/ viernes 3 de diciembre de 2021

Una Película de Soldados que aún no se Filma

Primer Acto

Dos lecciones que se aprenden en el Ejército


Mientras le hallamos un título más vendedor a este falso documental, permítasenos darle el título provisional de El Casino de mi Coronel: la curiosa historia de un soldado mexicano, un coronel, pero no de los buenos, que hay bastantes, sino de los malos, que también abundan. Esos que usan el poder para hacerse ricos. El elenco aún no lo tenemos del todo definido, pero podríamos buscar al actor Diego Boneta o al polifacético Sergio Mayer, o ya de perdida al diputado Gerardo Fernández Noroña, para ofrecerles el papel del coronel Marcial Ladrón de Guevara, personaje protagónico del filme.


Son los años 90. La historia comienza mostrándonos escenas de cuando Ladrón de Guevara es un muchacho, un cadete del Heroico Colegio Militar. Somos testigos de las humillaciones y abusos de los que es objeto por parte de los cadetes de tercer año. Canijos. Abuzan de su nobleza. Es entre los muros del Colegio Militar donde Ladrón de Guevara aprenderá dos lecciones que lo marcarán para siempre. Aprenderá que en el Ejército Mexicano no existe la disciplina hacia los superiores, sino la sumisión absoluta, el miedo. Asimismo aprenderá que en ese ejército -anclado en el pasado- en muchas ocasiones no importa qué tan incompetente puedas ser, siempre y cuando seas servicial adulador y paciente servidor. Una escena en la que Ladrón de Guevara le saca brillo a los zapatos de charol y le arregla el uniforme a un cadete de tercer año, da cuenta de ello.


Segundo Acto

El arte de la simulación


Ladrón de Guevara ha dejado de ser un muchacho. Ahora tiene 26 años. Está muy uniformado, el pelo de casquete corto, en las hombreras lleva el grado de capitán segundo. Se ha convertido (con la ayuda de un buen padrino) en jefe de escoltas de uno de esos políticos que lo mismo milita en un partido que en otro. Vemos a Ladrón de Guevara muy sobrado a bordo de una flamante camioneta último modelo. La camioneta se estaciona frente a un colegio particular. Muy propio, Ladrón de Guevara baja de la camioneta y le abre la puerta a dos mocosos que acaban de salir de la escuela. Los mocosos ni siquiera le dispensan el saludo al solícito capitán-chofer, simplemente lo ignoran y abordan la camioneta con indiferencia.


Después de aquella escena hay otras tantas que retratan la carrera meteórica de Ladrón de Guevara dentro de la milicia mexicana. Nuestro personaje -ya con el grado de mayor- se ha vuelto prepotente y ambicioso. Ha comenzado con sus primeras chapuzas al amparo del poder. Lo mismo se “arregla” con los sembradores de amapola allá en la sierra de Guerrero, que monta retenes ilegales en alguna carretera de Tamaulipas, o de plano se queda con algunas de las armas que le decomisa a los sicarios que las traen de la frontera. La secuencia concluye con una escena -cargada de emoción por supuesto- en la que Ladrón de Guevara, a los cuarenta y tantos años, obtiene el ascenso al grado de coronel.


Clímax

No me den, nomás pónganme donde hay


El momento climático de El Casino de mi Coronel llega cuando Ladrón de Guevara siendo coronel es comisionado como comandante de un batallón en alguna de las zonas militares que hay en todo México. Ahora sí se está despachando con la cuchara grande, pues siguiendo una antigua tradición dentro del Ejército Mexicano, mi coronel se ha vuelto amo y señor del “casino” del batallón. El “casino” es una especie de tienda de raya en la que el comandante junto con el oficial de intendencia y algunos soldados de confianza, se encargan de venderle a la tropa, desde gansitos y papitas, hasta cigarros y equipo militar, pasando por tortas de jamón, refrescos, pilas y papel higiénico. Aunque Ladrón de Guevara recibe normalmente de parte de la Defensa Nacional los recursos necesarios para alimentar a la tropa, de ese dinerito sólo usa una parte, lo demás se lo embolsa. Claro, no sin antes mocharse con la superioridad. Eso también se muestra en una secuencia de la historia. Digamos que esa parte se presta para la chacota y la comedia.


Desenlace

Vamos por la grande


El final de El Casino de mi Coronel es realmente emocionante, inesperado. En una escena iluminada con enorme dramatismo vemos a Ladrón de Guevara al momento en que es condecorado, nada menos que por el mismísimo General Secretario de la Defensa, con la medalla de servicios distinguidos como reconocimiento a su brillante trayectoria. Lo mejor viene después, cuando sin que el espectador lo sospeche siquiera, mi coronel aparece con porte heroico supervisando las obras del nuevo aeropuerto Felipe Ángeles en Santa Lucía. ¡Tomen para que aprendan! Ahora el futuro pinta de maravilla. Si sigue así, no pasará mucho tiempo antes de que Marcial Ladrón de Guevara alcance el tan anhelado grado de general brigadier. Pero eso lo reservaremos para la segunda parte de este falso documental.


Por lo pronto nos falta hallar a un buen director que se aviente a dirigir el proyecto. Hemos pensado en Luis Estrada. Sí, aquel que dirigió La ley de Herodes (México, 1999). Con el ojo y el oficio del maestro Estrada seguramente resultaría una pieza memorable. No sabemos si El Casino de mi Coronel llegue a producirse algún día, de lo que no hay duda es que nuestro Ejército se ha convertido de pronto en un poder fáctico, que cogobierna México de la mano del presidente. El problema está en que mientras los mexicanos vivimos un cambio irreversible como sociedad, el Ejército, atrapado en su propia inercia, se niega a una transformación de sí mismo. El tiempo y las circunstancias lo rebasaron.


