/ viernes 1 de octubre de 2021

Memorias de cómo distribuir tu propia película sin un centavo

De cada peso que una película mexicana genera en taquilla, tan sólo un promedio de 13 centavos le tocan al productor, mientras que el distribuidor y el exhibidor se quedan con la tajada más grande del pastel. Por ello hay productores que deciden “irse por la libre” y convertirse en distribuidores de su propia película. Esta es una de esas excéntricas historias

Tengo más de tres horas en la marcha LGBT y no he vendido ni una de mis películas. El sol del verano cae a plomo sobre Reforma. La música “trance” retumba salida de las bocinas de un corazón gigante, montado sobre un remolque con la bandera del arcoíris ondeando por todo lo alto. Por doquier hay carros alegóricos y gente. Muchísima gente. Algunos están disfrazados. Lo mismo ves querubines, que soldados romanos; hay también “vestidas”, “drag queens” y “capitanes América”, además de marineros, bomberos eróticos, y uno que otro, que nomás lleva puestas unas chanclas y unas gafas de sol.

Es la primera vez en mi vida que salgo a la calle a vender algo. Nunca imaginé que fuera tan rudo. Eso de pararse en medio de la gente y ofrecerles tu película en DVD a grito pelado, impone. La mayoría me ignora, aunque hay algunos que se arriman para ver más de cerca lo que estoy vendiendo. “¿Y cuándo salió esa película, que no la vi?”, exclama un tipo flaco que tiene los ojos y la boca pintados. “Muy pronto va a estar en cines ‑contesto yo‑ va a estar aquí cerca, en el “Cinépolis Diana”. El tipo encoge los hombros y sigue su camino entre la multitud. Bueno, al menos preguntó.

¿Qué me trajo aquí? Principalmente el hambre. El hambre de éxito quiero decir. Escribí el guión de la película en veintisiete días basado en una historia que me contó mi sobrina acerca de su mejor amigo, un chavito “emo” que a sus doce años había decidido salir del clóset. Le llevé el guión a un distribuidor y le vendí el proyecto completo (lo que significaba que además de ser el guionista y productor de la cinta, yo también la dirigiría). El distribuidor dio un adelanto en efectivo por los derechos de distribución en DVD y plataformas digitales en Estados Unidos.

Con ese dinero y un tanto más que vino por parte de inversores se pudo hacer la película. Al distribuidor le interesaba tener los derechos de una película de “género” y yo tenía la historia que él andaba buscando. Afortunada coincidencia. Una vez entregada la película, el distribuidor hizo un tiraje de mil DVD, de los cuales yo me quedé con doscientas piezas dadas a consignación para venderlas por mi cuenta. ¡Qué mejor que la marcha LGBT para comenzar a calar el producto!

De pronto se acerca una pareja

Vienen cogidos de la mano. Uno trae tejana negra con camisa vaquera. El otro está disfrazado y maquillado como un querubín, lleva unas alas plateadas en la espalda.

‑¿Cuánto cuesta la película? ‑me pregunta muy casual el de la tejana negra.

‑Cien pesos. ‑contesto yo, tentado a decirle que estoy dispuesto a dejársela en sesenta con tal de que se la lleve.

‑¿Quién es el director? ‑pregunta el querubín estudiando la portada del DVD donde aparece la foto de un chavito “emo” recortado contra un fondo rosa.

‑Yo. ‑respondo en automático.

‑¿Tú? ‑exclama el querubín con sorpresa‑ ¿y está buena tu peli, amigo?

‑¡Claro! ‑afirmo con convicción‑, lo mejor del cine de “género”. Estamos haciendo el pre lanzamiento. Muy pronto va a estar en “Cinépolis Diana”.

‑A ver, me la voy a llevar. ‑dice el querubín.


¡Por fin, la primera venta del día! ¡Qué digo del día! ¡La primera venta de la película en su breve existencia! La suerte empieza a cambiar. Bueno, no tanto. Porque no bien ha terminado de sacar el querubín un billete de cien pesos de su calzón plateado, cuando aparece un tipo regordete con chamarra de cuero, y sin decir “agua va”, le suelta un recto de derecha en la quijada. El querubín se desploma como si fuera una tabla y queda noqueado en el piso con la mirada perdida. El regordete lo mira con desdén, gritándole que se merece eso y más por andar de “nalgas prontas” poniéndole los cuernos con el tipo de la tejana negra, que por cierto ha desaparecido sin dejar rastro. Venta cancelada. ¡Pinche suerte!

