/ jueves 23 de abril de 2020

Los patriotas de blanco

En la guerra biológica que se libra en Sinaloa, en México y el mundo, los médicos, enfermeras y sus auxiliares, constituyen la primera línea de resistencia y la de contra ataque que se lanza con todo contra un enemigo desconocido.

Son quienes se lían en una batalla cuerpo a cuerpo en la que inesperadamente pueden recibir la puñalada de los contrarios, pero también la más dolorosa y alevosa: la cuchillada de la virulencia humana que le pueden asestar aquellos a quienes curan o defienden.

Y en las conflagraciones armadas, son todavía parte de esa barricada inicial que se levanta y que refuerza a los regimientos de soldados que protagonizan el combate. En esas cruentas luchas sin la presencia de ese personal albo, los militares tendrían solamente dos opciones: replegarse o rendirse.

En la emergencia sanitaria que movilizó a las fuerzas armadas de todos los niveles y a los profesionistas del ramo, no hay duda que atendieron un llamado de los sinaloenses y de los mexicanos.

Prófugos de sus hogares y de sus familias, salieron a las calles y a los hospitales a cumplir con un deber, mientras que las mayorías, -se quedaron tal vez con el fastidio temporal que se puede atemperar-, cómodamente en sus habitaciones o patios de sus viviendas.

Bajo llave, porque estar seguro adentro es más confortante que estar vulnerable afuera.

Esa es la abismal diferencia.

Entre las llamas de ese drama, el lunes murió una distinguida médica del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales del Estado. La segunda de esta clínica e igualmente la número dos en los registros estadísticos por Coronavirus que acopian las autoridades de la entidad. Descuidó en su protección, su tiempo y su familia para cuidar a otros.

Tuvo la oportunidad de esgrimir una serie de pretextos o justificaciones para quedarse con los suyos, pero no lo hizo cuando la contingencia arribó a nuestro territorio.

Pudo declararse crónicamente enferma de alguno de los tantos males que agobian a la población del planeta y calló.

O simplemente, podría en cualesquier instante resolver no voy a la clínica o establecer un “me quedó a cuidar a los míos”.

Pero no fue asi.

En un acto de alta responsabilidad se sumó a las brigadas de las instituciones de salud pública que al igual que las privadas, despliegan escudos de protección hacia los pacientes.

Y le tocó por desgracia, engrosar esa cadena de alrededor de 80 trabajadores del área que el Secretario de Salud, Efrén Encinas, informó, se contagiaron cuando atendían a los enfermos por COVID-19. Luego murió y en ese trance que enlutó a su familia, a sus amigos y la comunidad médica, envió una inequívoca señal: la de que partió con la frente el alto.

En una de las etapas más atípicas de su trayectoria y de fenómenos mundiales, entregó su vida para salvar la de otros. Claro que no se trató de una baja más.

En esa espiral enloquecedora del Coronavirus y de la violencia humana que ocasionan el miedo o el fastidio del confinamiento, no podemos ni debemos aceptar que los cobardes que deambulan en el confort de no hacer nada ataquen a las valientes médicos, enfermeras o auxiliares que se juegan su existencia en este momento tan grave.

Porque ellos arribaron a la cita de su historia en un lapso en que el pueblo o la Nación los convocó a erigirse en Patriotas de Bata Blanca.

En medio del caos, vaya un deseo de feliz cumpleaños –del 22 de abril- a la doctora Verónica Martínez y un saludo a Francisco Madrid, médico que va a navegar diariamente, no entre disparos de balas, sino entre la lluvia del coronavirus.

En la guerra biológica que se libra en Sinaloa, en México y el mundo, los médicos, enfermeras y sus auxiliares, constituyen la primera línea de resistencia y la de contra ataque que se lanza con todo contra un enemigo desconocido.

Son quienes se lían en una batalla cuerpo a cuerpo en la que inesperadamente pueden recibir la puñalada de los contrarios, pero también la más dolorosa y alevosa: la cuchillada de la virulencia humana que le pueden asestar aquellos a quienes curan o defienden.

Y en las conflagraciones armadas, son todavía parte de esa barricada inicial que se levanta y que refuerza a los regimientos de soldados que protagonizan el combate. En esas cruentas luchas sin la presencia de ese personal albo, los militares tendrían solamente dos opciones: replegarse o rendirse.

En la emergencia sanitaria que movilizó a las fuerzas armadas de todos los niveles y a los profesionistas del ramo, no hay duda que atendieron un llamado de los sinaloenses y de los mexicanos.

Prófugos de sus hogares y de sus familias, salieron a las calles y a los hospitales a cumplir con un deber, mientras que las mayorías, -se quedaron tal vez con el fastidio temporal que se puede atemperar-, cómodamente en sus habitaciones o patios de sus viviendas.

Bajo llave, porque estar seguro adentro es más confortante que estar vulnerable afuera.

Esa es la abismal diferencia.

Entre las llamas de ese drama, el lunes murió una distinguida médica del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales del Estado. La segunda de esta clínica e igualmente la número dos en los registros estadísticos por Coronavirus que acopian las autoridades de la entidad. Descuidó en su protección, su tiempo y su familia para cuidar a otros.

Tuvo la oportunidad de esgrimir una serie de pretextos o justificaciones para quedarse con los suyos, pero no lo hizo cuando la contingencia arribó a nuestro territorio.

Pudo declararse crónicamente enferma de alguno de los tantos males que agobian a la población del planeta y calló.

O simplemente, podría en cualesquier instante resolver no voy a la clínica o establecer un “me quedó a cuidar a los míos”.

Pero no fue asi.

En un acto de alta responsabilidad se sumó a las brigadas de las instituciones de salud pública que al igual que las privadas, despliegan escudos de protección hacia los pacientes.

Y le tocó por desgracia, engrosar esa cadena de alrededor de 80 trabajadores del área que el Secretario de Salud, Efrén Encinas, informó, se contagiaron cuando atendían a los enfermos por COVID-19. Luego murió y en ese trance que enlutó a su familia, a sus amigos y la comunidad médica, envió una inequívoca señal: la de que partió con la frente el alto.

En una de las etapas más atípicas de su trayectoria y de fenómenos mundiales, entregó su vida para salvar la de otros. Claro que no se trató de una baja más.

En esa espiral enloquecedora del Coronavirus y de la violencia humana que ocasionan el miedo o el fastidio del confinamiento, no podemos ni debemos aceptar que los cobardes que deambulan en el confort de no hacer nada ataquen a las valientes médicos, enfermeras o auxiliares que se juegan su existencia en este momento tan grave.

Porque ellos arribaron a la cita de su historia en un lapso en que el pueblo o la Nación los convocó a erigirse en Patriotas de Bata Blanca.

En medio del caos, vaya un deseo de feliz cumpleaños –del 22 de abril- a la doctora Verónica Martínez y un saludo a Francisco Madrid, médico que va a navegar diariamente, no entre disparos de balas, sino entre la lluvia del coronavirus.