Primer Acto

Dos lecciones que se aprenden en el Ejército


Mientras le hallamos un título más vendedor a este falso documental, permítasenos darle el título provisional de El Casino de mi Coronel: la curiosa historia de un soldado mexicano, un coronel, pero no de los buenos, que hay bastantes, sino de los malos, que también abundan. Esos que usan el poder para hacerse ricos. El elenco aún no lo tenemos del todo definido, pero podríamos buscar al actor Diego Boneta o al polifacético Sergio Mayer, o ya de perdida al diputado Gerardo Fernández Noroña, para ofrecerles el papel del coronel Marcial Ladrón de Guevara, personaje protagónico del filme.


Son los años 90. La historia comienza mostrándonos escenas de cuando Ladrón de Guevara es un muchacho, un cadete del Heroico Colegio Militar. Somos testigos de las humillaciones y abusos de los que es objeto por parte de los cadetes de tercer año. Canijos. Abuzan de su nobleza. Es entre los muros del Colegio Militar donde Ladrón de Guevara aprenderá dos lecciones que lo marcarán para siempre. Aprenderá que en el Ejército Mexicano no existe la disciplina hacia los superiores, sino la sumisión absoluta, el miedo. Asimismo aprenderá que en ese ejército -anclado en el pasado- en muchas ocasiones no importa qué tan incompetente puedas ser, siempre y cuando seas servicial adulador y paciente servidor. Una escena en la que Ladrón de Guevara le saca brillo a los zapatos de charol y le arregla el uniforme a un cadete de tercer año, da cuenta de ello.


Segundo Acto

El arte de la simulación


Ladrón de Guevara ha dejado de ser un muchacho. Ahora tiene 26 años. Está muy uniformado, el pelo de casquete corto, en las hombreras lleva el grado de capitán segundo. Se ha convertido (con la ayuda de un buen padrino) en jefe de escoltas de uno de esos políticos que lo mismo milita en un partido que en otro. Vemos a Ladrón de Guevara muy sobrado a bordo de una flamante camioneta último modelo. La camioneta se estaciona frente a un colegio particular. Muy propio, Ladrón de Guevara baja de la camioneta y le abre la puerta a dos mocosos que acaban de salir de la escuela. Los mocosos ni siquiera le dispensan el saludo al solícito capitán-chofer, simplemente lo ignoran y abordan la camioneta con indiferencia.


Después de aquella escena hay otras tantas que retratan la carrera meteórica de Ladrón de Guevara dentro de la milicia mexicana. Nuestro personaje -ya con el grado de mayor- se ha vuelto prepotente y ambicioso. Ha comenzado con sus primeras chapuzas al amparo del poder. Lo mismo se “arregla” con los sembradores de amapola allá en la sierra de Guerrero, que monta retenes ilegales en alguna carretera de Tamaulipas, o de plano se queda con algunas de las armas que le decomisa a los sicarios que las traen de la frontera. La secuencia concluye con una escena -cargada de emoción por supuesto- en la que Ladrón de Guevara, a los cuarenta y tantos años, obtiene el ascenso al grado de coronel.


Clímax

No me den, nomás pónganme donde hay


El momento climático de El Casino de mi Coronel llega cuando Ladrón de Guevara siendo coronel es comisionado como comandante de un batallón en alguna de las zonas militares que hay en todo México. Ahora sí se está despachando con la cuchara grande, pues siguiendo una antigua tradición dentro del Ejército Mexicano, mi coronel se ha vuelto amo y señor del “casino” del batallón. El “casino” es una especie de tienda de raya en la que el comandante junto con el oficial de intendencia y algunos soldados de confianza, se encargan de venderle a la tropa, desde gansitos y papitas, hasta cigarros y equipo militar, pasando por tortas de jamón, refrescos, pilas y papel higiénico. Aunque Ladrón de Guevara recibe normalmente de parte de la Defensa Nacional los recursos necesarios para alimentar a la tropa, de ese dinerito sólo usa una parte, lo demás se lo embolsa. Claro, no sin antes mocharse con la superioridad. Eso también se muestra en una secuencia de la historia. Digamos que esa parte se presta para la chacota y la comedia.


Desenlace

Vamos por la grande


El final de El Casino de mi Coronel es realmente emocionante, inesperado. En una escena iluminada con enorme dramatismo vemos a Ladrón de Guevara al momento en que es condecorado, nada menos que por el mismísimo General Secretario de la Defensa, con la medalla de servicios distinguidos como reconocimiento a su brillante trayectoria. Lo mejor viene después, cuando sin que el espectador lo sospeche siquiera, mi coronel aparece con porte heroico supervisando las obras del nuevo aeropuerto Felipe Ángeles en Santa Lucía. ¡Tomen para que aprendan! Ahora el futuro pinta de maravilla. Si sigue así, no pasará mucho tiempo antes de que Marcial Ladrón de Guevara alcance el tan anhelado grado de general brigadier. Pero eso lo reservaremos para la segunda parte de este falso documental.


Por lo pronto nos falta hallar a un buen director que se aviente a dirigir el proyecto. Hemos pensado en Luis Estrada. Sí, aquel que dirigió La ley de Herodes (México, 1999). Con el ojo y el oficio del maestro Estrada seguramente resultaría una pieza memorable. No sabemos si El Casino de mi Coronel llegue a producirse algún día, de lo que no hay duda es que nuestro Ejército se ha convertido de pronto en un poder fáctico, que cogobierna México de la mano del presidente. El problema está en que mientras los mexicanos vivimos un cambio irreversible como sociedad, el Ejército, atrapado en su propia inercia, se niega a una transformación de sí mismo. El tiempo y las circunstancias lo rebasaron.