/ viernes 29 de mayo de 2020

¿Medir la felicidad?

Como líder opositor y candidato a la presidencia de la república, Andrés Manuel López Obrador criticó duramente y de manera recurrente la tasa “mediocre” de crecimiento de la economía de México en el período “neoliberal”, que promedió el 2%.

Por ello, en su campaña electoral y en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, el ahora presidente de la república estableció el compromiso de que en su gobierno la economía crecería al 4% anualmente, para cerrar el sexenio con una tasa de crecimiento del 6%.

Eran los tiempos de las promesas fáciles de campaña, de la euforia por el triunfo electoral y del excesivo optimismo por el inicio de un nuevo gobierno que se echó a cuestas la tarea, nada más y nada menos, de concretar la Cuarta Transformación de México. En ese momento, López Obrador señalaba que “Es fundamental lograr el crecimiento de la economía” y la medición del Producto interno Bruto (PIB) no se decretaba todavía en “desuso”.

¿Qué fue lo que ocurrió? Que debido a los problemas de la economía mundial y a las decisiones erráticas del gobierno federal, que frenó la inversión pública y privada, en 2019 lo economía de México no solo no creció, sino que se contrajo en -0.1%. Un decremento así no ocurría en nuestro país desde el 2009, debido al impacto de la crisis financiera global.

El primer año del gobierno de la Cuarta Transformación, no se cumplió la promesa de crecer al 4%. Con tal antecedente y con un clima adverso para la inversión, la mayoría de las proyecciones de crecimiento económico para el 2020 fueron conservadoras.

En los Criterios Generales de Política Económica y en el Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio fiscal 2020, el gobierno de la república estimó un crecimiento del PIB entre 1.5% y 2.5%. Es decir, en sus proyecciones económicas para este año Andrés Manuel López Obrador no consideraba al crecimiento económico y al PIB como criterios “tecnocráticos” y “neoliberales” obsoletos.

Como sabemos, en marzo del 2020 el precio internacional del petróleo cayó estrepitosamente, debido a las diferencias entre Rusia y Arabia Saudita, lo que provocó que se derrumbaran los mercados de cambios y se generara una notable inestabilidad en la economía mundial.

En esta crisis, la mezcla mexicana de petróleo crudo de exportación llegó a cotizarse en -2.37 dólares, la peor caída en su historia. A ello se suma la pandemia del COVID-19, que ha causado grandes estragos no solo en la salud sino también en la economía, pulverizando los pronósticos de crecimiento de la administración federal.

En el segundo año del gobierno de la Cuarta Transformación, la economía tampoco crecerá al 4%, como se había prometido. El Banco de México ha estimado, que debido a los efectos negativos de la pandemia del coronavirus, el 2020 el PIB de nuestro país podría contraerse en un rango que va del -4.6% al -8.8%.

Lo anterior significa, que en la presidencia de Andrés Manuel López Obrador tendremos dos años consecutivos con crecimiento negativo de la economía, lo cual no ocurría desde 1929 y 1930, los años de la gran depresión. Aunque el ejecutivo federal descalifica las proyecciones del Banco de México y sigue teniendo “otros datos”.

Debido al evidente fracaso de sus proyecciones económicas, y ante la imposibilidad de alcanzar la meta de crecimiento del PIB del 4% anual y 6% al cierre del sexenio, el presidente de la república nos dice ahora que estos datos “no importan mucho” y que “no hay que creer tanto en esas cosas”.

En año y medio, López Obrador cambió de opinión y propone dejar de lado el PIB, para buscar otros conceptos e indicadores que midan el desarrollo, la felicidad y el “bienestar material y espiritual” de la población. Al respecto, podemos decir que en el mundo desde hace años se cuenta con diversos indicadores que tienen que ver con estas preocupaciones del ejecutivo federal.

Por ejemplo, desde 1990 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publica anualmente su Índice de Desarrollo Humano, un indicador compuesto que incorpora variables como la esperanza de vida, educación e ingreso per cápita.

Naciones Unidas, a través de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible, también presenta desde 2012 un Informe de Felicidad Mundial, que utiliza datos de la Encuesta Mundial de Gallup, y que toma en cuenta 6 factores: esperanza de vida, generosidad, apoyo social, libertad y corrupción.

Por su parte, desde 2011 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) cuenta con un Índice para una Vida Mejor, que toma en consideración 11 variables: vivienda, ingresos, empleo, comunidad, medio ambiente, compromiso cívico, salud, satisfacción y balance vida-trabajo. Asimismo, la Encuesta Mundial de Valores incorpora reportes sobre felicidad.

Estos son solo algunos ejemplos representativos, de las muchas mediciones que se aplican a nivel internacional – y en las cuales se incluye a México- para evaluar el desarrollo y el bienestar de la población, más allá del PIB.

En nuestro país, desde el 2012 el INEGI aplica mediciones sobre el llamado bienestar subjetivo, que comprende 3 grandes dimensiones: progreso material, sostenibilidad y calidad de vida. Las variables específicas que mide el bienestar subjetivo son: satisfacción con la vida, dominios de satisfacción, balance afectivo y felicidad.

