/ lunes 10 de agosto de 2020

La reforma al sistema de pensiones: ¿Por qué debería importarte?



El gobierno federal recientemente presentó una propuesta de reforma al sistema de pensiones que debería interesarnos a todos los ciudadanos, a hombres y mujeres, a jóvenes y no tan jóvenes, por la simple razón de que se trata de dinero, ¡tu dinero!, tu vejez y la forma en que vivirás el último tercio de tu vida.

Uno de los mayores retos para interesar a los jóvenes en este tema es que, precisamente por su juventud, el retiro lo ven como algo demasiado lejano. Tan solo hablarlo (y mostrarles cifras) los desanima. Están en sus veintes o incluso sus treintas, es decir, el primer tercio de su vida ya transcurrido, y piensan que se ocuparán de ello “después”. La primera vez que alguien me habló sobre mi retiro fue un amigo de la familia, un estadounidense adinerado que trabajaba para un banco en su país y que se hallaba casualmente a punto de jubilarse; intentó hacerme ver lo importante que era planearlo desde aquel momento. Me sorprendí y, creo, no hice mucho caso. Yo tenía quizás 26 años.

En México, existen muchos sistemas de pensiones. Hay municipios, estados y empresas paraestatales que cuentan con un esquema de ese tipo. Sin embargo, no son los principales, pues el grueso de la población no trabaja en esos sectores. Solo me referiré, por lo tanto, al sistema de pensiones más importante del país, esto es, al que potencialmente podría acceder la mayoría de los mexicanos.

Hay que considerar asimismo que en nuestro país el empleo informal es altísimo (cerca del 56% y, presumiblemente, aumentará con la actual crisis económica). Ello significa que más de la mitad de la población no solo no tiene acceso a la salud, prestaciones y apoyo para la vivienda, sino que tampoco a ningún esquema para el retiro. Lo cual es catastrófico. Antes, las personas –nuestros abuelos– tenían 6 ó 10 hijos que, a la postre, representaban el apoyo económico para el “retiro” de los padres. Hoy los mexicanos tenemos en promedio 2 hijos por familia lo cual imposibilita aquella manutención típica de los padres. De lo que hablo, pues, es de un panorama preocupante para millones, para la mayoría, de mexicanos.

Las personas que logran vivir en el mercado laboral formal son, aunque no todas, pero sí en su gran mayoría, trabajadores que cotizan en el IMSS. Y es esta misma mayoría de personas la que tiene acceso al sistema de pensiones más importante del país al que me refería antes: el de las Afores.

Esto merece, sin embargo, una aclaración de antemano. Las personas que cotizaron en el IMSS antes de 1997 se rigen bajo una ley de 1973. Ese régimen es previo a las Afores y se caracteriza en dos sentidos: 1) quien administra el dinero de los pensionados y paga las pensiones es el IMSS a partir de, digamos, una bolsa común en manos de dicha institución, y; 2) es de “beneficio definido”, esto es, que el pensionado se retira con un porcentaje definido de su salario promedio de sus últimos años de vida laboral.

Dado que este sistema de pensiones (de beneficio definido y fondeado por el Estado mexicano) era fiscalmente difícil de sostener, se aprobó una nueva ley en 1997 con la que transitamos a un sistema de ahorro individual en el que cada trabajador tiene sus ahorros en una cuenta que es solo suya y es administrada por una entidad privada: las denominadas Afores (Administradoras de Fondos para el Retiro). Este sistema resultó ser fiscalmente un respiro para el Estado (pues se quitó un problema de encima) y la forma en que las Afores invierten el dinero de los trabajadores es muy responsable.

No obstante, si las personas echaran un vistazo a su cuenta de ahorro para el retiro, muchas verían que, después de años de trabajo, solo tienen unos cuantos miles de pesos que, difícilmente, les alcanzaría para apenas unos meses –y no los veintitantos años de vida que le quedan al cuerpo agotado de un adulto mayor que, por definición, debería dedicarse a descansar–. Junte usted las piezas de este rompecabezas: un mar de gente que nunca se va a pensionar; otro que sí va a cotizar, pero que brincará de la formalidad a la informalidad constantemente y, por lo tanto, no acumulará los años suficientes para obtener su pensión.

