Entre las propuestas de la nueva presidenta está la creación de un Sistema Nacional de Inteligencia e Investigación Para la Seguridad Nacional. Se trata de un reto formidable, en el que habría que partir prácticamente de cero. Eso sin contar que en la nueva agencia, tanto civiles como militares tendrían que trabajar de la mano. Algo que en México siempre termina a gritos y sombrerazos. Una cosa es imaginar algo y, otra muy distinta, es hacerlo realidad.
Si algo sobra en México, son agencias de inteligencia. Hay de todo como en botica. Desde el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), hasta la Agencia de Investigación Criminal (AIC), pasando por la división de Inteligencia de la Policía Federal Ministerial y, por supuesto, por el Sistema de Inteligencia Militar (SIM), el cual depende de la Defensa Nacional. En teoría, se supone que todas las agencias deberían coordinarse entre sí y trabajar conjuntamente, pero en la práctica cada quien ve por su propio santo. Como quien dice, de todas no se hace una. De ahí la urgencia, suponemos, de Claudia Sheinbaum de crear una agencia de inteligencia de carácter civil, que dependa de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, al mando de Omar García Harfuch, el policía que fuera considerado como el “Batman” de la Ciudad de México.
Crear una agencia de inteligencia nacional no es cualquier cosa. Se requiere, no sólo de una enorme planeación y miles de millones de pesos en infraestructura y tecnología de punta, sino también un complejo andamiaje jurídico y humano; y una visión a largo plazo. No bastan la lealtad y las ganas, es fundamental formar cuadros de gente especializada, con estudios universitarios, sin antecedentes penales y la vocación para hacer carrera. Gente que pueda aprobar un “examen de confianza” sin ayuda de un padrino. Se necesitan también técnicos expertos, capaces, por ejemplo, de intervenir teléfonos o dirigir drones. Todo eso más un buen número de Informantes e “infiltrados” que se muevan, tanto en las calles como en las entrañas de los cárteles. Profesionales con experiencia, que vean y escuchen, y que sean altamente confiables a la hora de pasar la información.
Se trata de un proyecto que, sólo para despegar, podría llevarse los seis años de gobierno de Claudia Sheinbaum. ¿Y luego? ¿Volveríamos a comenzar desde cero, como ocurre cada sexenio con el tema de la seguridad? No sería extraño. Desde los gobiernos priistas siempre ha sido así
Policías y soldados: explosiva combinación
Sin duda uno de los retos más complicados será coordinar las investigaciones de la nueva agencia con el trabajo de la fuerza operativa de la Guardia Nacional. Y ahí es donde podrían comenzar los tropezones y las desavenencias. Pues García Harfuch tendría que lidiar directamente, no sólo con los generales del Ejército, sino con el propio Secretario de la Defensa, que es quien maneja los hilos de la Guardia Nacional. En el mejor de los casos García Harfuch y su gente se encargarían de investigar y obtener la información, y los soldados tendrían que salir a rifársela contra los mañosos. ¿Y algo así podría funcionar? Tal vez, si no fuese por que en México los celos y la desconfianza que existen entre militares y policías son tan arraigados, que rara vez un proyecto conjunto termina bien. Sólo habría que preguntarse quién se llevaría la medalla en caso de que la nueva agencia diera un golpe exitoso en contra de la delincuencia organizada, ¿García Harfuch o el Secretario de la Defensa en turno? Independientemente de quién se ganara el oro, la relación entre uno y otro podría desgastarse muy pronto.
Anticiparse al futuro
“De nada sirve saber dónde estuvo un mañoso ayer o dónde está hoy; sirve más saber dónde estará mañana”. Este principio lo mismo aplica para el combate al crimen organizado, que para terremotos e inundaciones o para huracanes y pandemias, y en general para cualquier desastre humano o natural que pudiera poner de cabeza la seguridad de un país. Un buen sistema de inteligencia está para prever el futuro. Si México contara con un sistema de inteligencia medianamente eficiente, el gobierno no se seguiría preguntado, a estas alturas, cómo fue que alguien como el Mayo Zambada, uno de los narcotraficantes más buscados en el mundo, despegó de una pista clandestina en Chihuahua y aterrizó en el aeropuerto de un pueblo bicicletero en Nuevo México. Nadie sabe. Nadie supo. Bueno, los gringos sí.
Falta de inteligencia
En alguna ocasión, un comandante de la extinta PGR recibió la orden de atorar a un mañoso que se supone llegaría al aeropuerto de Toluca en un jet particular. La división de inteligencia del Centro de Planeación para el Control de Drogas (CENDRO) le había proporcionado al comandante toda la información que requería para realizar el operativo. Datos como la matrícula del avión, la hora de llegada y la pista donde aterrizaría “el bueno”. Se trataba nade menos que de Juan García Ábrego, jefe del Cártel del Golfo. Todo estaba listo, había más de veinte agentes esperándolo. En cuanto bajara lo aprenderían. Y en efecto, el avión llegó tal y como lo habían señalado los informes de inteligencia. Los pasajeros comenzaron a descender por la escalinata, pero ninguno con las características de García Ábrego. De pronto hubo uno que le pareció familiar al comandante. Ya lo había visto en algún lado. Y entonces cayó en la cuenta de que aquel tipo era un connotado empresario, dueño de un banco muy importante. En cambio García Ábrego jamás apareció. Los informantes fallaron a la hora de pasar el dato y pudieron generar un lío muy gordo. Ojalá que la nueva agencia de Claudia Sheinbaum y García Harfuch no falle. Ojalá que se usen todos los recursos tecnológicos y humanos para hacer verdaderas labores de inteligencia y no para espiar a los opositores de la 4T, llámense empresarios, periodistas o políticos de otros partidos. Sería igualmente catastrófico que policías y soldados terminaran espiándose entre sí. Los secretos son como el veneno, una vez que se liberan no hay vuelta atrás.