/ jueves 22 de julio de 2021

Necedad

Una realidad aparte, construida solo con sus dichos, nos propone todos los días López Obrador. Para él, su verdad es única, y la realidad no lo es. Piensa que ésta puede descomponerse y recrearse en múltiples fragmentos, que puede colocar y nombrar a su antojo, vestir de domingo la realidad solo con sus palabras y su particular visión de las cosas. Una visión lineal que no admite fracturas ni divisiones. Por lo mismo, exenta de errores, libre de las mundanas correcciones. Por eso, reiteradamente ha dicho que él no da marcha atrás, que sus acciones tienden a ser irreversibles. “Gobernar no tiene ciencia, es fácil”, dijo, al tiempo que improvisa cada acción de su gobierno, sin el consejo informado, sin el estudio y la reflexión requeridos. No es extraño que no admita ningún error, ninguna falla; que no corrija, que no desande los pasos dados para rectificar, que no escuche. Piensa como virtud suya, algo que en realidad es un estigma, un defecto: la necedad, que muestra a aquellos que en sus actos, palabras, acciones u omisiones, demuestran falta de conocimiento, tacto o discreción en relación con determinados asuntos. Stulti est in errore manere, definían los latinos, que es propio de necios aferrarse al error.

Como característica de la personalidad de cualquiera, en la vida cotidiana, la necedad puede resultar llevadera, aunque insufrible; pero si la consideramos como bandera en el ejercicio político del gobernante, resulta preocupante por los daños y dolores de cabeza que genera en las vidas de muchos. “Un necio es mucho más funesto que un malvado –decía Anatole France-, porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás”. José Ortega y Gasset retoma esto en su Rebelión de las masas, asegura que “el tonto no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia torpeza”. El cerebro de los necios transforma la filosofía en tontería, la ciencia en superstición, y el arte en pedantería, afirmaba George Bernard Shaw.

En el Leviatán, Hobbes decía que la fantasía, sin ayuda del juicio, no puede considerarse como virtud, y que si bien en el círculo familiar se puede jugar con las significaciones equívocas de las palabras –cosa que en ocasiones, sigue Hobbes, es signo de extraordinaria fantasía-, “cuando esto se hace en público y se tiene una responsabilidad del mismo orden, tales juegos de palabras no pueden ser considerados sino como necedad manifiesta”. Un proverbio latino más: Astutus omnia agit cum consilio qui autem fatuus est a perit stultitia: todo hombre sagaz actúa con conocimiento, pero el necio despliega insensatez.

Las cifras de homicidios dolosos durante este gobierno, cada día marcan un hito en la historia negra de la criminalidad, pero el presidente anuncia que los homicidios van a la baja, que todo va bien, que el país está en paz; la tercera ola de contagios por el Covid19, con las variantes que se dieron en la India, Brasil o Gran Bretaña, marcando una aceleración inusitada, y el jefe del ejecutivo habla de reaperturas, de regreso a clases de los jóvenes, de que “ya no hay nada que temer”, y no modifica un ápice la fallida y mortal estrategia –si se le puede llamar así- que su gobierno ha implementado desde el inicio de la pandemia; que son millones los que ya se han agregado a las cifras de la pobreza y del desempleo, y que el desastre de la economía es épico, sin posibilidad de volver a retomar el crecimiento que se tenía en 2018 sino hasta el 2024 si hay suerte; con todo el gobierno haciendo hasta lo imposible por frenar las inversiones y el crecimiento económico, y el presidente declara que estamos en una economía del bienestar, con la “creación de miles de empleos”, recuperando la trasnochada “soberanía energética”. La normalización de la militarización de la vida cotidiana del país en marcha triunfal, haciendo bueno el consejo que el Ministro de Exteriores Talleyrand le dio en su momento a Napoleón: “con las bayonetas, sir, se puede hacer todo, menos sentarse sobre ellas”.

La voluntad y el criterio de López Obrador es lo que él tiene por “justicia”, y dice que la prefiere antes que aplicar el Derecho y regirse por las instituciones, desconociendo lo que los antiguos ya sabían: “La ley de la polis es el verdadero pedagogo de sus ciudadanos, decía Protágoras; es una escuela para los adultos; les enseña, como el maestro enseña a sus alumnos, a ‘escribir sin salirse de la línea’”. A saber cuántas líneas se han cruzado ya por esta necedad.