Y entonces pienso en los ejecutivos de “Cinépolis”. Llevo dos semanas negociando con ellos para que la película sea exhibida en “Cinépolis Diana”. Hacer ese trabajo le correspondería al distribuidor, pero como mi distribuidor sólo está interesado en lanzar la película en DVD y vender los derechos para las plataformas digitales, me ha dejado el camino libre para que sea yo quien realice el lanzamiento en salas de cine. Lograrlo significaría que del dinero recaudado en taquilla, al distribuidor no le tocaría un solo centavo. Todo se dividiría entre exhibidor y productor. Entre menos burros más olotes. Digo yo.


Comienza a llover. Es uno de esos chubascos de verano que caen repentinamente como cascada. Vuelvo a maldecir mi suerte. Corro hasta la acera y escurriendo agua me resguardo debajo de una marquesina. En eso una mujer con cara ceñuda también se coloca debajo de la marquesina junto a mí. Me mira y luego observa los DVD que tengo entre las manos.

‑Vi que los andaba vendiendo ‑me dice.

‑Sí. ‑contesto yo sin mucho entusiasmo.

‑¿Cuántos DVD traes?

‑Estos tres y otros que tengo en la mochila. Traigo veinte.

‑A ver. Te compro cinco.

‑¿Cinco? ‑pregunto con incredulidad.

‑Mi socia y yo tenemos una librería aquí en la Zona Rosa. Vendemos libros, películas, camisetas... Se ve que tu película está interesante. Me gustaría ponerla en la librería a ver qué tal jala entre la “banda”.

La música “trance” sigue sonando. Ha dejado de llover. La mujer de cara ceñuda se pierde entre el gentío llevando los DVD en una bolsa negra. Lo que pintaba para ser un día fatal, se convirtió de pronto en un día espléndido. El que porfía mata venado, me digo yo. Al menos ya se vendieron cinco. Habrá que talonearle para que se vendan más. Ahora sólo falta que los de “Cinépolis” den el sí para que la cinta se exhiba en sus cines. ¿Y si dicen que no?

(Continuará)

De cada peso que una película mexicana genera en taquilla, tan sólo un promedio de 13 centavos le tocan al productor, mientras que el distribuidor y el exhibidor se quedan con la tajada más grande del pastel. Por ello hay productores que deciden “irse por la libre” y convertirse en distribuidores de su propia película. Esta es una de esas excéntricas historias

Tengo más de tres horas en la marcha LGBT y no he vendido ni una de mis películas. El sol del verano cae a plomo sobre Reforma. La música “trance” retumba salida de las bocinas de un corazón gigante, montado sobre un remolque con la bandera del arcoíris ondeando por todo lo alto. Por doquier hay carros alegóricos y gente. Muchísima gente. Algunos están disfrazados. Lo mismo ves querubines, que soldados romanos; hay también “vestidas”, “drag queens” y “capitanes América”, además de marineros, bomberos eróticos, y uno que otro, que nomás lleva puestas unas chanclas y unas gafas de sol.

Es la primera vez en mi vida que salgo a la calle a vender algo. Nunca imaginé que fuera tan rudo. Eso de pararse en medio de la gente y ofrecerles tu película en DVD a grito pelado, impone. La mayoría me ignora, aunque hay algunos que se arriman para ver más de cerca lo que estoy vendiendo. “¿Y cuándo salió esa película, que no la vi?”, exclama un tipo flaco que tiene los ojos y la boca pintados. “Muy pronto va a estar en cines ‑contesto yo‑ va a estar aquí cerca, en el “Cinépolis Diana”. El tipo encoge los hombros y sigue su camino entre la multitud. Bueno, al menos preguntó.

¿Qué me trajo aquí? Principalmente el hambre. El hambre de éxito quiero decir. Escribí el guión de la película en veintisiete días basado en una historia que me contó mi sobrina acerca de su mejor amigo, un chavito “emo” que a sus doce años había decidido salir del clóset. Le llevé el guión a un distribuidor y le vendí el proyecto completo (lo que significaba que además de ser el guionista y productor de la cinta, yo también la dirigiría). El distribuidor dio un adelanto en efectivo por los derechos de distribución en DVD y plataformas digitales en Estados Unidos.

