/ miércoles 19 de agosto de 2020

¿Y si rompemos el pacto?

Hace unos días vimos a un senador de la República pedirle a su esposa que “bajara la pierna” mientras cenaban y grababan un en vivo para sus redes sociales: “sube la cámara, estás enseñando mucha pierna”, le dijo, mientras le llamaba la atención, a lo que ella contestó que sólo se le veía la rodilla. Ante la insistencia y el tono de voz que subía, ella incluso le pide perdón e intenta modificar la posición, a lo que él finaliza diciendo “me casé contigo para mí, no para que andes enseñando”.

Esta escena –que seguramente muchas mujeres han padecido alguna vez a lado de su pareja– ocasionó gran movimiento y debate en redes sociales, lo que llevó el suceso a los medios de comunicación. El senador tuvo que ofrecer una disculpa pública, pero, hasta antes de ello, hubo desconcierto entre algunas personas que se preguntaban, ¿qué de lo comentado por el funcionario estaba mal? Una amiga me preguntaba si no es que estábamos ya “exagerando” con estos señalamientos de machismo y violencias; otros más lo defendían y argumentaban que él solo la estaba “cuidando”.

Es justo la naturalización con la que aceptamos estas conductas la que nos llevan a usar nuestras voces para visibilizarlas, para aprender a ver que las mujeres, novias o esposas, no somos una propiedad ni seres incapaces, que nuestra individualidad y libertad como personas existe y que por ello es indispensable nuestro consentimiento en cada acción compartida, sin importar quienes sean.

Estas actitudes de obligar e imponer cobran además sentido para quienes señalan sobre la responsabilidad que, al parecer, tenemos las mujeres –y los que nos dicen que nos cuidan– respecto a las violencias de las que somos objeto, y que para ello aplican el refrán popular “la ocasión hace al ladrón”. Y es que, bajo este argumento, las mujeres hacemos a los violadores cuando vestimos de alguna manera, o cuando caminamos por las calles solas y especialmente a ciertas horas, o cuando ejercemos el derecho a decir “no quiero” a nuestra pareja.

Nuestra sociedad vive en un pacto con el machismo que legitima la violencia contra las mujeres y que las castiga cuando dejan de comportarse con abnegación. La libertad –esa que los otros ejercen– pasa por varias aduanas de “cuidadores” que establecen ese pacto donde las mujeres somos las únicas responsables de que nuestros actos se sexualicen, de legitimar la falta de autocontrol que se disfraza de instinto: una situación que comienza imponiendo un modo de vestir o de comportarse y que termina, como en el caso de Medio Oriente, en el uso de un burka que cubre de la cabeza a los tobillos, y que aun así resulta a todas luces insuficiente, ¿por qué?

Estos modelos de comportamiento solo exigen a las mujeres el cambio, ¿y si las mujeres iniciamos hablando de esto con nuestros padres, hermanos, amigos, tíos y primos?, ¿y si apostamos a romper el círculo de violencias entre los propios hombres? Hombres frenando a otros hombres: solo así podemos cambiar esta cultura que nos daña, y en la que el silencio e inacción hace cómplices de la violencia ¿Y si rompemos el pacto.

Hace unos días vimos a un senador de la República pedirle a su esposa que “bajara la pierna” mientras cenaban y grababan un en vivo para sus redes sociales: “sube la cámara, estás enseñando mucha pierna”, le dijo, mientras le llamaba la atención, a lo que ella contestó que sólo se le veía la rodilla. Ante la insistencia y el tono de voz que subía, ella incluso le pide perdón e intenta modificar la posición, a lo que él finaliza diciendo “me casé contigo para mí, no para que andes enseñando”.

Esta escena –que seguramente muchas mujeres han padecido alguna vez a lado de su pareja– ocasionó gran movimiento y debate en redes sociales, lo que llevó el suceso a los medios de comunicación. El senador tuvo que ofrecer una disculpa pública, pero, hasta antes de ello, hubo desconcierto entre algunas personas que se preguntaban, ¿qué de lo comentado por el funcionario estaba mal? Una amiga me preguntaba si no es que estábamos ya “exagerando” con estos señalamientos de machismo y violencias; otros más lo defendían y argumentaban que él solo la estaba “cuidando”.

Es justo la naturalización con la que aceptamos estas conductas la que nos llevan a usar nuestras voces para visibilizarlas, para aprender a ver que las mujeres, novias o esposas, no somos una propiedad ni seres incapaces, que nuestra individualidad y libertad como personas existe y que por ello es indispensable nuestro consentimiento en cada acción compartida, sin importar quienes sean.

Estas actitudes de obligar e imponer cobran además sentido para quienes señalan sobre la responsabilidad que, al parecer, tenemos las mujeres –y los que nos dicen que nos cuidan– respecto a las violencias de las que somos objeto, y que para ello aplican el refrán popular “la ocasión hace al ladrón”. Y es que, bajo este argumento, las mujeres hacemos a los violadores cuando vestimos de alguna manera, o cuando caminamos por las calles solas y especialmente a ciertas horas, o cuando ejercemos el derecho a decir “no quiero” a nuestra pareja.

Nuestra sociedad vive en un pacto con el machismo que legitima la violencia contra las mujeres y que las castiga cuando dejan de comportarse con abnegación. La libertad –esa que los otros ejercen– pasa por varias aduanas de “cuidadores” que establecen ese pacto donde las mujeres somos las únicas responsables de que nuestros actos se sexualicen, de legitimar la falta de autocontrol que se disfraza de instinto: una situación que comienza imponiendo un modo de vestir o de comportarse y que termina, como en el caso de Medio Oriente, en el uso de un burka que cubre de la cabeza a los tobillos, y que aun así resulta a todas luces insuficiente, ¿por qué?

Estos modelos de comportamiento solo exigen a las mujeres el cambio, ¿y si las mujeres iniciamos hablando de esto con nuestros padres, hermanos, amigos, tíos y primos?, ¿y si apostamos a romper el círculo de violencias entre los propios hombres? Hombres frenando a otros hombres: solo así podemos cambiar esta cultura que nos daña, y en la que el silencio e inacción hace cómplices de la violencia ¿Y si rompemos el pacto.