/ martes 5 de enero de 2021

Parlamento de temores 2021

A la inevitabilidad de los temores y miedos surgidos a raíz del espanto de la pandemia por el coronavirus y los desastres y tragedias por ella cumplidos, así como los peligros de toda índole que por ella aún nos acechan a todos, quizás habría de hacerle caso a Bertrand Russell, premio nobel en 1950, quien en Pesadillas de personas eminentes y otras historias, decía que las pesadillas pueden ser llamadas “postes indicadores de la cordura” y que esta puede definirse como una “síntesis de enajenaciones”, ya que “toda pasión dominante engendra un temor, el temor de su no realización.

Todo miedo dominante engendra una pesadilla, a veces en forma de fanatismo consciente y explícito, a veces en forma de timidez paralizadora, otras veces, aun, canalizándose en terror inconsciente o subconsciente, cuya única expresión es el sueño”, de modo que para conjurar, neutralizar o atemperar tal convocatoria de pensamientos obsesivos y enajenantes en nuestra mente, “todo hombre que desee preservar su equilibrio mental en un mundo peligroso debería convocar en su propia mente un Parlamento de temores en el que cada uno de estos, en turno sucesivo, sería declarado absurdo por todos los demás”.

Si usted, como muchos de nosotros, carga con las preocupaciones y temores que nos ha traído -si no es que agudizado- la pandemia que vivimos, no caeré en la inconsecuencia de repartir felicitaciones, pero sí hacer notar que si tenemos esos “postes indicadores de la cordura”, tenemos la esperanza que nuestra mente todavía conserva una buena parte de razón y que contamos con ella para salir adelante, protegernos en lo posible, incidir en nuestra realidad y no ser solo víctimas de los acontecimientos.

Esa cordura de la que hablaba Russell, que nos aleja de los fanatismos explícitos o la timidez paralizadora, puede usarse para identificar y rechazar, por ejemplo, la corrupción y barbarización del lenguaje que desde las redes sociales, pero sobre todo, desde el gobierno, se pretende darle carta de naturalización e inevitabilidad al estado de cosas que el grupo en el poder impone en una destrucción sistematizada de las instituciones. El filósofo Giacomo Marramao, ha escrito que si hubiéramos acometido un análisis más atento del lenguaje de los nazis habríamos podido detectar la llegada del fascismo en Europa y del nacional socialismo en Alemania. Se habrían podido advertir ambos con la progresiva corrupción y barbarización del lenguaje precisamente en la polémica política. Alex Grijelmo, en La seducción de las palabras, cita a Jean-Pierre Faye, quien analizó la relación entre el lenguaje y la manipulación de las conciencias lograda por los nazis y los fascistas, y sigue el origen de los vocablos desde que nacen hasta que arraigan y comprueba "extrañas reglas cartográficas" que muestran cómo en Italia y Alemania "el nacimiento y desarrollo de una jerga precede a las fórmulas para una toma del poder mediante un proceso de creación de la aceptabilidad".

Ante los discursos moralistas, cartilla moral, estribillos de “no somos iguales a los de antes”, “detentes”, “fuerza moral y no de contagio”, “vamos bien, la pandemia está controlada”, “no endeudamos al país a pesar de la pandemia”, tener presente, como en el mundo antiguo, en donde para el griego la aletheia o verdad, nada tenía que ver con la moral porque se refería a hechos, a lo que las cosas fueran, no admitía aceptarlos como muestra de fe, o en donde para el judío (tomando la concepción histórica, filosófica y antigua de su visión del mundo), la verdad no depende de decir bien las cosas, sino cumplirlas.

La pandemia ha traído el terror y la pesadilla de la pérdida masiva, veloz, inmisericorde y progresiva de vidas humanas; el temor de perder la salud; la angustia de no encontrar empleo o de verlo perdido; la tristeza de tener que cerrar el negocio o la empresa por la falta de apoyos fiscales y financieros. Sin embargo, ante esta realidad ominosa habrá que echar mano de las reservas de razón que nos permiten reconocer una realidad que puede transformarse para bien si hacemos algo al respecto. La llegada de las primeras vacunas y la actuación heroica y dedicada de nuestros médicos, enfermeras y demás personal sanitario, nos dan esperanza y confianza en el futuro que lo queremos para hoy. Alejándonos del pensamiento mágico y acercándonos a la ciencia, podremos conservar o recuperar el equilibrio mental que nos permita el equilibrio para andar erguidos el camino.

Y es que la medicina se incorporó a la historia de la cultura. Una idea estrechamente relacionada con esto es la de la palabra griega isomoira, es decir, la idea de la proporcionalidad entre los elementos fundamentales del organismo o de la naturaleza en conjunto como el estado sano y normal. Por eso, como decía el filólogo y humanista Werner Jaeger en su Paideia, la ciencia ética de Sócrates, que ocupa el lugar central en los diálogos de Platón, habría sido inconcebible sin el procedimiento de la medicina. De todas las ciencias humanas entonces conocidas, incluyendo la matemática y la física, la medicina es la más afín a la ciencia ética de Sócrates [...] La posición única que ocupa el médico en la Grecia de los tiempos clásicos responde principalmente a esta relación en que se halla con la Paideia (la figura del médico al lado del gimnasta, en el campo de la educación espiritual, al lado del músico, del poeta y del filósofo), o en el elogio de Homero en la Ilíada sobre el arte médico, del que dice que "vale por muchos otros hombres".

Convoquemos pues a ese parlamento de temores, ya que estos tienen importancia, pero no más que nuestro equilibrio mental que nos ayuda a vislumbrar las ideas para superarlos. Así es como aquellos se vuelven absurdos.

