/ jueves 15 de julio de 2021

La feria (trágica) de las ocurrencias

Una política campechana aplicada al ejercicio del gobierno es la puesta en escena de todos los días del gobierno, donde el entretenimiento, la locuacidad, la frivolidad, las ofensas, amenazas abiertas, los insultos y pastelazos, son la tónica que marca al gobierno de López Obrador como uno de los más irresponsables, ineptos y dañinos que se recuerden, habiendo tela de donde cortar en la historia política de nuestro país. Esta forma de ejercer el poder (que no es lo mismo que gobernar, ya que produce precisamente lo opuesto, es decir, ingobernabilidad) con base en ocurrencias que muchas veces parecen desvaríos, tienen una finalidad, un designio, una premeditación que pudiese pasar para algunos como una simple banalidad, primitivismo o parroquialismo (mucho hay de eso también), pero que en realidad forman parte de un plan para evitar discutir sobre los principales problemas que se deben atender, eludir responsabilidades y crear una percepción alterada de la realidad. Se desarrolla así una “política de guerra” en la que la distracción desarrolla un papel central.

En El arte de la guerra, Sun Tzu dice que este arte “también radica en ser capaz de movilizar enormes masas de hombres, y una buena estrategia es precisamente distraer al enemigo para que no pueda conocer cuál es la situación real de tu ejército”. Mientras se comenta la narrativa y las ocurrencias instaladas día con día en las mañaneras, se consolida la destrucción institucional para que sean “difícilmente reversibles” –como lo dice el propio presidente- los cambios propiciados por su gobierno. Vistos esos cambios y los desastrosos resultados ofrecidos, el mantra del presidente suena más a ominosa advertencia que a una esperanza ilusionante.

El tema aquí es que mientras esos distractores se propagan y esas ocurrencias se discuten, mucha gente muere –cuando de haber otras decisiones en materia de política pública no debería morir-, otras muchas sufren de diversas maneras, al verse afectada su economía, los servicios sociales que permiten un acceso a la salud (el desabasto criminal de medicamentos, sobre todo los oncológicos para niños con cáncer, la destrucción de la seguridad social –el seguro popular- que el INSABI no acaba de sustituir satisfactoriamente) o posibilitan el empleo o su desempeño sin condicionantes (piénsese en la desaparición de las estancias infantiles), la caída dramática del empleo formal e incluso el informal, sin que haya indicios de una pronta recuperación. Mire usted nada más: entre los países de la OCDE, México ocupó el último lugar en gasto o inversión pública respecto de su PIB en 2019 (1.3, siendo 3.3 el promedio). Mientras esto ocurre, las prioridades presupuestarias del presidente, se destinan a un tren sin rendimiento social, estadios de béisbol para saciar la afición del señor que vive en el palacio, ofrecimientos del avión presidencial para fiestas, reuniones y fines de semana para ejecutivos, una refinería que se hunde, literalmente, en el fango y en las deudas y en los llamados programas sociales que no son otra cosa que compra de votos descarada.

Todo va muy bien, dice el presidente, mientras macanea y distrae al respetable, además de producir el espectáculo grotesco del “quién es quién en las mentiras”, acosando y amedrentando a los periodistas que caen fulminados –también literalmente- como moscas en México, en tanto que el Mecanismo de Protección Para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas de la Secretaría de Gobernación reconoció el lunes que desde diciembre de 2018 a la fecha han sido asesinados 68 activistas y 43 periodistas.

Chistes, ocurrencias y distractores. Una política de guerra y parece que Nerón toca la cítara maravillado por el incendio. Por todo esto es extraña la sonrisa burlona del presidente todos los días.

Una política campechana aplicada al ejercicio del gobierno es la puesta en escena de todos los días del gobierno, donde el entretenimiento, la locuacidad, la frivolidad, las ofensas, amenazas abiertas, los insultos y pastelazos, son la tónica que marca al gobierno de López Obrador como uno de los más irresponsables, ineptos y dañinos que se recuerden, habiendo tela de donde cortar en la historia política de nuestro país. Esta forma de ejercer el poder (que no es lo mismo que gobernar, ya que produce precisamente lo opuesto, es decir, ingobernabilidad) con base en ocurrencias que muchas veces parecen desvaríos, tienen una finalidad, un designio, una premeditación que pudiese pasar para algunos como una simple banalidad, primitivismo o parroquialismo (mucho hay de eso también), pero que en realidad forman parte de un plan para evitar discutir sobre los principales problemas que se deben atender, eludir responsabilidades y crear una percepción alterada de la realidad. Se desarrolla así una “política de guerra” en la que la distracción desarrolla un papel central.

En El arte de la guerra, Sun Tzu dice que este arte “también radica en ser capaz de movilizar enormes masas de hombres, y una buena estrategia es precisamente distraer al enemigo para que no pueda conocer cuál es la situación real de tu ejército”. Mientras se comenta la narrativa y las ocurrencias instaladas día con día en las mañaneras, se consolida la destrucción institucional para que sean “difícilmente reversibles” –como lo dice el propio presidente- los cambios propiciados por su gobierno. Vistos esos cambios y los desastrosos resultados ofrecidos, el mantra del presidente suena más a ominosa advertencia que a una esperanza ilusionante.

El tema aquí es que mientras esos distractores se propagan y esas ocurrencias se discuten, mucha gente muere –cuando de haber otras decisiones en materia de política pública no debería morir-, otras muchas sufren de diversas maneras, al verse afectada su economía, los servicios sociales que permiten un acceso a la salud (el desabasto criminal de medicamentos, sobre todo los oncológicos para niños con cáncer, la destrucción de la seguridad social –el seguro popular- que el INSABI no acaba de sustituir satisfactoriamente) o posibilitan el empleo o su desempeño sin condicionantes (piénsese en la desaparición de las estancias infantiles), la caída dramática del empleo formal e incluso el informal, sin que haya indicios de una pronta recuperación. Mire usted nada más: entre los países de la OCDE, México ocupó el último lugar en gasto o inversión pública respecto de su PIB en 2019 (1.3, siendo 3.3 el promedio). Mientras esto ocurre, las prioridades presupuestarias del presidente, se destinan a un tren sin rendimiento social, estadios de béisbol para saciar la afición del señor que vive en el palacio, ofrecimientos del avión presidencial para fiestas, reuniones y fines de semana para ejecutivos, una refinería que se hunde, literalmente, en el fango y en las deudas y en los llamados programas sociales que no son otra cosa que compra de votos descarada.

Todo va muy bien, dice el presidente, mientras macanea y distrae al respetable, además de producir el espectáculo grotesco del “quién es quién en las mentiras”, acosando y amedrentando a los periodistas que caen fulminados –también literalmente- como moscas en México, en tanto que el Mecanismo de Protección Para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas de la Secretaría de Gobernación reconoció el lunes que desde diciembre de 2018 a la fecha han sido asesinados 68 activistas y 43 periodistas.

Chistes, ocurrencias y distractores. Una política de guerra y parece que Nerón toca la cítara maravillado por el incendio. Por todo esto es extraña la sonrisa burlona del presidente todos los días.