/ viernes 3 de junio de 2022

Top Gun Maverick: el Retrato del Antihéroe

En 1986 se estrenó la primera versión de Top Gun (Top Gun: pasión y Gloria), dirigida por el legendario y ya extinto Tony Scott, la cual da cuenta de las tropelías y los deslices amorosos de Pete “Maverick” Mitchel, un piloto de la Marina gringa, un inadaptado, que se caracteriza por su arrogancia y temeridad para volar aviones de combate. Treinta y seis años más tarde, Jerry Bruckheimer, productor de filmes como Piratas del Caribe y American Gigolo, se lanza con Top Gun: Maverick, secuela de la original, con un presupuesto de más de ciento cincuenta millones de dólares. Hay de todo como en botica, incluida la semblanza de un perdedor.

A sus cincuenta y tantos años, Maverick (Tom Cruise) no tiene mujer y tampoco hijos, ni siquiera le alcanza la quincena para pagar una ronda de tragos a los gorrones del bar. Es lo que se dice un perdedor, un outsider, al menos en el sentido hollywoodense del término. Siempre desmadrozo y rebelde, los años comienzan a cobrarle factura. Después de pasar un largo tiempo relegado de la élite de la Marina gringa, a la que alguna vez perteneció, Maverick se gana la vida como piloto de pruebas; una chamba de altísimo riesgo, reservada para locos y fracasados.

La perra suerte cambia cuando Iceman (Val Kilmer), el poderoso padrino y antiguo enemigo de Maverick, haciendo uso descarado de sus influencias, no tiene empacho en “recomendar” a su protegido para que sea éste quien entrene a un grupo de pilotos -los mejores del mundo y los más mamones también-, quienes han sido seleccionados para realizar una misión suicida, la cual consiste en bombardear una base militar enemiga donde se oculta una instalación de enriquecimiento de uranio; nunca se nos revela la nacionalidad del enemigo, pero todo apunta a que son los rusos (los pobres iraquíes ya no espantan a nadie).

Aparejada con la nueva chamba de Maverick, aparece Penny Benjamin (Jennifer Connelly), la nena del cuento, la guapa, la divorciada con una hija. Bueno, ni tan nena, porque Penny ya anda cincuenteando, como Maverick. Eso sí, ambos se conservan delgados y rozagantes, con una que otra arruguita en los rostros bronceados por el sol de California. Siguen siendo gente bonita a pesar del tiempo, gente salida del mundo Barbie. Ese mundo de héroes, donde todos son guapos e inteligentes; donde los latinos, los negros y las mujeres, sin importar qué tan chingones sean, la mayoría de las veces sólo serán comparsa del héroe. Ese mundo donde nadie conoce el miedo, al contrario, a todos se les queman las habas por subir a sus aviones de combate para mostrar su hombría y patriotismo. Cuando vemos ese mundo ferozmente competitivo mostrado por Hollywood, en el que los perdedores del sistema no tienen cabida ni oportunidad, no sorprende que un mocoso tartamudo de Uvalde, Texas, al que todos en la escuela se traían de encargo, haya ejecutado a sangre fría a diecinueve niños y dos maestras.

La escuela de Spielberg

Si bien es cierto que Top Gun: Maverick en mucho sentidos es un compendio de todos los clichés que hemos visto en las películas de aventura y acción de Hollywood de los años ochenta, particularmente las realizadas bajo el sello de Steven Spielberg, también es cierto que hay un guión sólido de por medio. Un guión en el que se cuidaron todos los detalles, incluidos los diálogos, algunos de ellos memorables; como cuando Penny, con el rostro preocupado, cuestiona a Maverick si alguna vez se ha preguntado en quién llorará por él cuando muera, toda vez que se trata de un tipo que ha llevado una vida aciaga y solitaria.

La trama principal es acompañada de distintas subtramas con las que la cinta sale a flote cuando la historia, de dos horas y media, amenaza con tornarse sentimentaloide y aburrida. Cuando eso ocurre, siempre hay una secuencia de acción de aviones en el cielo, persiguiéndose unos a otros y disparando sus mortíferas balas y misiles, que hacen que la historia avance. El montaje de las secuencias de acción es simplemente trepidante, nadie que ame sentir el vértigo saldrá defraudado de la sala de cine; la tecnología empleada y los valores de producción desquitan cada dólar de los millones invertidos. Y de los pesitos dejados en la taquilla por el espectador.

