/ sábado 9 de noviembre de 2019

Ángeles inesperados: la tarde de aquel servicio en  Alcoyonqui

Una familia sufrió un accidente que los marcó para toda la vida y una paramédico recibió inesperada ayuda de personajes míticos de la narcocultura sinaloense

Culiacán, Sin.- Marisol estaba preparándose como cada guardia con su mejor actitud y todo lo necesario que su experiencia le dictaba. El llamado llegó con un tono extraño: un auto chocado en el entronque de Alcoyonqui, nada más.

Marisol tomó el llamado con calma y salió, solo ella con el operador de la unidad, y una camioneta de bomberos detrás de ellos. La urgencia estaba normal, no esperaba más que algún herido, lo casual. Cuando llegaron al punto descrito un auto les hizo cambio de luces: lo siguieron 20 minutos por el camino que lleva al pueblo más cercano, hasta que en una curva vieron un auto compacto colgando a la orilla de un arroyo: el llamado era real.

Al bajar de la ambulancia, Marisol vio a un herido a unos metros, volteó la mirada y uno más dentro del auto. Siguió caminando con la sensación de que la tarde iba para largo, y al fondo del arroyo dos personas más se encontraban en posiciones imposibles las múltiples fracturas.

Entre la profundidad de aquel camino entre cerros, el radio de la ambulancia no servía para mucho. La paramédico comenzó a auscultar al hombre que seguía dentro del automóvil, rápidamente dio cuenta que su cuello estaba fracturado y no había más que hacer por él.

Lee Aquí: Implantes de cráneo con impresión 3D, creados por jóvenes sinaloenses

En la soledad de aquella situación desesperada, el ruido de motores pequeños comenzó a zumbar a lo lejos: las siluetas de motocicletas de colores llamativos se dibujaron en el ocaso de aquella tarde fría de noviembre. La paramédico se acercó a los jóvenes que las manejaban; niños de edades inciertas con cachucha de visera negra y radios de largo alcance colgando de sus cinturones.

"¿En qué le ayudamos, jefa?", dijeron a la joven paramédico.

Marisol les pidió que llamaran por radio a dos unidades de ambulancia más y a los Bomberos, si era posible. Los plebes de las motocicletas asintieron y así comenzó el chirrido de sus radios entre voces inaudibles e interferencia. La paramédico aún no se explica cómo fue que dieron con las frecuencias oficiales, o si se lo explica, no quiso decirlo.

Tanto ella, el operador y los bomberos que venían siguiéndolos se sabían rebasados por el hecho, comenzaron a asegurar a los heridos que estaban en el arroyo, con ayuda de cuerdas y amarres improvisados intentaron subir a los dos hombres adultos. La fuerza de carga era insuficiente; así que una vez más esos plebes de las motocicletas se ofrecieron a ayudar y entre todos sacaron aún con vida a los heridos.

Las ambulancias no llegaban y la urgencia de trasladar a los tres hombres era mucha. Otro hecho inexplicable de esa tarde fue que una ambulancia particular llegó al lugar y como si conociera todo el escenario se puso a disposición de la paramédico. Tal vez entre todos los llamados de radio, escucharon el llamado de auxilio y llegaron.

Los heridos de menor gravedad fueron subidos a la ambulancia de Marisol pues no había tiempo de esperar más. Uno de ellos, un hombre de 90 kilos con fractura múltiple en una pierna y diferentes contusiones en todo el cuerpo parecían mortales, pero aún estaba consciente y con la suficiente fuerza para quejarse sonoramente. La ambulancia particular salió con el herido de mayor gravedad rumbo a Culiacán, 15 minutos después; Marisol partió con los dos restantes.

La escolta invisible de las motocicletas desapareció en el entronque de Alcoyonqui, ahí toparon a una de las ambulancias de Cruz Roja que se habían ido de paso, perdidos por las someras indicaciones de los jóvenes. Se trasladó uno de los heridos a la otra unidad y así partieron a toda prisa rumbo a Culiacán.

Cuando llegaron a la clínica particular de destino, el primer herido ya estaba en cirugía y más personal estaba listo para atender a los heridos que iban llegando. Luego de ser recibidos, entre paramédicos y enfermeras se pudo estabilizar a los sujetos que se retorcían de dolor por las múltiples fracturas.

