, como en todo el mundo, pero hasta que la humanidad alcance, la lucha seguirá en las ambulancias.

Es un momento histórico de la vida, algunos paramédicos lo resienten. El apoyo psicológico es fundamental para esas guardias eternas donde los traslados parecen no cesar. Donde sientes el cosquilleo en la garganta, la falta de aire y todo está en tu mente.

Si no lo hacen ellos: ¿Quién lo hace? Es inoportuno poner por encima a cualquier oficio o persona, pero durante el próximo escenario apocalíptico que se avecina se deposita la esperanza en los que se atreven.

La humildad hace que bajen su mirada cuando se conjura esa conclusión, porque ellos tienen miedo, ellos no lo hacen por dinero, por fama o reconocimiento, quizás nadie entienda porque lo hacen, pero ahí están.

En este espacio y desde esta pluma se agradece a cada paramédico por el valor, la humanidad desbordada y esa inexplicable razón de ayudar cuando el mundo se derrumba, gracias.

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