/ jueves 12 de mayo de 2022

Respirando historia. Mostrando el cobre: a quién queremos parecernos

Hay que ver los valores con que los países se alinean. Mientras nuestros principales socios estratégicos en América del Norte, el primer ministro de Canadá Justin Trudeau hacía una visita sorpresa a Ucrania (el presidente de Estados Unidos ya había estado antes allí, al igual que su esposa Jill Biden, quien junto a la primera dama ucraniana Olena Zelenska pasó parte del Día de las Madres en un viaje no anunciado a la ciudad de Uzhhorod), concretamente a la ciudad de Irpin para solidarizarse con el pueblo ucraniano víctima de la invasión y el genocidio ruso, apoyar la democracia y defender los derechos humanos, los intereses internacionales y diplomáticos del presidente de México estuvieron centrados en su cuarta salida al extranjero en lo que va de su mandato en ir a apuntalar –literalmente con bombo y platillo- a la dictadura más antigua del continente, Cuba, y hacer una gira de trabajo en Guatemala, El Salvador, Honduras y Belice, con el pretexto de tratar temas de la migración y la cooperación, como lo hiciera en los años 60 del siglo pasado, el primer presidente mexicano que visitó los países centroamericanos y Panamá, Gustavo Díaz Ordaz. Curioso y revelador el paralelismo, ya que Díaz Ordaz, autor de la represión del 68, mantuvo en esos tiempos de la Guerra Fría el vínculo formal con Cuba, cuando en realidad las relaciones estaban congeladas, ya que se temía estropear las relaciones con Estados Unidos después de los sucesos de Bahía de Cochinos en 1962, al igual que ahora las mantiene más o menos de la misma forma el gobierno mexicano, quien por un lado le hace el trabajo sucio al gobierno estadounidense repatriando (deportando) a miles de ciudadanos cubanos y nicaragüenses que Estados Unidos expulsa de su territorio, bajo el pretexto de aplicar la orden de salud pública del Título 42, la cual fue creada en 1944 y se activó desde el 2020, en realidad para contener la migración ilegal y no tanto el Covid19, y, por otro, contrata 500 médicos cubanos (considerado por la ONU como trabajo forzado y de esclavitud moderna) y así le hace “aportaciones” millonarias al régimen cubano.

En Cuba, López Obrador extasiado, parecía estar respirando historia, no simple oxígeno, cómodo en una feroz dictadura que mantiene sin los mínimos derechos humanos a su población, sin libertades, ni comida, y después de las masivas manifestaciones del 11 de julio del año pasado en más de 60 ciudades de la isla, más de un millar de personas se encuentran encarceladas –entre ellas menores de edad- sólo por manifestarse y protestar, enfrentando sin las menores garantías de un juicio justo penas de prisión de entre 5 a 30 años.

Sin el menor pudor y con la mayor emoción (ese fue el propósito real de la gira internacional) López Obrador fue condecorado en Cuba por el dictador Miguel Díaz-Canel con la Orden José Martí, gloriosa máxima distinción que otorga la dictadura cubana, la misma que recibió el dictador rumano depuesto en 1989 Nicolae Ceaușescu que instauró un gobierno represivo en su país, con un riguroso culto a su personalidad, un exacerbado nacionalismo y un total deterioro de las relaciones internacionales con el bloque occidental, China e Israel, alineado entonces a la extinta Unión Soviética; también Leonid Brezhnev, Vladimir Putin, Nicolás Maduro, Evo Morales y Hugo Chávez. López Obrador alabó al dictador cubano Miguel Díaz-Canel y se refirió a este personaje como un “extraordinario presidente”, y propuso una “nueva revolución en Cuba para seguir el ejemplo de los mártires" (lo que sea que eso quiera decir), y consideró a Fidel Castro “un hombre grande por sus ideales independentistas”.

Sin importarle el trastocamiento de las relaciones diplomáticas con nuestro principal socio comercial y estratégico, que es Estados Unidos, López Obrador ahora amaga y condiciona con ausentarse de la Cumbre de las Américas prevista para junio si no se incluye a Cuba, Venezuela y Nicaragua, las dictaduras del continente.

Sí podía saberse antes de la elección de 2018 y también puede colegirse ahora y lo que está por venir. Como nos dice Fernando Savater*, los ciudadanos no deberíamos contentarnos sólo con saber cuáles son los modelos políticos detestados por los candidatos que se presentan a las elecciones, sino más bien podríamos exigirles: “‘Muy bien, pero… ¡puede usted decirme ahora qué políticos admira y qué modelos le parecen dignos de imitación?’”. “Porque es relevante saber de modo explícito si sus ideales alternativos se parecen a Fidel Castro, a Ronald Reagan, a Nicolás Maduro, a la señora Tatcher, a los ayatolás iraníes, a la Crimea de Putin o a lo que se tercie, porque no vendría mal conocer junto a las antipatías de los candidatos, que podemos compartir, las simpatías que movilizan aunque sólo sea simbólicamente los proyectos más o menos brumosos que proponen. Son un dato relevante, porque aunque todos solemos votar principalmente contra algo, también implícitamente estamos con nuestro voto aceptando que queremos parecernos a alguien. Y no a alguien cualquiera con anhelos utópicos, sino a alguno de los que ya han gobernado o a algún sistema que hemos visto funcionar.”

* Fernando Savater, “¡No te prives! Defensa de la ciudadanía”, Ed. Ariel, México, 2014.