Ya se nos fue el avión

Ya sea con aviones de combate o con drones, como en la fatal lucha entre rusos y ucranianos, queda claro que las guerras se ganan desde el aire. Fue desde un avión como el ejército gringo logró la capitulación de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial. Y ya entrados en gastos, salta la pregunta: ¿Y nuestra Fuerza Aérea? En efecto, está hecha pedazos. ¿Cómo olvidar que nuestros aviones son del año del caldo y nomás sirven para darle un toque de nostalgia a los desfiles del 16 de Septiembre? ¿Cómo explicarse que la BAM1 (Base Aérea Militar Uno) de Santa Lucía, ahora comparte operaciones con un aeropuerto comercial, como lo es el Felipe Ángeles? ¿Cómo refundar a una institución que terminó siendo ninguneada por presidentes y secretarios de defensa? Ni siquiera Felipe Calderón, cuando se inventó su guerra contra el crimen organizado, usó a la Fuerza Aérea como parte de su fallida estrategia. Tampoco lo hizo Peña Nieto, y muchos menos el actual gobierno, el de los abrazos fraternales. Así las cosas, se ve imposible que algún día nuestra Fuerza Aérea llegue a tener pilotos del calibre de Pete Maverick, o que siquiera sirva de algo más que ornamento en los desfiles. En fin… Por ahora sólo queda agradecer el hecho de que Top Gun: Maverick no sea otra de esas películas de acción chatarra (tipo Los Avengers), en los que los madrazos, las explosiones y la furia son los ingredientes para embaucar al respetable. Ciertamente la cinta dirigida por Joseph Kosinski busca ser otra cosa. Además de la violencia y el discurso armamentista que pudiera retratar, hace una reflexión sobre la fragilidad de la condición humana. Y eso es algo que termina por conectar con el espectador. Al menos con aquel que alguna vez ha sentido que quisiera salir volando de este mundo.

En 1986 se estrenó la primera versión de Top Gun (Top Gun: pasión y Gloria), dirigida por el legendario y ya extinto Tony Scott, la cual da cuenta de las tropelías y los deslices amorosos de Pete “Maverick” Mitchel, un piloto de la Marina gringa, un inadaptado, que se caracteriza por su arrogancia y temeridad para volar aviones de combate. Treinta y seis años más tarde, Jerry Bruckheimer, productor de filmes como Piratas del Caribe y American Gigolo, se lanza con Top Gun: Maverick, secuela de la original, con un presupuesto de más de ciento cincuenta millones de dólares. Hay de todo como en botica, incluida la semblanza de un perdedor.

A sus cincuenta y tantos años, Maverick (Tom Cruise) no tiene mujer y tampoco hijos, ni siquiera le alcanza la quincena para pagar una ronda de tragos a los gorrones del bar. Es lo que se dice un perdedor, un outsider, al menos en el sentido hollywoodense del término. Siempre desmadrozo y rebelde, los años comienzan a cobrarle factura. Después de pasar un largo tiempo relegado de la élite de la Marina gringa, a la que alguna vez perteneció, Maverick se gana la vida como piloto de pruebas; una chamba de altísimo riesgo, reservada para locos y fracasados.

La perra suerte cambia cuando Iceman (Val Kilmer), el poderoso padrino y antiguo enemigo de Maverick, haciendo uso descarado de sus influencias, no tiene empacho en “recomendar” a su protegido para que sea éste quien entrene a un grupo de pilotos -los mejores del mundo y los más mamones también-, quienes han sido seleccionados para realizar una misión suicida, la cual consiste en bombardear una base militar enemiga donde se oculta una instalación de enriquecimiento de uranio; nunca se nos revela la nacionalidad del enemigo, pero todo apunta a que son los rusos (los pobres iraquíes ya no espantan a nadie).

