/ viernes 27 de mayo de 2022

La Locura de Llevar el Cine a Donde Nunca ha Llegado

Eran los estrafalarios años ochenta. Los años de la fiesta y los grandes sueños; del rock and roll y el Mundial de Fútbol, México 86. Mientras la Selección Mexicana se jugaba contra Bulgaria el pase a los Cuartos de Final, mi abuelo, su comitiva y yo, atravesábamos la sierra de Durango a lomo de mula, llevando una videocasetera y una televisión a una ranchería, donde nunca nadie había visto una película. Todo iba bien, hasta que se apareció el diablo.

El viejo radio de pilas (amarrado con una liga) que me dio el abuelo para escuchar el partido de México contra Bulgaria es basura. La señal se interrumpe a cada rato, sobre todo cuando cruzamos por la falda de algún cerro. De pronto se escucha la narración del partido, pero así como llega se pierde. Desde que dejamos Huazamota, todo el camino ha sido cuesta arriba. Huazamota no tiene luz, pero en sus calles de tierra ves postes y lumbreras. Nunca han funcionado, fueron puestos ahí nomás para que el gobernador del PRI se tomara la foto.

Voy al final de la caravana junto con Prudencio, un sargento, un moreno de mirada altiva, que, ése sí, va muy chingón arriba de un caballo. Los rayos del sol me queman el cuello, estoy sudando. A estas alturas del partido ya no siento lo duro sino lo tupido. Llevo cinco horas sentado en Sanjuana, la mula prieta que me consiguieron para el viaje. Fui obligado, bueno, comisionado, por el abuelo para llevar sobre los lomos de Sanjuana la videocasetera JVC y la televisión Sony Trinitron, donadas por el gobierno a los tepehuanes de Bajío del Llano, para crear un cine-club comunitario. El abuelo va al frente de la caravana. Se supone que estoy castigado. Hice una de la mías, y como mamá ya no me aguanta, me desterró a Durango, a pasar las vacaciones de verano con “el general”, a ver si me puede meter en cintura. El abuelo no te tira sermones para que te portes bien, él nomás te trae en chinga, como si fueras uno de sus soldados.

En el llano anda el diablo

Venimos bajando por el espinazo de un monte. Frente a nosotros se extiende un inmenso llano cubierto de pastizales. Cruzando aquel llano está nuestro destino. De pronto la voz del cronista del partido resuena en el radio de pilas: “Ataca Tomás Boy. Tomás Boy para Negrete. Negrete mira a Hugo Sánchez. Le puede dar la pelota, pero toca para Servín, que se lanza por la banda izquierda…” Súbitamente la voz del cronista se pierde, todo vuelve a ser interferencia, ese zumbido exasperante como de un enjambre de moscas revoloteando.

“Escapa Servín -se escucha de nuevo en el mentado radio-, llega cerca de la línea de esquina. Pone el balón entre él y dos marcadores búlgaros… Servín busca el tiro de esquina, pero pierde la pelota.” La señal se interrumpe otra vez. ¡Maldita sea! Miro la caja de la videocasetera atada a los lomos de Sanjuana. Pienso en la cara de los tepehuanes cuando vean lo que les llevamos. Ahora sí van a ver cine, historias rifadas, con personajes de carne y hueso. No como en el pinche radio, que todo te lo tienes que imaginar. Vamos entre los pastizales, el viento se levanta de pronto formando un remolino. Cierro los ojos, el polvo se me mete en las narices. Y cuando despego los párpados, lo veo con el rabillo del ojo. Es un enorme toro de pelaje negro. Y junto a él hay más. Están ahí, como fantasmas en medio de la tolvanera, mirándonos en silencio, sin parpadear, con sus ojotes negros y malignos.

Sanjuana está petrificada, las patas le tiemblan. Prudencio mira a los toros lívido de espanto, su caballo sacude la cabeza y rasca la tierra resoplando. Alguien de la caravana nos grita “¡No se muevan! ¡No se muevan!” Prudencio no hace caso, desmonta de un salto y se queda junto al caballo sin saber qué hacer. “Le pasan la pelota a Hugo Sánchez -se oye en el radio- Hugo Sánchez de espaldas al arco, quiere girar a la derecha… Lo rechaza Dimitrov.”

