/ miércoles 1 de abril de 2020

Nuestra peor cara ante el mundo

El presidente de México conservó la calma. Abrió apenas sus ojillos y, leal a su costumbre, en automático, intentó minimizar el suceso. Su reacción fue pasmosa, tibia. Las acciones del Gabinete, desatinadas.

La figura de Miguel de la Madrid cayó al suelo en unas horas.

La Ciudad de México despertó herida de muerte por el golpe inesperado de la naturaleza.

A las 07:17 horas del 15 de septiembre de 1985, un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter -el peor en la historia- golpeó a millones de capitalinos.

Con sus manos, sin un protocolo que seguir, sin liderazgo al frente, salían de los escombros cubiertos de sangre y polvo, lloraban a sus muertos y buscaban a los heridos para trasladarlos a los hospitales colapsados.

Pero en 48 horas México cambió.

Millones de mexicanos estrenamos el concepto de sociedad civil y rebasamos al parapléjico aparato estatal.

La auto-organización de los ciudadanos logró apurar el rescate y obtuvo una respuesta de solidaridad moral y material abrumadora procedente del resto del mundo.

Nunca conocimos la cantidad de personas fallecidas.

El reporte oficial fue de 3,192 muertos; algunas organizaciones calcularon que superó los 20,000, y otros estimaron 40,000.

Como en la matanza de Tlatelolco, como en la guerra de Calderón contra el narco, como probablemente ocurrirá con la pandemia actual, nunca nos dieron datos reales.

EL OTRO SISMO: EL SISMO DE HOY

De acuerdo a proyecciones de especialistas, la pandemia del Coronavirus podría ser catastrófica en México, aunque para los más optimistas quizá no pase de ser una racha más de malas gripas.

La experiencia de otros países, sobre todo Italia, China, EU y España, nos obliga a ver con mayor seriedad esta amenaza y reflexionar acerca de nuestro comportamiento social.

Amplios sectores de la sociedad mexicana permanecen escépticos y no atienden el llamado de la autoridad federal a recluirnos en casa para evitar el congestionamiento de los hospitales, donde no habría capacidad para atender una situación de emergencia masiva.

Así, la alternativa de la sana distancia, avalada por los principales organismos internacionales, podría quedar en una caricatura: una Susana Distancia ignorada.

Aunque de características distintas, el sismo de 1985 y la pandemia actual muestran similitudes.

Sobre todo en el reto mayúsculo que significa detener el avance del número de casos y de víctimas, y sobre todo en el aspecto de la atención médica a los pacientes que se presenten y la reconstrucción de la vida social y económica.

Por el momento, desgraciadamente, una parte muy grande de la sociedad permanece ocupada en una discusión político-ideológica estéril que no nos lleva a ninguna parte y en cambio nos confronta, divide y desgasta insensatamente.

Si en 1985 los ciudadanos suplantamos la función del estado y nos convertimos en héroes, la tendencia actual, digámoslo con tristeza, podría convertirnos en nuestros principales verdugos.

Esta es la peor cara que podríamos mostrar ante el mundo entero.

El presidente de México conservó la calma. Abrió apenas sus ojillos y, leal a su costumbre, en automático, intentó minimizar el suceso. Su reacción fue pasmosa, tibia. Las acciones del Gabinete, desatinadas.

La figura de Miguel de la Madrid cayó al suelo en unas horas.

La Ciudad de México despertó herida de muerte por el golpe inesperado de la naturaleza.

A las 07:17 horas del 15 de septiembre de 1985, un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter -el peor en la historia- golpeó a millones de capitalinos.

Con sus manos, sin un protocolo que seguir, sin liderazgo al frente, salían de los escombros cubiertos de sangre y polvo, lloraban a sus muertos y buscaban a los heridos para trasladarlos a los hospitales colapsados.

Pero en 48 horas México cambió.

Millones de mexicanos estrenamos el concepto de sociedad civil y rebasamos al parapléjico aparato estatal.

La auto-organización de los ciudadanos logró apurar el rescate y obtuvo una respuesta de solidaridad moral y material abrumadora procedente del resto del mundo.

Nunca conocimos la cantidad de personas fallecidas.

El reporte oficial fue de 3,192 muertos; algunas organizaciones calcularon que superó los 20,000, y otros estimaron 40,000.

Como en la matanza de Tlatelolco, como en la guerra de Calderón contra el narco, como probablemente ocurrirá con la pandemia actual, nunca nos dieron datos reales.

EL OTRO SISMO: EL SISMO DE HOY

De acuerdo a proyecciones de especialistas, la pandemia del Coronavirus podría ser catastrófica en México, aunque para los más optimistas quizá no pase de ser una racha más de malas gripas.

La experiencia de otros países, sobre todo Italia, China, EU y España, nos obliga a ver con mayor seriedad esta amenaza y reflexionar acerca de nuestro comportamiento social.

Amplios sectores de la sociedad mexicana permanecen escépticos y no atienden el llamado de la autoridad federal a recluirnos en casa para evitar el congestionamiento de los hospitales, donde no habría capacidad para atender una situación de emergencia masiva.

Así, la alternativa de la sana distancia, avalada por los principales organismos internacionales, podría quedar en una caricatura: una Susana Distancia ignorada.

Aunque de características distintas, el sismo de 1985 y la pandemia actual muestran similitudes.

Sobre todo en el reto mayúsculo que significa detener el avance del número de casos y de víctimas, y sobre todo en el aspecto de la atención médica a los pacientes que se presenten y la reconstrucción de la vida social y económica.

Por el momento, desgraciadamente, una parte muy grande de la sociedad permanece ocupada en una discusión político-ideológica estéril que no nos lleva a ninguna parte y en cambio nos confronta, divide y desgasta insensatamente.

Si en 1985 los ciudadanos suplantamos la función del estado y nos convertimos en héroes, la tendencia actual, digámoslo con tristeza, podría convertirnos en nuestros principales verdugos.

Esta es la peor cara que podríamos mostrar ante el mundo entero.

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