Con ese dinero y un tanto más que vino por parte de inversores se pudo hacer la película. Al distribuidor le interesaba tener los derechos de una película de “género” y yo tenía la historia que él andaba buscando. Afortunada coincidencia. Una vez entregada la película, el distribuidor hizo un tiraje de mil DVD, de los cuales yo me quedé con doscientas piezas dadas a consignación para venderlas por mi cuenta. ¡Qué mejor que la marcha LGBT para comenzar a calar el producto!

De pronto se acerca una pareja

Vienen cogidos de la mano. Uno trae tejana negra con camisa vaquera. El otro está disfrazado y maquillado como un querubín, lleva unas alas plateadas en la espalda.

‑¿Cuánto cuesta la película? ‑me pregunta muy casual el de la tejana negra.

‑Cien pesos. ‑contesto yo, tentado a decirle que estoy dispuesto a dejársela en sesenta con tal de que se la lleve.

‑¿Quién es el director? ‑pregunta el querubín estudiando la portada del DVD donde aparece la foto de un chavito “emo” recortado contra un fondo rosa.

‑Yo. ‑respondo en automático.

‑¿Tú? ‑exclama el querubín con sorpresa‑ ¿y está buena tu peli, amigo?

‑¡Claro! ‑afirmo con convicción‑, lo mejor del cine de “género”. Estamos haciendo el pre lanzamiento. Muy pronto va a estar en “Cinépolis Diana”.

‑A ver, me la voy a llevar. ‑dice el querubín.


¡Por fin, la primera venta del día! ¡Qué digo del día! ¡La primera venta de la película en su breve existencia! La suerte empieza a cambiar. Bueno, no tanto. Porque no bien ha terminado de sacar el querubín un billete de cien pesos de su calzón plateado, cuando aparece un tipo regordete con chamarra de cuero, y sin decir “agua va”, le suelta un recto de derecha en la quijada. El querubín se desploma como si fuera una tabla y queda noqueado en el piso con la mirada perdida. El regordete lo mira con desdén, gritándole que se merece eso y más por andar de “nalgas prontas” poniéndole los cuernos con el tipo de la tejana negra, que por cierto ha desaparecido sin dejar rastro. Venta cancelada. ¡Pinche suerte!

Y entonces pienso en los ejecutivos de “Cinépolis”. Llevo dos semanas negociando con ellos para que la película sea exhibida en “Cinépolis Diana”. Hacer ese trabajo le correspondería al distribuidor, pero como mi distribuidor sólo está interesado en lanzar la película en DVD y vender los derechos para las plataformas digitales, me ha dejado el camino libre para que sea yo quien realice el lanzamiento en salas de cine. Lograrlo significaría que del dinero recaudado en taquilla, al distribuidor no le tocaría un solo centavo. Todo se dividiría entre exhibidor y productor. Entre menos burros más olotes. Digo yo.


Comienza a llover. Es uno de esos chubascos de verano que caen repentinamente como cascada. Vuelvo a maldecir mi suerte. Corro hasta la acera y escurriendo agua me resguardo debajo de una marquesina. En eso una mujer con cara ceñuda también se coloca debajo de la marquesina junto a mí. Me mira y luego observa los DVD que tengo entre las manos.

‑Vi que los andaba vendiendo ‑me dice.

‑Sí. ‑contesto yo sin mucho entusiasmo.

‑¿Cuántos DVD traes?

‑Estos tres y otros que tengo en la mochila. Traigo veinte.

‑A ver. Te compro cinco.

‑¿Cinco? ‑pregunto con incredulidad.

‑Mi socia y yo tenemos una librería aquí en la Zona Rosa. Vendemos libros, películas, camisetas... Se ve que tu película está interesante. Me gustaría ponerla en la librería a ver qué tal jala entre la “banda”.

La música “trance” sigue sonando. Ha dejado de llover. La mujer de cara ceñuda se pierde entre el gentío llevando los DVD en una bolsa negra. Lo que pintaba para ser un día fatal, se convirtió de pronto en un día espléndido. El que porfía mata venado, me digo yo. Al menos ya se vendieron cinco. Habrá que talonearle para que se vendan más. Ahora sólo falta que los de “Cinépolis” den el sí para que la cinta se exhiba en sus cines. ¿Y si dicen que no?

(Continuará)