A la inevitabilidad de los temores y miedos surgidos a raíz del espanto de la pandemia por el coronavirus y los desastres y tragedias por ella cumplidos, así como los peligros de toda índole que por ella aún nos acechan a todos, quizás habría de hacerle caso a Bertrand Russell, premio nobel en 1950, quien en Pesadillas de personas eminentes y otras historias, decía que las pesadillas pueden ser llamadas “postes indicadores de la cordura” y que esta puede definirse como una “síntesis de enajenaciones”, ya que “toda pasión dominante engendra un temor, el temor de su no realización.

Todo miedo dominante engendra una pesadilla, a veces en forma de fanatismo consciente y explícito, a veces en forma de timidez paralizadora, otras veces, aun, canalizándose en terror inconsciente o subconsciente, cuya única expresión es el sueño”, de modo que para conjurar, neutralizar o atemperar tal convocatoria de pensamientos obsesivos y enajenantes en nuestra mente, “todo hombre que desee preservar su equilibrio mental en un mundo peligroso debería convocar en su propia mente un Parlamento de temores en el que cada uno de estos, en turno sucesivo, sería declarado absurdo por todos los demás”.

Si usted, como muchos de nosotros, carga con las preocupaciones y temores que nos ha traído -si no es que agudizado- la pandemia que vivimos, no caeré en la inconsecuencia de repartir felicitaciones, pero sí hacer notar que si tenemos esos “postes indicadores de la cordura”, tenemos la esperanza que nuestra mente todavía conserva una buena parte de razón y que contamos con ella para salir adelante, protegernos en lo posible, incidir en nuestra realidad y no ser solo víctimas de los acontecimientos.

Esa cordura de la que hablaba Russell, que nos aleja de los fanatismos explícitos o la timidez paralizadora, puede usarse para identificar y rechazar, por ejemplo, la corrupción y barbarización del lenguaje que desde las redes sociales, pero sobre todo, desde el gobierno, se pretende darle carta de naturalización e inevitabilidad al estado de cosas que el grupo en el poder impone en una destrucción sistematizada de las instituciones. El filósofo Giacomo Marramao, ha escrito que si hubiéramos acometido un análisis más atento del lenguaje de los nazis habríamos podido detectar la llegada del fascismo en Europa y del nacional socialismo en Alemania. Se habrían podido advertir ambos con la progresiva corrupción y barbarización del lenguaje precisamente en la polémica política. Alex Grijelmo, en La seducción de las palabras, cita a Jean-Pierre Faye, quien analizó la relación entre el lenguaje y la manipulación de las conciencias lograda por los nazis y los fascistas, y sigue el origen de los vocablos desde que nacen hasta que arraigan y comprueba "extrañas reglas cartográficas" que muestran cómo en Italia y Alemania "el nacimiento y desarrollo de una jerga precede a las fórmulas para una toma del poder mediante un proceso de creación de la aceptabilidad".

Ante los discursos moralistas, cartilla moral, estribillos de “no somos iguales a los de antes”, “detentes”, “fuerza moral y no de contagio”, “vamos bien, la pandemia está controlada”, “no endeudamos al país a pesar de la pandemia”, tener presente, como en el mundo antiguo, en donde para el griego la aletheia o verdad, nada tenía que ver con la moral porque se refería a hechos, a lo que las cosas fueran, no admitía aceptarlos como muestra de fe, o en donde para el judío (tomando la concepción histórica, filosófica y antigua de su visión del mundo), la verdad no depende de decir bien las cosas, sino cumplirlas.

La pandemia ha traído el terror y la pesadilla de la pérdida masiva, veloz, inmisericorde y progresiva de vidas humanas; el temor de perder la salud; la angustia de no encontrar empleo o de verlo perdido; la tristeza de tener que cerrar el negocio o la empresa por la falta de apoyos fiscales y financieros. Sin embargo, ante esta realidad ominosa habrá que echar mano de las reservas de razón que nos permiten reconocer una realidad que puede transformarse para bien si hacemos algo al respecto. La llegada de las primeras vacunas y la actuación heroica y dedicada de nuestros médicos, enfermeras y demás personal sanitario, nos dan esperanza y confianza en el futuro que lo queremos para hoy. Alejándonos del pensamiento mágico y acercándonos a la ciencia, podremos conservar o recuperar el equilibrio mental que nos permita el equilibrio para andar erguidos el camino.

Y es que la medicina se incorporó a la historia de la cultura. Una idea estrechamente relacionada con esto es la de la palabra griega isomoira, es decir, la idea de la proporcionalidad entre los elementos fundamentales del organismo o de la naturaleza en conjunto como el estado sano y normal. Por eso, como decía el filólogo y humanista Werner Jaeger en su Paideia, la ciencia ética de Sócrates, que ocupa el lugar central en los diálogos de Platón, habría sido inconcebible sin el procedimiento de la medicina. De todas las ciencias humanas entonces conocidas, incluyendo la matemática y la física, la medicina es la más afín a la ciencia ética de Sócrates [...] La posición única que ocupa el médico en la Grecia de los tiempos clásicos responde principalmente a esta relación en que se halla con la Paideia (la figura del médico al lado del gimnasta, en el campo de la educación espiritual, al lado del músico, del poeta y del filósofo), o en el elogio de Homero en la Ilíada sobre el arte médico, del que dice que "vale por muchos otros hombres".

Convoquemos pues a ese parlamento de temores, ya que estos tienen importancia, pero no más que nuestro equilibrio mental que nos ayuda a vislumbrar las ideas para superarlos. Así es como aquellos se vuelven absurdos.