Los escenarios que se abren a partir del arresto de Ismael Zambada García y de uno de los hijos de Joaquín Guzmán Loera no son muchos, en realidad nada más hay de dos en cuanto al terreno en Sinaloa: o los hijos que se quedan al frente de la organización, tanto Iván Archivaldo, Jesús Alfredo e Ismael Zambada Sicarios, procesan los posibles desacuerdos, o habrá violencia desatada.
Este segundo escenario nadie lo desea, pero se tiene que mencionar, ya que desde hace años estos grupos que conforman lo que llaman el Cártel de Sinaloa, han sostenido enfrentamientos que, muchas veces, no llegaban a conflictos de magnitudes más grandes.
Nada más hay que recordar que en 2020 empezó un conflicto local entre las células del Mayo, dirigidas por El Ruso y la de Los Chapitos por parte de El Nini. Todo empezó como parte de desencuentros que sonaban más bien personales, y acabó con un baño de sangre en comunidades de la sindicatura de Tepuche.
Todo terminó en la zona centro del estado cuando El Ruso y su gente se movieron para el norte de Sonora y el Valle de Mexicali, en donde continúan operando y donde sigue la violencia a flor de piel. Al menos las cosas no se han normalizado en aquella frontera.
La acción de llenar de soldados otra vez Culiacán, se sabe, no soluciona nada, es un show mediático temporal en el que participa la SEDENA con mucho entusiasmo, pero con poca táctica para desmantelar las parvadas de punteros que corren detrás de los convoyes militares.
Lo que sí parece funcionar son las operaciones quirúrgicas en donde la Marina, Ejército o Guardia Nacional, catean domicilios con resultados de aseguramiento de efectivo, armas, precursores y una que otra detención, ya que diezman al menos un poco la capacidad bélica de las organizaciones criminales.
Por más que puedan decir que las cosas entre Los Chapitos y El Mayo andaban bien, nomás hay que revisar la propaganda que elaboraron los Guzmán cuando empezó la persecución del fentanilo por parte del gobierno de Estados Unidos.
Muerte anunciada
Héctor Melesio Cuén Ojeda tenía meses diciendo que responsabilizaba al gobernador y a su grupo si algo le pasaba a él o a su familia. Desde luego, todo queda en eso, en la emisión de una postura ante los eventos que se ciernen en torno a una persona de interés político.
Lo decía por la investigación judicial contra su hijo y su familia, que a él también lo habían investigado pero no habían logrado enderezarle ningún expediente.
La teoría de que fue asesinado en un presunto asalto, para quitarle la camioneta recién comprada, se supone que vino de Fausto, su acompañante, pero lo mismo cualquiera puede ir a decir que quiere la camioneta para luego perpetrar el atentado.
Ejemplos hay muchos, como el de un policía en La Paz, Baja California, a quien El Chapo mandó matar, pero le dio la orden a su gente que lo hicieran ver como un asalto.
Lo que sí prevalecerá en el caso de Cuén Ojeda será la sospecha, la tormenta que se cernía sobre su coto de poder, la UAS, y la posibilidad de que su hijo pise la cárcel.
Los escenarios en este caso también son complejos. Será a partir de que las aguas vuelvan a su cauce en que su grupo político, del PAS y UAS, definirán si se mantienen o se entregan. La muerte de Cuén, casual o no, será un parteaguas en la vida democrática de Sinaloa.