Una realidad aparte, construida solo con sus dichos, nos propone todos los días López Obrador. Para él, su verdad es única, y la realidad no lo es. Piensa que ésta puede descomponerse y recrearse en múltiples fragmentos, que puede colocar y nombrar a su antojo, vestir de domingo la realidad solo con sus palabras y su particular visión de las cosas. Una visión lineal que no admite fracturas ni divisiones. Por lo mismo, exenta de errores, libre de las mundanas correcciones. Por eso, reiteradamente ha dicho que él no da marcha atrás, que sus acciones tienden a ser irreversibles. “Gobernar no tiene ciencia, es fácil”, dijo, al tiempo que improvisa cada acción de su gobierno, sin el consejo informado, sin el estudio y la reflexión requeridos. No es extraño que no admita ningún error, ninguna falla; que no corrija, que no desande los pasos dados para rectificar, que no escuche. Piensa como virtud suya, algo que en realidad es un estigma, un defecto: la necedad, que muestra a aquellos que en sus actos, palabras, acciones u omisiones, demuestran falta de conocimiento, tacto o discreción en relación con determinados asuntos. Stulti est in errore manere, definían los latinos, que es propio de necios aferrarse al error.

Como característica de la personalidad de cualquiera, en la vida cotidiana, la necedad puede resultar llevadera, aunque insufrible; pero si la consideramos como bandera en el ejercicio político del gobernante, resulta preocupante por los daños y dolores de cabeza que genera en las vidas de muchos. “Un necio es mucho más funesto que un malvado –decía Anatole France-, porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás”. José Ortega y Gasset retoma esto en su Rebelión de las masas, asegura que “el tonto no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia torpeza”. El cerebro de los necios transforma la filosofía en tontería, la ciencia en superstición, y el arte en pedantería, afirmaba George Bernard Shaw.

En el Leviatán, Hobbes decía que la fantasía, sin ayuda del juicio, no puede considerarse como virtud, y que si bien en el círculo familiar se puede jugar con las significaciones equívocas de las palabras –cosa que en ocasiones, sigue Hobbes, es signo de extraordinaria fantasía-, “cuando esto se hace en público y se tiene una responsabilidad del mismo orden, tales juegos de palabras no pueden ser considerados sino como necedad manifiesta”. Un proverbio latino más: Astutus omnia agit cum consilio qui autem fatuus est a perit stultitia: todo hombre sagaz actúa con conocimiento, pero el necio despliega insensatez.

Las cifras de homicidios dolosos durante este gobierno, cada día marcan un hito en la historia negra de la criminalidad, pero el presidente anuncia que los homicidios van a la baja, que todo va bien, que el país está en paz; la tercera ola de contagios por el Covid19, con las variantes que se dieron en la India, Brasil o Gran Bretaña, marcando una aceleración inusitada, y el jefe del ejecutivo habla de reaperturas, de regreso a clases de los jóvenes, de que “ya no hay nada que temer”, y no modifica un ápice la fallida y mortal estrategia –si se le puede llamar así- que su gobierno ha implementado desde el inicio de la pandemia; que son millones los que ya se han agregado a las cifras de la pobreza y del desempleo, y que el desastre de la economía es épico, sin posibilidad de volver a retomar el crecimiento que se tenía en 2018 sino hasta el 2024 si hay suerte; con todo el gobierno haciendo hasta lo imposible por frenar las inversiones y el crecimiento económico, y el presidente declara que estamos en una economía del bienestar, con la “creación de miles de empleos”, recuperando la trasnochada “soberanía energética”. La normalización de la militarización de la vida cotidiana del país en marcha triunfal, haciendo bueno el consejo que el Ministro de Exteriores Talleyrand le dio en su momento a Napoleón: “con las bayonetas, sir, se puede hacer todo, menos sentarse sobre ellas”.

La voluntad y el criterio de López Obrador es lo que él tiene por “justicia”, y dice que la prefiere antes que aplicar el Derecho y regirse por las instituciones, desconociendo lo que los antiguos ya sabían: “La ley de la polis es el verdadero pedagogo de sus ciudadanos, decía Protágoras; es una escuela para los adultos; les enseña, como el maestro enseña a sus alumnos, a ‘escribir sin salirse de la línea’”. A saber cuántas líneas se han cruzado ya por esta necedad.