Con todo ello, lo que queremos decir es que el presidente López Obrador no está descubriendo el hilo negro. En el mundo y en México, ya hay muchas mediciones sobre el desarrollo, el bienestar y la felicidad, y en las cuáles por cierto nuestro país sale muy mal evaluado.

Estas mediciones alternativas o complementarias, sin duda arrojan información muy valiosa, pero no sustituyen o descartan la medición del PIB, que continúa siendo una herramienta fundamental de la política económica.

Medir el PIB es importante, porque es un indicador que refleja el tamaño y la salud de una economía; que da cuenta del comportamiento de la producción y la inversión, y permite evaluar el crecimiento económico en el tiempo y hacer comparaciones, dentro de un país o a escala regional o global.

Le guste o no al presidente de la república, el PIB de México seguirá midiéndose. Los mexicanos, vamos a evaluar si su gobierno cumple la meta prometida de lograr un crecimiento del 4% anual y del 6% al final del sexenio, y supera el “mediocre” 2% del período “neoliberal”.

Ahora bien, dentro de las mediciones alternativas al PIB los indicadores sobre felicidad son los más complicados. El problema lo planteó el filósofo alemán Immanuel Kant, cuando afirmó que nadie tiene derecho a imponer a los demás un concepto único de felicidad, sino que “cada uno tiende derecho a buscar su felicidad por el camino que le parezca bueno, con tal que al aspirar a semejante fin no perjudique la libertad de los demás”.

La duda y la preocupación, es si el presidente de la república Andrés Manuel López Obrador va a construir un nuevo indicador sobre la felicidad de los mexicanos, a partir de su propio paradigma de la felicidad.

Este paradigma, lo esbozó el ejecutivo federal cuando al hablar de los efectos negativos de la pandemia del COVI-19 en la economía exclamó: “Si ya tenemos zapatos, ¿para qué más? Si ya se tiene la ropa indispensable, solo eso. Si se puede tener un vehículo modesto para el traslado, ¿por qué el lujo?”.

Como lo ha descrito con agudeza y acierto Héctor Aguilar Camín, todo parece que para el presidente la felicidad se identifica con una utópica república pobrista, donde la gente es extremadamente austera y solo necesita un subsidio del gobierno que le permita contar con lo indispensable para vivir, y tener además tranquilidad espiritual y “estar bien consigo mismo, con su conciencia y el prójimo”.

Si esto es así, entonces López Obrador construirá un indicador de la felicidad a modo, para intentar demostrar que pese a que la economía no crece y la violencia se ha desbordado, con sus programas sociales “el pueblo de México estará feliz, feliz, feliz”.

Como líder opositor y candidato a la presidencia de la república, Andrés Manuel López Obrador criticó duramente y de manera recurrente la tasa “mediocre” de crecimiento de la economía de México en el período “neoliberal”, que promedió el 2%.

Por ello, en su campaña electoral y en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, el ahora presidente de la república estableció el compromiso de que en su gobierno la economía crecería al 4% anualmente, para cerrar el sexenio con una tasa de crecimiento del 6%.

Eran los tiempos de las promesas fáciles de campaña, de la euforia por el triunfo electoral y del excesivo optimismo por el inicio de un nuevo gobierno que se echó a cuestas la tarea, nada más y nada menos, de concretar la Cuarta Transformación de México. En ese momento, López Obrador señalaba que “Es fundamental lograr el crecimiento de la economía” y la medición del Producto interno Bruto (PIB) no se decretaba todavía en “desuso”.

¿Qué fue lo que ocurrió? Que debido a los problemas de la economía mundial y a las decisiones erráticas del gobierno federal, que frenó la inversión pública y privada, en 2019 lo economía de México no solo no creció, sino que se contrajo en -0.1%. Un decremento así no ocurría en nuestro país desde el 2009, debido al impacto de la crisis financiera global.

El primer año del gobierno de la Cuarta Transformación, no se cumplió la promesa de crecer al 4%. Con tal antecedente y con un clima adverso para la inversión, la mayoría de las proyecciones de crecimiento económico para el 2020 fueron conservadoras.

En los Criterios Generales de Política Económica y en el Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio fiscal 2020, el gobierno de la república estimó un crecimiento del PIB entre 1.5% y 2.5%. Es decir, en sus proyecciones económicas para este año Andrés Manuel López Obrador no consideraba al crecimiento económico y al PIB como criterios “tecnocráticos” y “neoliberales” obsoletos.

Como sabemos, en marzo del 2020 el precio internacional del petróleo cayó estrepitosamente, debido a las diferencias entre Rusia y Arabia Saudita, lo que provocó que se derrumbaran los mercados de cambios y se generara una notable inestabilidad en la economía mundial.

En esta crisis, la mezcla mexicana de petróleo crudo de exportación llegó a cotizarse en -2.37 dólares, la peor caída en su historia. A ello se suma la pandemia del COVID-19, que ha causado grandes estragos no solo en la salud sino también en la economía, pulverizando los pronósticos de crecimiento de la administración federal.