Prudencio coge la brida y jala al caballo, pero éste se queda tieso. En tanto el toro negro pega un bufido sacudiendo la enorme cornamenta y moviéndose hacia adelante. Y cuando se lanza para embestir al caballo, el animal embravecido, gira su trayectoria de repente y se vuelca como un relámpago contra Sanjuana. “La pelota sale hacia la media cancha -vocifera el cronista en el radio- Amador le regresa a Manuel Negrete. Negrete le toca a Aguirre. Aguirre para Negrete. Negrete le pega de tijera… ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol!”

Con el diablo por delante

Mientras el gol de Negrete resuena en mi cabeza, me doy cuenta de que ya no hay tiempo para huir. Siento un ramalazo muy violento en la espalda, como si los brazos se me desprendieran del cuerpo; Sanjuana pega un relinchido frenético y es levantada de costado. Los dos salimos volando por el aire. Todo me da vueltas, es una sensación de vértigo; los oídos me zumban como si la cabeza me fuera a reventar; aterrizo con el cuerpo descompuesto dando tumbos sobre el pastizal, hasta que quedo inmóvil, jadeando y mirando estúpidamente el cielo azul arriba de mi cara. A mi lado, en el radio, el cronista se desgañita: “¡Ha sido un golazo! ¡Una chulada! ¡Con esa técnica, que sólo los grandes poseen! ¡Manuel Negrete le ha dado una enorme alegría a México…! ¡Nos vemos en el Ángel!” ¿Y mi mula prieta? ¿Y la videocasetera y la televisión? ¿Y el gol de Negrete?

La pobre de Sanjuana tuvo que ser sacrificada ahí mismo, el toro le quebró el espinazo. En cuanto a la videocasetera y la televisión no les ocurrió nada grave. Eso sí, la video acabó como mesa de noche y la televisión como tendedero de ropa en la casa de un jefe de la policía. Y es que en Bajío del Llano ocurrió lo mismo que en Huazamota, había postes y lumbreras, pero se les olvidó poner la chingada luz. La Selección Mexicana fue eliminada más tarde de la Copa del Mundo, y con ello el sueño se esfumaba una vez más, arrebatándole la ilusión a un pueblo. En eso el fútbol y el cine se parecen tanto. ¿O no es verdad que ambos se alimentan de los sueños de la gente?

Eran los estrafalarios años ochenta. Los años de la fiesta y los grandes sueños; del rock and roll y el Mundial de Fútbol, México 86. Mientras la Selección Mexicana se jugaba contra Bulgaria el pase a los Cuartos de Final, mi abuelo, su comitiva y yo, atravesábamos la sierra de Durango a lomo de mula, llevando una videocasetera y una televisión a una ranchería, donde nunca nadie había visto una película. Todo iba bien, hasta que se apareció el diablo.

El viejo radio de pilas (amarrado con una liga) que me dio el abuelo para escuchar el partido de México contra Bulgaria es basura. La señal se interrumpe a cada rato, sobre todo cuando cruzamos por la falda de algún cerro. De pronto se escucha la narración del partido, pero así como llega se pierde. Desde que dejamos Huazamota, todo el camino ha sido cuesta arriba. Huazamota no tiene luz, pero en sus calles de tierra ves postes y lumbreras. Nunca han funcionado, fueron puestos ahí nomás para que el gobernador del PRI se tomara la foto.

Voy al final de la caravana junto con Prudencio, un sargento, un moreno de mirada altiva, que, ése sí, va muy chingón arriba de un caballo. Los rayos del sol me queman el cuello, estoy sudando. A estas alturas del partido ya no siento lo duro sino lo tupido. Llevo cinco horas sentado en Sanjuana, la mula prieta que me consiguieron para el viaje. Fui obligado, bueno, comisionado, por el abuelo para llevar sobre los lomos de Sanjuana la videocasetera JVC y la televisión Sony Trinitron, donadas por el gobierno a los tepehuanes de Bajío del Llano, para crear un cine-club comunitario. El abuelo va al frente de la caravana. Se supone que estoy castigado. Hice una de la mías, y como mamá ya no me aguanta, me desterró a Durango, a pasar las vacaciones de verano con “el general”, a ver si me puede meter en cintura. El abuelo no te tira sermones para que te portes bien, él nomás te trae en chinga, como si fueras uno de sus soldados.