Un año después, como sorpresa Marisol recibió a un hombre delgado y en muletas que llegó a la estación donde hacía guardia. "Es ella", escuchó decir a una mujer. La gratitud se desbordaba en aquel hombre que había sido salvado por la improbable acción de los paramédicos con aquellos ángeles inesperados en motocicleta.


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Culiacán, Sin.- Marisol estaba preparándose como cada guardia con su mejor actitud y todo lo necesario que su experiencia le dictaba. El llamado llegó con un tono extraño: un auto chocado en el entronque de Alcoyonqui, nada más.

Marisol tomó el llamado con calma y salió, solo ella con el operador de la unidad, y una camioneta de bomberos detrás de ellos. La urgencia estaba normal, no esperaba más que algún herido, lo casual. Cuando llegaron al punto descrito un auto les hizo cambio de luces: lo siguieron 20 minutos por el camino que lleva al pueblo más cercano, hasta que en una curva vieron un auto compacto colgando a la orilla de un arroyo: el llamado era real.

Al bajar de la ambulancia, Marisol vio a un herido a unos metros, volteó la mirada y uno más dentro del auto. Siguió caminando con la sensación de que la tarde iba para largo, y al fondo del arroyo dos personas más se encontraban en posiciones imposibles las múltiples fracturas.

Entre la profundidad de aquel camino entre cerros, el radio de la ambulancia no servía para mucho. La paramédico comenzó a auscultar al hombre que seguía dentro del automóvil, rápidamente dio cuenta que su cuello estaba fracturado y no había más que hacer por él.

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En la soledad de aquella situación desesperada, el ruido de motores pequeños comenzó a zumbar a lo lejos: las siluetas de motocicletas de colores llamativos se dibujaron en el ocaso de aquella tarde fría de noviembre. La paramédico se acercó a los jóvenes que las manejaban; niños de edades inciertas con cachucha de visera negra y radios de largo alcance colgando de sus cinturones.

"¿En qué le ayudamos, jefa?", dijeron a la joven paramédico.

Marisol les pidió que llamaran por radio a dos unidades de ambulancia más y a los Bomberos, si era posible. Los plebes de las motocicletas asintieron y así comenzó el chirrido de sus radios entre voces inaudibles e interferencia. La paramédico aún no se explica cómo fue que dieron con las frecuencias oficiales, o si se lo explica, no quiso decirlo.

Tanto ella, el operador y los bomberos que venían siguiéndolos se sabían rebasados por el hecho, comenzaron a asegurar a los heridos que estaban en el arroyo, con ayuda de cuerdas y amarres improvisados intentaron subir a los dos hombres adultos. La fuerza de carga era insuficiente; así que una vez más esos plebes de las motocicletas se ofrecieron a ayudar y entre todos sacaron aún con vida a los heridos.

Las ambulancias no llegaban y la urgencia de trasladar a los tres hombres era mucha. Otro hecho inexplicable de esa tarde fue que una ambulancia particular llegó al lugar y como si conociera todo el escenario se puso a disposición de la paramédico. Tal vez entre todos los llamados de radio, escucharon el llamado de auxilio y llegaron.

Los heridos de menor gravedad fueron subidos a la ambulancia de Marisol pues no había tiempo de esperar más. Uno de ellos, un hombre de 90 kilos con fractura múltiple en una pierna y diferentes contusiones en todo el cuerpo parecían mortales, pero aún estaba consciente y con la suficiente fuerza para quejarse sonoramente. La ambulancia particular salió con el herido de mayor gravedad rumbo a Culiacán, 15 minutos después; Marisol partió con los dos restantes.

La escolta invisible de las motocicletas desapareció en el entronque de Alcoyonqui, ahí toparon a una de las ambulancias de Cruz Roja que se habían ido de paso, perdidos por las someras indicaciones de los jóvenes. Se trasladó uno de los heridos a la otra unidad y así partieron a toda prisa rumbo a Culiacán.

Cuando llegaron a la clínica particular de destino, el primer herido ya estaba en cirugía y más personal estaba listo para atender a los heridos que iban llegando. Luego de ser recibidos, entre paramédicos y enfermeras se pudo estabilizar a los sujetos que se retorcían de dolor por las múltiples fracturas.

Un año después, como sorpresa Marisol recibió a un hombre delgado y en muletas que llegó a la estación donde hacía guardia. "Es ella", escuchó decir a una mujer. La gratitud se desbordaba en aquel hombre que había sido salvado por la improbable acción de los paramédicos con aquellos ángeles inesperados en motocicleta.


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