Aparejada con la nueva chamba de Maverick, aparece Penny Benjamin (Jennifer Connelly), la nena del cuento, la guapa, la divorciada con una hija. Bueno, ni tan nena, porque Penny ya anda cincuenteando, como Maverick. Eso sí, ambos se conservan delgados y rozagantes, con una que otra arruguita en los rostros bronceados por el sol de California. Siguen siendo gente bonita a pesar del tiempo, gente salida del mundo Barbie. Ese mundo de héroes, donde todos son guapos e inteligentes; donde los latinos, los negros y las mujeres, sin importar qué tan chingones sean, la mayoría de las veces sólo serán comparsa del héroe. Ese mundo donde nadie conoce el miedo, al contrario, a todos se les queman las habas por subir a sus aviones de combate para mostrar su hombría y patriotismo. Cuando vemos ese mundo ferozmente competitivo mostrado por Hollywood, en el que los perdedores del sistema no tienen cabida ni oportunidad, no sorprende que un mocoso tartamudo de Uvalde, Texas, al que todos en la escuela se traían de encargo, haya ejecutado a sangre fría a diecinueve niños y dos maestras.

La escuela de Spielberg

Si bien es cierto que Top Gun: Maverick en mucho sentidos es un compendio de todos los clichés que hemos visto en las películas de aventura y acción de Hollywood de los años ochenta, particularmente las realizadas bajo el sello de Steven Spielberg, también es cierto que hay un guión sólido de por medio. Un guión en el que se cuidaron todos los detalles, incluidos los diálogos, algunos de ellos memorables; como cuando Penny, con el rostro preocupado, cuestiona a Maverick si alguna vez se ha preguntado en quién llorará por él cuando muera, toda vez que se trata de un tipo que ha llevado una vida aciaga y solitaria.

La trama principal es acompañada de distintas subtramas con las que la cinta sale a flote cuando la historia, de dos horas y media, amenaza con tornarse sentimentaloide y aburrida. Cuando eso ocurre, siempre hay una secuencia de acción de aviones en el cielo, persiguiéndose unos a otros y disparando sus mortíferas balas y misiles, que hacen que la historia avance. El montaje de las secuencias de acción es simplemente trepidante, nadie que ame sentir el vértigo saldrá defraudado de la sala de cine; la tecnología empleada y los valores de producción desquitan cada dólar de los millones invertidos. Y de los pesitos dejados en la taquilla por el espectador.

Ya se nos fue el avión

Ya sea con aviones de combate o con drones, como en la fatal lucha entre rusos y ucranianos, queda claro que las guerras se ganan desde el aire. Fue desde un avión como el ejército gringo logró la capitulación de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial. Y ya entrados en gastos, salta la pregunta: ¿Y nuestra Fuerza Aérea? En efecto, está hecha pedazos. ¿Cómo olvidar que nuestros aviones son del año del caldo y nomás sirven para darle un toque de nostalgia a los desfiles del 16 de Septiembre? ¿Cómo explicarse que la BAM1 (Base Aérea Militar Uno) de Santa Lucía, ahora comparte operaciones con un aeropuerto comercial, como lo es el Felipe Ángeles? ¿Cómo refundar a una institución que terminó siendo ninguneada por presidentes y secretarios de defensa? Ni siquiera Felipe Calderón, cuando se inventó su guerra contra el crimen organizado, usó a la Fuerza Aérea como parte de su fallida estrategia. Tampoco lo hizo Peña Nieto, y muchos menos el actual gobierno, el de los abrazos fraternales. Así las cosas, se ve imposible que algún día nuestra Fuerza Aérea llegue a tener pilotos del calibre de Pete Maverick, o que siquiera sirva de algo más que ornamento en los desfiles. En fin… Por ahora sólo queda agradecer el hecho de que Top Gun: Maverick no sea otra de esas películas de acción chatarra (tipo Los Avengers), en los que los madrazos, las explosiones y la furia son los ingredientes para embaucar al respetable. Ciertamente la cinta dirigida por Joseph Kosinski busca ser otra cosa. Además de la violencia y el discurso armamentista que pudiera retratar, hace una reflexión sobre la fragilidad de la condición humana. Y eso es algo que termina por conectar con el espectador. Al menos con aquel que alguna vez ha sentido que quisiera salir volando de este mundo.