Actualmente las personas que están pensionadas, lo están a través del régimen anterior. Pero dado que México todavía es un país joven, muy pronto los que nos retiremos mediante las Afores seremos mayoría. Y, suponiendo alegremente, que hayamos logrado cotizar los años requeridos por ley, muchos descubriremos un monto tan bajo que optaremos por la llamada pensión mínima garantizada (de alrededor de 3 mil pesos mensuales). Muchos de ellos –y sobre todo los que no tiene ningún tipo de pensión– se verán en la urgente necesidad de solicitar asimismo el programa social denominado pensión para adultos mayores (de algo más de mil pesos mensuales) que los últimos tres gobiernos han instaurado y ampliado.

¿Mi sugerencia? Ahorre desde ahora, sí, desde su primer trabajo serio, y sí, desde los 23-24 años. Pero es difícil pedirle a la gente, a la que vive al día, que ahorre, sobre todo en el contexto del empobrecimiento mexicano actual. Por ello, la propuesta de reforma al sistema de pensiones hecha por el gobierno federal es –para mi sorpresa– muy buena. En primer lugar, reducirá el número de semanas que deben cotizarse para el retiro, pasando de 1,250 semanas (24 años) a 750 semanas (15 años). El elevado número de años de trabajo impedía a muchos el acceso a una pensión (en especial a las mujeres). Por otro lado, se aumenta el monto de la aportación obligatoria para el ahorro, de 6.5 por ciento (que era bajísimo) a 15 por ciento (cercano a estándares internacionales). Lo interesante es que el aumento no lo absorberá el trabajador, que de por sí gana poco, sino que correrá a cuenta del patrón. Es un acuerdo histórico, pues el empresariado mexicano dio un paso adelante y expresó su conformidad. Dicho aumento se traducirá, evidentemente, en una pensión mayor para el trabajador.

Se disipó así aquella propuesta de terror de un legislador de Morena que buscaba estatizar las cuentas de ahorro. Lo que nos resta a los ciudadanos son dos cosas: por un lado, sumarse al ahorro voluntario en nuestra Afore (no solo por devolver el gesto de corresponsabilidad social que manifestaron los empresarios, sino porque el único beneficiario de un mayor ahorro serás tú trabajador); y, por otro lado, vigilar si, en el último momento, Morena modifica los términos en que se planteó la propuesta de reforma, y de ser así, alzar la voz.



El gobierno federal recientemente presentó una propuesta de reforma al sistema de pensiones que debería interesarnos a todos los ciudadanos, a hombres y mujeres, a jóvenes y no tan jóvenes, por la simple razón de que se trata de dinero, ¡tu dinero!, tu vejez y la forma en que vivirás el último tercio de tu vida.

Uno de los mayores retos para interesar a los jóvenes en este tema es que, precisamente por su juventud, el retiro lo ven como algo demasiado lejano. Tan solo hablarlo (y mostrarles cifras) los desanima. Están en sus veintes o incluso sus treintas, es decir, el primer tercio de su vida ya transcurrido, y piensan que se ocuparán de ello “después”. La primera vez que alguien me habló sobre mi retiro fue un amigo de la familia, un estadounidense adinerado que trabajaba para un banco en su país y que se hallaba casualmente a punto de jubilarse; intentó hacerme ver lo importante que era planearlo desde aquel momento. Me sorprendí y, creo, no hice mucho caso. Yo tenía quizás 26 años.

En México, existen muchos sistemas de pensiones. Hay municipios, estados y empresas paraestatales que cuentan con un esquema de ese tipo. Sin embargo, no son los principales, pues el grueso de la población no trabaja en esos sectores. Solo me referiré, por lo tanto, al sistema de pensiones más importante del país, esto es, al que potencialmente podría acceder la mayoría de los mexicanos.

Hay que considerar asimismo que en nuestro país el empleo informal es altísimo (cerca del 56% y, presumiblemente, aumentará con la actual crisis económica). Ello significa que más de la mitad de la población no solo no tiene acceso a la salud, prestaciones y apoyo para la vivienda, sino que tampoco a ningún esquema para el retiro. Lo cual es catastrófico. Antes, las personas –nuestros abuelos– tenían 6 ó 10 hijos que, a la postre, representaban el apoyo económico para el “retiro” de los padres. Hoy los mexicanos tenemos en promedio 2 hijos por familia lo cual imposibilita aquella manutención típica de los padres. De lo que hablo, pues, es de un panorama preocupante para millones, para la mayoría, de mexicanos.