En el llano anda el diablo

Venimos bajando por el espinazo de un monte. Frente a nosotros se extiende un inmenso llano cubierto de pastizales. Cruzando aquel llano está nuestro destino. De pronto la voz del cronista del partido resuena en el radio de pilas: “Ataca Tomás Boy. Tomás Boy para Negrete. Negrete mira a Hugo Sánchez. Le puede dar la pelota, pero toca para Servín, que se lanza por la banda izquierda…” Súbitamente la voz del cronista se pierde, todo vuelve a ser interferencia, ese zumbido exasperante como de un enjambre de moscas revoloteando.

“Escapa Servín -se escucha de nuevo en el mentado radio-, llega cerca de la línea de esquina. Pone el balón entre él y dos marcadores búlgaros… Servín busca el tiro de esquina, pero pierde la pelota.” La señal se interrumpe otra vez. ¡Maldita sea! Miro la caja de la videocasetera atada a los lomos de Sanjuana. Pienso en la cara de los tepehuanes cuando vean lo que les llevamos. Ahora sí van a ver cine, historias rifadas, con personajes de carne y hueso. No como en el pinche radio, que todo te lo tienes que imaginar. Vamos entre los pastizales, el viento se levanta de pronto formando un remolino. Cierro los ojos, el polvo se me mete en las narices. Y cuando despego los párpados, lo veo con el rabillo del ojo. Es un enorme toro de pelaje negro. Y junto a él hay más. Están ahí, como fantasmas en medio de la tolvanera, mirándonos en silencio, sin parpadear, con sus ojotes negros y malignos.

Sanjuana está petrificada, las patas le tiemblan. Prudencio mira a los toros lívido de espanto, su caballo sacude la cabeza y rasca la tierra resoplando. Alguien de la caravana nos grita “¡No se muevan! ¡No se muevan!” Prudencio no hace caso, desmonta de un salto y se queda junto al caballo sin saber qué hacer. “Le pasan la pelota a Hugo Sánchez -se oye en el radio- Hugo Sánchez de espaldas al arco, quiere girar a la derecha… Lo rechaza Dimitrov.”

Prudencio coge la brida y jala al caballo, pero éste se queda tieso. En tanto el toro negro pega un bufido sacudiendo la enorme cornamenta y moviéndose hacia adelante. Y cuando se lanza para embestir al caballo, el animal embravecido, gira su trayectoria de repente y se vuelca como un relámpago contra Sanjuana. “La pelota sale hacia la media cancha -vocifera el cronista en el radio- Amador le regresa a Manuel Negrete. Negrete le toca a Aguirre. Aguirre para Negrete. Negrete le pega de tijera… ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol!”

Con el diablo por delante

Mientras el gol de Negrete resuena en mi cabeza, me doy cuenta de que ya no hay tiempo para huir. Siento un ramalazo muy violento en la espalda, como si los brazos se me desprendieran del cuerpo; Sanjuana pega un relinchido frenético y es levantada de costado. Los dos salimos volando por el aire. Todo me da vueltas, es una sensación de vértigo; los oídos me zumban como si la cabeza me fuera a reventar; aterrizo con el cuerpo descompuesto dando tumbos sobre el pastizal, hasta que quedo inmóvil, jadeando y mirando estúpidamente el cielo azul arriba de mi cara. A mi lado, en el radio, el cronista se desgañita: “¡Ha sido un golazo! ¡Una chulada! ¡Con esa técnica, que sólo los grandes poseen! ¡Manuel Negrete le ha dado una enorme alegría a México…! ¡Nos vemos en el Ángel!” ¿Y mi mula prieta? ¿Y la videocasetera y la televisión? ¿Y el gol de Negrete?

La pobre de Sanjuana tuvo que ser sacrificada ahí mismo, el toro le quebró el espinazo. En cuanto a la videocasetera y la televisión no les ocurrió nada grave. Eso sí, la video acabó como mesa de noche y la televisión como tendedero de ropa en la casa de un jefe de la policía. Y es que en Bajío del Llano ocurrió lo mismo que en Huazamota, había postes y lumbreras, pero se les olvidó poner la chingada luz. La Selección Mexicana fue eliminada más tarde de la Copa del Mundo, y con ello el sueño se esfumaba una vez más, arrebatándole la ilusión a un pueblo. En eso el fútbol y el cine se parecen tanto. ¿O no es verdad que ambos se alimentan de los sueños de la gente?