En una entrevista ocurrida a finales de junio pasado, el actor Rafael Inclán declaró que los mexicanos “Vamos a tener una ama de casa durante seis años…”, haciendo referencia al triunfo de Claudia Sheinbaum en la elección presidencial. Misógino, machista y actor de películas de ficheras, fue lo menos que le dijeron a Inclán en las redes. El problema es que la nueva presidenta sigue comportándose como si fuera la esposa sumisa y recatada de López Obrador.
En su discurso de toma de posesión como presidenta de México, Sheinbaum comenzó con una serie de loas y alabanzas hacia López Obrador. Se deshizo en halagos y florituras para agradecerle por haber sido, desde su muy particular punto de vista, el mejor presidente que ha tenido México. Y de ahí para el real. Ya nada pudo contener la devoción de la presidenta por su gurú. Ni una esposa perdidamente enamorada de su viejo, habría hablado con tal fervor. Ya más adelante y, como extensión de su discurso triunfal, Sheinbaum hizo referencia y énfasis en que a partir de ese momento el destino de México lo dirigirá una presidenta. Sí, una presidenta. Con “A” al final (aunque les cueste más trabajo, canijos). Eso último no lo dijo, pero es muy probable que lo hubiera pensado al calor del momento.
Más de uno debió de haber pensado que, por fin, la presidenta comenzaba a desmarcarse, aunque fuese sutilmente, del hombre que la encumbró en el poder. Pura llamarada de petate. Sheinbaum no solo no ha puesto una frontera entre el pasado y el momento actual, sino que ha seguido al pie de la letra los gestos, el tono y las actitudes de López Obrador. Diera la impresión de que la semana pasada, antes de salir para Acapulco, para ser testigo de los destrozos e inundaciones provocadas por el huracán “John”, Sheinbaum le hubiese llamado a López Obrador para preguntarle qué debía hacer. Y el ex presidente le hubiese contestado que hiciera lo mismo que hizo él hace un año, cuando también tuvo que apersonarse en el puerto, obligado por el huracán “Otis”. Quédate en la base militar de Acapulco y de ahí no te muevas. Y así lo hizo la presidenta.
Se pone de pechito
Quizá si estuviéramos en Dinamarca, el apasionamiento de Sheinbaum hacia el ex presidente sería visto como algo natural, un genuino agradecimiento. Pero en México, un país machista por excelencia, a eso se le llama sumisión. Flaco favor le hace la presidenta a todas las mujeres que dice representar, sobre todo a las amas de casa, de quienes ha dicho que ella misma es una, cuando vemos que su relación con el patriarcado está basada en el respeto excesivo hacia el “señor”. Si de algo ya están hartas muchas mujeres y madres es precisamente de eso. Mujeres que, en muchos casos, han sido dejadas a la deriva por sus “señores”, y no han tenido más opción que salir a rifársela para mantener una casa y darle una vida a sus hijos. Resulta contradictorio decir que es el tiempo de las mujeres, cuando en los hechos vemos que la presidenta continúa esforzándose por ser la copia de un hombre. Eso sí, lo dicho por el actor Rafael Inclán levantó ámpula entre la gente y, por supuesto, también en la propia Sheinbaum, quien de inmediato fustigó los comentarios del actor. La jefa se queja, pero se pone de pechito. Dirían en mi pueblo.
Las “diferiencias”
Pero si bien es cierto que la presidenta se ha empeñado en imitar a López Obrador, hasta en sus modos, no es menos cierto que su propio temperamento y su nivel sociocultural, marcan por sí mismos una clara diferencia con el ex presidente. Ya no estamos más frente al porro rijoso e incendiario, el fósil, que con muchos trabajos y, tras catorce años de hacerle al cuento, logró graduarse de la facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Alguien acostumbrado a la grilla y a la confrontación. Sheinbaum posee un talante más conciliador y pragmático. También estudió en la UNAM, y después de concluir la licenciatura en Física, salió a ver el mundo. Hizo un posgrado en la Universidad de California en Berkeley; se rozó con gente de la comunidad científica. Esa clase de gente que resuelve los conflictos mediante el diálogo y la negociación. Y no con bravatas e insultos.
Entre actores te veas
No hace mucho un reportero se acercó a preguntarle al actor Damián Alcázar, qué opinaba acerca de que una mujer, la productora Daniela Alatorre, hubiera sido designada como la nueva directora del IMCINE (Instituto Mexicano de Cinematografía) para este sexenio. El actor se encogió de hombros y solo contestó con aire inexpresivo la frase que se ha convertido en una especie de mantra desde que Sheinbaum llegó al poder: “Es tiempo de mujeres”.
Dicho aquello, Alcázar alargó el paso y desapareció con la misma diligencia con la que le respondió al reportero. Visto sin apasionamientos, no hay mucha diferencia entre el tono que Rafael Inclán usó para decir que una ama de casa va a gobernar México por los próximos seis años, y el tono usado por Damián Alcázar para referirse a la nueva directora del IMCINE. En ambos casos se revela la duda de dos hombres acerca de las capacidades de las mujeres en puestos de poder. En efecto, el precio que debe pagar una mujer en un país de hombres es muy alto. En el caso de Sheinbaum, esto es solo el principio. De aquí en adelante cada movimiento suyo, cada decisión, cada acierto o error, serán vistos con ojo crítico y mucho más severo que si se tratará de un hombre al frente del gobierno. Ojalá y alguien le diga a Sheinbaum que ya ganó. Que ella es la presidenta. Y que el hombre al que le debe tano, ya se fue a “La Chingada” (no piensen mal, así se llama el rancho de López Obrador).