Las personas que logran vivir en el mercado laboral formal son, aunque no todas, pero sí en su gran mayoría, trabajadores que cotizan en el IMSS. Y es esta misma mayoría de personas la que tiene acceso al sistema de pensiones más importante del país al que me refería antes: el de las Afores.

Esto merece, sin embargo, una aclaración de antemano. Las personas que cotizaron en el IMSS antes de 1997 se rigen bajo una ley de 1973. Ese régimen es previo a las Afores y se caracteriza en dos sentidos: 1) quien administra el dinero de los pensionados y paga las pensiones es el IMSS a partir de, digamos, una bolsa común en manos de dicha institución, y; 2) es de “beneficio definido”, esto es, que el pensionado se retira con un porcentaje definido de su salario promedio de sus últimos años de vida laboral.

Dado que este sistema de pensiones (de beneficio definido y fondeado por el Estado mexicano) era fiscalmente difícil de sostener, se aprobó una nueva ley en 1997 con la que transitamos a un sistema de ahorro individual en el que cada trabajador tiene sus ahorros en una cuenta que es solo suya y es administrada por una entidad privada: las denominadas Afores (Administradoras de Fondos para el Retiro). Este sistema resultó ser fiscalmente un respiro para el Estado (pues se quitó un problema de encima) y la forma en que las Afores invierten el dinero de los trabajadores es muy responsable.

No obstante, si las personas echaran un vistazo a su cuenta de ahorro para el retiro, muchas verían que, después de años de trabajo, solo tienen unos cuantos miles de pesos que, difícilmente, les alcanzaría para apenas unos meses –y no los veintitantos años de vida que le quedan al cuerpo agotado de un adulto mayor que, por definición, debería dedicarse a descansar–. Junte usted las piezas de este rompecabezas: un mar de gente que nunca se va a pensionar; otro que sí va a cotizar, pero que brincará de la formalidad a la informalidad constantemente y, por lo tanto, no acumulará los años suficientes para obtener su pensión.

Actualmente las personas que están pensionadas, lo están a través del régimen anterior. Pero dado que México todavía es un país joven, muy pronto los que nos retiremos mediante las Afores seremos mayoría. Y, suponiendo alegremente, que hayamos logrado cotizar los años requeridos por ley, muchos descubriremos un monto tan bajo que optaremos por la llamada pensión mínima garantizada (de alrededor de 3 mil pesos mensuales). Muchos de ellos –y sobre todo los que no tiene ningún tipo de pensión– se verán en la urgente necesidad de solicitar asimismo el programa social denominado pensión para adultos mayores (de algo más de mil pesos mensuales) que los últimos tres gobiernos han instaurado y ampliado.

¿Mi sugerencia? Ahorre desde ahora, sí, desde su primer trabajo serio, y sí, desde los 23-24 años. Pero es difícil pedirle a la gente, a la que vive al día, que ahorre, sobre todo en el contexto del empobrecimiento mexicano actual. Por ello, la propuesta de reforma al sistema de pensiones hecha por el gobierno federal es –para mi sorpresa– muy buena. En primer lugar, reducirá el número de semanas que deben cotizarse para el retiro, pasando de 1,250 semanas (24 años) a 750 semanas (15 años). El elevado número de años de trabajo impedía a muchos el acceso a una pensión (en especial a las mujeres). Por otro lado, se aumenta el monto de la aportación obligatoria para el ahorro, de 6.5 por ciento (que era bajísimo) a 15 por ciento (cercano a estándares internacionales). Lo interesante es que el aumento no lo absorberá el trabajador, que de por sí gana poco, sino que correrá a cuenta del patrón. Es un acuerdo histórico, pues el empresariado mexicano dio un paso adelante y expresó su conformidad. Dicho aumento se traducirá, evidentemente, en una pensión mayor para el trabajador.

Se disipó así aquella propuesta de terror de un legislador de Morena que buscaba estatizar las cuentas de ahorro. Lo que nos resta a los ciudadanos son dos cosas: por un lado, sumarse al ahorro voluntario en nuestra Afore (no solo por devolver el gesto de corresponsabilidad social que manifestaron los empresarios, sino porque el único beneficiario de un mayor ahorro serás tú trabajador); y, por otro lado, vigilar si, en el último momento, Morena modifica los términos en que se planteó la propuesta de reforma, y de ser así, alzar la voz.