En el segundo año del gobierno de la Cuarta Transformación, la economía tampoco crecerá al 4%, como se había prometido. El Banco de México ha estimado, que debido a los efectos negativos de la pandemia del coronavirus, el 2020 el PIB de nuestro país podría contraerse en un rango que va del -4.6% al -8.8%.

Lo anterior significa, que en la presidencia de Andrés Manuel López Obrador tendremos dos años consecutivos con crecimiento negativo de la economía, lo cual no ocurría desde 1929 y 1930, los años de la gran depresión. Aunque el ejecutivo federal descalifica las proyecciones del Banco de México y sigue teniendo “otros datos”.

Debido al evidente fracaso de sus proyecciones económicas, y ante la imposibilidad de alcanzar la meta de crecimiento del PIB del 4% anual y 6% al cierre del sexenio, el presidente de la república nos dice ahora que estos datos “no importan mucho” y que “no hay que creer tanto en esas cosas”.

En año y medio, López Obrador cambió de opinión y propone dejar de lado el PIB, para buscar otros conceptos e indicadores que midan el desarrollo, la felicidad y el “bienestar material y espiritual” de la población. Al respecto, podemos decir que en el mundo desde hace años se cuenta con diversos indicadores que tienen que ver con estas preocupaciones del ejecutivo federal.

Por ejemplo, desde 1990 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publica anualmente su Índice de Desarrollo Humano, un indicador compuesto que incorpora variables como la esperanza de vida, educación e ingreso per cápita.

Naciones Unidas, a través de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible, también presenta desde 2012 un Informe de Felicidad Mundial, que utiliza datos de la Encuesta Mundial de Gallup, y que toma en cuenta 6 factores: esperanza de vida, generosidad, apoyo social, libertad y corrupción.

Por su parte, desde 2011 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) cuenta con un Índice para una Vida Mejor, que toma en consideración 11 variables: vivienda, ingresos, empleo, comunidad, medio ambiente, compromiso cívico, salud, satisfacción y balance vida-trabajo. Asimismo, la Encuesta Mundial de Valores incorpora reportes sobre felicidad.

Estos son solo algunos ejemplos representativos, de las muchas mediciones que se aplican a nivel internacional – y en las cuales se incluye a México- para evaluar el desarrollo y el bienestar de la población, más allá del PIB.

En nuestro país, desde el 2012 el INEGI aplica mediciones sobre el llamado bienestar subjetivo, que comprende 3 grandes dimensiones: progreso material, sostenibilidad y calidad de vida. Las variables específicas que mide el bienestar subjetivo son: satisfacción con la vida, dominios de satisfacción, balance afectivo y felicidad.

Con todo ello, lo que queremos decir es que el presidente López Obrador no está descubriendo el hilo negro. En el mundo y en México, ya hay muchas mediciones sobre el desarrollo, el bienestar y la felicidad, y en las cuáles por cierto nuestro país sale muy mal evaluado.

Estas mediciones alternativas o complementarias, sin duda arrojan información muy valiosa, pero no sustituyen o descartan la medición del PIB, que continúa siendo una herramienta fundamental de la política económica.

Medir el PIB es importante, porque es un indicador que refleja el tamaño y la salud de una economía; que da cuenta del comportamiento de la producción y la inversión, y permite evaluar el crecimiento económico en el tiempo y hacer comparaciones, dentro de un país o a escala regional o global.

Le guste o no al presidente de la república, el PIB de México seguirá midiéndose. Los mexicanos, vamos a evaluar si su gobierno cumple la meta prometida de lograr un crecimiento del 4% anual y del 6% al final del sexenio, y supera el “mediocre” 2% del período “neoliberal”.

Ahora bien, dentro de las mediciones alternativas al PIB los indicadores sobre felicidad son los más complicados. El problema lo planteó el filósofo alemán Immanuel Kant, cuando afirmó que nadie tiene derecho a imponer a los demás un concepto único de felicidad, sino que “cada uno tiende derecho a buscar su felicidad por el camino que le parezca bueno, con tal que al aspirar a semejante fin no perjudique la libertad de los demás”.

La duda y la preocupación, es si el presidente de la república Andrés Manuel López Obrador va a construir un nuevo indicador sobre la felicidad de los mexicanos, a partir de su propio paradigma de la felicidad.

Este paradigma, lo esbozó el ejecutivo federal cuando al hablar de los efectos negativos de la pandemia del COVI-19 en la economía exclamó: “Si ya tenemos zapatos, ¿para qué más? Si ya se tiene la ropa indispensable, solo eso. Si se puede tener un vehículo modesto para el traslado, ¿por qué el lujo?”.

Como lo ha descrito con agudeza y acierto Héctor Aguilar Camín, todo parece que para el presidente la felicidad se identifica con una utópica república pobrista, donde la gente es extremadamente austera y solo necesita un subsidio del gobierno que le permita contar con lo indispensable para vivir, y tener además tranquilidad espiritual y “estar bien consigo mismo, con su conciencia y el prójimo”.

Si esto es así, entonces López Obrador construirá un indicador de la felicidad a modo, para intentar demostrar que pese a que la economía no crece y la violencia se ha desbordado, con sus programas sociales “el pueblo de México estará feliz, feliz, feliz”.