Hay que ver los valores con que los países se alinean. Mientras nuestros principales socios estratégicos en América del Norte, el primer ministro de Canadá Justin Trudeau hacía una visita sorpresa a Ucrania (el presidente de Estados Unidos ya había estado antes allí, al igual que su esposa Jill Biden, quien junto a la primera dama ucraniana Olena Zelenska pasó parte del Día de las Madres en un viaje no anunciado a la ciudad de Uzhhorod), concretamente a la ciudad de Irpin para solidarizarse con el pueblo ucraniano víctima de la invasión y el genocidio ruso, apoyar la democracia y defender los derechos humanos, los intereses internacionales y diplomáticos del presidente de México estuvieron centrados en su cuarta salida al extranjero en lo que va de su mandato en ir a apuntalar –literalmente con bombo y platillo- a la dictadura más antigua del continente, Cuba, y hacer una gira de trabajo en Guatemala, El Salvador, Honduras y Belice, con el pretexto de tratar temas de la migración y la cooperación, como lo hiciera en los años 60 del siglo pasado, el primer presidente mexicano que visitó los países centroamericanos y Panamá, Gustavo Díaz Ordaz. Curioso y revelador el paralelismo, ya que Díaz Ordaz, autor de la represión del 68, mantuvo en esos tiempos de la Guerra Fría el vínculo formal con Cuba, cuando en realidad las relaciones estaban congeladas, ya que se temía estropear las relaciones con Estados Unidos después de los sucesos de Bahía de Cochinos en 1962, al igual que ahora las mantiene más o menos de la misma forma el gobierno mexicano, quien por un lado le hace el trabajo sucio al gobierno estadounidense repatriando (deportando) a miles de ciudadanos cubanos y nicaragüenses que Estados Unidos expulsa de su territorio, bajo el pretexto de aplicar la orden de salud pública del Título 42, la cual fue creada en 1944 y se activó desde el 2020, en realidad para contener la migración ilegal y no tanto el Covid19, y, por otro, contrata 500 médicos cubanos (considerado por la ONU como trabajo forzado y de esclavitud moderna) y así le hace “aportaciones” millonarias al régimen cubano.

En Cuba, López Obrador extasiado, parecía estar respirando historia, no simple oxígeno, cómodo en una feroz dictadura que mantiene sin los mínimos derechos humanos a su población, sin libertades, ni comida, y después de las masivas manifestaciones del 11 de julio del año pasado en más de 60 ciudades de la isla, más de un millar de personas se encuentran encarceladas –entre ellas menores de edad- sólo por manifestarse y protestar, enfrentando sin las menores garantías de un juicio justo penas de prisión de entre 5 a 30 años.

Sin el menor pudor y con la mayor emoción (ese fue el propósito real de la gira internacional) López Obrador fue condecorado en Cuba por el dictador Miguel Díaz-Canel con la Orden José Martí, gloriosa máxima distinción que otorga la dictadura cubana, la misma que recibió el dictador rumano depuesto en 1989 Nicolae Ceaușescu que instauró un gobierno represivo en su país, con un riguroso culto a su personalidad, un exacerbado nacionalismo y un total deterioro de las relaciones internacionales con el bloque occidental, China e Israel, alineado entonces a la extinta Unión Soviética; también Leonid Brezhnev, Vladimir Putin, Nicolás Maduro, Evo Morales y Hugo Chávez. López Obrador alabó al dictador cubano Miguel Díaz-Canel y se refirió a este personaje como un “extraordinario presidente”, y propuso una “nueva revolución en Cuba para seguir el ejemplo de los mártires" (lo que sea que eso quiera decir), y consideró a Fidel Castro “un hombre grande por sus ideales independentistas”.

Sin importarle el trastocamiento de las relaciones diplomáticas con nuestro principal socio comercial y estratégico, que es Estados Unidos, López Obrador ahora amaga y condiciona con ausentarse de la Cumbre de las Américas prevista para junio si no se incluye a Cuba, Venezuela y Nicaragua, las dictaduras del continente.

Sí podía saberse antes de la elección de 2018 y también puede colegirse ahora y lo que está por venir. Como nos dice Fernando Savater*, los ciudadanos no deberíamos contentarnos sólo con saber cuáles son los modelos políticos detestados por los candidatos que se presentan a las elecciones, sino más bien podríamos exigirles: “‘Muy bien, pero… ¡puede usted decirme ahora qué políticos admira y qué modelos le parecen dignos de imitación?’”. “Porque es relevante saber de modo explícito si sus ideales alternativos se parecen a Fidel Castro, a Ronald Reagan, a Nicolás Maduro, a la señora Tatcher, a los ayatolás iraníes, a la Crimea de Putin o a lo que se tercie, porque no vendría mal conocer junto a las antipatías de los candidatos, que podemos compartir, las simpatías que movilizan aunque sólo sea simbólicamente los proyectos más o menos brumosos que proponen. Son un dato relevante, porque aunque todos solemos votar principalmente contra algo, también implícitamente estamos con nuestro voto aceptando que queremos parecernos a alguien. Y no a alguien cualquiera con anhelos utópicos, sino a alguno de los que ya han gobernado o a algún sistema que hemos visto funcionar.”

* Fernando Savater, “¡No te prives! Defensa de la ciudadanía”, Ed. Ariel, México, 2014.